En la obra de Carmen Sanjuán se advierte enseguida su
juventud. Es una poesía fresca, clara, limpia; con
ese olor típico a pan recién sacado del horno.
Sin adornos superfluos y ausente de toda sofisticación,
es la obra de esta española que acaba de llegar a la
auténtica poesía; a la gran poesía.
La de los versos bien medidos y mejor paridos. Esa
poesía que duele al intentar sacarla de los adentros y
que cuando por fin la derramamos sobre el papel, nos
produce hondas satisfacciones. A ella como autora;
a los demás como lectores y admiradores de la
imperecedera
poesía.
Cuando se repasan con
reposo uno a uno todos sus versos, nos vamos adentrando
en unos relatos reales, tamizados por la visión de una
persona joven que sufre, goza, ama, siente y vive con
intensidad todas esas vivencias que con este delicado y
difícil arte, sabe desgranar a través de estas páginas
dedicadas a mostrar algo de su obra.
Carmen Sanjuán acaba de
llegar a la auténtica poesía y ya se advierte a través
de sus versos, que ella tiene en abundancia esa materia
prima para interpretar todas esas sensaciones que le
bullen en su cabeza. Es una mujer bien adaptada a
ejercer oficios artísticos porque quizá posee ese don
que no se adquiere: una buena dosis de sensibilidad.
Invitamos al lector que
llega hasta aquí, a que se adentre en la contemplación
de la obra poética que Carmen plasma con su cargamento
de ilusión juvenil; esa será la mejor demostración de lo
que de ella se dice.
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