|
Sonetos,
versos libres, haikus, cuentos, odas, tenebrosas elucubraciones
y ficciones de todos los gustos. Para que se despache quien quiera
y pueda. Hacemos una ininterrumpida invitación a que nos
manden sus trabajos after hour. |
|
|
|
|
|
Era
una noche rara.
Él había estado escapando de los compromisos
que no quería tener. Ella, tratando de conocer gente
y de no embriagarse otra vez.
Ella se le acercó.
Cruzaron muchas palabras y sellaron su pacto con un abrazo.
Ambos tenían un plan y se pusieron en movimiento para
hacer los preparativos.
Se reunieron en un bar, poco antes del hecho.
Ella llegó poco después que él, trayendo
consigo una pequeña valija de cuerina negra.
Se la entregó.
Disimuladamente, fueron hasta el reservado.
Apoyó delicadamente la maleta sobre la mesa, ella introdujo
el código y él la abrió.
Sacó primeramente el plano, lo estudiaron y sincronizaron
sus relojes.
Él tomó el 45a belga y lo introdujo en su sobaquera.
|
Ella,
la lübhert cal 9mm y la colocó en su cintura,
dentro de la pantaleta.
Se besaron y partieron en el camaro negro.
Ella conducía, él tomaba tranquilizantes.
Entraron en el puesto de comidas rápidas de una
gasolinería.
Formaron la fila.
Ella pidió un menú 5, pagó y se fue
comiendo la hamburguesa.
Él la seguía detrás.
Al pasar el de seguridad, él desenfundó.
Hizo dos disparos, uno por cada rodilla del agente.
Al unísono, ella pateó el arma que estaba
en el suelo y vociferó que entregarán todo
el dinero.
Así fue.
Al salir, el guardia, desde el suelo, sacó otra
pistola de su tobillera, una calibre 22 corto.
Disparó.
Ella se desplomó en el suelo, en camara lenta él
la vio caer.
Ciego de furia, disparó al guardia dos veces más,
uno por cada mano.
Mientras ella se reincorporaba, el guardia gritaba y lloraba
sin tener nada qué hacer.
Delicadamente, ella sacó el proyectil de su chaleco,
que se encontraba debajo de su chamarra. Después
de todo, él había tenido razón, iban
a ser necesarios.
Fugaron en el coche, sin embargo uno de los empleados
había activado la alarma poco después de
que salieran por la puerta.
Tenían poco tiempo.
Él manejaba, ella miraba la pequeña herida
en su hombro.
La lluvia comenzó a caer sobre el camino.
Se dirigían a la frontera.
Sólo faltaban 22 km...
"Las cosas no están bien, pero aún
estamos juntos", pensó mientras secaba el
sudor de su frente.
Poco tiempo después llegaron.
Los guardias los invitaron a bajar, los palparon y revisaron
el maletero.
Las armas estaban en los paneles de las puertas.
Poco después pararon en una pequeña iglesia,
al costado del camino hacia la ciudad.
Había mucha gente.
Al entrar fueron separados.
Él entregó el dinero a un hombre de fino
traje negro.
Allí estaban: él y ella.
"Lo logramos" pensaron ambos, justo antes de
que el sacerdote les permitiera besarse.
SITO
BARRET
(Luis J. Pepe) nació en abril
de 1980 y vive en Buenos Aires. Es técnico, docente,
músico y escritor amateur. Escribe desde los 13
años influido por historietas oscuras o futuristas
como Sandman, The Preacher, El Eternauta; los libros de
la Serie Dune y cuentos de Stephen King y Ray Bradbury.
E invita a los lectores a comunicarse a: lijupe@yahoo.com.ar
ARRIBA
|
...................................................................................................................................................................
|
Ella
sonrió, sus carnosos labios dibujaron una burbuja
que explotó llenando el aire con los dispersos
pedazos de un liviano beso; mientras su delgada mano
se agitaba como palmera, mostrando el ritmo que sus
anchas caderas emprenderían luego de su marcha.
Su torneado cuerpo adherido a la ajustada ropa parecía
luchar por salirse de esos límites perfectos,
con la misma fuerza que llegaba el barco al puerto;
sus largas y bronceadas piernas iniciaron el ascenso
por las escaleras mientras A contemplaba maravillado
aquel espectáculo.
La tarde que llegó a la ciudad para constatar
los hechos, antes de hacer firmar los papeles por
la beneficiaria, A notó que la atmósfera
concentrada en una de las alcobas de la casona era
tan pesada como la maleta que llevó al embarcadero
a solicitud de la bella viuda. De Doña Luna
decían algunos que había pasado a mejor
vida al contraer matrimonio con el viejo y millonario
cascarrabias de Puerto Gibraltar, pequeño y
caluroso pueblo, cuyo mayor atractivo era un estuario
formado por la desembocadura del pesado río.
Mientras otros habitantes de esa aldea con muelle
decían que ella había pasado a mejor
vida al morir el quisquilloso.
El testamento era concreto, Doña Luna sería
una de las herederas si la muerte de R se daba por
motivos naturales. Deducir que Doña Luna tenía
derecho a lo suyo no fue tan difícil para A
como conseguir dejar de pensar en ella desde que hablaron
a solas en la intimidad de la cocina que Don R le
había decorado a su Luna como si fuera el aposento
de una reina. El gran recinto apenas sí tenía
espacio para los utensilios de culinaria, estufa,
hornillo y cuanto instrumento para gastronomía
habían inventado y estaban por inventar; el
decorado fue testigo silencioso del único encuentro
de Doña Luna con R, placer que a lo sumo le
devino en muerte; y del exclusivo encuentro de Doña
Luna con su hijastro, goce que a lo sumo la dejó
como única sucesora viva. No hay muerte más
natural que la ocasionada por un paro cardio-respiratorio,
dictaminó el médico forense al examinar
todas las evidencias aportadas tan generosamente por
Doña Luna.
La tarde anterior mientras conversaban, ella invitó
a A a cenar, verla preparar el bisque de jaiba lo
sacó de su contemplación a través
de la ventana que daba a la playa; una ventana de
esas dimensiones y con esa ubicación no la
pondría un diseñador sensato en la cocina;
pensaba cuando la sintió moverse con agilidad
de alcatraz pescando en la cocina: troceaba la jaiba
natural con deleite; calentaba la mantequilla con
pasión, salteaba la jaiba en la mantequilla
dorándola suavemente. Cortaba desenfrenadamente
en pequeños trozos cebolla, zanahorias …
puerros. Añadía el mirepoix fino con
frenesí, agregaba con delirio el coñac
y terminaba con un espasmo al flambear. Tomaba entre
sus finas manos el tomate, espolvoreaba la harina,
agregaba el fondo y dejaba cocer a fuego suave durante
30 o 45 minutos; mientras acariciaba los instrumentos
usados con anterioridad; como dándoles un masaje
para insuflarles nuevo vigor. El tiempo pasaba raudo
ante los encantos gastronómicos de Doña
Luna. Condimentar. Filtrar todo con paño. Desglasar
con cuchara. Refinar con crema. Eran espectáculos
que brindaba la señora en su reino natural.
Servir aparte con crutones naturales, tomates naturales
y trocitos de jaiba y trocitos de limón para
decorar fue el éxtasis, y servirlo con un buen
chardonnay frío en el balcón de la sala
frente al mar, fue la última convulsión.
Solo alguien experimentado en el arte de la medicina
no moriría por falta de aire y taquicardia
al estar en la gigante cocina y ver a la voluptuosa
viuda con su lasciva mirada; su lujurioso andar y
su concupiscentes y carnosos labios dibujando una
burbuja que explota llenando el aire con los dispersos
pedazos de un liviano beso; mientras su delgada mano
se agitaba como palmera, mostrando el ritmo que las
balas emprenderían luego de dispararle al exhausto
comensal.
AYMER WALDIR ZULUAGA MIRANDA (Medellín,
Colombia)
ARRIBA
...................................................................................................................................................................
|
La
pregunta se repite.
Rasgos
atribulados por obscenos pensamientos
abren las conciencias de las camas.
La pregunta se repite.
Un borracho dormido
con su boca entreabierta
gotea
hasta marear el asfalto.
La pregunta se repite.
La calle resuena con los tacos.
Hundiéndome
intento aferrarme de las faldas;
las luces ya no alumbran
mis ojos
la cara.
La pregunta se repite a si misma.
Los cuerpos que se marcan
aúllan las mañanas,
de pronto
la voz que se alza:
veinte pesos.
HUMBERT
GOD, Spanish Town, Jamaica (1962)
ARRIBA
...................................................................................................................................................................
|
Saldrá la poesía a regar
las calles quemadas
revelará
frutos sobre labios
entrará
a las casas
desencantadas
volará
fantasmas reparadores
de ventanas
las
abrirá al mar
que llega de mañana
con luz
de cielo de sol
no
será
de otro modo.
LUIS SHINCA.
Lomas de Zamora, Bs.As. (1951). Caricaturista.
ARRIBA
...................................................................................................................................................................
|
|
la luz arde sobre la huella
como una brasa ausente
el
tiempo atardece mi palabra
escrito
por CARLOS GODOY
|
ARRIBA |
|
|
|
|
|