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Allá por el año 1797 antes de Cristo, Egipto se sume en el caos. Tras la XII Dinastía, termina el segundo gran período egipcio conocido como Imperio Medio. Con la muerte de Amenemhat IV, sube al trono su Gran Esposa Real Neferusobk. El reinado de esta mujer se avecina difícil, puesto que las fronteras de Egipto ya se hayan fracturadas. Los heraldos de esta dinastía tan solo podrán intentar esquivar los asaltos que producen unas hordas de bárbaros asiáticos procedentes del Norte del país. Los estudios sugieren que en el Oriente Medio se produjo un cambio climático que obligó a una gran multitud de pueblos a moverse de su área de influencia. Llegaron pueblos como los hititas, los amurritas ó los hurritas, que terminaron por asentarse en la zona que comprende el área de Sira-Palestina. A Egipto llegaron estos pueblos, en grupos independientes, de distinto origen y etnia que terminaron por formar lo que los egipcios llamaron "Príncipes de los pueblos extranjeros", los Hicksos. Tras un gobierno de unos doscientos años aproximadamente, Egipto es ya una sombra de sí mismo. Los reyes, que se autoproclaman Soberanos de las Dos Tierras dominan la mayor parte del país, excepto una zona del Alto Egipto, que había cobrado una importancia vital ya en el Imperio Medio, Tebas. Nace la XVII Dinastía, una heredera de los reyes tebanos que instauraron la XIII Dinastía. Nos hallamos ante una familia de nobles que continúa con los antiguos ritos sagrados. Tebas es como un espacio de tiempo inalterable al margen de la situación que acontece en el resto de las Dos Tierras. Mientras en Egipto el sol se oculta tras las nubes de la tormenta hicksa, el buen dios Ra continúa navegando sobre su Barca de Millones de Años, dedicando a esta ciudad todo su calor y amor. En Tebas, llevados por su orgullo egipcio, nace una mujer extraordinaria, cuya fuerza, valor y tenacidad, es tan solo comparable al Toro Poderoso que un día se alzaba majestuoso sobre el trono del país del Nilo. Esa mujer es Iah-Hotep, una princesa que está dispuesta a cambiar el destino de su país, y dar un giro espectacular al destino del Antiguo Mundo. Al frente de Tebas, se halla su madre, la reina Tetisheri, viuda del monarca tebano Seqenenre Taa'O I. Es muy posible que Iah-Hotep se case con su hermano, Seqenenre Taa'O II, y entre los dos, constituyendo nuevamente a la Doble Pareja Real, se forja una esperanza, la de formar un ejército capaz de expulsar de Egipto a los Heqajasut, los Hicksos. Sin embargo, Seqenenre sabe que esta no será una fácil, puesto que Tebas está repleta de viles egipcios que sirven al invasor. Durante meses, Seqenenre forma a su ejército hasta que, se hace inevitable el hacer frente a los invasores. La guerra ha comenzado. Los egiptólogos no tienen muy claro, debido a la falta de textos, el desarrollo de esta primera lucha. Se sabe que Seqenenre recibe una tablilla del rey Apofis que reinaba en Avaris, que lo advertía de las consecuencias, en lo que tan solo era un rumor, de ese posible levantamiento contra el poder hickso. Y Seqenenre, con total autoridad como único y verdadero Rey del Alto y del Bajo Egipto, le contesta: "Que sufra tu corazón, vil asiático. Mira, yo voy a beber el vino de tus viñedos cuando (lo) presenten para mi los asiáticos que haya capturado. El rey Apofhis, que tenga Vida, Fuerza y Salud ha concebido el deseo de enviar una carta amenazadora a Seqenenre, príncipe de la Ciudad del Sur". No se sabe cuantos hombres exactamente partieron al frente con su rey, pero la batalla fue cruenta y de terribles consecuencias para el soberano tebano. Así lo evidencia su momia, hallada en el escondrijo de Deir el-Bahari, mostraba terribles heridas en su cráneo. El rey ha muerto. Seqenenre Taa'O II, "el que ve aumentado su valor por la Luz Divina" se ha unido a la inmortalidad. Pero Tebas no se sume en el caos, como así lo debió pensar el vil rey Apofis en su fortaleza de Avaris. Nuevamente, Iah-Hotep, con sus dos hijos pequeños, retoma el mando del ejército, dispuesta a morir por el único destino posible de su país, la Libertad. Cuando Kamose recoge el testigo de su padre, no está dispuesto a permitir que el recuerdo del valiente y gran rey Seqenenre Taa'O II quede sepultado bajo el oscuro manto del olvido. Su corazón está protegido por Ra y el deseo de libertad supera los peligros que puedan surgir. Así pues, Kamose se pone al frente del ejército y parte de Tebas, decidido a no compartir su reinado con un salvaje kushita y con un vil asiático que se refugiaba en el Delta, mientras su mayor contingente se acumulaba en Menfis. Entonces, Kamose es testigo de un acto más sacrílego, si cabe, que la propia ocupación que su país está sufriendo. Muchos de los nobles y cortesanos no desean entrar nuevamente en conflicto. Comunican al rey tebano que prefieren no correr un trágico destino, y piden al monarca que tenga en cuenta lo que le ha ocurrido a su padre. Pero Kamose se enfunda su coraza, se coloca su casco de guerra y parte al frente de su ejército hacia la ciudad de Neferusi: "Bajé el río para que los asiáticos siguieran a Amón, el Justo-De-Consejos, con mis soldados a mi lado como una llama de fuego. Pasaba la noche en mi barco, y mi corazón estaba feliz. Maat me aconsejaba y cuando la tierra se iluminó, me abalancé sobre él como un halcón". Kamose no ha tenido piedad con el invasor que tanto había subestimado al poder tebano. Los muros de la ciudad han sido destruidos, y los supervivientes temen la cólera del rey. Kamose les condona su osadía, a cambio de unirse a su ejército. Así, asiéndose a tan generosa oferta, las filas del ejército se ven incrementas. En el Bajo Egipto, el cruel Apofis no da crédito. ¿Cómo es posible que ese insurrecto haya infligido tan sangrante derrota?, se pregunta. Y urde en su retorcida mente, un maquiavélico plan para asestar el golpe definitivo a ese maldito reyezuelo tebano, y poner punto final a ese osado sueño de libertad. Envía a sus mensajeros hacia el país de Kush. Llevan una carta que propone al monarca del sur una alianza para atacar Tebas. Los nubios por el sur, y los hicksos por el norte, cogerán a Kamose en un fuego cruzado. Pero nadie contaba con la voluntad del dios Amón, el cual guió desde las alturas a aquellos dos exploradores tebanos hacia la ruta de los oasis, que en aquellos precisos momentos recorría el mensajero del vil y tirano Apofis. Ahora, Kamose está al corriente de los planes del enemigo, y ya no tiene duda alguna. Amón guía su brazo hacia la victoria. Será despiadado como un león herido, caerá sobre su víctima con la rapidez del halcón. Y así sucede. El Faraón de las Dos Tierras, Wadj-Jeper-Re Kamose avanza como el Toro Poderoso, exterminando a su enemigo sin conceder clemencia. Una a una, las ciudades partidarias a los asiáticos son arrasadas, los enemigos de las Dos Tierras son aniquilados y Kamose ha vuelto a instalar la omnipotencia del Faraón. El bravo guerrero asedia los reductos hicksos que han quedado fuera de Avaris, exterminándolos a su paso. No consigue entrar en la fortaleza, y decide regresar a Tebas, donde allí lo aguarda su madre, Iah-hotep y un pueblo embriagado por la dulce Libertad. Pero en el fragor de la batalla, el buen dios Kamose ha resultado herido. Su muerte es llorada, pero la lucha aún no ha terminado. A pesar de que el su segundo hijo tan solo tiene diez años, Iah-Hotep no cesa en su lucha. No permite que el terreno conquistado quede desprotegido. Ella misma se pone al frente de su ejército. "Haced llegar vuestras alabanzas a la Dama de las Orillas de las regiones lejanas (los islotes del norte reconquistadas gracias a Iah-Hotep), cuyo nombre se exalta en todos los países extranjeros; ella, la que gobierna multitudes y se ocupa de Egipto con sabiduría; ella, la que se ha preocupado de su ejército, la que ha velado por él; la que ha conseguido el retorno de los fugitivos y ha reunido a los disidentes, la que ha pacificado el Alto País y ha sometido a los rebeldes". Iah-Hotep es un guerrero, la imagen de la diosa Sejmet, despiadada y aterradora es el semblante único que esta reina tebana ofrece a los viles ocupantes, que lejos de respetar las leyes de Maat, han sembrado el caos en las moradas de los dioses. Iah-Hotep debe seguir velando por el orden del país, tan pronto como tiene constancia de cualquier hecho virulento, lo desmantela de raíz. Así, pone punto y final a una pequeña revuelta que surge en el sur, y se ocupa ella misma de alistar a nuevos soldados, formarlos y alentarlos para lo que aún está por venir. El golpe definitivo. Con esta única visión de lo que será el futuro de Egipto, Ahmose recibe de su madre la sabiduría del propio Thot y de su consorte Seshat. Aprende las labores de un rey, no solo militares, sino la de amar y confraternizar con los espíritus de los más gloriosos reyes, que desde las profundidades de sus moradas para la eternidad, braman al infinito la grandeza de las Dos Tierras. Ahmose recibe la educación que debe recibir un buen rey, y llegado el momento, llevará el nombre de Egipto hasta los confines de la tierra. El momento llega cuando Ahmose tiene edad para ponerse al frente de su ejército. Sin embargo, antes de la batalla ha de afrontar una prueba de poder. Muchos de los cortesanos no desean esa ofensiva, prefiriendo que Iah-Hotep pacte con los hicksos una rendición condicionada. Curiosamente, no es Ahmose, sino su madre la que toma los cetros del poder y ella misma corta de raíz tan osada propuesta. Ahmose lanza hacia Avaris, como un león enfurecido, no está solo, pues le sigue un ejército que a lomos de los caballos que los hicksos han introducido en Egipto, levantan nubes de polvo tan grandes que cubren el horizonte. Con él está su general y amigo Ahmosis el hijo de Abana, un brillante y valiente guerrero que luchará con su rey hasta el final, lo que hará que Ahmose lo condecore en numerosas ocasiones con las moscas de "oro al valor". El ejército del rey se lanza hacia Avaris. Esta vez, nada podrá detenerlos. Así sucede. Asalto tras asalto, las murallas de la ciudad-fortaleza de los hicksos, se van desmoronando. Finalmente, la bandera del Sema-Tawy ondea en las murallas de Avaris. El ejército de Ahmose ha vencido al vil invasor, el cual ha salido huyendo hacia Palestina. El regreso a Tebas es un canto de alabanza a los dioses de las Dos Tierras. Por donde pisan, los hombres del rey devuelven el color a las marchitas riveras de la Tierra Negra. Una vez en la ciudad, la victoria es celebrada. Sin embargo, Ahmose no puede dejar de escuchar esa voz que proviene de todos los rincones del país. Es el espíritu de su padre, es el clamor de los grandes monarcas egipcios, que claman sin cesar la total expulsión de los asiáticos, y la implantación de Maat en el sur. Ahmosis observa el reino del cobarde nubio, y acto seguido pone a su ejército nuevamente en movimiento. El objetivo es la plaza fuerte de Shauren, al suereste de Palestina, donde se han refugiado los últimos supervivientes de Avaris. Después de una cruda batalla de tres años, el cáncer ha sido extirpado, y la frontera norte de Egipto vuelve a ser segura. Y es entonces cuando el rey vuelve sus ojos hacia la frontera sur. El país de Kush pagará caro su intento de traición. En los tres próximos años, el ejército de Ahmose se expandirá hasta la Baja Nubia. Allí, una vez Maat ha sido restablecida, impondrá nuevamente la organización administrativa y política que devuelvan a Kush el estatus de provincia egipcia. Ahmose vivirá el resto de sus días alternando la palabra con la espada. La reina Iah-Hotep fallecerá felizmente, con más de ochenta años de edad, viendo como de nuevo un Egipto grandioso vuelve a construir moradas para los dioses. Su morada de eternidad en la necrópolis de Tebas-oeste es impresionante. Brazaletes de oro macizo con lapislázuli, en los que se proclama a su hijo como faraón, un brazalete de perlas ensartadas en un hilo de oro que al abrocharlo cierra un cartucho en el que se proclama a Ahmose como "todo un dios, amado de Amón", un puñal de oro macizo, un hacha de oro con la empuñadura de cedro recubierto de oro en el que se ve a la reina pisoteando a sus enemigos y tres moscas de oro al valor son unas ofrendas a una diosa que supo inculcar el valor y el sentimiento de la Libertad, no solo en sus hijos, sino en cada uno de los corazones que forman Egipto. Esta no es solo la historia de una guerra. Es la historia de una familia, de un linaje de reyes, de un país. Esta es la historia del final de una etapa y el comienzo de grandes gestas y epopeyas. Es, el comienzo de la XVIII Dinastía. |
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