ARQUEO AEGYPTOS

La Batalla De Kadesh

 

 
 
Ramsés ll

Ocurrió durante

El Imperio Nuevo

 
  Tras la muerte de Seti I, el Próximo Oriente se convierte en un hervidero. La potencia del Hatti ansia por dominar toda la zona de Siria y Palestina, hacerse con el control de toda esta área mediterránea, les haría potencialmente más superiores a Egipto. Ramsés II sube al trono, y nos hallamos ante un joven rey de veinte años de edad. Ramsés era un guerrero, heredero de la fuerza militar que su padre le había legado, el mayor ejército del Antiguo Mundo. Sin embargo, Ramsés tampoco deseaba entablar una batalla, puesto que sabía ya por  su padre que el Hatti, a pesar de ser una potencia inferior a Egipto, no podía ser subestimada. Sin embargo, en el quinto año reinado Ramsés y Muwatalli se cartean para darse la noticia. La guerra es inevitable.

El motivo de esta disputa era el dominio de Siria Palestina,  zona conflictiva desde los albores del tiempo, y que  todavía hoy lo sigue siendo debido a ser una zona estratégica para el dominio del Mediterráneo, y ese era el deseo del Hatti. Los hititas solo deseaban que la zona de Siria, tributaria de Egipto desde tiempos ancestrales, cayera bajo su dominio, pero Ramsés no estaba dispuesto a ver como el  milenario Imperio egipcio se desmoronaba ante sus ojos. El lugar elegido para esta batalla fue Qadesh, ciudad al norte de Siria, a unos 300 kilómetros al nordeste de Damasco,  a orillas del río Orontes. El rey de Qadesh se rebela contra el Horus Viviente de las Dos Tierras, alentados por Hatti.  Cabe decir que esto era, en aquellos años, un hecho tan atrevido como hoy lo es provocar al país más bélico de la tierra, Estados Unidos.

La capital hitita, Hattusa, creía que tras la muerte de Seti podía tener al alcance de la mano la venganza perfecta contra las afrentas que los egipcios habían inflingido ya desde los tiempos del gran Thutmosis III. Seti I ya había hecho que los hititas temiesen la ira de los dioses egipcios, pero Muwatalli creía que Qadesh, una fortaleza hasta esa fecha inexpugnable, podría aguantar los embistes que los egipcios pudiesen realizar.  Hattusa y Qadesh acordaron un pacto contra Egipto, el rey anatolio no dudó en tejer una red alrededor de los protectorados egipcios, prometiéndoles grandes beneficios a cambio de ese transfugismo.  Y así, se provoca a Ramsés, contando con que los egipcios iban a tener que desplazarse demasiado lejos, con todo lo que eso conllevaba para toda su intendencia, arsenales, alimentos, y demás. Sin alimentos y sin agua, sería imposible que Ramsés pudiese ganar. Estos tránsfugas, fueron los primeros en pagar cara su osadía, pero la prueba de fuego estaba todavía por llegar, Qadesh.

Los hititas, al igual que los egipcios, eran unos guerreros que no se ponían en marcha sin antes haber contado con la bendición de sus dioses. Techup, el dios de la guerra del Hatti, había predicho en el Oráculo que la batalla se terciaría en favor de los hititas, por lo que Muwatalli tras esta noticia, dio la buena nueva a su pueblo, que estaba ansioso por entrar en combate.

El ejército de Ramsés II se había renovado. Seti I poseía tres divisiones:  La división de Amón, en Tebas; la división de Ra, de Heliópolis; y la división de Ptah, de Menfis. El rey añade la división de Seth, dios encarnado en su difunto padre, y dios adorado en la capital, Per Ramsés. En esta tropa ha enrolando  a libios, sardanos, amurritas, prisioneros de guerra reconvertidos y demás hombres de reputación temeraria.   Las cuatro divisiones, con un contingente de 20.000 hombres, con todo lo que esto conlleva, parten de Per-Ramsés. El faraón va en cabeza de su ejército al frente de la división de Amón que es un pequeño cuerpo independiente y que se mueve en primera línea de fuego. Cerca de Qadesh, la división de Amón, capitaneada por el rey, tiene conocimiento de un hecho asombroso para el propio Ramés. Los exploradores  del rey hallan a dos desertores del ejército hitita. Sus informaciones son claras, Muwatalli había salido pitando, hacia el norte, al ver el poderío de Ramsés.

 Con estas magníficas noticias, el rey egipcio se adelanta sin temor  hacia Aleppo, cerca de Turquía. Ramsés, en un exceso de confianza debido a la inexperiencia, se sitúa en el lugar acordado para la batalla. Esta imprudencia provoca no verificar las informaciones. Los exploradores de Ramsés no se adelantan para comprobar tales afirmaciones. Entre la división de Ra y la división de Amón, había gran distancia. Así, cuando Ramsés se hallaba frente al Orontes,  había llegado hasta las mismas puertas de la inmensa fortaleza, la sorpresa se produce...Los hititas atacan por sorpresa, se lanzan  en un número de 2500 carros de combate, con dos hombres en cada carro. Los hititas se abalanzan sobre la división de Ra, lejos del grupo del faraón y la desbarata, quedando la división de Amón totalmente desprotegida. Una vez los hititas han dispersado la división de Ra, la división de Amón huye viéndose indefensa...Ramsés ve como su ejercito huye, encontrándose solo ante miles de carros de combate y unos pocos hombres que formaban su Estado Mayor, puesto que en este momento se hallaban reunidos en la tienda del rey, para decidir la estrategia a tomar.  Pero Ramsés no se acobarda. Sereno, acaricia la larga melena de su león domesticado, se pone la coraza, su casco, toma su arco de acacia y se dirige hacia sus caballos. Ramsés, hijo de Amón exclama a su padre:" Amón, padre mío, ¿por que has abandonado a tu hijo? ¿Acaso he obrado sin tu inspiración o he desobedecido tu voluntad? Tu hijo, te invoca, ahora que me encuentro en medio de una multitud hostil. Todos los países se han coaligado contra mi, y estoy absolutamente solo. Todos mis soldados han huido. Les he llamado, pero nadie ha oído. ¡He comprendido, sin embargo, que Amón es mas poderoso que un millón de soldados!" Y Amón dice a su hijo: "Adelante, yo soy tu padre y estoy con tigo.  Soy más útil que un centenar de hombres, yo soy el señor de la victoria".

Sin perder sus nervios el rey se enfrenta a la jauría de hititas. Los egipcios que formaban la división de Ra había huido hacia el norte, tras las huellas de Ramsés, el cual se defendía  casi de manera sobre humana, cosa que desconcertó  a los hititas. Sin duda, la imagen de Ramsés vestido con su armadura de oro y la corona Jepresh,  impactaría por su bravura e ira incontenida. Los hititas se quedan anonadados ante la majestuosidad que el Faraón de Egipto desprende, el cual toma su arco y prepara sus flechas. Los dos espléndidos caballos, no necesitan que  los guíe, saben bien a donde dirigirse. Lanzándose embravecido, comienza a disparar sus flechas, una tras otra. Y todas dan en el blanco... Ayudado por los valientes que lo apoyan, se produce la carnicería. Cuerpos perforados, gargantas atravesadas, saetas destrozando cráneos. Las enormes zarpas de su león masacran cuerpos, abren pechos en canal, mutilan piernas y brazos, aplastan cabezas...

Muwatalli, se ha colocado junto a su hijo Uri -Techup y sus generales en un punto estratégico, para observar su victoria y muerte de su enemigo. Pero, lo que ve es bien distinto. Sus hombres van cayendo uno a uno. Y ante él no se halla un guerrero solitario camino de la muerte, sino el mismísimo Amón que está aniquilando su ejercito. Ramsés  ha matado ya cientos de hititas, y entonces la batalla se declina en favor de los egipcios. Las bajas que Ramsés inflige a su enemigo comienzan a ser numerosas y, aunque los textos nos dicen que Rasmés puso él solo en fuga a los hititas que gritaban: "no es un hombre el que está ante nosotros, esta es el temible dios Seth, es la imagen de Baal en persona. Lo que el hace no puede hacerlo ningún hombre. Es un hombre solo que vence a cientos de miles, aunque no tenga tropas ni carros con él. Huyamos y salvemos nuestras vidas, a fin de que podamos respirar". Pese a que todo esto esté reflejado en los muros sagrados, no cabe duda de que algo existió y que no necesariamente fue lo que Ramsés contó.

La división de Ra, al sur, quedó desbaratada. Ramsés lucha el solo en compañía de unos pocos, pero sin embargo,  gana tiempo para que la división de Ptah, situada un poco más al sur que la división de Ra, llegase justo para ayudar al rey y poner en fuga finalmente a los hititas, puesto que el Estado Mayor y el propio faráon ya debían estar exhaustos. Sin embargo, cabe resaltar que la infantería hitita no hizo aparición. Estaban tras las murallas de Qadesh, totalmente inmóviles. Cabe pensar que sin duda, estaban presa del pánico por las acciones de Ramsés. El cobarde Muwatalli contempló la lucha desde las almenas de Qadesh. Tras la división de Ptah, llegó la división de Seth, y entonces las cosas tomaron otro color. Pese a que parece ser que, efectivamente el rey no estuvo solo, fue un hecho que atontó a los hititas totalmente. Ellos esperaban qeu Ramsés, totalmente aterrorizado huyese del campo de batalla. Pero tras lo que Muwatalli había visto,  tras comprobar que su ejército había sido casi aniquilado, debemos aceptar que en verdad, Ramsés luchó como un Toro Poderoso a orillas del río Orontes.  El rey hitita, sin duda atemorizado tras las murallas de Qadesh, aguardó el próximo movimiento de Ramsés, el cual tras este hecho, ganó confianza en sí mismo. No obstante, en honor a la verdad, la batalla de Qadesh fue una total derrota tanto para uno como para otro, puesto que Ramsés comprendió finalmente, como su padre lo había hecho antes, que aquello se convertiría en una estúpida lucha que no tendría un ganador. Las tropas se diezmarían entre ellas hasta descuartizarse, y tan solo habría  un baño de sangre.  Ramsés II regresa finalmente con su ejército a Egipto, esta batalla ha terminado, pero los hititas no han sido suprimidos. El rey sabe que la paz, si es posible tenerla, se halla todavía muy lejos. Así pues, tras la batalla de Qadesh, siguieron las luchas. Los triunfos de Ramsés terminaron por mermar las fuerzas hititas, menos organizados que los egipcios,  que tenían un entrenamiento muy básico, y que sufrieron duramente las bajas que el rey egipcio les infligía. En el año 8, Ramsés reduce a un grupo de fortalezas en Palestina, como la de Apur, en Amurru. Toma Asqelón tras un largo asedio, e incluso llega hasta la ciudad de Tunip, casi en el Hatti. La confianza que tenía Ramsés en sí mismo provocaba la ira de Muwatalli. En esta lucha de Tunip, Ramsés incluso se presenta ante el enemigo sin su armadura de guerra, acto sobervio del rey hitita, pero que sin duda daba prueba de la grandeza que el Horus Viviente poseía.

En el año 21 de Ramsés, catorce años después de Qadesh, tras la muerte de Muwatalli, Egipto y el Hatti, firmaron un tratado de paz para la eternidad. Pese a que, tanto los egipcios y los hititas se pusieron como vencedores ante su pueblo,  ambos monarcas, Hattusill y Ramsés, aceptaron terminar para siempre con aquella situación que se había prolongado ya demasiado en el tiempo.

 
 
 
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