![]() |
|
Edición digital Núm
34, II Época - Septiembre 2001 |
El precio de la solidaridad |
Con pluma ajena Corrupción Antonio Martín Beaumont Gandhi
contra ETA Del
palo a Rusia al palo a Falange |
Tras los salvajes atentados terroristas del 11 de septiembre los españoles hemos conocido el terrible precio que hay que pagar para obtener la solidaridad internacional. Parece que el resorte que levanta el apoyo internacional para combatir el terrorismo, y que se nos ha negado a los españoles desde hace tantos años, radicaba en una cuestión de naturaleza matemático-geográfica: la solidaridad surge si el atentado origina miles de muertos y se efectúa en determinados lugares. Si los asesinatos se producen en atentados más o menos individualizados, en un chorreo incesante de muertos por todos los rincones de un país llamado España, este terrorismo se interpreta como un problema doméstico y los terroristas son considerados como simples miembros de un movimiento liberador. Los países de la Unión Europea, con una rapidez procedimental desconocida, aprueban leyes y medidas generosas que permiten la persecución sin traba no sólo de los terroristas sino también de quienes les apoyan. ¿Acaso los muertos duelen más cuando se producen lejos, en casa de los poderosos o en sus altos edificios? No obstante, confiemos en que el Gobierno de los Estados Unidos no cometa el error de imponer su «justicia infinita» sobre esas multitudes de rostro famélico, ancianos, mujeres y niños, que aparecen en las portadas de los periódicos de estos días encarnando la cara de un odio que otros les inocularon aprovechando su ignorancia y miseria. Una acción bélica indiscriminada sobre éstos, aparte de constituir una terrible injusticia, significaría un paso definitivo hacia un conflicto de dimensiones inimaginables, sin campo de batalla definido y donde un ejército de combatientes «invisibles» actuaría desde el temible convencimiento de que las mismas acciones suicidas con que provocarían nuestros infiernos servían para abrirles las puertas de sus paraísos.
Miguel Ángel Loma |