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El cantante se somete a duros retiros mensuales en los que permanece 24 horas en postura de meditación - Limpia inodoros, quita la nieve y hace de chófer y cocinero del maestro del centro El cantante y poeta vive retirado del mundo en un centro «zen» de Los Angeles
Su casa es sencilla y austera. Su hábito está tan deshilachado que debe sujetarlo con imperdibles. Un pequeño sintetizador, que permanece desconectado en la otra habitación, es el único objeto que da cuenta de la anterior vida de Leonard Cohen. El famoso poeta de voz ronca, cuyos poemas suelen evocar la sensación de vacío después de la juerga, vive ahora todo el año en un centro zen, a 6.250 pies (alrededor de 3.000 metros) sobre el nivel del mar, en las montañas que rodean Los Angeles, donde hace de «cocinero, chófer, y a veces confidente» de un roshi, un maestro zen japonés con quien apenas habla. Me conduce a una habitación vacía y fría, donde me enseña cómo sentarme a meditar. «Hay que mantener rígida la parte inferior del cuerpo, las piernas», explica Cohen. «En cambio el resto debe estar muy relajado». Luego me lleva a la habitación contigua, el zendo, o sala de meditación. Unas 30 personas, todas vestidas de negro, permanecen sentadas, totalmente inmóviles. Están a punto de terminar el rohatsu, es decir, el retiro de invierno, que consiste en meditar en la misma postura durante siete días. Un grupo de monjes armados con porras recorre los pasillos, dispuestos a golpear a todo el que se le ocurra darse por vencido. Ya ha salido el sol cuando escucho los golpes en la puerta. Debo seguir a mi anfitrión, a quien por lo visto no le cuesta prescindir del sueño, para escuchar la charla del roshi, el maestro de la comunidad. Un hombre menudo, vestido con hábitos color naranja hace su aparición y dos asistentes lo ayudan a subir a una especie de trono. «¿Qué es esto que llamamos amor?», pregunta el hombre, quien habla en japonés mientras un intérprete traduce simultáneamente al inglés. «Un niño puede hacerse amigo de un perro, y lamer su trasero. ¿Es eso amor? ¿Es amor estrechar la mano de otra persona? Los perros, los gatos y los insectos se aparean. ¿Es eso amor?».
VARIAS VIDAS EN UN DIA Nos encontramos bajo un deslumbrante cielo azul. «Son apenas las nueve de la mañana», dice Cohen, «y ya hemos vivido varias vidas hoy». El cantante se somete a duros retiros todos los meses, en los que no hace otra cosa que permanecer sentado en postura zazen las veinticuatro horas del día y los siete días de la semana. El resto del tiempo, Cohen trabaja en el centro; palea la nieve, friega los suelos y se encarga de la cocina, lo cual es su tarea predilecta. Aquí se le conoce como el monje Jikan, que significa el silencioso. «Aquí todo el mundo está jodido y desesperado», dice radiantemente. «Nadie viene a un lugar como éste a menos que esté desesperado». Sin embargo, a pesar de su astucia y su calculada irreverencia -llegó a decirme que se hizo monje budista hace dos años porque Roshi le aconsejó que lo hiciera «para poder desgravar de la declaración de la renta»-, veo en él una actitud genuina: Cohen hace un esfuerzo enorme para simplificarse a sí mismo. En realidad, no puede explicar qué hace exactamente en un lugar como éste. «No creo que nadie sepa en realidad por qué hace lo que está haciendo. Si detienes a cualquier persona en el metro y le preguntas, "¿A dónde vas?", en el sentido profundo de la palabra, no obtendrás ninguna respuesta. No sé por qué estoy aquí. Pero, ¿qué otra cosa podría hacer? ¿Quiero ser un Frank Sinatra? ¿Quiero organizar maravillosas retrospectivas de mi obra? ¿Estoy realmente interesado en ser el cantante folk más viejo en activo? ¿Voy a casarme con una mujer joven y formar otra familia? La verdad es que odiaba la vida de familia cuando tuve una. ¿Me gustaría encontrar nuevas drogas, vinos caros?». Al descender de la montaña me doy cuenta que mi estancia en el centro es la experiencia que más me ha afectado en los últimos años. «Roshi sabe quien soy realmente», me dice Cohen, «y no quiere que sea otra persona». A continuación me confesó lo siguiente: «Roshi me dijo hace unos días que conforme eres más viejo te sientes más solo, y necesitas un amor más profundo». Para los viejos, los seres insondables, y los solitarios, los cambios, según parece, no constituyen el único afrodiasiaco en la vida.
LOS ANGELES.- La trayectoria de Cohen es ya un mito: la casa que adquirió en la isla griega de Hydra en 1980 con una herencia de 1.500 dólares (210.000 pesetas al cambio actual), las juergas en el Hotel Chelsea, el Chateau Mormont y otros templos del libertinaje («donde Janis Joplin me hacía felaciones en la cama sin hacer»). Cohen no ha renunciado al mundo. Aún tiene un dúplex que adquirió con dos amigos, cerca del barrio judío de Los Angeles. El hombre agraciado con el don de estar en constante sintonía con su época sigue activo; ha compuesto canciones para la banda sonora de una película de Oliver Stone, en la que ha actuado junto con Rebbeca de Mornay. De todos modos, ha venido a Los Angeles, el centro de la superficialidad y el ensimismamiento, y ha conseguido convertirlo en un curso de montañismo. En cuanto a sus canciones: «Siempre he tenido un gran concepto de la composición, porque mis canciones me han ayudado a superar muchas resacas y relaciones humillantes», dice. «Cuando escucho algunas de mis canciones en la radio pienso que son realmente buenas. Es maravilloso que hayan sido compuestas, y aún más que se hayan hecho un lugar en el corazón de la gente». «Creo que atravesamos una época muy difícil», dice Cohen. «Ni la experiencia literaria ni la musical han conseguido tomarle el pulso a esta crisis. Estamos en medio de un diluvio de proporciones bíblicas, hasta el punto de que cada cual se aferra a cualquier cosa que flote, una caja de naranjas vacía, un trozo de madera... Y la gente insiste en describirse a si misma como liberal o conservadora. Me parece una locura total».
Lo recitó hace nueve años, en una de sus más bellas canciones: " Mis amigos se han ido y mi pelo es grís. / Me duelen las partes con las que solía jugar". Se veía decadente. Y lo llevaba muy mal. ¿ Injustamente mal ?. Sin duda : estaba en su mejor momento como compositor y como intérprete, amparado por un grupo de músicos excepcionales y las voces fantásticas de la hispana Perla Batalla y "su" Jennifer Warnes. Resultaba también muy atractivo, pese a su edad. Pero el sufrimiento es una maldición que suele acompañar a los genios. Siempre ha sido muy duro consigo mismo. Cuando, durante el festival de la isla de White, en los 60, le preguntaron que opinaba del comentario de un crítico que había escrito sobre él: " Emite un zumbido monótono ", Cohen respondió: " Es una reacción honesta ". Judio, educado en la religión hebraica, renegar de ella no le liberó de su mística. Como a Dylan. Había mucho de bíblico en su espíritu apocalíptico: " Primero tomaremos Manhattan. Luego Berlín". Incluso - sobre todo - cuando se ponía blasfemo. O cuando bautizaba irónicamente de Hermanas de la Caridad a dos chavalas con las que había hecho el amor en un portal en una noche de mal tiempo. " Quizá pienso demasiado ", cantó en sus malos momentos otro judío fuera de serie, Paul Simon. El zen es el arte de no pensar. " Hace años, en medio de una fiesta, una chica me soltó de repente: " Tu piensas todo el rato, ¿ verdad ?". Perplejo, le dije que sí. " ¿ Tu no? ", le pregunté. " ¡ Que va ! , sólo un rato cada día ", respondió. Me sorprendí a mí mismo al comprobar que me daba envidia. Cohen ha vivido mucho: mucho más que muchos. Y ha sentido demasiado: mucho más que la mayoría. Punto final: el mujeriego cansado, el borracho ahíto, el conquistador del decrépito Hotel Chelsea, el amigo de tantos amigos perdidos para siempre, el desengañado de todos los desengañados, quiere ahora hundirse y flotar en el panteísmo. Tampoco está tan mal el budismo. Puestos a no creer en una religión, ésa es de las menos malas.".
Si bien hasta quienes le admiramos con auténtica veneración descubrimos antes canciones tan conmovedoras como Suzanne, So long Marianne o Bird on the Wire que La Energía de los Esclavos (Visor, 1974), una de sus primeras colecciones de poemas publicadas en España, lo cierto es que el Leonard Cohen escritor se manifiesta con anterioridad al singular cantautor. The songs of Leonard Cohen, su primer disco, data de 1968, en tanto que su primer libro de versos, Comparemos Mitologías, había sido saludado por la crítica como la revelación de un niño prodigio en el 56. A la sazón, el poeta sólo cuenta 22 años. Avalado por la buena acogida dispensada a su primera entrega, Cohen solicita una beca al Gobierno de Ottawa para trasladarse a Hydra. En 1959, instalado en la isla griega, simultanea la redacción de su segunda colección de poemas, La Caja de Especías de la Tierra (1961) con su primera novela, El Juego Favorito (1963), que, dos décadas después de su primera edición española (Fundamentos, 1974), reedita ahora Ediciones B. Bajo el falso nombre de Lawrence Breavman, el Cohen de El Juego Favorito es el mismo que el de La Muerte de un Mujeriego, aquel álbum que grabara junto a Phil Spector en el 78, resultado de una serie de versos publicada en esos mismos meses, Memorias de un Mujeriego en versión española de Antonio Resines (Visor, 1982). El juego, que no es sino el galante, verdadera constante en la obra del canadiense, consiste en evocar infancia y juventud a través de las niñas y las jóvenes con las que el novelista despertara a la sexualidad. Los fragmentos con Heather, Bertha, Tamara, Norma, Patricia, Lisa -a la que alude el título- o Shell -la única a la que en verdad pudiera haber amado- accionan un mismo resorte que nos transporta a las primeras experincias del autor en Westmount, la ciudad residencial de Montreal donde transcurriera su infancia. Conviene igualmente detenerse en el tratamiento que da Cohen en su primera novela a otra de las constantes de toda su obra: el judaísmo, contra el que se rebela en Westmount junto a su amigo Krantz, aunque posteriormente lo defienda con el mismo empeño en el episodio de la pelea contra los antisemitas de Quebec: "Agarramos las cosas y destruimos el templo de los filisteos", se jacta Breavman concluida la disputa. Si llamo la atención sobre el tema semita es porque es aquí, en El juego.... donde Cohen lo acomete de una forma más prosaica. En el resto de su producción -revista ésta la forma que sea- desde las canciones hasta ese espléndido guión que escribiera para la televisión en 1984 con el título de Soy un hotel, sus raíces hebreas se manifiestan en complejos dualismos: cuerpo y espíritu, historia y mito, Dios y hombre. En torno a todas estas polarizaciones, que curiosamente entusiasman a los gentiles, se articula Los Hermosos Vencidos (1966), la obra maestra de este artista plural, cuya primera edición de bolsillo estadounidense conoció un inusitado éxito, únicamente comparable al conocido por las novelas policíacas. Lástima que, en gran medida, se debiera a que el lector norteamericano sólo vio en la novela la fusión entre la sexualidad -sugerida sin miramientos en la portada- y el misticismo, la poesía y la obscenidad, que en efecto también encierra. Pero Los Hermosos Vencidos es mucho más. Como el mismo Cohen comenta a Jacques Vassal en una entrevista de 1970, compila todo su universo. Una historia que, a grandes rasgos, podría resumirse en dos cuestiones: por un lado, la amalgama de Catherine Tekakwitha, santa india del XVII, con ciertas costumbres de nuestros días; por el otro, una mezcla similar entre Yo, F. y Edith, los tres protagonistas del relato, en un mismo amor, acomete temas tan complejos como la alienación natural, la mediocridad, la insatisfacción sexual, el sufrimiento, la esquizofrenia, la liberación y la acción revolucionaria. El resultado, tal apuntara en su momento la crítica, "es un violento salmo dedicado a todos los vencidos de la explotación sexual, racial y política".
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