

Por
Catalina Giraldo
gregy28@mail.com
Llena de árboles empolvados está la Linda. Llena de gente que se quedó esperando a que le pavimentaran esa callecita del frente o al lado multiplicada por muchas, que son todas las del barrio. Achís! escucho allí... achú!! suena por allá. Un parque nuevo, polvo nuevo... ¿qué niño lo usará?
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Estar en la linda es estar en un lugar regido por otros movimientos, por otros sentidos. El circuito de montañas, el calorcito que en ciertos días más pareciera ensañarse contra los "lindeños" para hacerles pagar sus culpas, y otro montón de lugares, objetos y colores, nos abstraen de la ciudad cercana, de la ciudad de las faldas; nos aleja e inserta en la cabeza la ensoñación de estar en un pueblito lejano, con colegio, centro recreativo, capilla y hasta seminario, lleno de muchachos de toda Colombia que intentan eso de acercarse a Dios.
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Para llegar a la Linda solo necesitas escoger entre dos opciones: o tomas la busetita roja o la de color azul, y te dejas rodar por una bajada, que a ratos parece infinita, hasta llegar al destino final. Una vez allí te encuentras con que existe un monumento nacional, convertido en escuela: Una antigua estación del cable que por falta de recursos, ya no es ni estación ni escuela, es un sitio a punto de derrumbarse por el peso inexorable del tiempo.
Al seminario puedes localizarlo sin problema. El domina desde lo alto a la linda Linda y observa cómo los feligreces acuden religiosamente a cumplir con sus "deberes espirituales", y cómo se siembran amistades profundas, bellas y muy seguramente amores entre sus seminaristas y las niñas adolescentes que ven en el seminario y sus grupos juveniles una buena opción de evadir el tedio de los días empolvados.
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El Seminario |
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La Linda está llena de senderitos, de caminos sugeridos naturalmente, de bosques completos y de opciones latentes para quienes se cansan de tanto pavimento. Sólo cuesta $800 llegar allí, o una vuelta entera de las manecillas del reloj, tal vez un poco menos, tal vez un poco más. Qué importa, finalmente se trata de dejarse caer por las laderas y conocer otro espacio de la ciudad, una nueva ruta, la ruta del goce.
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