EL VERSO
CON RIMA Y MEDIDA

 

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   IV   

 
    En esta página encontrarás las siguientes poesías:

 


    ELEGÍA

              I

No fue una reina
de las de España,
fue la alegría
de una majada.

Trece años cumple
para la Pascua
la cabrerilla
de Casablanca.
Su pobre madre
sola la manda
todas las tardes
a la majada.
Lleva ropilla,
lleva viandas
y trae jugosa
leche de cabras.
Vuelve de noche,
porque es muy larga,
porque es muy dura
la caminada
para un asnillo
que apenas anda.

¡Qué miedo lleva!
Pero lo espanta
con el sonido
de sus tonadas.
Canta con miedo,
de miedo canta.
¡Son tan profundas
las hondonadas
y tan espesas
todas las matas!...
¡Son tan horribles
las noches malas,
cuando errabundas
aullando vagan
lobas paridas
por las cañadas
con unos ojos
como las brasas!...
¡Son tan medrosas
las noches claras
cuando en los charcos
cantan las ranas,
cuando los búhos
ocultos graznan,
cuando hacen sombra
todas las matas
y se menean
todas las ramas!...

Los viejos hombres
de la majada
la quieren mucho
porque es tan guapa,
porque es tan buena,
porque es tan sabia.
Pero a un despierto
zagal de cabras,
que cumple trece
para la Pascua,
no sé con ella
lo que le pasa,
que algunas veces,
al contemplarla,
se pone trémula
su cara pálida
y entre sus párpados
tiemblan dos lágrimas...

Nadie ha sabido
que la regala
dijes y cruces
de Alcaravaca
de bien pulido
cuerno de cabra.

Cuando ella viene
con la vianda
¡le da más gusto!...
¡Le da más ansia,
le da más pena,
cuando se marcha!...
¡Como que toda
la noche pasa
llorando quedo
sobre la manta
sin que lo sepan
en la majada!


             II

¡Ay pobre madre,
cómo gritaba,
despavorida,
desmelenada!
¡Ay los cabreros
cómo lloraban,
apostrofando,
ciegos de rabia!
¡Cómo corrían
y golpeaban
con los cayados
peñas y matas!
¡Y eran muy pocas
todas las lágrimas
que de los ojos
se derramaban!
¡Y eran pequeñas
todas las ansias
y las torturas
de las entrañas!
¿Quién nunca ha visto
desdicha tanta?
¡La cabrerilla
de Casablanca
por fieros lobos,
¡ay!, devorada!
Sangre en las peñas,
sangre en las matas,
¡la virgencita,
desbaratada!
¡Toda en pedazos
sobre la grava:
los huesecitos
que blanqueaban,
la cabellera
presa en las matas,
rota en mechones
y ensangrentada!...
¡Los zapatitos,
las pobres sayas
todas revueltas
y desgarradas!...

Loca la madre,
qué miedo daba
de ver los rayos
de sus miradas,
de oír los timbres
de sus palabras,
y el cabrerillo
de la majada
mudo y atónito
tremiendo estaba
con los ojazos
llenos de lágrimas,
despavorido
como zorzala
de un aguilucho
presa en las garras.
¿Cómo los árboles
no se desgajan?
¿Cómo las peñas
no se quebrantan,
y no se enturbian
las fuentes claras
y no ennegrecen
las noches blancas?
Ya vienen hombres
con unas andas,
con unos paños,
con una sábana;
los despojitos
en ella guardan
y se los llevan
a Casablanca.

Y al cabrerillo
nadie lo llama,
pero él camina
tras de las andas
mirando a todos
con la mirada
de herido pájaro
que en torno vaga
de los verdugos
que le arrebatan
el dulce nido
donde habitaba.
¡Ay virgencita
de Casablanca!
¡Ay cabrerillo
de la majada!


            III

Su padre silba,
su padre llama,
porque el muchacho
deja las cabras
junto a las siembras
abandonadas
y en los jarales
oculto pasa
tardes enteras,
largas mañanas...
¿Qué es lo que hace?
¿Por qué se guarda?
Pues es que a solas
las horas pasa,
pule que pule,
taja que taja,
llora que llora,
ciego de lágrimas...,
que dos veneras
finas prepara
de bien pulido
cuerno de cabra,
porque una noche
quiere llevarlas
al campo santo
de Casablanca...


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             LOS PASTORES DE MI ABUELO


                                           I

He dormido en la majada sobre un lecho de lentiscos
embriagado por el vaho de los húmedos apriscos
y arrullado por murmullos de mansísimo rumiar.
He comido pan sabroso con entrañas de carnero
que guisaron los pastores en blanquísimo caldero
suspendido de las llares sobre el fuego del hogar.

Y al arrullo soñoliento de monótonos hervores,
he charlado largamente con los rústicos pastores
y he buscado en sus sentires algo bello que decir...
¡Ya se han ido, ya se han ido! ¡Ya no encuentro en la comarca
los pastores de mi abuelo, que era un viejo patriarca
con pastores y vaqueros que rimaban el vivir!

Se acabaron para siempre los selváticos juglares
que alegraban las majadas con historias y cantares
y romances peregrinos de muchísimo sabor.
Para siempre se acabaron los ingenuos narradores
de las trágicas leyendas de fantásticos amores
y contiendas fabulosas de los hombres del honor.

¡Ya se han ido, ya se han ido! Los que habitan sus majadas,
ya no riman, ya no cantan villancicos y tonadas
y fantásticas leyendas que encantaban mi niñez.
Han perdido los vigores y las vírgenes frescuras
de los cuerpos y las almas que bebieron aguas puras
de veneros naturales de exquisita limpidez.

¡Ya no riman, ya no cantan! Ya no piden al viajero
que les cuente la leyenda del gentil aventurero,
la princesa encarcelada y el enano encantador.
Ya no piden aquel cuento de la azada y el tesoro,
ni la historia fabulosa de la guerra con el moro,
ni el romance tierno y bello de la Virgen y el pastor.

¡He dormido en la majada! Blasfemaban los pastores
maldiciendo la fortuna de los amos y señores
que habitaban los palacios de la mágica ciudad;
y gruñían rencorosos como perros amarrados
venteando los placeres y blandiendo los cayados
que heredaron de otros hombres como cetros de la paz.


                                           II

Yo quisiera que tomaran a mis chozas y casetas
las estirpes patriarcales de selváticos poetas,
tañedores montesinos de la gaita y el rabel,
que mis campos empapaban en la intensa melodía
de una música primera que en los senos se fundía
de silencios transparentes, más sabrosos que la miel.

Una música tan virgen como el aura de mis montes,
tan serena como el cielo de sus amplios horizontes,
tan ingenua como el alma del artista montaraz,
tan sonora como el viento de las tardes abrileñas,
tan süave como el paso de las aguas ribereñas,
tan tranquila como el curso de las horas de la paz.

Una música fundida con balidos de corderos,
con arrullos de palomas y mugidos de terneros,
con chasquidos de la onda del vaquero silbador,
con rodar de regatillos entre peñas y zarzales,
con zumbidos de cencerros y cantares de zagales,
¡de precoces zagalillos que barruntan ya el amor!

Una música que dice cómo suenan en los chozos
las sentencias de los viejos y las risas de los mozos,
y el silencio de las noches en la inmensa soledad,
y el hervir de los calderos en las lumbres pavorosas,
y el llover de los abismos en las noches tenebrosas,
y el ladrar de los mastines en la densa oscuridad.

Yo quisiera que la musa de la gente campesina
no durmiese en las entrañas de la vieja hueca encina
donde, herida por los tiempos, hosca y brava se encerró.
Yo quisiera que las puntas de sus alas vigorosas
nuevamente restallaran en las frentes tenebrosas
de esta raza cuya sangre la codicia envenenó.

Yo quisiera que encubriesen las zamarras de pellejo
pechos fuertes con ingenuos corazones de oro viejo
penetrados de la calma de la vida montaraz.
Yo quisiera que en el culto de los montes abrevados,
sacerdotes de los montes, ostentaran sus cayados
como símbolos de un culto, como cetros de la paz.

Yo quisiera que vagase por los rústicos asilos,
no la casta fabulosa de fantásticos Batilos
que jamás en las majadas de mis montes habitó,
sino aquella casta de hombres vigorosos y severos,
más leales que mastines, más sencillos que corderos,
más esquivos que lobatos, ¡más poetas, ¡ay!, que yo!

¡Más poetas! Los que miran silenciosos hacia Oriente
y saludan a la aurora con la estrofa balbuciente
que derraman, sin saberlo, de la gaita pastoril,
son los hijos naturales de la musa campesina
que les dicta mansamente la tonada matutina
con que sienten las auroras del sereno mes de abril.

¡Más poetas, más poetas! Los artistas inconscientes
que se sientan por las tardes en las peñas eminentes
y modulan sin quererlo, melancólico cantar,
son las almas empapadas en la rica poesía
melancólica y süave que destila la agonía
dolorida y perezosa de la luz crepuscular.

¡Más poetas, más poetas! Los que riman sus sentires
cuando dentro de las almas cristalizan en decires
que en los senos de los campos se derraman sin querer,
son los hijos elegidos que desnudos amamanta
la pujanza brava musa que al oído solo canta
las sinceras efusiones del dolor y del placer.

¡Más poetas! Los que viven la feliz monotonía
sin frenéticos espasmos de placer y de alegría
de los cuales las enfermas pobres almas van en pos,
han saltado, sin saberlo, sobre todas las alturas
y serenos van cantando por las plácidas llanuras
de la vida humilde y fuerte que cantando va hacia Dios.

¡Que reviva, que rebulla por mis chozos y casetas
la castiza vieja raza de selváticos poetas
que la vida buena vieron y rimaron el vivir!
¡Que repueblen las campiñas de la clásica comarca
los pastores y vaqueros de mi abuelo el patriarca
que con ellos tuvo un día la fortuna de morir!

 

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  LA ESPIGADORA

¿Vas a espigar, Isabel?
¡Cuánto siento, criatura,
que bese el sol esa piel
que tiene jugo y frescura
de pétalos de clavel!

Sé que espigar necesitas,
porque, aunque al sol te marchitas,
no es bueno que huelgue y duerma
quien tiene cuatro hermanitas
y tiene a su madre enferma.

Mas díganme humanos ojos
si te hizo Naturaleza
para que en estos rastrojos,
hieran tus pies los abrojos
y abrase el sol tu cabeza.

Entre pintados cristales
de alcázares ideales
hay cien reinas poderosas...
¡Para la más bellas cosas
no tiene el mundo fanales!

Isabel: no puedo amar;
no puedo abrirte la puerta
de mi pecho y de mi hogar,
porque a otra Isabel, ya muerta,
se los juré consagrar.

Y eres tan bella, Isabel,
que tengo duda cruel
de si serás sombra bella
de aquella eclipsada estrella
que viene a ver si soy fiel.

Lo digo por tus miradas,
que parecen oleadas
del piélago de la gloria
y no pobres llamaradas
de bella mortal escoria;

lo digo porque me suena
tu voz a salmo cristiano:
lo digo porque eres buena,
porque eres casta y serena
como noche de verano.

¡Isabel: no puedo amar!
Dios sabe que si pudiera
partir contigo mi hogar
ahora mismo te dijera:
-No vayas, niña, a espigar,

que cerca de ese desierto
tengo una casa y un huerto
que entolda un viejo parral
donde estarás a cubierto
del beso de mi rival,

y si espigar necesitas...,
¡descanse mi reina y duerma!,
que está en mis trojes benditas
el pan de tus hermanitas
y el pan de tu madre enferma.

Mas ni estas puras y sanas
consolaciones cristianas
puedo pedir al amor...,
¡dijeran lenguas villanas
que andaba en ello tu honor!

Vete a espigar, moza mía,
que si el mundo fuese honrado,
como tu honor merecía,
contigo a espigar iría
quien sabe lo que es sagrado;

contigo se fuera, hermosa,
por el desierto ardoroso,
quien tiene por cierta cosa
que nadie mancha una rosa
si no es un reptil baboso.

En el rincón de ese ardiente
desierto que el sol calcina
tengo yo un prado riente
con una pomposa encina
y una purísima fuente;

y bajo el palio frondoso
que apaga el fuego del cielo,
yo te dejara gozoso
oyendo el decir copioso
del agua del regatuelo,

y yo, afrontando fatigas
bajo ese cielo que arde,
diera envidia a las hormigas
para llevarte a la tarde
rubias manadas de espigas.

¡No puedo, sol de mis ojos!
Tendrás que ir sola, Isabel,
para que en esos rastrojos
hieran tus pies los abrojos
y el sol mancille tu piel.

Tendré que verte a la vuelta,
cuando a tu pobre hogar vayas,
la trenza del jubón suelta,
rotas las pulidas sayas,
la cabellera revuelta,

con polvo y sudor pegado
sobre las sienes el pelo
y hundido el seno abultado,
y el alto dorso encorvado,
y el casto mirar al suelo.

Y fuerza será que vea
cómo el sol de los rastrojos
tu piel de rosa broncea
y cómo escalda y orea
tus húmedos labios rojos.

Mas vete sola, Isabel,
que, aunque me cause dolor
que el sol mancille tu piel,
es más injusto y crüel
que el mundo empañe tu honor.

Mejor que un decir artero
mil veces llorar prefiero
bellezas que el sol se lleve...
¡Virgen de bronce te quiero
mejor que Venus de nieve!

 

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     LA ROMERÍA DEL AMOR

                         I

Declinaba la tarde lentamente.
El sol enrojecido transponía
las cumbres solitarias del Poniente
tras un radiante y bochornoso día
del sol sin nubes y de siesta ardiente.

A medida que el astro moribundo
sola dejaba la extensión del mundo,
la tierra, adormecida
de la pereza en el sopor profundo,
resucitaba espléndida a la vida;
y cual mujer hermosa
que de los sueños de enervante siesta
despierta triste, de vivir ansiosa,
y se dispone a la nocturna fiesta;
así Naturaleza despertando
del hondo sueño incubador del día
empezaba a moverse, preludiando
la inmensa rumorosa sinfonía
de una noche serena
de brisas mansas y de luna llena.

La tarde se moría,
y a medida que el fuego se apagaba
del sol fecundador, que ya se hundía,
el monte melodioso se animaba,
la vega se reía,
se cargaban los aires de rumores,
y temblaban las hojas de alegría,
y en la atmósfera azul, rica en fulgores,
la luz crepuscular se derretía...
¡Solo la de la tarde hay en el mundo
que se pueda llamar bella agonía!

El campo abrió sus pomas,
y en las alas del céfiro movido,
subieron y bajaron de las lomas
y entraron por las puertas del sentido
riquísimos aromas
de ya agostada manzanilla enana,
rosillas de gavanzos,
toronjil, hierbabuena y mejorana,
madreselva, poleos y mastranzos...

Innominada pajarita albina
entonó su cantata vespertina
posada en los pimpollos del saúco,
arrulló la paloma montesina,
chilló el abejaruco
clavado en la verruga de la encina,
la atmósfera caliente saturaron
de frescas humedades las riberas,
las mieses ondearon,
gimieron las choperas...
y todo el gran paisaje
teñido del misterio de la hora,
moviendo el verde mar de su follaje,
inició la canción susurradora
que canta por las tardes su oleaje.

Las sombras del crepúsculo amoroso,
velos de muerte de la tarde quieta,
cayeron sobre el valle misterioso,
cayeron sobre el alma del poeta...

Y del dulce, del grato
seno profundo de la oscura fronda
de fresnos y mimbrales del regato,
romántica, alta y honda,
purísima y vibrante,
bizarra, magistral, insinuante,
más cargada que nunca de dulzura,
más henchida que nunca de armonía,
más llena de frescura,
más rica en poesía,
más intensa y sonora,
más que nunca feliz, más habladora,
surgió la incomparable,
surgió la peregrina
primorosa canción inimitable
que brota de la lengua cristalina
del pájaro cantor de los cantores,
cuando sabe que escucha sus primores
en la rama vecina
una enferma de fiebre incubadora
que extática reposa sobre el nido
donde el hondo misterio se elabora...
¡Sólo estando en amores
saben cantar así los ruiseñores!


                         II

El riente lucero vespertino,
y el hijo del crepúsculo y del día,
ya en el cielo lucía
circundado de un nimbo diamantino.

Delante de la ermita un valle había,
y en él alegremente
bailaba todavía
gran multitud de campesina gente.
¡Sones de tamboril, toques sentidos
de la gaita dulcísima caídos,
alegre repicar de castañuelas!...
¡Qué bien debéis sonar en los oídos
de todas las mozuelas!

Tocó a su fin la alegre romería;
y tomando caminos y senderos,
se dispersó con loca algarabía
la feliz multitud de los romeros.

Mansa luna redonda,
surgiendo del perfil del horizonte,
tiñó de blanco la movida fronda,
y una dulzura honda
se derramó por la extensión del monte.

La alegre juventud, con sus cantares,
llenó los encinares,
y en amantes parejas separados
caminaban por valles y cañadas,
ellos enamorados
y ellas enamoradas...

¡Dichosos ellos y dichosas ellas
que unirse saben y decirse amores
debajo de una bóveda de estrellas
y encima de una sábana de flores!

Solo el pobre poeta, el visionario,
el hongo de los valles de la aldea,
por los cuales pasea
un dolor siempre igual y siempre vario,
no tiene un alma amiga,
un alma de mujer hermosa y pura
que por él sienta amor y se lo diga
con la voz empañada de ternura.

La luz de plata de la luna llena,
tibia, elegíaca, mística y serena,
llenaba el mundo de apacible calma:
la sangre hervía, se quejaba el alma,
y el pobre rimador lloró de pena.

¿De qué le servirán al visionario
los sueños de la loca fantasía
si al tomar de la alegre romería
nadie más que él camina solitario,
mendigo de amor y la alegría?

¿Qué le vale la musa soñadora
que le inspira sutiles creaciones?
¿Qué le vale la cítara sonora,
si sus vagas románticas canciones
son errabundas melodías muertas
cuyo ritmo ideal, desvanecido,
no llega enamorado ante las puertas
de amante corazón y amante oído?

¡Qué artificio tan ruin le parecían
sus doradas cantatas amorosas,
muertas flores pomposas
con senos de papel que no tenían
polen fecundador ni olor de rosas!

¡Qué falsas vio pasar, qué mentirosas
sus legiones de vírgenes sutiles,
sus engendros de gasas y vapores,
dislocadas bellezas femeninas
que brindaban estériles amores!

¡Cuán pobre poesía,
cuán helada, cuán pálida y vacía
aquella que brotaba
del cerebro genial que la creaba
y en estrofas de mármol la vertía!

¡Oh!, por eso al romántico ingenioso,
aéreo soñador artificioso
de otro vivir enamorado ahora,
le invadió la nostalgia tentadora
del amor fructuoso,
nutrimiento del alma soñadora,
savia pujante del vivir brioso,
el amor que en el monte se reía
y en la ermita rezaba agradecido,
y en el valle bailaba de alegría,
y al fuego del placer enardecido,
en ansias de vivir se derretía...;
un amor fuerte y sano,
tan fecundo en promesas, tan humano
como el que en alas de esperanza ciega
iba cantando por aquel camino
la canción de la vida que se entrega
en los brazos fecundos del destino.

Si aquel amor su espíritu tocara,
sus entrañas de hombre sacudiera
y su mente de artista caldeara,
¡qué rica, qué sincera,
qué llena de vigor su poesía!
¡La helada realidad qué poco fría!
¡Qué sabrosa y feliz la vida fuera!
La música briosa sonaría
de sus nuevas canciones
a murmullos de plática vehemente,
y a fogoso latir de corazones,
y a rítmico alentar de pecho ardiente...

-¡Más, más! ¡Más todavía!
-gimió el poeta con doliente brío-:
¡Seré de una mujer, será ella mía
y aun no seré feliz!... ¡Mas, más, Dios mío!


                         III

¡El poeta era yo! Sentíme fuerte,
llena mi carne se sintió de vida,
lleno de fe mi corazón inerte,
llena de luz mi mente oscurecida...
¡Me alcé en la tumba y sacudí la muerte!

Y tomando a la ermita abandonada,
ya envuelta en la callada,
tranquila y santa soledad serena
de la noche ideal de luna llena,
ante sus muros me postré de hinojos,
al alto ventanal iluminado
alcé mi corazón, alcé mis ojos
y del fondo del pecho enamorado
me salió esta oración. «¡Virgen bendita!,
no volveré a tu ermita
a rendirte misérrimos cantares,
a poner con los hielos de la mente,
ofrendas de artificio en tus altares,
coronas de oropel sobre tu frente.
¡Volveré cuando traiga de la mano,
para rendirlo ante tus pies de hinojos,
un angelino humano
que tenga azules, como tú, los ojos!...»




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       EL CRISTU BENDITU

                        I

¿Ondi jueron los tiempos aquellos,
que pue que no güelvan,
cuando yo
juí persona leía
que
jizu comedias
y aleluyas
tamién y cantaris
pa cantalos en una vigüela?
¿
Ondi jueron aquellas cosinas
que llamaba
ilusionis y eran
a'specie de airinos
que
atontá me tenían la mollera?
¿
Ondi jueron de aquellos sentires
las
delicaezas
que me
jizun llorar como un neni,
de
gustu y de pena?
¿
Ondi jueron aquellos pensaris
que
jacían dolel la cabeza
de puro lo
jondus
y
enreäos que eran?
Ajuyó tuito aquello pa siempre,
y ya no me
quea
más remedio que
dilme jaciendo
a esta vía nueva.
¡Ya no
güelvin los tiempos de altoncis,
ya no tengo
ilusionis de aquellas,
ni
jago aleluyas,
ni
jago comedias,
ni
jago cantaris
pa cantalos en una vigüela!...


                       II

Pensando estas cosas,
que me daban
ajogos de pena,
una vez andaba por los
olivaris
que la ermita del
Cristu roëan.
Triste y
aginao,
de la ermita me
juí pa la vera;
solitaria y abierta la
vide
y
entrémi por ella.
Con el alma llenita de
jielis,
con el pecho
jechito una breva
y la cara
jaciendo pucheros
lo
mesmito que un niño de teta,
juíme ampié del Cristu,
me
jinqué en la tierra.
y
jaciendo la crus, recé un Creo
pa que Dios quisiera
jacelme la vía
una
miaja tan solo más güena.
¡Qué
güeno es el Cristu
de la ermita aquella!
Yo le
ije, dispués de rezali:
-¡Santu Cristu, que yo tengo pena,
que yo vivo
tristi
sin
sabel de qué tengo tristeza
y me
ajogo con estos ansionis
y este
jormiguillo que me jormiguea!
¡
Santu Cristu querío del alma!
pasastis las jelis más negras
que ha podido
pasal un nacío
pa que tos los malos güenos se golvieran;
pero yo sigo siendo
maleto
y a Ti te lo digo lleno de
velgüenza
pa que me perdonis
y me
jagas entral en verea.
¡Tú, que estás en la
Crus clavaíto
pol sel yo maleto, quítame esta pena
que
aentru del pecho
me escarabajea!...
¡
Jalo asina, que yo te prometo
jacelmi bien güeno pa que Tú me quieras!


                      III

¡Qué
güeno es el Cristu
de la ermita aquella!
Pa jacel más alegri mi vía,
ni dineros me dio ni
jacienda,
polque ice la genti que sabi
que la dicha no está en la riqueza.
Ni me
jizu marqués, ni menistro,
ni
alcaldi siquiera,
pa podel dil a misa el primero
con la
ensinia los días de fiesta
y
sentalmi a la vera del cura
jaciendu fachenda.
¡
Pa esas cosas que son de fanfarria
no da nada el
Cristu de la ermita aquella!
Pero aquel que
jaciendo pucheros
se
jinquí en la tierra,
y,
dispués de rezali, le iga
las
jielis que tenga,
que se
vaiga tranquilo pa casa,
que ha de
dali el Cristu lo que le convenga.
A mí me dio un hijo
que
päeci de rosa y de cera,
como dos
angelinos que adornan
el retablo
mayol de la inglesia.
Un
jabichuelino
con la cara como una azucena,
una miaja teñía de rosa
pa que entávia más guapo paeza.
A mí me
entonteci
cuando alguna
risina me jecha
con aquella
boquina sin dientis,
rëondina y fresca,
que
paeci el cuenquín de una rosa
que se
jabri sola pa si se la besa.
¡
Juy, qué boca tan guapa y tan rica!
¡
Paeci de una tenca!
A
vecis su madri
en
cuerinos del to me lo quea,
se
poni un pañali tendío en las sayas
y allí me lo jecha
¡Paecí un angelino
de los de la inglesia!
Yo quería que asín, en coretis,
siempre lo tuviera:
y cuando su madri vüelvi a jatealo,
le igo con pena:
-Éjalo que bregui,
éjalo que puéa
raneal con las piernas al airi
pa que críe juerza.
¡Éjalo que se esponji un ratino,
que tiempo le quea
pa enliarsi con esos pañalis
que me lo revientan!
¡Éjamelo un rato
pa que yo lo tenga
y le jaga cosinas bonitas
pa que se me ría mientris que pernea!
¡Que goci, que goci
to lo que asín quiera;
que pa jielis, ajogos y aginos
mucho tiempo quea!
¡Éjamelo pronto pa zarandealo!
Éjame el mi mozu pa que yo lo meza,
pa que yo le canti,
pa que yo lo duerma
al son de las guapas
tonás de mi tierra,
continas y dulcis
que päecin zumbíos de abeja,
ruíos de regato,
airi de alamea,
sonsoneti del trillo en las miesis,
rezumbal de mosconis que vuelan
u cantal dormilón de chicharra
que entonteci de gusto en la siesta...
¡Miale cómo bulli,
miale cómo brega,
miale cómo sabi
óndi está la teta!
Si conocis que tieni jambrina
dali una gotera
pa que prontu se jaga tallúo
y amarri los chotos a puro de juerza.
¡Miali qué prontino
jizu ya la presa!
Miali cómo traga; mia qué cachetinos
mientris mama en el pecho te pega!
¡Mia que arrempujonis da con la carina
pa que salga la lechi con priesa!
¡Asín jacin también los chotinos
pa que baji el galro seguío y con juerza!
Ya se va jartando ¡Mia cómo se ríe,
miale cómo enrea!
Jasta el guarguerino
la lechi le llega,
porque va poniendo cara de jartura
y el piquino del pecho ya eja.
Quitalo en seguía pa que no se empachi
y trai que lo tenga...
¡Clavelino querío del güerto!,
ven que yo te quiera,
ven que yo te canti,
ven que yo te duerma,
al son de las guapas
tonás de mi tierra,
pa que pueas cantalas de mozo
cuando sepas tocal la vigüela.
¡Venga el mi mocino,
venga la mi prenda!
Ven que yo te besi
con delicäeza,
ondi menos te piquin las barbas
pa que no te ajuyas cuando yo te quiera,
ni te llorin los ojos, ni arruguis
esa cara más fina que sea,
ni te trinquis p'atrás enojao
si tu padri en la boca te besa...


                    IV

Mujer, ¡mia qué lindu
cuando ya está dormío se quea!
¿Tú no sabis por qué se sonríe?
Es porque se sueña
que anda de retozus con los angelinos
en la gloria mesma...

      V

¡Qué guapo es mi neni!
¡Ya no tengo pena!
¡Qué güeno es el Cristu
de la ermita aquella!

 

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       VARÓN

¡Me jiedin los hombris
que son medio jembras!
Cien vecis te ije
que no se lo dieras,
que al chinquín lo jacían marica
las gentis aquellas.
Ahora ya lo vide, y a mí no me mandis
más vecis que güelva.
Te largas tú a velo,
que pue que no creas
que tu cuerpo ha parío aquel mozu,
ni que lo cebasti con tu lechi mesma,
ni que tieni metía en la entraña
sangri de mis venas.
N'amás de mimarros
y delicaezas
que ha queao lo mesmo que un jilo
paliúcho y sin chispa de juerza.
Ca instanti se lava,
ca instanti se peina,
ca instanti se múa
toa la vestimenta,
y se encrespa los pelos con jierros
que se lo retuestan,
y en los dientis se da con boticas
de unos cacharrinos que tieni en la mesa,
y remoja el moquero con pringuis
n'amás pa que güela
¡Jiedi a señorita
dendi media lengua!
Se levanta a las nuevi corrías
y a las doci lo mesmo se acuesta.
¡Va a ponersi pochu
si acotina de aquella manera!
¡Güeno está pa mandalo a bellotas,
pa ayualmi a escuajal en la jesa,
pa jacel un carguju de tarmas
y traelo a cuestas,
u pa estalsi cavando canchalis
dende que amaneci jasta que escurezca!
Los muchachos de acá me esconfío
que mos lo apedrean
cuantis venga jaciendo pinturas
u jablando de aquella manera:
y verás cómo el mozu no tieni
ni agallas ni juerza
pa el primero que quiera molarsi
rompeli la jeta.
Ya no dici padri,
ni madri, ni agüela.
«Mi papá, mi mamá, mi abuelita...»
así chalrotea,
como si el mocoso juesi un señoruco
de los de nacencia.
Ni mienta del pueblo, ni jaci otro oficio
que dil a una escuela
y palral de bobás que allí aprendí,
que pa na le sirvin cuantis que se venga.
Pa sabel sus saberis le ije:
«Sácame la cuenta
del aceiti que hogaño mos toca
del lagal po la parti que es nuestra.
Se maquilan sesenta cuartillos
p'acá parti entera,
y nosotros tenemos, ya sabis,
una media tercia
que tu madre heredó de una quinta
que tenía tu agüela Teresa.»
¡Ya ves tú que se jaci en un verbo!
Sesenta la entera,
doci pa la quinta,
cuatru pa la tercia,
quita dos pa una media, y resultan
dos pa la otra media.
Pues el mozu empringó tres papelis
de rayas y letras,
y pa ensenrearsi
de aquella maeja,
ijo que el aceiti que a mí me tocaba
era «pi menus erre», ¿te enteras?
¡Pus pues dil jacindu
las sopas con ella!
¿Y esos son saberis?
¡Esas son fachendas!
No le quise mental del guarrapo
ni icile siquiera
que hogañazo vendimus el churru
pa comprar un cachuju de tierra.
¡Allí no se jabla
de esas cosas ni en ellas se piensa!
N'amás que se jaci comel confituras,
melcal vestimentas,
dirse a los cafesis,
dirse a las comedias
y palral de bobás que no valin
ni siquiá una perra
¡Jolgacián como el nuestro muchacho
no va a haberlo, si aquí no se enmienda!
Yo no lo distingo de otros señorinos
que con él se ajuntan y jolgacianean.
¡Son como maricas!
¡Juy, qué vestimentas!
Ves una persona
por detrás, en la calle, tan tiesa
y endi lejus no sabis de cierto
si es macho u es jembra.
Güelin a lo mesmu
como las ovejas,
y p'aquí no es asín, que ca cosa
güeli a su manera:
güeli a macho la carni de hombre,
y la carni de jembra da a jembra.
Hay que dil a buscar al muchacho
cuantis que se puea,
y le dicis a aquellos señoris
que esu no quita pa que se agraeza,
pero que a su padri le jaci ya falta;
y asín se la enreas.
No lo quió jolgacián, aunque muchos
saberis trujiera.
Y no es esu solu lo que a mí me enrita,
que otras cosas me jacin más mella...
Hay que dil a buscalo ca y cuando:
que venga, que venga;
porque, mira: ¡me jiedin los hombres
que son medio jembras!...


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       EL EMBARGO

Señol jues, pasi usté más alanti
y que entrin tos esos.
No le dé a usté ansia
no le dé a usté mieo...
Si venís antiayel a afligila
sos tumbo a la puerta. ¡Pero ya s'ha muerto!
Embargal, embargal los avíos,
que aquí no hay dinero:
lo he gastao en comías pa ella
y en boticas que no le sirvieron;
y eso que me quea,
porque no me dio tiempo a vendello,
ya me está sobrando,
ya me está jediendo.
Embargal esi sacho de pico,
y esas jocis clavás en el techo,
y esa segureja
y ese cacho e liendro...
¡Jerramientas, que no quedi una!
¿Ya pa qué las quiero?
Si tuviá que ganalo pa ella,
¡cualisquiá me quitaba a mí eso!
Pero ya no quio vel esi sacho,
ni esas jocis clavás en el techo,
ni esa segureja
ni ese cacho e liendro...
¡Pero a vel, señol jues: cuidaíto
si alguno de esos
es osao de tocali a esa cama
ondi ella s'ha muerto:
la camita ondi yo la he querío
cuando dambos estábamos güenos;
la camita ondi yo la he cuidiau,
la camita ondi estuvo su cuerpo
cuatro mesis vivo
y una noche muerto!...
Señol jues: que nenguno sea osao
de tocali a esa cama ni un pelo,
porque aquí lo jinco
delanti usté mesmo.
Lleváisoslo todu,
todu, menus eso,
que esas mantas tienin
suol de su cuerpo...
¡y me güelin, me güelin a ella
ca ves que las güelo!...



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   PLÉTORA

Yo no sé qué tieni,
qué tieni esta tierra
de la Extremaúra,
que cuantis que llegan
estos emprencipios
de la primavera
se me poni la sangre encendía
que cuasi me quema,
se me jincha la caja del pecho,
se me jaci más grandi la juerza,
se me poni la frente möorra.
y barruntu que asina me entra
como un jormiguillo
que me jormiguea...
¡Y luego unas ansias
que me ajogan de juerti que aprietan
con arrempujonis
de lloral sin querel, que me quean
que cuasi reviento
sin poel revental de la pena!...
¡Me dan unas ganas
de metermi con cosas de juerza!...
¡Asín jundo el corti
de la segureja,
que lo mesmo ha caíu esta encina
que si juesi de pura manteca!
Yo no sé qué será lo que adentro
me escarabajea
cuantis llega esti tiempo tan güeno
de la primavera...
Digu yo que serán estos vahus
que jecha la tierra,
que güelin a ricos
y paice que, asín que se cuelan,
como que arrempujan
de adentro pa juera,
y levantan el pecho p'arriba,
y entontecin de gustu que quean...
¡Juy, cómu me sabin!...
¡Juy, Dios, y qué juerza!
Si viniese ahora mesmo aquí Gorio
y quisiesi luchal una güelta...
¡Juy, Dios, qué Goriazo
le jacía pintal en la tierra!
Me gusta esti tiempo
de la primavera;
pero, ¡congrio!, me da mucha rabia
no tenel una cosa que puea
sacalmi del cuelpo
el comuelgo n'a más de la juerza.



        A PLASENCIA

Toda ciudad es dichosa
si tiene historia gloriosa,
bellos campos, cielo hermoso,
vida honrada y laboriosa,
puro instinto religioso.
Sabios hombres que admirar,
joyas de arte que lucir,
bellas mujeres que amar,
patriotismo que sentir
y caridad que imitar.
¡Vieja ciudad de los Fueros!
Tu historia cuenta legiones
de gentiles caballeros,
sapientísimos varones
y denodados guerreros.
Tus bellos alrededores
sembró la Naturaleza
de cuadros multicolores,
contrastes encantadores
que hacen mejor tu belleza.
Y eriales tienes baldíos,
y olivares pintorescos,
y peñascales bravíos
y edénicos huertos frescos,
y precipicios sombríos,
y una vega amena y grata
que riega amoroso el Jerte,
cuya corriente de plata
parece que se dilata
por si en ella quieres verte.
Y son en tan bella tierra
tan hermosos cielo y suelo,
que tu horizonte se cierra
con un pedazo de sierra
que es un pedazo de cielo.
Plasencia: para expresarte
lo deliciosa que eres,
bastaba con recordarte
tus bellísimas mujeres,
tus maravillas del arte.
Plasencia: tu historia honrosa
me ha dicho que eres gloriosa,
y mis ojos al mirarte
me dicen que eres hermosa,
que eres digna de cantarte.
Mas yo no sé si hoy tu vida
es la vida indiferente
de todo pueblo suicida,
o es vida sana y potente
de ricas savias henchida.
Vida pujante y briosa,
con cultura vigorosa
y actividades geniales
¡La vida brava y nerviosa
de un pueblo con ideales!
No sé si tú los tendrás,
pero supongo que sí,
pues no tan loca serás,
que ignores adónde vas
o mueras dentro de ti.
Pueblo que duerme es suicida,
y yo no puedo creer
que estés pasando la vida
lánguidamente dormida
sobre tus glorias de ayer.
¡Sueño loco, sueño vano,
del amor con que te mira
un rimador castellano,
que de su bárbara lira
te hace oír el canto llano!
Pueblo que tiene tu historia
debe estar siempre despierto,
y fresco está en la memoria
el recuerdo de una gloria
que dice que tú no has muerto.
Un día..., ¡qué infausto días!...,
la pobre Patria venía
llorando horribles traiciones,
con la bandera en jirones
y el honor en la agonía.
Loca, inerme, macilenta,
llorando a gritos la afrenta
que le hizo la iniquidad,
llegó a tus puertas hambrienta,
llamando a la caridad.
Y un grupo de caballeros,
heraldos de la hidalguía
de la ciudad de los Fueros,
oyó los sollozos fieros
con que la Patria gemía.
Y al frente de mucha gente
de esa que trabaja y calla,
de esa a quien llama canalla
la casta más decadente
que en las historias se halla,
salió a tus puertas gritando:
-¡Ábranse pronto esas puertas,
que está la Patria llamando,
y siempre han estado abiertas
para el que viene llorando!
Y abrió el amor en seguida
tus puertas, noble ciudad,
y entró la Patria afligida,
que en brazos se echó rendida
de tu hermosa Caridad.
¡Vieja ciudad de los fueros!
Sin alardes pregoneros,
han dicho bien lo que eres
tus patriotas caballeros,
tus compasivas mujeres.
¡Plasencia! La lira oscura
de un rimador sin grandeza
no intentará la locura
de ensalzar tanta nobleza,
de cantar tanta hermosura.
Objeto tan sobrehumano
como el de tus maravillas,
es de un Himno soberano;
no de las ruines coplillas
de un rimador castellano.
¡Funde un genio de la Historia
que eternice tu memoria
y haga tu gloria completa!
¡Engendra el hijo poëta
que sepa cantar tu gloria!
¡Plasencia: bien has ganado
tu derecho de vivir!
Tienes glorioso pasado,
tienes un presente honrado:
¡Dios te dé buen porvenir!

Si te ha gustado esta selección de poesías de José Mª Gabriel y Galán pero te han sabido a poco, en estos enlaces encontrarás una, dos, y tres  páginas más de sus poesías.

 


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