Contenido general: Bases operativas
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Para
Pensar
DOCTRINA
CATÓLICA SOBRE LA GUERRA Exposición
en Homenaje a la Encíclica Pacem in Terris Parroquia
Santísima Trinidad Córdoba,
11 de abril de 2003
La Pacem in Terris no trata directamente sobre la guerra, pues su
finalidad es analizar lo referido a la paz,
pero, por eso mismo, no puede dejar de condenar el fenómeno bélico.
“En realidad, como todos saben, o deberían saber, las relaciones
internacionales, como las relaciones individuales, han de regirse no por la
fuerza de las armas, sino por las normas de la recta razón, es decir, las
normas de la verdad, de la justicia y de una activa solidaridad”. (Nº ll4)
Procuraremos resumir la doctrina católica sobre la guerra[1] aunque algunos, como
Proudhon, consideren que esta actividad no necesita definición, pues todos
saben de qué se trata, por haberla experimentado, o por haber sido testigos.
Pero, un análisis serio exige precisar los conceptos y reflexionar sobre las
consecuencias de las acciones humanas. En primer lugar, hace falta distinguir la
guerra de otros conceptos relacionados
como conflicto y
lucha. El conflicto
manifiesta una oposición, que no necesariamente deriva en agresión
violenta, y la lucha hace referencia a
un esfuerzo por superar obstáculos -así se habla de lucha contra el hambre,
etc.-; ni la lucha ni el conflicto pueden analogarse con la guerra. Otra
aclaración necesaria, es que la guerra es un fenómeno colectivo, y, por lo
tanto, difiere de la riña y el duelo, que son enfrentamientos violentos entre dos o pocas personas.
La
guerra es una lucha armada entre dos
bandos humanos rivales, que tratan de imponer al adversario un objetivo por el
medio violento de la fuerza militar. Las causas de la misma, pueden ser de
distinto tipo: ambición de dominio, motivos dinásticos, motivos económicos,
motivos religiosos, entre los más comunes. Aunque en la actualidad, lo normal
es que se dé una sumatoria de causas. Esto y las consecuencias dolorosas de
todo enfrentamiento bélico, explican que la guerra sea un fenómeno social
complejo, que se puede estudiar desde distintas perspectivas. A nosotros nos
interesa un doble enfoque, moral y jurídico. Podemos
reducir las actitudes ante la guerra, a dos principales: la belicista y la
cristiana. El belicismo es una actitud extrema, favorable a la guerra, de la que
hace una apología, llegando, en algunos casos, a una exaltación mística. Los
criterios en los que se fundamenta esta posición, son los siguientes: Así
entendido, el belicismo es un fenómeno típico de la modernidad. Por cierto que
siempre ha habido guerras, pero en la antigüedad no existió la actitud
belicista. Por ejemplo, Platón sostenía que la república virtuosa vive en paz, y
la guerra es un medio para lograr una paz justa. Por el contrario, el belicismo
es propio de la tiranía. Cuando surge con fuerza el belicismo es en el
Renacimiento. Maquiavelo considera a la guerra como algo normal, puesto que el
Estado, según él, tiene por finalidad el poder y la hegemonía, entonces,
necesita de la guerra para imponerse en el plano internacional. Es una ley física,
como la gravedad. Hegel, por su parte, consideraba que el Estado se sitúa en un
plano superior al orden moral, pues es un Dios entre los hombres, y no puede
someterse a normas morales. A su vez, los Estados más fuertes están llamados a
dirigir el mundo, lo que hace inevitable la guerra. Nietzche, maldijo la promoción
cristiana de la fraternidad universal, y sostenía: “Debéis querer la paz
como medio para nuevas guerras. Y una paz corta, más bien que una paz larga. ¿No
decís que una buena causa santifica la guerra? Pues yo os digo que la guerra ,
una buena guerra, es la que santifica la causa.”
Para Hitler, el temor es el arma política más poderosa, y Mussolini
confesaba “yo he hecho la apología de la violencia casi toda la vida”. Marx
también aceptaba la guerra mientras subsistiera el capitalismo: “Sólo hay un
medio de abreviar, de simplificar, de concentrar los dolores mortales del fin de
la antigua sociedad y los dolores sangrientos del parto de la sociedad nueva, un
solo medio: el terrorismo revolucionario.” Crítica
del belicismo
l. La tesis de que la guerra es una ley necesaria, es una superstición.
La universalidad de un fenómeno social no prueba su necesidad, como ocurre con
lacras como el crimen y el robo. La aceptación de esta tesis, implica adoptar
alguna de las siguientes fundamentaciones:
Como el hombre es un ser racional y libre, no puede aceptarse que esté
dominado por el fatalismo o por el determinismo. Es responsable de sus actos, en
función de la voluntad, facultad que lo diferencia de los animales, sujetos a
su instinto.
2. Es inadmisible la idea de que la guerra constituya un bien para la
humanidad. La experiencia demuestra que es fuente de males, materiales y
espirituales. Decía Pío XII: “Después de los horrores de dos conflictos
mundiales, Nos no tenemos necesidad de recordar que toda apoteosis de la guerra,
debe ser considerado como una aberración del espíritu y del corazón.”
3. Es también inadmisible el principio político de que el poder es el
fin del Estado. El poder es sólo un medio para el Bien Común, que es el
verdadero fin del Estado. Y para lograr el Bien Común, es necesario limitar el
poder del Estado, y del gobernante, para evitar abusos, en el plano interno y en
el plano internacional. El Estado no está ubicado en un plano metamoral, y
necesita de la ética para lograr la justicia.
4. El determinismo económico es una suposición indemostrable. Las
crisis cíclicas, de las que se hacía referencia en los libros de los autores
liberales se ha comprobado que no surgen necesariamente; los gobiernos pueden
evitarlas. Un ejemplo, que vale citarse, es que cuando desapareció el sistema
colonial, las metrópolis no se empobrecieron, como se había pronosticado.
5. El belicismo obra a modo de profecía autocumplida, pues es una de las
causas que conducen a la guerra. En efecto, al caer los frenos morales, los
gobiernos creen que no son responsables de la guerra, al considerarla un fenómeno
natural. Cristianismo
La actitud cristiana ante la guerra, se fundamenta en otros argumentos:
La doctrina cristiana de la guerra nace con San Agustín, y es Santo Tomás
quien compendia la tradición sobre esta materia, fijando
cuatro condiciones para que sea admisible una guerra: l.
Autoridad competente. Esto
significa que la decisión de emprender una guerra no la pueden tomar los
particulares, es una decisión pública. Se vincula con el concepto de soberanía;
los particulares pueden recurrir a una autoridad que dirima los conflictos que
surjan entre ellos, el Estado no tiene superior. La soberanía implica la
autoridad suprema sobre un territorio determinado, por ello un ente soberano no
tiene a quien acudir para que se restablezca la justicia. 2.
Recta intención. La decisión
de ir a la guerra debe ser honesta, no impulsada por el odio ni la ambición de
los gobernantes. Y, por ser tan delicada esta decisión, Francisco de Vitoria
sostenía que no debía quedar a merced del Príncipe, de modo exclusivo. Por el
contrario, requería el refrendo de sus consejeros; además, recomendaba que se
consultara con los sabios. De esa forma, se reduce el riesgo de actitudes
pasionales. 3.
Medios lícitos. Expresa la
Convención de La Haya que las partes beligerantes no tienen un derecho
ilimitado en la elección de los medios para combatir al enemigo. También el
cristianismo sostiene que el fin no justifica los medios. Para determinar los
medios lícitos, el Derecho Natural
aporta orientaciones: 4. Causa justa. En
primer lugar, se requiere que el adversario haya cometido injusticia, es decir
que haya violado algún derecho. Violación del derecho, sobre la que debe haber
certeza, ya que la suposición no es suficiente. Además, la violación debe ser
obstinada: una ofensa que el adversario no esté dispuesto a reparar por vía
pacífica. En segundo lugar, se
requiere que la violación o injuria sea grave. Vitoria lo expresa así: “No
es lícito castigar con la guerra por injurias leves a sus autores, porque la
calidad de la guerra debe ser proporcional a la gravedad del delito.”
“Porque las guerras deben hacerse para el bien común, y si para recobrar una
ciudad es necesario que se sigan mayores males a la República(...), en este
caso no cabe duda que están obligados los príncipes a ceder su derecho y a
abstenerse de hacer la guerra.”
La doctrina resumida nos sirve de guía para evaluar contiendas bélicas
concretas. Podemos afirmar, sin temor a errar, que la reciente guerra contra
Irak fue manifiestamente injusta. En cambio, como lo ha demostrado el Prof.
Alberto Caturelli[2],
la guerra de Malvinas cumple todos los requisitos que fija la doctrina para ser
considerada una guerra justa.
Dijimos que para el cristianismo la guerra es admisible en determinadas
situaciones, lo que lo diferencia del pacifismo, exaltación de la paz a
cualquier precio. El cristianismo no es pacifista, puesto que admite la licitud
de la profesión militar y la contribución ciudadana a las fuerzas armadas,
como lo reconoce el Catecismo de la Iglesia Católica (nºs. 2308 y 23l0).
Resulta llamativo que un alto dignatario del Vaticano, el Card. Mejía,
haya sostenido recientemente en Buenos Aires, que “la paz tiene un
valor absoluto” (ACI, 3-4-2003). Ese concepto no responde a la recta doctrina,
sintetizada en el Catecismo: “La legítima defensa puede ser no solamente un
derecho, sino un deber grave” (nº 2265). Es que la paz -según la clásica
definición de San Agustín- es la tranquilidad en el orden; y no puede haber
orden sin justicia. Por eso afirmaba Juan Pablo II: “No somos pacifistas,
queremos la paz, pero una paz justa y no a cualquier precio” (l8-2-l99l). Y,
en otra oportunidad el Santo Padre aclaró: “Los pueblos tienen el derecho y aún
el deber de proteger, con medios adecuados, su existencia y su libertad contra
el injusto agresor”. (l-l-l982)
Otra cuestión a considerar, es que hoy el Estado ya no es una comunidad
perfecta, como lo calificaba la escolástica, pues no puede adquirir plenamente
su perfección, independientemente de los demás entes estatales. Así lo
explica la Pacem in Terris: “En tales circunstancias es evidente que ningún
país puede, separado de los otros, atender como es debido a su provecho y
alcanzar de manera completa su perfeccionamiento. Porque la prosperidad o el
progreso de cada país son en parte efecto y en parte causa de la prosperidad y
del progreso de los demás pueblos.” (nº l3l) Esta nueva realidad, agrega una
nueva exigencia a cumplir, antes de iniciar una acción bélica, que es
consultar a la comunidad internacional buscando su mediación, para solucionar
por vía diplomática los conflictos. “Y como hoy el bien común de todos los
pueblos plantea problemas que afectan a todas las naciones, y como semejantes
problemas solamente pueden afrontarlos una autoridad pública cuyo poder,
estructura y medios sean suficientemente amplios y cuyo radio de acción tenga
un alcance mundial, resulta, en consecuencia, que por imposición del mismo
orden moral, es preciso constituir una autoridad pública mundial.” (nº l37)
En conclusión, el fenómeno de la guerra no podrá ser superado,
mientras el hombre y los pueblos actúen con actitudes egoístas. “Pidamos,
pues, con insistentes súplicas al divino Redentor esta paz que El mismo nos
trajo. Que Él borre de los hombres cuanto pueda poner en peligro esta paz y
convierta a todos en testigos de la verdad, de la justicia y del amor
fraterno.” (nº l7l)
[1] Utilizaremos como fuente principal: Rodríguez de Yurre, Gregorio, “Actitud Cristiana ante la Guerra”; Instituto Social León XIII: “Comentarios a la Pacem in Terris; Madrid, BAC, 1963, pgs. 448/485. [2] “La Noción de Guerra Justa y la Recuperación de las Malvinas, Buenos Aires, Fundación Arché, s/f.
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