Julio
Ruiz de Alda
Reconciliación
José Mª Gª de Tuñón
Una
cuestión de dignidad
Miguel Ángel Loma
España,
antes monárquica que rota
Emilio L. Sánchez Toro
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Nadie emigra sin que medie el reclamo de la vida mejor. En realidad cuando vemos a tantos inmigrantes desembarcando asustados en las costas, apiñados en el fondo de un camión, ahogándose en la bodega de un barco, saltando desesperados cercas de alambres, ilusionados por lo que les espera al final del viaje estamos viendo lo mismo que ha ido empujando a lo largo de la historia a emigrar a tantos en busca de la tierra de las oportunidades. Aunque esta vez en lugar de transmitirse la leyenda por el rumor se haga a través de sofisticadas antenas parabólicas y de engañosos anuncios que, si en el lugar de origen son reconocidos en sus verdaderos términos, para el Tercer Mundo representan la creencia de una descripción fiel de lo que les espera.
La libre circulación del capital conduce a la de la mano de obra. Y las grandes corrientes migratorias por ello aún están por venir.
El ultraliberalismo no pretende conquistar países como antaño hacían los Estados sino que busca poseer riquezas a través de empresas multinacionales, de grupos industriales y financieros privados; sus peones son las migraciones; y no se detiene ante barreras
nacionales. El inmigrante, como nueva clase proletaria en Europa, sin prácticamente derechos, no sindicado, fácilmente reubicable según las necesidades del mercado y tirando a la baja de los salarios es un atractivo demasiado exquisito para el proceso de mundialización como para no ser movilizado hacia zonas con costes laborales altos.
En algunos barrios europeos arden las incomprensiones entre autóctonos y llegados de fuera. Después de tantos años de condena del racismo los pueblos europeos, desbordados por el torrente de inmigración, están comprobando como, a pesar de la presión de los medios de comunicación para fomentar la tolerancia con los que llegan, hay un aumento de conflictos culturales que no se habían vivido antes. Tanto es así, que ya se empieza a poner en duda la capacidad de Europa para asumir razas, culturas y costumbres diferentes que además, como es lógico, ni pretenden ni pueden integrase. Y ello a pesar de la machacona campaña respecto a la superioridad de la sociedad multicultural.
Está situación que se vivía en España desde la lejanía se convierte casi de golpe en cotidiana. Hay ciudades y barriadas en las que grandes concentraciones de mujeres y hombres con costumbres muy distintas se hacen notar. Chocan todos los días sus culturas. Siempre una de ellas trata de imponerse a la otra por mucha comprensión que quiera ponerse. Y se crean roces y conflictos, a veces insignificantes, con vecinos que poco a poco pierden la paciencia porque ni tienen que entender los nuevos usos ni las explicaciones de tolerancia que les dan y que van perdiendo sentido. Todo ello se agrava ya que muchos de estos inmigrantes, por su propia situación de ilegalidad, no tienen otra forma más de buscarse la vida que la delincuencia.
Si un padre rumano entrega a su hija de once años contra su voluntad, a cambio de dinero, a un hombre para que se case con él, la cultura española dirá que es incomprensible que aún pueda haber quienes no respeten los derechos de los menores. La Ley incluso lo prohibirá y los padres tendrán que someterse a un juicio. Pero, los rumanos gitanos residentes en Madrid siempre verán la prohibición como una imposición cultural inaceptable ante algo tan normal en su cultura. Igual pasa con otros asuntos tan chocantes como éste: la ablación del clítoris o la imposición del uso obligatorio de cubrirse la cabeza a las niñas musulmanas. Aberraciones sin sentido para los usos europeos. Costumbres muy compartidas en la cultura musulmana.
¿Dónde acaba la tolerancia y empieza la sumisión? Se dirá, la tolerancia acaba donde empieza lo prohibido por la Ley. Bueno, aunque no en todas las ocasiones es así puede valer de momento; si se respeta la Ley. El problema es cuando se empieza, en primer lugar, a percibir que cuando piden que se sea “tolerante”, en realidad, a lo que están obligando -a través de los múltiples medios de propaganda- es a ser sumisos al tercer mandamiento ultraliberal, ese que con letras grandes, marcadas con la sangre de las víctimas, dice: “Tolerarás al inmigrante”; y que después, en letra más pequeña, sólo para iniciados, explica: porque en su desesperación -aún sin saberlo- ayudan como “quinta columna”, desde dentro, haciendo
dumping, a rebajar las peticiones sociales y los salarios de los trabajadores europeos.
Y luego cuando, en segundo lugar -aunque el multiculturalismo lo presenten envuelto de color de rosa-, el sentido común indica que si una población halógena crece más que la receptora pronto acabará exigiendo que se acepte como preeminente su cultura e imponiendo su propia Ley.
Entonces, definitivamente, surgen dudas sobre si no será -con tal que algunos sigan obteniendo beneficios económicos descomunales- la sobreextranjerización la “solución final” prevista por el ultraliberalismo para la contestataria y mal acostumbrada cultura europea.
Antonio Martín Beaumont
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