Núm 27, II Época - Octubre 2000 - Edita FE-JONS - La Falange |
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El mismo día en que caía acribillado a balazos, en Zumárraga, el edil del PP
Manuel Indiano a manos de los asesinos etarras, el pasado día 29 de agosto, los nacionalistas vascos y catalanes incluidos representantes de Euskal Herritarrok se reunían en Irún para homenajear al que fuera presidente de la Generalitat catalana en la Segunda República,
Lluís Companys, fusilado por las tropas de Franco el 15 de octubre de 1940 después de un consejo guerra sumarísimo. La muerte de Companys fue lamentada por el que había sido presidente de la Segunda República,
Niceto Alcalá-Zamora, con las siguientes palabras recogidas en sus Memorias: “Nada me ligaba con éste, cuya torpeza desleal se sublevó en 1934 y cuya ingrata descortesía me abrumó con alardes en 1936, después de saber que fui yo quien le salvó la vida y le aseguró la protección legal ante el Tribunal de Garantías. A pesar de ello la noticia de su ejecución me produjo honda pena e indignación”. Ahora algún político ha querido sacar partido del asesinato de Manuel Indiano al afirmar una cierta equivalencia entre el concejal del PP y el presidente de la Generalidad, ambos víctimas de la violencia. “La comparación es desafortunada e indica la confusión moral y política reinante en algunos ambientes”, dice el historiador Pío Moa. Pero dicho esto, uno se pregunta: ¿Saben los españoles quién fue Lluís Companys i Jover? Yo me inclinaría a decir que muy poca gente conoce algo de este abogado natural de la provincia de Lérida y que el 6 de octubre de 1934, con gran torpeza, como acaba de recordarnos Alcalá-Zamora, llegó a proclamar, desde los balcones del Ayuntamiento de Barcelona, el Estado Catalán de la República española por lo que sería acusado del delito de rebelión militar y condenado a treinta años de reclusión. Al triunfar el Frente Popular en la elecciones de febrero del 36 fue amnistiado y repuesto en el cargo de presidente de la Generalidad. Santiago Carrillo, también en sus Memorias, relata que Companys fue “un hombre de una desbordante humanidad y simpatía” que conquistó el afecto de cuantos le “tratamos” en la cárcel. Por su lado, Dolores Ibarruri ,“La Pasionaria”, recuerda que los comunistas participaron abiertamente en el movimiento insurreccional de Octubre y que Companys a la cabeza lo secundó “defendiendo los intereses y las conquistas democráticas del pueblo catalán”. Este hombre al que ahora, lo mismo que en su momento hizo “La Pasionaria, quieren seguir presentándolo como un gran demócrata cuando indudablemente nunca lo fue, de la misma manera que tampoco lo fue “La Pasionaria” por lo que escuchar a esta mujer hablar de democracia es como para tomarlo a risa. Por su parte, Manuel Azaña dice haber oído hablar a Companys de “democracia expeditiva”, que para quien fue presidente de la República no tiene otra traducción en el vocabulario corriente que la de “despotismo demagógico”. Acusa también Azaña al consejero de Gobernación de Companys, doctor Dencás, de sus métodos poco democráticos al dar paso a formaciones de milicias políticas, los escamots, y otros pelotones de combate, también de organizar desfiles, paradas y alardes a lo militar. Companys tuvo al mismo tiempo “la estúpida comedia” –son palabras del propio Azaña- de que las tierras aragonesas las había conquistado Cataluña para “la gran Catalonia”. Por otra parte, Manuel Azaña en otra ocasión y al volver de nuevo a referirse a Companys dice de él que no tenía demasiado talento, afeándole por asearse los dientes con la uña del meñique y criticándole de haber hecho diputado a su antiguo chófer por haberlo pedido así los chóferes de Barcelona. “De modo que para contar con estos votos Companys es ahora compañero de su antiguo chófer”, termina diciendo Azaña. De todas las maneras era una forma habitual en él de solicitar el voto popular y por esta razón sería tachado de “demagogo” por el escritor y político Salvador de Madariaga. El socialista Juan Simeón Vidarte nos dice en su libro “Todos fuimos culpables” que en una ocasión, una vez comenzada la guerra civil, visitó en Barcelona a Companys diciéndole que había realizado el viaje “acompañado de un fraile, al que había salvado la vida y que era hermano Juan Negrín. El presidente de la Generalidad soltando una fuerte carcajada le respondió: “De esos ejemplares aquí no quedan”. Efectivamente, en el libro de Antonio Montero “Historia de la persecución religiosa en España” podemos leer los nombres de los miles de frailes y sacerdotes, también religiosas, que fueron exterminados en aquel periodo. Así pues, su reciente entronización en los altares ha constituido una de esas clásicas carnavaladas a las que nos tienen acostumbrados los demagogos de turno. Cuando proclamó el Estado Catalán, Companys comprometió gravemente a Azaña que se encontraba a la sazón en Barcelona y que estaba en completo “desacuerdo con la actitud violenta que habían tomado para con la República sus amigos socialistas y catalanes”, ha escrito Salvador de Madariaga. Un lector de ABC, Jorge de Caralt Garriga, remite al periódico una carta, que firma desde Esplugas de Llobregat, y dice que Companys fue un personaje al que ni España ni Cataluña le deben nada, salvo que el separatismo y la incapacidad se valoren positivamente... Y termina diciendo con toda razón: “Porque muertos los podemos exhibir muchos, pero considero que además de ser de pésimo gusto, no sirve más que para mantener artificialmente abiertas viejas heridas que, pasados sesenta años, deberían estar cerradas para siempre”.
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