Núm 30, II Época  - Febrero 2001 - Edita FE-JONS  -  La Falange  


Una cuestión de dignidad

Julio Ruiz de Alda

Reconciliación
José Mª Gª de Tuñón

   

Una cuestión de dignidad
Miguel Ángel Loma

España, antes monárquica que rota
Emilio L. Sánchez Toro

 

 

Va a hacer tres siglos que en mi casa se metieron unos señores por el morro (bueno, ellos dicen: «by the face», o algo así), no es que carecieran de casa, no, porque tenían una casa muy confortable un poco más al norte de la mía, sino que vinieron alegando que iban a solucionarme un problema de sucesión familiar, un follón doméstico que se había montado en mi hogar. Comenzaron instalándose en una pequeña pero muy apreciada habitación de mi casa, y cuando por fin se resolvió mi problema me encontré con que estos señores se habían acomodado definitivamente, ocupando además mayor espacio y haciendo caso omiso a mis reclamaciones de que por favor regresaran a su casa. Acudí a la justicia y me dieron la razón, pero aun teniendo sentencias favorables no veo la manera de echarlos. No quiero utilizar la violencia, y la verdad es que tampoco podría, porque estos señores tienen unos amigos muy poderosos e influyentes que les ayudan a abortar todo intento de satisfacer pacíficamente mi derecho. (Curiosamente estos amigos dicen que también son amigos de mi familia, y de hecho también ocupan una parte de mi casa pagando un alquiler, cosa que a mí, la verdad, tampoco me gusta, porque creo que en la zona alquilada hacen cosas peligrosas y cualquier día vamos a llevarnos un disgusto, y además, tampoco tenemos ninguna necesidad de padecer a molestos inquilinos y ver Rota nuestra intimidad familiar, más aún, cuando estos inquilinos van de señoritos ricachones y todopoderosos, que hasta parece que nos perdonaran la vida).

Pues bien, los otros, los «ocupas» que no pagan alquiler porque dicen que la habitación que cogieron por la cara ya es suya, han ido convirtiéndola con el paso del tiempo en un oscuro lugar donde se trafica con drogas, contrabando de tabaco y otros muchos negocios de dudosa legalidad. Confieso, para mayor escarnio, que hasta mis hijos hacen cola delante de su zona esperando ansiosos para consumir sus productos. La última faena que esta gente nos ha hecho es introducir un peligroso artefacto estropeado que han traído de no sé sabe dónde, y que alberga un gravísimo riesgo de dañarnos a todos los de la casa. Esta tensión está ocasionando un triste enfrentamiento entre los miembros de mi familia, innecesaria situación que no llego a comprender porque creo que todo esto es sobre todo una cuestión de dignidad, un asunto que por su gravedad no debiera admitir torpes particularismos de unos contra otros, que lo único que generan es debilitar nuestra común reclamación.

El dichoso artilugio responde al sugestivo nombre de «Tireless»; por favor, si alguien sabe cómo arreglarlo que venga y lo haga cuanto antes, que con los problemas que tenemos en mi casa (hay unas «vacas locas» que debemos matar, y unos «vascos locos» que quieren matarnos) lo único que nos faltaba es encontrarnos dentro de unos años con la historia de los «chanquetes chalados», las «sardinas chifladas» o los «boquerones majarones».

 

Miguel Ángel Loma 

Otros artículos del mismo autor