Julio
Ruiz de Alda
Reconciliación
José Mª Gª de Tuñón
Reconciliación
José Mª Gª de Tuñón
Una
cuestión de dignidad
Miguel Ángel Loma
España,
antes monárquica que rota
Emilio L. Sánchez Toro
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Resulta paradójico que alguien como el autor de estas líneas, que se considera intelectualmente republicano y románticamente partidario del caudillismo, que de todos nuestros himnos mí preferido -por encima del Cara al Sol- sea el Viva la Revolución, seguido de Prietas las Filas, defienda e incluso vea la necesidad de que en un futuro inmediato España siga siendo
una monarquía
España en la actualidad ya no es monárquica, aunque tampoco es antimonárquica, sencillamente no es nada, es lait. Vivimos en un vacio ideológico, donde
Hola y Tómbola, El País y El Mundo son las fuentes casi exclusivas de creación de opinión publica. Los españoles han/hemos asumido que la institución monárquica, como la Seguridad Social, las ONG´s y la Asociación de Maricones Liberados son una realidad en nuestra vida y mientras sirva para algo, aunque sea para poco, proporcionarnos “imagen” en el exterior y denominación de origen de europeidad y democracia, y tenga un coste moderado, a todos o a casi todos nos parece bien que el erario público lo subvencione y sostenga. Desde
Fraga y Aznar, pasando por
González y Zapatero, hasta don
Santiago Carrillo y otros líderes comunistas, toda nuestra clase política, salvo los batasunos, son monárquicos por consentimiento.
El 19 de noviembre lleve por primera vez a mi hija mayor, que tiene quince años, a la salida de las coronas, camino del Valle de los Caídos. Hay que enseñar desde pequeños a los más jóvenes lo qué sentir, quiénes son y de dónde vienen. Caminando esa noche por las calles de Madrid, me llamó poderosamente la atención que casi los únicos gritos que salían del megáfono de los organizadores eran insultos hacia el
Borbón.
La verdad es que, desde un punto de vista azul, el ciudadano Juan Carlos de Borbón no ha hecho nada para ganarse nuestra simpatía, aunque también hay que decir que nosotros hicimos todo lo que estuvo en nuestra mano para impedir su llegada al trono. ¡Si
Franco hubiese hecho caso al camarada Arrese! No sé si sería mejor o peor España, pero que todo sería distinto es seguro.
El horizonte de nuestra Patria se ve fundamentalmente amenazado por el separatismo vasco, catalán y gallego. En la actualidad, los problemas de nuestra Patria no obligan a reflexionar sobre nuestra relación con la monarquía y el sistema político que representa. Hace 25 años que el ciudadano Juan Carlos de Borbón es nuestro Rey. Gracias o a pesar de él, España ha progresado y ocupa un lugar destacado en el concierto de las naciones. Frente a los exabruptos de
Arzallus, las insultantes actuaciones de la televisión vasca, la soterrada actuación de Pujol, los crímenes de ETA, surge casi como la única barrera que impide la partición de España la actual constitución y la monarquía.
Si hay algo fundamental por lo que debemos dar nuestra sangre los falangistas es la unidad de la Patria. España no es la Constitución de 1978, ni la figura del Rey.
Los reyes mueren, las constituciones se derogan, pero si ambas instituciones son uno de los pocos resortes que tenemos para defender a España, no resulta muy inteligente –aunque no nos gusten- atacarlos.
La Falange nació fundamentalmente para prestar un servicio. Esta voluntad de servicio nos puede obligar a morir en defensa de una constitución y una monarquía en la que no creemos, pero que en un futuro próximo puede ser el único instrumento que tengamos para mantener unidos a los hombres y las tierras de España.
Desde hace veinte años, en aquellos lejanos años en que desempeñaba el cargo de secretario de la Primera Línea de Madrid, veo como nuestra filias y fobias han llevado que poco a poco a que la Falange pierda su impronta en la sociedad española. Los azules hemos perdido con el paso del tiempo nuestra capacidad de actuar en seno de nuestra sociedad, recluyéndonos en nosotros mismos, en una utopía cómoda y cobarde.
En las tertulias de café, en las que los azules arreglamos los problemas de la Patria, con frases radicales de ardiente nacional republicanismo, incitando al uso verbal de las armas, llevo tiempo defendiendo la tesis –entre el horror de muchos camaradas- de que al paso que van las cosas me veo, o mejor, les veo a los más jóvenes (ya que me voy haciendo mayor y no ve imagino en una campo de batalla estilo Kosovo haciendo un papel medianamente digno), de alféreces provisionales de la bandera “Don Juan III”.
Va siendo hora de que los azules volvamos a la realidad de España. No vivimos en 1936. Nuestro enemigo más inmediato y peligroso no es la Constitución de 1978, ni el Rey, sino
Arzallus, Pujol, ETA y toda esa calaña. Dejemos ya de desgañitarnos y perder el tiempo con gritos contra el Rey. En actuaciones que no sirven para nada, sólo para deteriorar aún más nuestra imagen ante la sociedad española. Usemos el cerebro, seamos posibilistas, como fueron los fascismos, e insultemos, si no somos de capaces de hacer otra cosa, a quien verdaderamente se lo merezca.
Si el ciudadano Juan Carlos de Borbón sirve para mantener la unidad de España, pues ¡Viva el Rey! Más vale una España monárquica que rota, aunque para ello tengamos que tragar el sapo y las culebras de convertir en libro de cabecera el
Hola y silbar en la ducha la Marcha de Alabarderos.
El primer objetivo de los azules tiene que ser limpiar nuestro nombre de todo aquello que se nos achaca. España debe recordar que nuestra exitosa revolución social permitió a los españoles tener seguro de desempleo y cobertura sanitaria, ir de vacaciones a Benidorn y comprarse casa y coche, al tiempo que les libró de la dictadura comunista. Tenemos que lograr que ser falangista, azul, sea algo que no haya que afirmarse casi a escondidas. Que el fascismo no sea empleado por la prensa como insulto para los asesinos de ETA, sino que sea una definición ideológica al menos tan digna como ser conservador, socialista o demócrata cristiano.
Cuando logremos que todos nuestros camaradas digan con orgullo que son azules. Sin avergonzarse de ello, que lo digan públicamente, no en tertulias clandestinas de café, la Falange habrá subido el primer peldaño de su nueva singladura, siguiendo el ejemplo suizo, austriaco o francés.
Por el contrario, si la Falange y los azules optan por una vía violenta y activista, bendita sea, pero no pensemos que insultar al Rey por un altavoz es revolucionario e inteligente, pues no lo es en absoluto.
Emilio Luis Sánchez Toro
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