En esta página encontrarás
las siguientes poesías:
ELEGÍA
I
No fue una reina de
las de España, fue la alegría de una majada.
Trece años
cumple para la Pascua la cabrerilla de Casablanca. Su pobre
madre sola la manda todas las tardes a la majada. Lleva
ropilla, lleva viandas y trae jugosa leche de cabras. Vuelve de
noche, porque es muy larga, porque es muy dura la caminada para un
asnillo que apenas anda.
¡Qué miedo lleva! Pero lo espanta con
el sonido de sus tonadas. Canta con miedo, de miedo canta. ¡Son tan
profundas las hondonadas y tan espesas todas las matas!... ¡Son tan
horribles las noches malas, cuando errabundas aullando vagan lobas
paridas por las cañadas con unos ojos como las brasas!... ¡Son tan
medrosas las noches claras cuando en los charcos cantan las
ranas, cuando los búhos ocultos graznan, cuando hacen sombra todas
las matas y se menean todas las ramas!...
Los viejos hombres de
la majada la quieren mucho porque es tan guapa, porque es tan
buena, porque es tan sabia. Pero a un despierto zagal de cabras, que
cumple trece para la Pascua, no sé con ella lo que le pasa, que
algunas veces, al contemplarla, se pone trémula su cara pálida y
entre sus párpados tiemblan dos lágrimas...
Nadie ha sabido que la
regala dijes y cruces de Alcaravaca de bien pulido cuerno de
cabra.
Cuando ella viene con la vianda ¡le da más gusto!... ¡Le
da más ansia, le da más pena, cuando se marcha!... ¡Como que toda la
noche pasa llorando quedo sobre la manta sin que lo sepan en la
majada!
II
¡Ay pobre madre, cómo
gritaba, despavorida, desmelenada! ¡Ay los cabreros cómo
lloraban, apostrofando, ciegos de rabia! ¡Cómo corrían y
golpeaban con los cayados peñas y matas! ¡Y eran muy pocas todas las
lágrimas que de los ojos se derramaban! ¡Y eran pequeñas todas las
ansias y las torturas de las entrañas! ¿Quién nunca ha
visto desdicha tanta? ¡La cabrerilla de Casablanca por fieros
lobos, ¡ay!, devorada! Sangre en las peñas, sangre en las matas, ¡la
virgencita, desbaratada! ¡Toda en pedazos sobre la grava: los
huesecitos que blanqueaban, la cabellera presa en las matas, rota en
mechones y ensangrentada!... ¡Los zapatitos, las pobres sayas todas
revueltas y desgarradas!...
Loca la madre, qué miedo daba de ver
los rayos de sus miradas, de oír los timbres de sus palabras, y el
cabrerillo de la majada mudo y atónito tremiendo estaba con los
ojazos llenos de lágrimas, despavorido como zorzala de un
aguilucho presa en las garras. ¿Cómo los árboles no se
desgajan? ¿Cómo las peñas no se quebrantan, y no se enturbian las
fuentes claras y no ennegrecen las noches blancas? Ya vienen
hombres con unas andas, con unos paños, con una sábana; los
despojitos en ella guardan y se los llevan a Casablanca.
Y al
cabrerillo nadie lo llama, pero él camina tras de las andas mirando
a todos con la mirada de herido pájaro que en torno vaga de los
verdugos que le arrebatan el dulce nido donde habitaba. ¡Ay
virgencita de Casablanca! ¡Ay cabrerillo de la
majada!
III
Su padre silba, su padre
llama, porque el muchacho deja las cabras junto a las
siembras abandonadas y en los jarales oculto pasa tardes
enteras, largas mañanas... ¿Qué es lo que hace? ¿Por qué se
guarda? Pues es que a solas las horas pasa, pule que pule, taja que
taja, llora que llora, ciego de lágrimas..., que dos veneras finas
prepara de bien pulido cuerno de cabra, porque una noche quiere
llevarlas al campo santo de
Casablanca...
LOS PASTORES DE MI ABUELO
I
He dormido en la majada sobre un lecho de lentiscos embriagado por
el vaho de los húmedos apriscos y arrullado por murmullos de mansísimo
rumiar. He comido pan sabroso con entrañas de carnero que guisaron los
pastores en blanquísimo caldero suspendido de las llares sobre el fuego del
hogar.
Y al arrullo soñoliento de monótonos hervores, he charlado
largamente con los rústicos pastores y he buscado en sus sentires algo bello
que decir... ¡Ya se han ido, ya se han ido! ¡Ya no encuentro en la
comarca los pastores de mi abuelo, que era un viejo patriarca con pastores
y vaqueros que rimaban el vivir!
Se acabaron para siempre los selváticos
juglares que alegraban las majadas con historias y cantares y romances
peregrinos de muchísimo sabor. Para siempre se acabaron los ingenuos
narradores de las trágicas leyendas de fantásticos amores y contiendas
fabulosas de los hombres del honor.
¡Ya se han ido, ya se han ido! Los
que habitan sus majadas, ya no riman, ya no cantan villancicos y tonadas y
fantásticas leyendas que encantaban mi niñez. Han perdido los vigores y las
vírgenes frescuras de los cuerpos y las almas que bebieron aguas puras de
veneros naturales de exquisita limpidez.
¡Ya no riman, ya no cantan! Ya
no piden al viajero que les cuente la leyenda del gentil aventurero, la
princesa encarcelada y el enano encantador. Ya no piden aquel cuento de la
azada y el tesoro, ni la historia fabulosa de la guerra con el moro, ni el
romance tierno y bello de la Virgen y el pastor.
¡He dormido en la
majada! Blasfemaban los pastores maldiciendo la fortuna de los amos y
señores que habitaban los palacios de la mágica ciudad; y gruñían
rencorosos como perros amarrados venteando los placeres y blandiendo los
cayados que heredaron de otros hombres como cetros de la
paz.
II
Yo quisiera
que tomaran a mis chozas y casetas las estirpes patriarcales de selváticos
poetas, tañedores montesinos de la gaita y el rabel, que mis campos
empapaban en la intensa melodía de una música primera que en los senos se
fundía de silencios transparentes, más sabrosos que la miel.
Una
música tan virgen como el aura de mis montes, tan serena como el cielo de sus
amplios horizontes, tan ingenua como el alma del artista montaraz, tan
sonora como el viento de las tardes abrileñas, tan süave como el paso de las
aguas ribereñas, tan tranquila como el curso de las horas de la
paz.
Una música fundida con balidos de corderos, con arrullos de
palomas y mugidos de terneros, con chasquidos de la onda del vaquero
silbador, con rodar de regatillos entre peñas y zarzales, con zumbidos de
cencerros y cantares de zagales, ¡de precoces zagalillos que barruntan ya el
amor!
Una música que dice cómo suenan en los chozos las sentencias de
los viejos y las risas de los mozos, y el silencio de las noches en la
inmensa soledad, y el hervir de los calderos en las lumbres pavorosas, y
el llover de los abismos en las noches tenebrosas, y el ladrar de los
mastines en la densa oscuridad.
Yo quisiera que la musa de la gente
campesina no durmiese en las entrañas de la vieja hueca encina donde,
herida por los tiempos, hosca y brava se encerró. Yo quisiera que las puntas
de sus alas vigorosas nuevamente restallaran en las frentes tenebrosas de
esta raza cuya sangre la codicia envenenó.
Yo quisiera que encubriesen
las zamarras de pellejo pechos fuertes con ingenuos corazones de oro
viejo penetrados de la calma de la vida montaraz. Yo quisiera que en el
culto de los montes abrevados, sacerdotes de los montes, ostentaran sus
cayados como símbolos de un culto, como cetros de la paz.
Yo quisiera
que vagase por los rústicos asilos, no la casta fabulosa de fantásticos
Batilos que jamás en las majadas de mis montes habitó, sino aquella casta
de hombres vigorosos y severos, más leales que mastines, más sencillos que
corderos, más esquivos que lobatos, ¡más poetas, ¡ay!, que yo!
¡Más
poetas! Los que miran silenciosos hacia Oriente y saludan a la aurora con la
estrofa balbuciente que derraman, sin saberlo, de la gaita pastoril, son
los hijos naturales de la musa campesina que les dicta mansamente la tonada
matutina con que sienten las auroras del sereno mes de abril.
¡Más
poetas, más poetas! Los artistas inconscientes que se sientan por las tardes
en las peñas eminentes y modulan sin quererlo, melancólico cantar, son las
almas empapadas en la rica poesía melancólica y süave que destila la
agonía dolorida y perezosa de la luz crepuscular.
¡Más poetas, más
poetas! Los que riman sus sentires cuando dentro de las almas cristalizan en
decires que en los senos de los campos se derraman sin querer, son los
hijos elegidos que desnudos amamanta la pujanza brava musa que al oído solo
canta las sinceras efusiones del dolor y del placer.
¡Más poetas! Los
que viven la feliz monotonía sin frenéticos espasmos de placer y de
alegría de los cuales las enfermas pobres almas van en pos, han saltado,
sin saberlo, sobre todas las alturas y serenos van cantando por las plácidas
llanuras de la vida humilde y fuerte que cantando va hacia Dios.
¡Que
reviva, que rebulla por mis chozos y casetas la castiza vieja raza de
selváticos poetas que la vida buena vieron y rimaron el vivir! ¡Que
repueblen las campiñas de la clásica comarca los pastores y vaqueros de mi
abuelo el patriarca que con ellos tuvo un día la fortuna de
morir!
|
LA ESPIGADORA
¿Vas a espigar, Isabel? ¡Cuánto
siento, criatura, que bese el sol esa piel que tiene jugo y frescura de
pétalos de clavel!
Sé que espigar necesitas, porque, aunque al sol te
marchitas, no es bueno que huelgue y duerma quien tiene cuatro
hermanitas y tiene a su madre enferma.
Mas díganme humanos ojos si
te hizo Naturaleza para que en estos rastrojos, hieran tus pies los
abrojos y abrase el sol tu cabeza.
Entre pintados cristales de
alcázares ideales hay cien reinas poderosas... ¡Para la más bellas
cosas no tiene el mundo fanales!
Isabel: no puedo amar; no puedo
abrirte la puerta de mi pecho y de mi hogar, porque a otra Isabel, ya
muerta, se los juré consagrar.
Y eres tan bella, Isabel, que tengo
duda cruel de si serás sombra bella de aquella eclipsada estrella que
viene a ver si soy fiel.
Lo digo por tus miradas, que parecen
oleadas del piélago de la gloria y no pobres llamaradas de bella mortal
escoria;
lo digo porque me suena tu voz a salmo cristiano: lo digo
porque eres buena, porque eres casta y serena como noche de
verano.
¡Isabel: no puedo amar! Dios sabe que si pudiera partir
contigo mi hogar ahora mismo te dijera: -No vayas, niña, a
espigar,
que cerca de ese desierto tengo una casa y un huerto que
entolda un viejo parral donde estarás a cubierto del beso de mi
rival,
y si espigar necesitas..., ¡descanse mi reina y duerma!, que
está en mis trojes benditas el pan de tus hermanitas y el pan de tu madre
enferma.
Mas ni estas puras y sanas consolaciones cristianas puedo
pedir al amor..., ¡dijeran lenguas villanas que andaba en ello tu
honor!
Vete a espigar, moza mía, que si el mundo fuese
honrado, como tu honor merecía, contigo a espigar iría quien sabe lo
que es sagrado;
contigo se fuera, hermosa, por el desierto
ardoroso, quien tiene por cierta cosa que nadie mancha una rosa si no
es un reptil baboso.
En el rincón de ese ardiente desierto que el sol
calcina tengo yo un prado riente con una pomposa encina y una purísima
fuente;
y bajo el palio frondoso que apaga el fuego del cielo, yo
te dejara gozoso oyendo el decir copioso del agua del regatuelo,
y
yo, afrontando fatigas bajo ese cielo que arde, diera envidia a las
hormigas para llevarte a la tarde rubias manadas de espigas.
¡No
puedo, sol de mis ojos! Tendrás que ir sola, Isabel, para que en esos
rastrojos hieran tus pies los abrojos y el sol mancille tu
piel.
Tendré que verte a la vuelta, cuando a tu pobre hogar
vayas, la trenza del jubón suelta, rotas las pulidas sayas, la
cabellera revuelta,
con polvo y sudor pegado sobre las sienes el
pelo y hundido el seno abultado, y el alto dorso encorvado, y el casto
mirar al suelo.
Y fuerza será que vea cómo el sol de los
rastrojos tu piel de rosa broncea y cómo escalda y orea tus húmedos
labios rojos.
Mas vete sola, Isabel, que, aunque me cause dolor que
el sol mancille tu piel, es más injusto y crüel que el mundo empañe tu
honor.
Mejor que un decir artero mil veces llorar prefiero bellezas
que el sol se lleve... ¡Virgen de bronce te quiero mejor que Venus de
nieve!
LA ROMERÍA DEL
AMOR
I
Declinaba la tarde
lentamente. El sol enrojecido transponía las cumbres solitarias del
Poniente tras un radiante y bochornoso día del sol sin nubes y de siesta
ardiente.
A medida que el astro moribundo sola dejaba la extensión del
mundo, la tierra, adormecida de la pereza en el sopor
profundo, resucitaba espléndida a la vida; y cual mujer hermosa que de
los sueños de enervante siesta despierta triste, de vivir ansiosa, y se
dispone a la nocturna fiesta; así Naturaleza despertando del hondo sueño
incubador del día empezaba a moverse, preludiando la inmensa rumorosa
sinfonía de una noche serena de brisas mansas y de luna llena.
La
tarde se moría, y a medida que el fuego se apagaba del sol fecundador, que
ya se hundía, el monte melodioso se animaba, la vega se reía, se
cargaban los aires de rumores, y temblaban las hojas de alegría, y en la
atmósfera azul, rica en fulgores, la luz crepuscular se derretía... ¡Solo
la de la tarde hay en el mundo que se pueda llamar bella agonía!
El
campo abrió sus pomas, y en las alas del céfiro movido, subieron y bajaron
de las lomas y entraron por las puertas del sentido riquísimos
aromas de ya agostada manzanilla enana, rosillas de gavanzos, toronjil,
hierbabuena y mejorana, madreselva, poleos y mastranzos...
Innominada
pajarita albina entonó su cantata vespertina posada en los pimpollos del
saúco, arrulló la paloma montesina, chilló el abejaruco clavado en la
verruga de la encina, la atmósfera caliente saturaron de frescas humedades
las riberas, las mieses ondearon, gimieron las choperas... y todo el
gran paisaje teñido del misterio de la hora, moviendo el verde mar de su
follaje, inició la canción susurradora que canta por las tardes su
oleaje.
Las sombras del crepúsculo amoroso, velos de muerte de la
tarde quieta, cayeron sobre el valle misterioso, cayeron sobre el alma del
poeta...
Y del dulce, del grato seno profundo de la oscura
fronda de fresnos y mimbrales del regato, romántica, alta y
honda, purísima y vibrante, bizarra, magistral, insinuante, más cargada
que nunca de dulzura, más henchida que nunca de armonía, más llena de
frescura, más rica en poesía, más intensa y sonora, más que nunca
feliz, más habladora, surgió la incomparable, surgió la
peregrina primorosa canción inimitable que brota de la lengua
cristalina del pájaro cantor de los cantores, cuando sabe que escucha sus
primores en la rama vecina una enferma de fiebre incubadora que
extática reposa sobre el nido donde el hondo misterio se elabora... ¡Sólo
estando en amores saben cantar así los
ruiseñores!
II
El riente lucero
vespertino, y el hijo del crepúsculo y del día, ya en el cielo
lucía circundado de un nimbo diamantino.
Delante de la ermita un valle
había, y en él alegremente bailaba todavía gran multitud de campesina
gente. ¡Sones de tamboril, toques sentidos de la gaita dulcísima
caídos, alegre repicar de castañuelas!... ¡Qué bien debéis sonar en los
oídos de todas las mozuelas!
Tocó a su fin la alegre romería; y
tomando caminos y senderos, se dispersó con loca algarabía la feliz
multitud de los romeros.
Mansa luna redonda, surgiendo del perfil del
horizonte, tiñó de blanco la movida fronda, y una dulzura honda se
derramó por la extensión del monte.
La alegre juventud, con sus
cantares, llenó los encinares, y en amantes parejas separados caminaban
por valles y cañadas, ellos enamorados y ellas
enamoradas...
¡Dichosos ellos y dichosas ellas que unirse saben y
decirse amores debajo de una bóveda de estrellas y encima de una sábana de
flores!
Solo el pobre poeta, el visionario, el hongo de los valles de
la aldea, por los cuales pasea un dolor siempre igual y siempre
vario, no tiene un alma amiga, un alma de mujer hermosa y pura que por
él sienta amor y se lo diga con la voz empañada de ternura.
La luz de
plata de la luna llena, tibia, elegíaca, mística y serena, llenaba el
mundo de apacible calma: la sangre hervía, se quejaba el alma, y el pobre
rimador lloró de pena.
¿De qué le servirán al visionario los sueños de
la loca fantasía si al tomar de la alegre romería nadie más que él camina
solitario, mendigo de amor y la alegría?
¿Qué le vale la musa
soñadora que le inspira sutiles creaciones? ¿Qué le vale la cítara
sonora, si sus vagas románticas canciones son errabundas melodías
muertas cuyo ritmo ideal, desvanecido, no llega enamorado ante las
puertas de amante corazón y amante oído?
¡Qué artificio tan ruin le
parecían sus doradas cantatas amorosas, muertas flores pomposas con
senos de papel que no tenían polen fecundador ni olor de rosas!
¡Qué
falsas vio pasar, qué mentirosas sus legiones de vírgenes sutiles, sus
engendros de gasas y vapores, dislocadas bellezas femeninas que brindaban
estériles amores!
¡Cuán pobre poesía, cuán helada, cuán pálida y
vacía aquella que brotaba del cerebro genial que la creaba y en
estrofas de mármol la vertía!
¡Oh!, por eso al romántico
ingenioso, aéreo soñador artificioso de otro vivir enamorado ahora, le
invadió la nostalgia tentadora del amor fructuoso, nutrimiento del alma
soñadora, savia pujante del vivir brioso, el amor que en el monte se
reía y en la ermita rezaba agradecido, y en el valle bailaba de
alegría, y al fuego del placer enardecido, en ansias de vivir se
derretía...; un amor fuerte y sano, tan fecundo en promesas, tan
humano como el que en alas de esperanza ciega iba cantando por aquel
camino la canción de la vida que se entrega en los brazos fecundos del
destino.
Si aquel amor su espíritu tocara, sus entrañas de hombre
sacudiera y su mente de artista caldeara, ¡qué rica, qué sincera, qué
llena de vigor su poesía! ¡La helada realidad qué poco fría! ¡Qué sabrosa
y feliz la vida fuera! La música briosa sonaría de sus nuevas
canciones a murmullos de plática vehemente, y a fogoso latir de
corazones, y a rítmico alentar de pecho ardiente...
-¡Más, más! ¡Más
todavía! -gimió el poeta con doliente brío-: ¡Seré de una mujer, será ella
mía y aun no seré feliz!... ¡Mas, más, Dios
mío!
III
¡El poeta era yo! Sentíme
fuerte, llena mi carne se sintió de vida, lleno de fe mi corazón
inerte, llena de luz mi mente oscurecida... ¡Me alcé en la tumba y sacudí
la muerte!
Y tomando a la ermita abandonada, ya envuelta en la
callada, tranquila y santa soledad serena de la noche ideal de luna
llena, ante sus muros me postré de hinojos, al alto ventanal
iluminado alcé mi corazón, alcé mis ojos y del fondo del pecho
enamorado me salió esta oración. «¡Virgen bendita!, no volveré a tu
ermita a rendirte misérrimos cantares, a poner con los hielos de la
mente, ofrendas de artificio en tus altares, coronas de oropel sobre tu
frente. ¡Volveré cuando traiga de la mano, para rendirlo ante tus pies de
hinojos, un angelino humano que tenga azules, como tú, los
ojos!...»
EL CRISTU
BENDITU
I
¿Ondi jueron los tiempos aquellos, que
pue que no güelvan, cuando
yo
juí persona
leía que
jizu comedias y aleluyas
tamién y
cantaris
pa
cantalos en una vigüela? ¿Ondi jueron aquellas
cosinas que llamaba
ilusionis y eran
a'specie de
airinos que
atontá me tenían la
mollera? ¿Ondi jueron de aquellos sentires las
delicaezas que me
jizun
llorar como un
neni, de
gustu y de pena? ¿Ondi jueron aquellos
pensaris que
jacían dolel la cabeza de puro lo
jondus
y
enreäos que
eran?
Ajuyó tuito aquello
pa siempre, y ya no me
quea más remedio que
dilme
jaciendo a esta vía nueva. ¡Ya no
güelvin los tiempos de
altoncis, ya no tengo
ilusionis de aquellas, ni
jago aleluyas, ni
jago
comedias, ni
jago cantaris
pa cantalos en una
vigüela!...
II
Pensando estas
cosas, que me daban
ajogos de pena, una vez andaba por los
olivaris que
la ermita del
Cristu roëan. Triste y
aginao, de la ermita me
juí pa la
vera; solitaria y abierta la
vide y
entrémi por ella. Con el alma
llenita de
jielis, con el pecho
jechito una breva y la cara
jaciendo
pucheros lo
mesmito que un niño de teta,
juíme ampié del
Cristu, me
jinqué en la tierra. y
jaciendo la
crus, recé un
Creo
pa que Dios
quisiera
jacelme la
vía una
miaja tan solo más
güena. ¡Qué
güeno es el
Cristu de la ermita aquella! Yo le
ije,
dispués de
rezali:
-¡Santu
Cristu, que yo tengo pena, que yo vivo
tristi sin
sabel de qué tengo
tristeza y me
ajogo con estos
ansionis y este
jormiguillo que me
jormiguea! ¡Santu Cristu querío del alma! Tú
pasastis las
jelis más
negras que ha podido
pasal un
nacío
pa que tos los malos
güenos se
golvieran; pero yo sigo siendo
maleto y a Ti te lo digo lleno de
velgüenza
pa que me
perdonis y me
jagas entral en
verea. ¡Tú, que estás
en la
Crus clavaíto
pol sel yo
maleto, quítame esta pena que
aentru del
pecho me escarabajea!... ¡Jalo asina, que yo te prometo
jacelmi bien
güeno
pa que Tú me quieras!
III
¡Qué
güeno es el
Cristu de la ermita aquella!
Pa jacel más
alegri mi
vía, ni
dineros me dio ni
jacienda,
polque
ice la
genti que
sabi que la dicha no
está en la riqueza. Ni me
jizu marqués, ni
menistro, ni
alcaldi
siquiera,
pa podel dil a misa el primero con la
ensinia los días de
fiesta y
sentalmi a la vera del cura
jaciendu
fachenda. ¡Pa esas cosas
que son de fanfarria no da nada el
Cristu de la ermita aquella! Pero aquel
que
jaciendo pucheros se
jinquí en la tierra, y,
dispués de
rezali, le
iga las
jielis que tenga, que se
vaiga tranquilo
pa casa, que ha de
dali el
Cristu lo que le convenga. A mí me dio un hijo que
päeci de rosa y
de cera, como dos
angelinos que adornan el retablo
mayol de la
inglesia. Un
jabichuelino con la cara como una azucena, una miaja teñía
de rosa
pa que
entávia más guapo
paeza. A mí me
entonteci cuando alguna
risina me
jecha con aquella
boquina sin
dientis,
rëondina y fresca, que
paeci el
cuenquín de una rosa que se
jabri sola
pa si se la besa. ¡Juy,
qué boca tan guapa y tan rica! ¡Paeci
de una tenca! A
vecis su
madri en
cuerinos del
to me lo
quea, se
poni un
pañali
tendío en las sayas y allí
me lo jecha ¡Paecí un angelino de los de la
inglesia! Yo quería que
asín, en coretis, siempre lo tuviera: y cuando su madri
vüelvi a
jatealo, le igo con pena:
-Éjalo que
bregui, éjalo que puéa raneal
con las piernas al airi pa que críe juerza. ¡Éjalo que se
esponji un
ratino, que tiempo le quea pa enliarsi con esos pañalis que me lo
revientan! ¡Éjamelo un rato pa que yo lo tenga y le
jaga cosinas
bonitas pa que se me ría mientris que pernea! ¡Que
goci, que goci to lo
que asín quiera; que pa jielis, ajogos y aginos mucho tiempo
quea! ¡Éjamelo pronto pa zarandealo! Éjame el mi
mozu pa que yo lo
meza, pa que yo le canti, pa que yo lo duerma al son de las
guapas tonás de mi tierra, continas y dulcis que
päecin zumbíos de
abeja, ruíos de regato, airi de alamea, sonsoneti del trillo en las
miesis, rezumbal de mosconis que vuelan u cantal dormilón de
chicharra que entonteci de gusto en la siesta... ¡Miale cómo
bulli, miale cómo brega, miale cómo sabi
óndi está la teta! Si
conocis que tieni jambrina dali una gotera pa que
prontu se jaga
tallúo y amarri los chotos a puro de juerza. ¡Miali qué
prontino jizu
ya la presa! Miali cómo traga; mia qué cachetinos
mientris mama en el
pecho te pega! ¡Mia que arrempujonis da con la carina
pa que salga la
lechi con priesa! ¡Asín jacin también los
chotinos pa que baji el galro
seguío y con juerza! Ya se va jartando ¡Mia cómo se ríe,
miale cómo
enrea! Jasta el guarguerino la lechi le llega, porque va poniendo cara
de jartura y el piquino del pecho ya eja. Quitalo en seguía
pa que no se
empachi y trai que lo tenga... ¡Clavelino querío del
güerto!, ven que
yo te quiera, ven que yo te canti, ven que yo te duerma, al son de las
guapas tonás de mi tierra, pa que pueas cantalas de mozo cuando sepas
tocal la vigüela. ¡Venga el mi mocino, venga la mi prenda! Ven que yo
te besi con delicäeza, ondi menos te piquin las barbas
pa que no te
ajuyas cuando yo te quiera, ni te llorin los ojos, ni arruguis esa cara
más fina que sea, ni te trinquis p'atrás enojao si tu
padri en la boca te
besa...
IV
Mujer, ¡mia qué
lindu cuando ya está dormío se quea! ¿Tú no
sabis por qué se sonríe? Es
porque se sueña que anda de retozus con los angelinos en la gloria
mesma...
¡Qué guapo es mi
neni! ¡Ya no tengo pena! ¡Qué
güeno es
el Cristu de la ermita aquella!
VARÓN
¡Me
jiedin los
hombris que son medio
jembras! Cien
vecis te
ije que no se lo dieras, que al
chinquín lo
jacían marica las
gentis aquellas. Ahora ya lo
vide, y a mí no me
mandis más
vecis que
güelva. Te largas tú a velo, que
pue que no
creas que tu cuerpo ha parío aquel mozu, ni que lo cebasti con tu
lechi
mesma, ni que tieni metía en la entraña
sangri de mis venas.
N'amás de
mimarros y
delicaezas que ha
queao lo
mesmo que un
jilo
paliúcho y sin
chispa de juerza. Ca instanti se lava, ca instanti se peina,
ca
instanti se múa toa la vestimenta, y se encrespa los pelos con
jierros que se lo retuestan, y en los
dientis se da con boticas de unos
cacharrinos que
tieni en la mesa, y remoja el moquero con
pringuis
n'amás
pa que güela ¡Jiedi a señorita dendi media lengua! Se levanta a las
nuevi corrías y a las
doci lo
mesmo se acuesta. ¡Va a
ponersi pochu si
acotina de aquella manera! ¡Güeno está
pa mandalo a bellotas,
pa ayualmi a
escuajal en la
jesa,
pa jacel un
carguju de
tarmas y
traelo a
cuestas, u pa estalsi cavando canchalis dende que amaneci jasta que
escurezca! Los muchachos de acá me
esconfío que
mos lo apedrean
cuantis
venga jaciendo pinturas u jablando de aquella manera: y verás cómo el
mozu
no tieni ni agallas ni juerza pa el primero que quiera
molarsi
rompeli
la jeta. Ya no dici padri, ni madri, ni agüela. «Mi papá, mi mamá, mi
abuelita...» así chalrotea, como si el mocoso juesi un
señoruco de los
de nacencia. Ni mienta del pueblo, ni jaci otro oficio que
dil a una
escuela y palral de bobás que allí aprendí, que
pa na le
sirvin cuantis
que se venga. Pa sabel sus saberis le ije: «Sácame la cuenta del
aceiti
que hogaño mos toca del lagal po la parti que es nuestra. Se
maquilan
sesenta cuartillos p'acá parti entera, y nosotros tenemos, ya
sabis, una media tercia que tu madre heredó de una quinta que tenía tu
agüela Teresa.» ¡Ya ves tú que se
jaci en un verbo! Sesenta la
entera, doci pa la quinta, cuatru pa la tercia, quita dos
pa una media,
y resultan dos pa la otra media. Pues el mozu empringó tres
papelis de
rayas y letras, y pa ensenrearsi de aquella maeja, ijo que el
aceiti
que a mí me tocaba era «pi menus erre», ¿te enteras? ¡Pus pues
dil
jacindu las sopas con ella! ¿Y esos son saberis? ¡Esas son
fachendas! No le quise mental del guarrapo ni icile siquiera que
hogañazo vendimus el
churru
pa comprar un
cachuju de tierra. ¡Allí no se
jabla de esas cosas ni en ellas se piensa!
N'amás que se
jaci comel
confituras, melcal vestimentas, dirse a los cafesis,
dirse a las
comedias y palral de bobás que no valin ni siquiá una perra ¡Jolgacián
como el nuestro muchacho no va a haberlo, si aquí no se enmienda! Yo no lo
distingo de otros señorinos que con él se ajuntan y
jolgacianean. ¡Son
como maricas! ¡Juy, qué vestimentas! Ves una persona por detrás, en la
calle, tan tiesa y endi lejus no sabis de cierto si es macho u es
jembra.
Güelin a lo
mesmu como las ovejas, y
p'aquí no es
asín, que
ca
cosa güeli a su manera: güeli a macho la carni de hombre, y la
carni de
jembra da a
jembra. Hay que
dil a buscar al muchacho
cuantis que se
puea, y le
dicis a aquellos
señoris que
esu no quita
pa que se
agraeza, pero que a su
padri le
jaci ya falta; y
asín se la
enreas. No
lo quió jolgacián, aunque muchos saberis trujiera. Y no es
esu solu lo que
a mí me enrita, que otras cosas me jacin más mella... Hay que
dil a
buscalo
ca y cuando: que venga, que venga; porque, mira: ¡me jiedin los
hombres que son medio jembras!...
EL EMBARGO
Señol jues,
pasi usté más
alanti y que
entrin
tos esos. No le dé a usté ansia no le dé a
usté mieo... Si venís
antiayel a
afligila
sos tumbo a la puerta. ¡Pero ya
s'ha muerto!
Embargal,
embargal los avíos, que aquí no hay dinero: lo he
gastao en
comías pa
ella y en boticas que no le sirvieron; y eso que me quea, porque no me
dio tiempo a vendello, ya me está sobrando, ya me está
jediendo.
Embargal esi sacho de pico, y esas
jocis clavás en el
techo, y esa segureja y ese cacho e liendro... ¡Jerramientas, que no
quedi una! ¿Ya
pa qué las quiero? Si
tuviá que
ganalo pa
ella, ¡cualisquiá me quitaba a mí eso! Pero ya no
quio vel esi
sacho, ni esas jocis clavás en el techo, ni esa segureja ni ese cacho e
liendro... ¡Pero a vel, señol jues: cuidaíto si alguno de esos es
osao
de tocali a esa cama ondi ella s'ha muerto: la camita
ondi yo la he
querío cuando
dambos estábamos
güenos; la camita
ondi yo la he
cuidiau, la camita
ondi estuvo su cuerpo cuatro
mesis vivo y una noche
muerto!... Señol jues: que nenguno sea osao de
tocali a esa cama ni un
pelo, porque aquí lo jinco delanti usté mesmo.
Lleváisoslo
todu, todu, menus eso, que esas mantas tienin
suol de su
cuerpo... ¡y me güelin, me güelin a ella ca ves que las
güelo!...
|
PLÉTORA
Yo no sé qué
tieni, qué
tieni esta
tierra de la Extremaúra, que cuantis que llegan estos
emprencipios de la primavera se me
poni la sangre encendía que cuasi me
quema, se me jincha la caja del pecho, se me jaci más
grandi la
juerza, se me
poni la frente
möorra. y
barruntu que
asina me entra como
un jormiguillo que me jormiguea... ¡Y luego unas ansias que me
ajogan
de juerti que aprietan con arrempujonis de lloral sin
querel, que me
quean que cuasi reviento sin
poel revental de la pena!... ¡Me dan unas
ganas de metermi con cosas de juerza!... ¡Asín jundo el
corti de la
segureja, que lo mesmo ha caíu esta encina que si juesi de pura
manteca! Yo no sé qué será lo que adentro me escarabajea
cuantis llega
esti tiempo tan
güeno de la primavera...
Digu yo que serán estos
vahus que
jecha la tierra, que
güelin a ricos y
paice que,
asín que se
cuelan, como que arrempujan de adentro pa juera, y levantan el pecho
p'arriba, y
entontecin de
gustu que
quean... ¡Juy, cómu me
sabin!... ¡Juy, Dios, y qué
juerza! Si viniese ahora
mesmo aquí Gorio y
quisiesi luchal una
güelta... ¡Juy, Dios, qué Goriazo le
jacía pintal en
la tierra! Me gusta esti tiempo de la primavera; pero, ¡congrio!, me da
mucha rabia no tenel una cosa que puea sacalmi del cuelpo el
comuelgo
n'a más de la juerza.
A PLASENCIA
Toda ciudad es dichosa si tiene historia
gloriosa, bellos campos, cielo hermoso, vida honrada y laboriosa, puro
instinto religioso. Sabios hombres que admirar, joyas de arte que
lucir, bellas mujeres que amar, patriotismo que sentir y caridad que
imitar. ¡Vieja ciudad de los Fueros! Tu historia cuenta legiones de
gentiles caballeros, sapientísimos varones y denodados guerreros. Tus
bellos alrededores sembró la Naturaleza de cuadros
multicolores, contrastes encantadores que hacen mejor tu belleza. Y
eriales tienes baldíos, y olivares pintorescos, y peñascales bravíos y
edénicos huertos frescos, y precipicios sombríos, y una vega amena y
grata que riega amoroso el Jerte, cuya corriente de plata parece que se
dilata por si en ella quieres verte. Y son en tan bella tierra tan
hermosos cielo y suelo, que tu horizonte se cierra con un pedazo de
sierra que es un pedazo de cielo. Plasencia: para expresarte lo
deliciosa que eres, bastaba con recordarte tus bellísimas mujeres, tus
maravillas del arte. Plasencia: tu historia honrosa me ha dicho que eres
gloriosa, y mis ojos al mirarte me dicen que eres hermosa, que eres
digna de cantarte. Mas yo no sé si hoy tu vida es la vida
indiferente de todo pueblo suicida, o es vida sana y potente de ricas
savias henchida. Vida pujante y briosa, con cultura vigorosa y
actividades geniales ¡La vida brava y nerviosa de un pueblo con
ideales! No sé si tú los tendrás, pero supongo que sí, pues no tan loca
serás, que ignores adónde vas o mueras dentro de ti. Pueblo que duerme
es suicida, y yo no puedo creer que estés pasando la vida lánguidamente
dormida sobre tus glorias de ayer. ¡Sueño loco, sueño vano, del amor
con que te mira un rimador castellano, que de su bárbara lira te hace
oír el canto llano! Pueblo que tiene tu historia debe estar siempre
despierto, y fresco está en la memoria el recuerdo de una gloria que
dice que tú no has muerto. Un día..., ¡qué infausto días!..., la pobre
Patria venía llorando horribles traiciones, con la bandera en jirones y
el honor en la agonía. Loca, inerme, macilenta, llorando a gritos la
afrenta que le hizo la iniquidad, llegó a tus puertas
hambrienta, llamando a la caridad. Y un grupo de caballeros, heraldos
de la hidalguía de la ciudad de los Fueros, oyó los sollozos fieros con
que la Patria gemía. Y al frente de mucha gente de esa que trabaja y
calla, de esa a quien llama canalla la casta más decadente que en las
historias se halla, salió a tus puertas gritando:
-¡Ábranse pronto esas
puertas, que está la Patria llamando, y siempre han estado
abiertas para el que viene llorando! Y abrió el amor en seguida tus
puertas, noble ciudad, y entró la Patria afligida, que en brazos se echó
rendida de tu hermosa Caridad. ¡Vieja ciudad de los fueros! Sin alardes
pregoneros, han dicho bien lo que eres tus patriotas caballeros, tus
compasivas mujeres. ¡Plasencia! La lira oscura de un rimador sin
grandeza no intentará la locura de ensalzar tanta nobleza, de cantar
tanta hermosura. Objeto tan sobrehumano como el de tus maravillas, es
de un Himno soberano; no de las ruines coplillas de un rimador
castellano. ¡Funde un genio de la Historia que eternice tu memoria y
haga tu gloria completa! ¡Engendra el hijo poëta que sepa cantar tu
gloria! ¡Plasencia: bien has ganado tu derecho de vivir! Tienes
glorioso pasado, tienes un presente honrado: ¡Dios te dé buen
porvenir!
| |
Si te ha gustado esta selección de poesías de José Mª Gabriel y Galán
pero te han sabido a poco, en estos enlaces encontrarás una, dos, y tres páginas más de sus
poesías. |