UN DÍA CON FELICIANO

6:00 a.m. A esta hora la mayoría de limeños aún nos encontramos en los brazos de Morfeo. Feliciano, en cambio, ya está listo para empezar su día.

6:15 a.m. Sin dedicar más de quince minutos a desperezarse, se levanta presuroso al aseo diario. "No permito que nadie me ayude", asegura, "me gusta hacer mis cosas solo, porque soy discapacitado, no un niño".

7:00 a.m. Luego, se prepara a tomar el desayuno, y algunas veces se levanta lo suficientemente temprano para preparárselo a sus 3 pequeños hijos.

8:20 a.m. Después de comentar lo que realizará en el día con ellos y su esposa, sale rumbo al trabajo. "Desde hace un mes estoy viviendo entre el Jr. Amazonas y el Jr. Huánuco, en Barrios Altos. Es un sitio peligroso, bien maleado, pero lo pago por mi cuenta. Esperé "sentado" la ayuda de la Beneficiencia (¿cómo más iba a esperar?), pero hasta ahora nada", remite riéndose un poco de sí mismo. Dado que este lugar le queda más cerca a su trabajo, un puesto de artesanías en "Mesa Redonda", suele llegar ahí al promediar las 9 de la mañana.

8:45 a.m. Antes de llegar a su puesto de venta, ya es tradición detenerse a tomar un jugo de naranja de "china" (cincuenta céntimos), en la intersección de la calle Capón y Cuzco, en el centro de Lima. "La gringa", su fiel casera, es la encargada de levantarle el ánimo con tan refrescante bebida. Mientras "La gringa" despacha, su esposo cobra.

9:00 a.m. Llega al Jirón Andahuaylas. La pista está parcialmente rota. De sólo mirarla, recuerda la notificación que recibió ayer: "Por medidas de seguridad dada la cercanía de las fiestas navideñas, le reubicaremos en el jirón Puno...". Feli no terminó de leer la carta, y enseguida se puso en marcha hacia la oficina de la municipalidad que le remitió dicha solicitud. No puede ser reubicado, las ventas en esa calle no son muy buenas. Con la habilidad que lo caracteriza, va hasta esa oficina y pide entrevistar con las persona que le escribió la carta. La secretaría no quiere hacerle pasar. Pero él no se amilana. Espera, y espera, y sigue esperando. "Algún dñía tendrá que salir". Y salió. Feli lo aborda, le cuenta su problema, le inventa un poco de drama: mi familia vive de esto, comprenda mi situación. "Le trabajé al sentimiento", me confiesa, "y me puso un sello y una firma que dice "Feliciano Frías Agip no será removido". Qué alegría sentí, ¡otra batalla ganada!".

Vuelve a mirar la pista y avanza a paso firme.

9:30 a.m. Saca su carreta del almacén y empieza a armar su pequeño stand. Tiene variedad de productos: desde barquitos dentro de botellas de vidrio, hasta portarretratos de madera, pasando por masajeadores y cuadros de las más grandes barras de fútbol. Como debe realizar trámites de los que sólo se puede encargar personalmente, ha contratado los servicios de un ayudante, Reynel, quien, además, es us paisano. "Le tengo confianza y sabe hacer su trabajo".

Algunas veces se queda en casa para elaborar más artesanías. "Jamás pensé dedicarme a esto. Recuerdo que en mi tierra aprendí a hacer estas manualidades y lo tomé como un hobby, pensando que quizá algún día me serviría. ¡Mira cómo es la vida! Menos mal que aprendí bien, ¡porque ahora vivo de esto!".

12:30 p.m. Félix, como le dicen sus compañeros de trabajo, se queja del calor y del ruido que hacen al romper las pistas. "Pucha, justo en estas épocas se les ocurre construir". La gente abunda en Mesa Redonda, las fiesta navideñas ya están cerca y todo el mundo busca sus regalos o adornos navideños. El puesto de Feli no pasa desapercibido: la pista esta vacía y sólo él está ahí. Las señoras son las que más compran: masajeadores, cuadros, portaretratos, hasta alcancías. Una señora me pregunta el precio, y respondo bien: me los sé de memoria. He pasado con Feli muchas mañanas. Él se ríe y me quiere contratar como ayudante. Reynel se ríe. "No te preocupes", me aventuro, "nadie como tú".

El tráfico de compra-venta ha bajado un poco. Aprovecha y va donde el maestro de obras y le hace la conversación, le gasta unas bromas, le hace reír. Se quejan del calor, del ruido. El maestro le promete que todo terminará pronto:"no quiero pasar mi navidad aquí".

2:00 p.m. En su trabajo almuerza y cierra más o menos a las 6 p.m., todo depende del día. Al final de la jornada, saca sus cuentas. "Uy, hoy la venta ha estado baja", comenta. "Pero no importa, mañana será otro día. Ahora sí, ¡al deporte!". Reynel parte a su casa, en San Martín de Porres y Feli se va en dirección a la Avenida Abancay, hacia la cuadra uno donde está el "Batallón de Asalto".

5:00 p.m. Los lunes, miércoles y viernes guarda su mercancía más temprano que de costumbre pues una de sus actividades favoritas lo espera: el basketball en silla de ruedas.

8:00 p.m. Luego de entrenar, sudado, cansado, pero contento, ahora emprende otra carrera: desde el Batallón de asalto hasta su casa, en el Jirón Huánuco. ¿No te da miedo irte sólo a esa hora?, le preguntamos. "Nada que ver", responde, "la gente ya me conoce". "No te voy a negar, también se corre riesgos, como cualquiera. Un par de amigos me han contado que los "choros" los han seguido y les han intentado quitar su silla, ¡imagínate! Qué desalmados. Pero felizmente no pasó nada. Yo vivo en un lugar peligroso, pero a todos les digo: "habla chato", para que se den cuenta que soy del barrio y no me hagan nada. Una vez, un par de tipos me estaban siguiendo, pero me di cuenta y al toque salude a unos chicos en la esquina. Los rateros al ver que me conocían, se alejaron. Mis amigos le dijeron: "oe, con Feliciano no choques, es causa". De la que me libré".

9:00 p.m. La familia lo recibe con alegría, pero también con algunos problemas: ya es tarde y los chicos aún no han terminado las tareas escolares. Feliciano pone mano dura, y les da un ultimátum: "mientras me aseo y ceno tienen que terminar todo, si no no hay comida". Temerosos, pero con ganas de cumplir el reto, los tres avanzan a prisa. Feliciano y Neida, cómplices, ríen la cocina. "A mi me pasean estos chiquillos", se resigna Neida.

9:30 p.m. Ya terminaron las tareas y aprovechan para cenar juntos, uno de los pocos momentos familiares del día. Neida bendice los alimentos, y las ricas lentejas humeantes se enfrían. David come y cabecea de sueño. Silver le echa el ojo a la comida. David se despierta y acerca su plato hacia sí. "No te pases, payaso", le reprocha. "Si yo no he hecho nada", se justifica Silver.

10:00 p.m. Feliciano está muerto (de cansancio). Se apresta a dormir. Eleva una oración. Da gracias por todo, y por todos. Se acuesta y piensa en lo que será mañana. Mientras piensa, se queda dormido, pues pasa la vida pensando, pasa la vida soñando.

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Melissa Aponte Trujillo / Periodismo Digital / 2004-II