Por
Daimer Alonso Montoya Gallego
daimermontoya@yahoo.com
Los vampiros no llegaron directamente de Transilvania,
ni las brujas cruzaron el Atlántico en sus escobas,
los fantasmas estaban más transparentes que de
costumbre y ni siquiera de las telarañas de algodón
se podía alegar que eran el nuevo estilo de una
araña creativa y ante todo sumamente "vanguardista",
al decidir probar otro tipo de material más "fashion"
para la fabricación de sus redes. |


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En el solar, la paila en llamas freía la carne
y los patacones que las muchachas volteaban con cucharas
de palo como batiendo una pócima para el mal
de estomago que era servida con limón y especias
secretas para darle un mejor sabor, acompañada
con una bebida negra espumosa de gusto fuerte que habíamos
preparado para la ocasión.
Dentro, el trago hacía su ronda
de boca en boca y todos dábamos las gracias al
bajísimo Orlando, por haber prestado su cueva(como
llamaba él a su casa) para la rumba. Una ahuyama
sonreía colgada del techo con serias sospechas
de ser calabaza, mientras me deleitaba con las redondeses
que Jenny acertadamente deslizaba en su vestido negro
que me hacía a pensar en la dificultad de quitárselo
en una situación de urgencia, pudiera asfixiarse
y en tal caso se debe estar listo para ayudar a la prójima.
La "vaca" estaba pagada y
aun me quedaban 4.500 pesos en el bolsillo que prometían
dos o tres tandas más para el trago y suficiente
tiempo para disfrutar de la noche. La música
palpitaba como la sangre en nuestra venas, ardía
el calor en las miradas, nuestros cuerpos bailaban tornándose
en sujetos independientes que sabían de secretos
insaciados, obraban con una naturalidad a flor de labios,
de piel, de cercanía, previniendo los espasmos
repentinos de la culpa; jóvenes pasiones obnubiladas
por el tacto de la piel pocas veces visitada, apreciada
y exenta de contenidos espirituales tan perjudiciales
para la salud del cuerpo e incluso el alma.
Jenny ajustaba a mí el ritmo
de su cuerpo, sus movimientos cálidos y torneados
se batían estrechos en la pequeña habitación
atestada de respiraciones húmedas y jadeantes,
hablábamos poco, bailábamos ciegos y el
fin de una canción daba inicio a otra interminable
y profunda que prolongaba nuestro deseo en la proximidad
del otro, en la alteridad de dos que sumaban al cabo
uno. "Crecían" sus caderas en mis manos,
nos tocábamos con la emoción de turistas
que visitan por primera vez el mundo, descubríamos
secretos recónditos tras el cristal de nuestro
aliento convulso. Le pregunté si sentía
mis besos fuertes en su cuello, si sentía mi
cuerpo, me contestó que no era de piedra, pero
sentía frió, que la mañana amenazaba.
Nos arropamos cuando la noche se marchaba. Alguien no
muy lejos cierra la puerta tras de sí, aquí
un tanto presurosos se apaga el sonido y cerramos las
cortinas para descansar en paz, envueltos en el desagradable
aire de la mañana que finiquita la fiesta de
brujas que ahora jugaba a tenerle miedo a la luz del
día.
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