Núm 27, II Época  - Octubre 2000 - Edita FE-JONS  -  La Falange  

Director: Gustavo Morales


Gandhi contra ETA

Por la unidad nacional. Pamplona 2000
Jesús López

Arriba España
Cristina de Asturias

Algo más que urnas
Enrique de Aguinaga

La verdad mediática
Gustavo Morales

Con pluma ajena Corrupción Antonio Martín Beaumont

Del palo a Rusia al palo a Falange
Francisco Otazu

Editorial FE

Corrupción en Barcelona
Redacción Cataluña

Héroes o verdugos
Emilio L. Sánchez Toro

Mujer y religión

Companys
José Mª G. de Tuñón

Francia, pluralidad de la derecha
José Orella, Instituto de Estudios Políticos

Justicia centrada

FE 26

(El efecto adormidera)

 Manuel Parra Celaya (*)

 Ya se sabe: o somos "demócratas" o somos "violentos". El Pensamiento Débil que promueve el Sistema suele utilizar estas dicotomías para evitar, entre otras cosas, que pensemos. Lo primero quiere decir, naturalmente, estar de acuerdo con el Sistema -mejor dicho, ser del Sistema-, categoría que equivale, con más peligrosidad que entonces, aquello de ser "afecto" al Régimen anterior, y que extendían como certificado hasta los párrocos del lugar; lo segundo, ser una bestia, lo que equivale más o menos a estar fuera del Sistema (ser "desafecto", recuerden), pero con mala uva; y en este saco cabe desde los "skins" hasta la E.T.A., todos con el común denominador tan feo de "nazi-fascistas" no va más de desafección a lo establecido.

Pero, ¿cómo luchar contra los "violentos"?. Lo de los "skins" es una cosa, pero lo de la E.T.A. es otra. El problema del nacionalismo separatista vasco (no el "problema vasco", atención) es un tema que se le ha podrido entre las manos al Sistema desde sus orígenes. Todos los efectivos policíacos y políticos, judiciales y mediáticos, no han bastado para hacer frente al terrorismo. Y en estas líneas me quiero referir tan sólo a estos últimos, como expresión de algo más profundo.

En los tiempos de la Transición -recordemos- quedó proscrita toda emoción nacional española: desde la prohibición de que Marujita Díaz cantara en no sé qué plaza de toros lo de la "Banderita" hasta los entierros clandestinos de los asesinados por los "chicos" que dice el señor Arzallus; las mentiras más descaradas se dijeron sin el menor rubor como aquello de la churrería del Hotel Corona de Aragón o lo del avión que chocó con una antena. Lo explicaron y justificaron, a posteriori, como una medida política por necesidad de consolidar el nuevo Régimen y no dar lugar a crispaciones que pusieran en peligro el delicado proceso.

Transcurridos veinticinco años se supone que un régimen ha tenido suficiente tiempo de consolidarse. En cuanto a las crispaciones, quedan exclusivamente reservadas para los familiares de los muertos y para nadie más. Todos hemos de ser "rigurosamente demócratas" y hacer frente a los "violentos" con el pacifismo más extremado. Y esta es la alternativa ideológica de la Sociedad Política: la única. El Estado de Derecho, por otra parte, que esta Sociedad Política monopoliza a despecho del verdadero sentido de la palabra "democracia" se ve incapaz de acabar con los tiros en la nuca, las bombas-lapa y eso que se denomina "terrorismo de baja intensidad". A cada fervorín triunfalista por un éxito policial, suceden más y más golpes del nacionalismo asilvestrado y más frotamiento de manos del nacionalismo "civilizado", porque hay quienes siguen moviendo el nogal para que ellos recojan las nueces.

La respuesta se centra en más minutos de silencio, más "manos blancas", más lazos colgados de solapas o de edificios. Y silencio, sobre todo silencio. Por supuesto, ni un símbolo (constitucional por supuesto) que encierre algo de "poesía que promete". Y, en esta clima todos los medios de información del Sistema ejercen la más férrea censura sobre la Sociedad Civil, como continuación de aquellas mentiras o de aquellas clandestinidades funerarias.

Lo vimos claramente hace un par de años, cuando el asesinato de Miguel Angel Blanco sacudió toda España a pesar de la rutina ante el crimen. En aquella ocasión, que podría haber servido para enardecer y unir a todo el pueblo español del Bidasoa a Tarifa y del Finisterre al Cabo de Creus dije en un artículo que los políticos hicieron de participantes tramposos en una carrera, que se ponían al frente en un recodo del recorrido, engañando a los verdaderos corredores; y así fue: se apresuraron para ponerse al frente de las manifestaciones, a evitar que se enarbolarse en ellas bandera alguna, a calmar, a sedar; los medios de control, con la T.V. a la cabeza, se encargaron de censurar cualquier escena que pudiera "herir la sensibilidad" v.g., las bofetadas en la Plaza del Castillo de Pamplona que los mozos sanfermineros propinaron a los batasunos.

Desde entonces toda voz que se levanta en contra del terrorismo es rigurosamente pacifista; todo foro que se reúne lo hace en nombre de la No-Violencia y la tolerancia; toda manifestación se disuelve entre amargos silencios y lágrimas de familiares, y entre la frustración de lo no pronunciado y lo no acometido.

El pueblo español ya se sabe que, ante cada nuevo atentado, será convocado a no gritar, a pintarse las manos de blanco, sobre todo a no manifestar sentimiento nacional alguno: sólo se permitirán los lógicos sentimientos humanitarios, siempre que no alcancen categoría política. Es convocado a llorar exclusivamente. Ha de hacer de mera comparsa de los políticos del Sistema, que no saben o no quieren hacer frente al problema con el rigor, la decisión y el coraje que la historia les exige.

También se permite -¿será una medida política a largo o medio plazo?- que se extiendan las estúpidas opiniones en entrevistas o tertulias: "yo les daría la independencia y que se arreglaran", "Yo colocaría un muro entre el País Vasco y nosotros" ... Todo ello supone un nuevo crimen, esta vez de carácter histórico: se va promocionando la opinión de que los nacionalistas -civilizados o asilvestrados- tienen razón y de que existe un "ellos" y un "nosotros", lo vasco frente al español. No hay peor tontería que aceptar la argumentación del enemigo. No hay peor majadería que asumir el discurso racista y aldeano de un jesuita rebotado que acapara primeras páginas. No hay peor barbaridad que aceptar, como españoles, la fractura de la unidad de España como algo normal e inevitable.

No soy partidario de soluciones "militares" o de "Estados de excepción" o de cualquier otro recurso que tenga en sus manos el Sistema, sencillamente porque ya no confio en nada que venga de él. Se me ocurre que, ya que la Sociedad Política se ha mostrado incapaz, se le podría dejar el turno a la Sociedad Civil, que en tantas ocasiones históricas ha puesto en juego su capacidad de pasión, de idealismo y también de barbarie. Pero es que aquí sólo tienen el monopolio de la barbarie la E.T.A. y sus mentores.

El supremo ideal de la Humanidad es que el Derecho regule armoniosamente las relaciones entre los hombres. La Paz es, así, un resultante de la Ley y de la Justicia. Pero este verano he vuelto a conversar con mis amigos vascos, que sólo sienten miedo, que no pueden manifestar sus opiniones, que han asistido al entierro de amigos y parientes, que no pueden fiarse de los recursos teóricos que un Estado moderno aplica para el derecho elemental de conservar la vida. Y se encuentran maniatados física y mentalmente, como todo el pueblo español. A lo mejor valdría la pena reconocer que los pueblos están formados por seres humanos, no por reses que son llevadas mansamente al matadero. A lo mejor valdría la pena que, alguna vez, se invirtieran las tornas sanfermineras y que en el recorrido de la calle de la Estafeta -como dice la canción- los mozos fueran detrás y los astados delante.

(*) Extracto de la conferencia inagural de la IV Universidad de Verano de la Fundación José Antonio, julio de 2000.