Sonetos, versos libres, haikus, cuentos, odas, tenebrosas elucubraciones y ficciones de todos los gustos. Para que se despache quien quiera y pueda. Hacemos una ininterrumpida invitación a que nos manden sus trabajos after hour.
ESTADO CIVIL: VIUDA
Aymer Waldir Zuluaga
A REGAR
Luis Schinca
 
Era una noche rara.
Él había estado escapando de los compromisos que no quería tener. Ella, tratando de conocer gente y de no embriagarse otra vez.
Ella se le acercó.
Cruzaron muchas palabras y sellaron su pacto con un abrazo.
Ambos tenían un plan y se pusieron en movimiento para hacer los preparativos.
Se reunieron en un bar, poco antes del hecho.
Ella llegó poco después que él, trayendo consigo una pequeña valija de cuerina negra.
Se la entregó.
Disimuladamente, fueron hasta el reservado.
Apoyó delicadamente la maleta sobre la mesa, ella introdujo el código y él la abrió.
Sacó primeramente el plano, lo estudiaron y sincronizaron sus relojes.
Él tomó el 45a belga y lo introdujo en su sobaquera.

Ella, la lübhert cal 9mm y la colocó en su cintura, dentro de la pantaleta.
Se besaron y partieron en el camaro negro.
Ella conducía, él tomaba tranquilizantes.
Entraron en el puesto de comidas rápidas de una gasolinería.
Formaron la fila.
Ella pidió un menú 5, pagó y se fue comiendo la hamburguesa.
Él la seguía detrás.
Al pasar el de seguridad, él desenfundó. Hizo dos disparos, uno por cada rodilla del agente.
Al unísono, ella pateó el arma que estaba en el suelo y vociferó que entregarán todo el dinero.
Así fue.
Al salir, el guardia, desde el suelo, sacó otra pistola de su tobillera, una calibre 22 corto.
Disparó.
Ella se desplomó en el suelo, en camara lenta él la vio caer.
Ciego de furia, disparó al guardia dos veces más, uno por cada mano.
Mientras ella se reincorporaba, el guardia gritaba y lloraba sin tener nada qué hacer.
Delicadamente, ella sacó el proyectil de su chaleco, que se encontraba debajo de su chamarra. Después de todo, él había tenido razón, iban a ser necesarios.

Fugaron en el coche, sin embargo uno de los empleados había activado la alarma poco después de que salieran por la puerta.
Tenían poco tiempo.
Él manejaba, ella miraba la pequeña herida en su hombro.
La lluvia comenzó a caer sobre el camino.
Se dirigían a la frontera.
Sólo faltaban 22 km...
"Las cosas no están bien, pero aún estamos juntos", pensó mientras secaba el sudor de su frente.
Poco tiempo después llegaron.
Los guardias los invitaron a bajar, los palparon y revisaron el maletero.
Las armas estaban en los paneles de las puertas.
Poco después pararon en una pequeña iglesia, al costado del camino hacia la ciudad.
Había mucha gente.
Al entrar fueron separados.
Él entregó el dinero a un hombre de fino traje negro.
Allí estaban: él y ella.
"Lo logramos" pensaron ambos, justo antes de que el sacerdote les permitiera besarse.

SITO BARRET
(Luis J. Pepe) nació en abril de 1980 y vive en Buenos Aires. Es técnico, docente, músico y escritor amateur. Escribe desde los 13 años influido por historietas oscuras o futuristas como Sandman, The Preacher, El Eternauta; los libros de la Serie Dune y cuentos de Stephen King y Ray Bradbury. E invita a los lectores a comunicarse a: lijupe@yahoo.com.ar

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Ella sonrió, sus carnosos labios dibujaron una burbuja que explotó llenando el aire con los dispersos pedazos de un liviano beso; mientras su delgada mano se agitaba como palmera, mostrando el ritmo que sus anchas caderas emprenderían luego de su marcha. Su torneado cuerpo adherido a la ajustada ropa parecía luchar por salirse de esos límites perfectos, con la misma fuerza que llegaba el barco al puerto; sus largas y bronceadas piernas iniciaron el ascenso por las escaleras mientras A contemplaba maravillado aquel espectáculo.
La tarde que llegó a la ciudad para constatar los hechos, antes de hacer firmar los papeles por la beneficiaria, A notó que la atmósfera concentrada en una de las alcobas de la casona era tan pesada como la maleta que llevó al embarcadero a solicitud de la bella viuda. De Doña Luna decían algunos que había pasado a mejor vida al contraer matrimonio con el viejo y millonario cascarrabias de Puerto Gibraltar, pequeño y caluroso pueblo, cuyo mayor atractivo era un estuario formado por la desembocadura del pesado río. Mientras otros habitantes de esa aldea con muelle decían que ella había pasado a mejor vida al morir el quisquilloso.
El testamento era concreto, Doña Luna sería una de las herederas si la muerte de R se daba por motivos naturales. Deducir que Doña Luna tenía derecho a lo suyo no fue tan difícil para A como conseguir dejar de pensar en ella desde que hablaron a solas en la intimidad de la cocina que Don R le había decorado a su Luna como si fuera el aposento de una reina. El gran recinto apenas sí tenía espacio para los utensilios de culinaria, estufa, hornillo y cuanto instrumento para gastronomía habían inventado y estaban por inventar; el decorado fue testigo silencioso del único encuentro de Doña Luna con R, placer que a lo sumo le devino en muerte; y del exclusivo encuentro de Doña Luna con su hijastro, goce que a lo sumo la dejó como única sucesora viva. No hay muerte más natural que la ocasionada por un paro cardio-respiratorio, dictaminó el médico forense al examinar todas las evidencias aportadas tan generosamente por Doña Luna.
La tarde anterior mientras conversaban, ella invitó a A a cenar, verla preparar el bisque de jaiba lo sacó de su contemplación a través de la ventana que daba a la playa; una ventana de esas dimensiones y con esa ubicación no la pondría un diseñador sensato en la cocina; pensaba cuando la sintió moverse con agilidad de alcatraz pescando en la cocina: troceaba la jaiba natural con deleite; calentaba la mantequilla con pasión, salteaba la jaiba en la mantequilla dorándola suavemente. Cortaba desenfrenadamente en pequeños trozos cebolla, zanahorias … puerros. Añadía el mirepoix fino con frenesí, agregaba con delirio el coñac y terminaba con un espasmo al flambear. Tomaba entre sus finas manos el tomate, espolvoreaba la harina, agregaba el fondo y dejaba cocer a fuego suave durante 30 o 45 minutos; mientras acariciaba los instrumentos usados con anterioridad; como dándoles un masaje para insuflarles nuevo vigor. El tiempo pasaba raudo ante los encantos gastronómicos de Doña Luna. Condimentar. Filtrar todo con paño. Desglasar con cuchara. Refinar con crema. Eran espectáculos que brindaba la señora en su reino natural. Servir aparte con crutones naturales, tomates naturales y trocitos de jaiba y trocitos de limón para decorar fue el éxtasis, y servirlo con un buen chardonnay frío en el balcón de la sala frente al mar, fue la última convulsión.
Solo alguien experimentado en el arte de la medicina no moriría por falta de aire y taquicardia al estar en la gigante cocina y ver a la voluptuosa viuda con su lasciva mirada; su lujurioso andar y su concupiscentes y carnosos labios dibujando una burbuja que explota llenando el aire con los dispersos pedazos de un liviano beso; mientras su delgada mano se agitaba como palmera, mostrando el ritmo que las balas emprenderían luego de dispararle al exhausto comensal.

AYMER WALDIR ZULUAGA MIRANDA (Medellín, Colombia)

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La pregunta se repite.
Rasgos
atribulados por obscenos pensamientos
abren las conciencias de las camas.
La pregunta se repite.
Un borracho dormido
con su boca entreabierta
gotea
hasta marear el asfalto.
La pregunta se repite.
La calle resuena con los tacos.
Hundiéndome
intento aferrarme de las faldas;
las luces ya no alumbran
mis ojos
la cara.
La pregunta se repite a si misma.
Los cuerpos que se marcan
aúllan las mañanas,
de pronto
la voz que se alza:
veinte pesos.

HUMBERT GOD, Spanish Town, Jamaica (1962)

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Saldrá la poesía a regar
las calles quemadas

revelará frutos sobre labios

entrará a las casas
desencantadas

volará fantasmas reparadores
de ventanas

las abrirá al mar
que llega de mañana
con luz
de cielo de sol

no será
de otro modo
.

LUIS SHINCA. Lomas de Zamora, Bs.As. (1951). Caricaturista.


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la luz arde sobre la huella
como una brasa ausente

el tiempo atardece mi palabra


escrito por CARLOS GODOY


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