Arqueo Aegyptos

Grandes Nombres Del Antiguo Egipto

Ahmosis, el Hijo de Abana

El brazo de Su Majestad


 

 

Texto por Amenofhis III

 

No cabe duda de que uno de los más difíciles momentos que vivió Egipto fue su sumisión bajo los hicsos, un pueblo, bárbaro y sanguinario según unos; totalmente adaptado a las costumbres del país ocupado, según otros. Lo cierto es que durante el reinado de los hicsos se destruyen gran cantidad de tesoros egipcios. No estamos hablando tan solo de objetos materiales, como pudieron ser obras de arte, sino que los tesoros más preciados que tenían los antiguos egipcios era el amor por sus dioses y su libertad. Con el reinado de los hicsos, llega una etapa de sumisión, en la que cientos de egipcios hallaron la muerte indiscriminada a manos de los gobernantes que, con su autoridad, se proclamaron faraones.

Las, sin duda, emocionantes historias que este período debe esconder tras el silencio que nos muestra, deben ser decenas ó cientos. Es esta una etapa del Antiguo Egipto que se desconoce en gran parte, pero gracias a hombres como Ahmosis el Hijo de Abana, sabemos como fueron las horas gloriosas de la reconquista.

La historia de este hombre se liga totalmente al ejército tebano, endeble y todavía hallándose en inferioridad numérica con el enemigo, y que en aquellos días obedecía las órdenes de un joven faraón que llevaba muy alto el título que ostentaba, Señor del Alto y del Bajo Egipto, Taa' O II Djehuti Seqenenre. Durante el reinado de Taa'O I y de Tetisheri, padres de Iah-Hotep, soberana de las Dos Coronas y Gran Esposa Real, Tebas goza de una libertad ficticia en muchos aspectos. Cierto es que en esta pequeña ciudad, que había alcanzado cierta importancia durante el Imperio Medio, no hay afluencias asiáticas, pero más cierto es que el reinado de el faraón Taa' O I, se limita a los muros de Tebas y no se extiende sobre las dos orillas y los márgenes del desierto. Sobre el año 1558 reina en el Delta, asentado en su fortaleza de Avaris, el faraón Apofis. Es entonces cuando  el ejército, que Iah-Hotep y Seqenenre habían formado a espaldas de los invasores, se lanza a la reconquista de Egipto, dispuestos a dar su vida entera por un Egipto Libre. Se desconoce el número de soldados egipcios que comanda Seqenenre, pero el faraón, cuyo nombre significa "el que ve aumentado su valor por la Luz Divina", se lanza en un ataque contra los invasores hicksos. Tampoco se conoce la duración de la batalla, pero sí que Seqenenre recibe varias heridas mortales en su cráneo y pecho. El Faraón de Tebas, Seqenenre Ta'a II muere en el campo de batalla, rodeado por la Fuerza que sus más brillantes antepasados le han brindado, pero eso no ha sido suficiente, y su cuerpo sin vida regresa a la ciudad del sur, llevado por los supervivientes de la sangrienta y cruel batalla. Entre estos valientes guerreros, se halla el padre de nuestro Ahmosis.

Tras esta primera derrota, el ejército de la reina Iah-Hotep no hace sino incrementar su odio contra este cruel invasor, y tras el breve y fugaz paso de Kamosis por el trono de Egipto, llega Ahmosis, el segundo hijo de Seqenenre e Iah-Hotep. El ejército del nuevo faraón se halla glorificado bajo su mando, son como las fauces salvajes de un hipopótamo desbocado. Ahmosis se lanza hacia Avaris, como un león enfurecido, no está solo, pues le sigue un ejército que a lomos de los caballos, levantan nubes de polvo tan grandes que cubren el horizonte. Con él está su general y amigo Ahmose, un brillante y valiente guerrero que luchará con su rey hasta el final.

Ahmosis el Hijo de Abana, nace en la ciudad de Nejen, la Hieracómpolis de los griegos. Ya había luchado en anteriores batallas, en las que el faraón Ahmosis había ido recuperando poco a poco, el terreno perdido. Cada vez, había un trocito más del Bajo Egipto que se unía al Alto Egipto. Las Dos Tierras estaban más completas a cada paso que el ejército daba hacia su destino final: Avaris. A bordo de la nave real, que lleva por nombre "Toro Salvaje", viaja Ahmosis el Hijo de Abana, junto a Su Majestad el Señor de las Dos Tierras Nebpehtire Ahmosis, un faraón repleto de una juventud que no conocía niñez; que vivía en un presente carente de recuerdos. Tan solo podía alcanzar viejos sueños que conocía por oídas, sueños que hablaban de un glorioso Egipto que había construido grandes pirámides para sus faraones. Cuando Egipto fuese libre, él mismo levantaría una pirámide para su gloria.

Ahmosis el Hijo de Abana no ha llegado hasta el rey por casualidad. El faraón necesitaba a su lado a valerosos guerreros, y a sus oídos había llegado este soldado, luchador incansable, experto en el manejo del arco y en la lucha cuerpo a cuerpo. Así pues, el valeroso guerrero se dirige hacia Avaris, ciudad-fortaleza que sufre un sitio terrible. Una vez llegados al Delta del Nilo, las tropas del rey toman el brazo del río que lleva por nombre "Pa-djedju". La batalla debió ser terrible. El asedio duró meses. Interminables horas en las que el ejército del faraón Ahmosis luchaba sin cuartel para eliminar el punto neurálgico de aquélla peste asiática que había invadido su país. Finalmente, Avaris cayó  y el terror que habían implantado los hicsos desapareció.

En su autobiografía, Ahmosis el Hijo de Abana nos cuenta que la ciudad de Avaris quedó expoliada, reducida a escombros. De allí traje sus restos: un hombre, tres mujeres; un total de cuatro personas que Su Majestad me entregó como sirvientes. La flota egipcia regresa a Tebas, donde el faraón condecora a Ahmosis el Hijo de Abana con dos moscas de oro, y los cautivos que había apresado, le son entregados para disponer de sus servicios. A continuación, el ejército de Ahmosis se dirigió hacia Sahruen, una de las fortalezas donde habían sucumbido muchos egipcios. El emblema del Sema Tawy ondea bajo el sol del desierto, y durante tres largos años, la plaza fuerte. Una deuda queda todavía por saldar, el pacto traicionero que los kushitas habían hecho con los hicsos. Y el faraón Ahmosis no lo ha olvidado. Así, navega en su buque, encabezando a su flota militar, hacia Jent-Nefer. Allí se lleva a cabo una gran batalla, se produce una auténtica carnicería. "Su majestad hizo una gran matanza, y me traje de allí a dos hombres vivos y tres manos. Luego, nuevamente me recompensaron con el oro al valor, y dos sirvientas me fueron entregadas  para mi servicio. Su majestad, vida, prosperidad y salud, viajó entonces hacia el norte, con su corazón regocijado con el valor y la victoria. Había aplacado a los hombres del norte y a los hombres del sur".

No obstante, las incursiones de Ahmosis parecen no tener fin. Durante unos años, el faraón se asegura de mantener a raya a todos aquellos que habían confabulado, de una forma u otra, en contra de un sometido Egipto, pero que ahora estaba caminando hacia la cúspide de su gloria. Nuevamente, Ahmosis el Hijo de Abana obtiene nuevos cautivos y nuevas propiedades que le son entregadas como recompensa. Y el rey decide que ampliará sus fronteras. Así pues, pone rumbo hacia el país de Kush, donde impuso su ejército en medio de las tropas nubias. "Su Majestad golpeó violentamente a los kushitas, y los destruyó como si jamás hubiesen existido".  En esta batalla, Ahmosis el Hijo de Abana ya está al mando de una tropa. Su valor fue incondicional, y nuevamente es recompensado con el oro al valor. Embarca con el rey en su nave, y regresa a Tebas. Ahora pertenece al círculo de los hombres del faraón.

Ahmosis el Hijo de Abana llega a comandante del ejército, y se ve envuelto, junto al faraón, en otra nueva batalla. Jent-Nefer es nuevamente escenario bélico, pero en esta ocasión es la ruta para perseguir a varios habitantes del desierto, que comenzaban a hacer incursiones temerarias. El rey Ahmosis mata personalmente al jefe de los asaltantes.  De regreso a Tebas, los dos hombres viajan en la nave real, de nombre "El Halcón de Su Majestad", en cuya proa se halla suspendida la cabeza del enemigo. Una vez en Tebas, el faraón Ahmosis acude a Karnak, para agradecer al dios Amón el haberle insuflado en valor de la victoria.

Otras aventuras vivió Ahmosis el Hijo de Abana, siempre al lado de su señor, la Majestad del Alto y del Bajo Egipto, el cual lo recompensó numerosas veces con el oro al valor, y llegó a obtener gran cantidad de bienes. Alcanzó una longeva edad, siempre amado por su rey, el hombre que había devuelto la libertad a Egipto, tras largos años de sufrimiento y dolor.

 

 
 

© 2005, Amenhotep III (Luis Gonzalez Gonzalez) Amenofhis_29@hotmail.com