UNA VIA HACIA EL ABISMO
[N. de la R.: el uso sistemático de los métodos naturales (cuando no lo justifican motivos proporcionados al grave deber de fecundidad al que se sustraen), lejos de ser un "estilo de vida" o un "ejercicio de autodominio", es una vía muy peligrosa, una vía hacia el abismo. Y es lógico: "el que no quiere dominarse a sí mismo, tampoco lo podrá; y quien crea dominarse contando solamente con sus propias fuerzas, sin buscar sinceramente y con perserverancia la ayuda divina, se engañará miserablemente" (Pío XII, 29-10-1951, Discurso a las comadronas católicas sobre la moral en la vida matrimonial, n. 31). Pero ¿cómo buscar y obtener el auxilio divino cuando se está fuera de la voluntad de Dios? En tal caso el "estilo de vida" o el "ejercicio de autodominio" se convierten en presunción y, a la larga, en hipocresía que esconde una realidad muy triste. Lo saben bien los sacerdotes que acuden todavía al confesionario. En nuestra opinión, la mejor forma de ilustrar hasta dónde se puede llegar con el uso sistemático e injustificado de los métodos naturales, es la de Ivan Gorby en su Amour conjugal et fecondité, publicado por Nouvelles Editions Latines (uno de los mejores libros que hayamos podido leer sobre este tema). Por ello creemos que será útil ofrecer a los lectores de Sí Sí No No algunos de sus párrafos.] * * *
Puesto que los campeones de los "métodos naturales" han planteado el problema en un plano ascético, los hechos les responderán también en ese plano. ¿Qué supone una mayor ascesis: evitar determinadas relaciones físicas, o bien llevar un niño durante nueve meses, amamantarlo, vigilarlo y cuidarlo, temer por él y llorar por él, verse privado durante años de la propia libertad y del propio descanso? Aún así la comparación es demasiado teórica: en verdad, para dos esposos que han elegido tener familia numerosa la realidad es muy distinta. Para ellos la continencia se convierte en norma: los embarazos, las lactancias o las fatigas constituyen factores de abstención crónica bastante más serios que el miedo a tener un hijo.
Las alegrías profundas de una recíproca colaboración al servicio de seres frágiles y puros aportan un significado nuevo a su castidad, y el esposo, que duerme junto a una esposa cargada de trabajo y ennoblecida por su generosidad, experimenta por ella un santo respeto que difícilmente puede concebir el cómplice de una mujer que rechaza la maternidad como un oprobio.
Esa continencia que los maltusianos practican para huir de sus responsabilidades, la practican las parejas fecundas para asumirlas. Por ello, ¡qué grotesca resulta esa caricatura (presentada a veces a jóvenes ávidos de ideales) de dos desenfrenados esposos que multiplican los nacimientos por falta de moderación! La continencia que necesitan las parejas con familia numerosa no les plantea graves problemas, mientras que, al contrario, la continencia de las parejas atentas a evitar los nacimientos envenena su existencia cotidiana. Atraídos siempre el uno hacia el otro, y tanto más cuanto menos ocupados y cansados están (libres del cuidado de una familia numerosa), los dos esposos luchan continuamente entre el deseo y la razón, entre la "aventura" y la "prudencia". Sólo pueden salir de ese estado, perjudicial para su castidad y para su equilibrio, mediante dos caminos peligrosos por igual: la indiferencia mutua o los métodos anticonceptivos.
La indiferencia mutua es enervante. Tampoco se puede decir que sea más moral, porque arrebata a los esposos lo que en justicia se deben el uno al otro, y porque la separación física se convierte muy pronto en separación afectiva. Cada uno se dedica por su cuenta a ocupaciones que absorban su atención, pero... ¡cuidado con las tentaciones que se encuentran fuera del hogar! El cuerpo, neutralizado por la astucia y no por una virtud profunda, se desquitará en cualquier ocasión, y el amor, que no quiso someterse a la prueba positiva de un hijo, naufragará en la prueba negativa de la más baja traición.
A su vez, los métodos anticonceptivos impiden la relajación entre los esposos; estos métodos no facilitan la verdadera ternura ni la serenidad. Lo que permiten es un placer gratuito sin contrapartidas, sin responsabilidad, sin compromiso. Si la unidad de los esposos no se ha realizado ya gracias a un sacrificio anterior, existirá una unidad en la negación y en el miedo, más con el aire de una complicidad que con el de una unión. Puesto que los periodos en los cuales la mujer tiende más hacia su esposo son a menudo los periodos fecundos (lo que corresponde al plano de la naturaleza), los momentos de abstinencia serán también momentos de tensión, de particular resistencia, mientras que los periodos de infecundidad, considerados como una ocasión cazada al vuelo, exigirán el máximo de unión, obtenida a costa de la espontaneidad y de la delicadeza.
Debe señalarse que los maltusianos, para justificar su avaricia en la procreación, presentan la ternura entre los esposos como el fin primario del matrimonio, por lo cual también en esto se contradicen, pues de hecho el fruto que recogen no es sólo su disminución espiritual (consecuencia del egoísmo), sino también la disminución de la ternura y de la espontaneidad de su amor.
Creen entonces encontrar nuevos remedios en métodos refinados, gracias a los cuales podrán entregarse mutuamente en los periodos fecundos sin llegar hasta el acto procreador. Pero, aparte de que una práctica sistemática de estos métodos constituye un culto todavía más directo al placer gratuito, semejante uso del acto natural (si puede todavía denominarse así) tiene lugar en medio de dos riesgos: el de no disfrutar lo suficiente, y el de procrear. Y puesto que a fin de cuentas la carne no ha recibido su parte (el acto completo), los dos cómplices, que lo han arreglado todo para obtener el resultado más satisfactorio, se encuentran después de su unión más insatisfechos que nunca.
No queda entonces más que rechazar la moral misma. Cuando el placer es el primer motor, la ley se convierte antes o después en una carga pesada. Mientras permite trampas e interpretaciones a conveniencia, se le mantiene un respeto teórico; pero llega el día en que se hace demasiado fastidiosa. Entonces está claro que el compromiso es invivible: hay que elegir entre el pecado o la renuncia. Pero, ¡ay!, ya no se está habituado a la renuncia, como lo están quienes por sus hijos se imponen sacrificios y fatigas; por el contrario, el pecado ha ocupado un lugar resistente en la propia existencia. Después de algunas caídas, si no acepta ser redimida, acaba por instalarse en ella el pecado. Quedan entonces dos actitudes: o confesarse vencido, en la amargura y el disgusto de sí mismo y de los sacramentos, o negar el propio pecado acusando a los moralistas de ser ignorantes y torturar las conciencias.
Tanto la indiferencia recíproca como los métodos anticonceptivos (aunque sean naturales), si están ordenados al egoísmo, parten de una mentalidad pecaminosa y por ello no debe sorprender que conduzcan al pecado. Es evidente que ni en uno ni en otro caso es la continencia una virtud, ni la ascética es prudencia.
La experiencia familiar de quienes promueven el afecto conyugal en el marco del maltusianismo (afecto considerado como el primer valor del matrimonio) es sin duda muy tenue. Normalmente, el afecto entre los esposos se realiza en los hijos. A quienes, inquietos y tentados, torturan su conciencia, consultan los libros y asedian los confesionarios, les decimos: "¡tenga hijos, y todos estos problemas desaparecerán!". Tal vez habrá otros problemas, pero al menos no serán inútiles: serán los problemas de la vida. Y al menos no surgirán en la sombra de la culpa, sino en la luz del don de sí mismo.
Y aquí se pone de manifiesto cómo la castidad conyugal, la castidad religiosa y la castidad sacerdotal son una misma virtud, consistente en la donación total del cuerpo, hecho para servir y no para gozar o reposar. Y también se pone de manifiesto con total claridad que quien rechaza la cruz de los deberes del propio estado, querida por Dios, se crea una mucho más pesada y pone en peligro -¡Dios no lo quiera!- su propia salvación eterna.
Ivan Gorby
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