Capellán en la guerra

 

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Eudoxio Castañedo Delgado, sacerdote católico, nació en 1891 en la localidad vallisoletana de Becilla de Valderaduey. Cursó estudios los eclesiásticos en el seminario de León y se ordenó en el año 1936. Al estallar la contienda fratricida, se encontraba de vacaciones en su pueblo. Esperaba incorporarse a su primera parroquia pero la guerra truncó ese destino. Al ser llamada su quinta, ingresó en el ejército franquista, en el Regimiento San Quintín de Valladolid.

¿Cómo se hizo usted capellán castrense?. ¿Se alistó voluntariamente como tal?.

-Yo no fui de los que se fueron inmediatamente, sino que aguardé, porque me decían que en cosa de pocas fechas llamarían a mi quinta. Cuando me llamaron, me fui a Valladolid y salí como capellán de un batallón de infantería. Era el sexto batallón del Regimiento San Quintín. A aquel regimiento le llamaban la incubadora, porque de él salieron muchísimos batallones. Valladolid estaba en una zona, que desde el principio, era del movimientoy, por lo tanto, dio mucha gente para el frente.

¿A qué frente le mandaron a usted?

-Al de Madrid, donde estaban ya los otros cinco batallones del regimiento. Fuimos en un tren desde Valladolid, bordeando la Sierra de Guadarrama, a Talavera de la Reina. Después estuvimos  en Toledo, cuando acababan de liberar a los defensores del Alcázar. Y luego ya nos enviaron a Madrid, cerca de El Escorial, en un pueblo que se llamaba Navalagamella. Allí, muy cerca, estaba otro batallón de San Quintín, en Villanueva de la Cañada.

 

¿Cuándo fue esto?

-A principios de mil novecientos treinta y siete. Después, en marzo, estuvimos en Guadalajara, cuando fueron derrotados nuestros aliados italianos, y luego en Brunete.

¿Vivió usted la Batalla de Brunete?

-Sí, sí. Toda por completo. Allí, el quinto batallón de San Quintín quedó prácticamente diezmado. Al mío le tocó un poco de refilón, pero veíamos toda la turba de enemigos que pasaba a nuestro lado y nosotros también tuvimos muchas bajas. A mi juicio, para ambos campos, fue la primera batalla importante que se hizo.

Estábamos un poco desguarnecidos. Acababan de tomar Bilbao y el Caudillo Franco quería terminar con Santander y hasta la parte de Asturias que todavía estaba en la zona enemiga. De manera que todas las fuerzas iban al frente norte. Por esta razón se lanzó en ese momento la ofensiva de Brunete. Hubo dos o tres días verdaderamente terribles, con combates cuerpo a cuerpo.

Usted ¿qué tenía que hacer en el frente?

-Cada unidad que salía llevaba su capellán y todos íbamos vestidos de militar, con un gorro militar que llevaba una cruz, como enseña de capellán. Normalmente, nos colocaban en un sitio estratégico de la batalla, junto con el médico, de tal manera que podían traer allí a los heridos. Si alguno necesitaba los auxilios espirituales, pues yo estaba allí. Por lo demás, mi cometido, naturalmente, era el cuidado espiritual del batallón. Decía la misa cuando se podía y visitaba a los heridos y a los enfermos.

¿Cómo podía decir misa en una situación de improvisaciones como es una guerra?

-Oía la confesión debajo de un árbol, por ejemplo, y en aquel entonces se daba una absolución general, porque no era posible hacerlo de otra manera. Recuerdo que, cuando llegamos a Talavera de la Reina, como estábamos ya más cerca del frente, le propuse al comandante del batallón hacer una confesión general. Quería que buscáramos sacerdotes en la zona y que se confesara y comulgara todo el batallón. El me contestó:" Inténtelo usted, pero ¿cree que vamos a encontrar sacerdotes?". Y claro, habían matado a casi todos ¡ Qué odio más terrible!.

¿Cómo se proveía de las cosas necesarias para la misa?

-Teníamos una maleta, en la que llevábamos las cosas de la misa. Nos la dieron de los capellanes que sirvieron en Africa. Cuando se acabó aquella guerra, habían metido todo en un almacén y luego nos lo dieron a nosotros. Cuando estábamos en las trincheras, había siempre alguno que, por una razón u otra, iba a Avila o a Navalcarnero y me traía las cosas que necesitaba, como el vino. Muchas veces no decíamos misa porque no se podía.

¿Estuvo presente en la Batalla de Brunete?

-No, porque mi batallón no era de los de choque. Pero hubo capellanes que murieron en acción de guerra. Recuerdo una vez, por ejemplo, que iba a ver a una compañía que estaba lejos y muy batida por el fuego enemigo. Tenía un asistente que, cuando íbamos a decir misa a una compañía lejana, llevaba una maleta con las ropas eclesiásticas. En esta ocasión, iba yo delante y él detrás y, de pronto, vi que un tiro había matado a mi asistente.

Condensado de Diario 16

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Este sitio se actualizó por última vez el 29 de noviembre de 2002