EL VERSO
CON RIMA Y MEDIDA

 

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   RIMAS XLI a XXIX   

 

                         XII

          Porque son, niña, tus ojos
          verdes como el mar, te quejas;
          verdes los tienen las náyades,
          verdes los tuvo Minerva,
          y verdes son las pupilas
          de las hurís del profeta.

          El verde es gala y ornato
          del bosque en la primavera.
          Entre sus siete colores
          brillante el iris lo ostenta.

          Las esmeraldas son verdes,
          verde el color del que espera,
          y las ondas del océano,
          y el laurel de los poetas.

          Es tu mejilla temprana
          rosa de escarcha cubierta,
          en que el carmín de los pétalos
          se ve al través de las perlas.

          Y, sin embargo,
          sé que te quejas
          porque tus ojos
          crees que la afean.
          pues no lo creas;
          que parecen tus pupilas,
          húmedas, verdes e inquietas,
          tempranas hojas de almendro,
          que al soplo del aire tiemblan.

          Es tu boca de rubíes
          purpúrea granada abierta,
          que en el estío convida
          a apagar la sed en ella.

          Y, sin embargo,
          sé que te quejas
          porque tus ojos
          crees que la afean.
          Pues no lo creas;
          que parecen, si enojada
          tus pupilas centellean,
          las olas del mar que rompen
          en las cantábricas peñas.

          Es tu frente, que corona
          crespo el oro en ancha trenza,
          nevada cumbre en que el día
          su postrera luz refleja.
          Y, sin embargo,
          sé que te quejas
          porque tus ojos
          crees que la afean.
          Pues no lo creas;
          que entre las rubias pestañas,
          junto a las sienes, semejan
          broches de esmeralda y oro
          que un blanco armiño sujetan.

          Porque son, niña, tus ojos
          verdes como el mar te quejas;
          quizá, si negros o azules
          se tornasen, lo sintieras.

           

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              XIII

          Tu pupila es azul, y cuando ríes,
          su claridad suave me recuerda
          el trémulo fulgor de la mañana
          que en el mar se refleja.

          Tu pupila es azul, y cuando lloras,
          las transparentes lágrimas en ella
          se me figuran gotas de rocío
          sobre una violeta.

          Tu pupila es azul, y si en su fondo
          como un punto de luz radia una idea,
          me parece en el cielo de la tarde
          ¡una perdida estrella!


                         XIV

          Te vi un punto, y flotando ante mis ojos
          la imagen de tus ojos se quedó,
          como la mancha oscura, orlada en fuego,
          que flota y ciega si se mira al sol.

          Adondequiera que la vista fijo
          torno a ver tus pupilas llamear;
          mas no te encuentro a ti, que es tu mirada:
          unos ojos, los tuyos, nada más.

          De mi alcoba en el ángulo los miro
          desasidos fantásticos lucir;
          cuando duermo los siento que se ciernen
          de par en par abiertos sobre mí.

          Yo sé que hay fuegos fatuos, que en la noche
          llevan al caminante a perecer;
          yo me siento arrastrado por tus ojos;
          pero a donde me arrastran, no lo sé.



                          XV

          Cendal flotante de leve bruma,
          rizada cinta de blanca espuma,
          rumor sonoro
          de arpa de oro,
          beso del aura, onda de luz,
          eso eres tú.

          Tú, sombra aérea, que cuantas veces
          voy a tocarte te desvaneces
          como la llama, como el sonido,
          como la niebla, como el gemido
          del lago azul.

          En mar sin playas onda sonante;
          en el vacío cometa errante;
          largo lamento
          del ronco viento, ansia perpetua de algo mejor,
          eso soy yo.

          ¡Yo, que a tus ojos, en mi agonía,
          los ojos vuelvo de noche y día;
          yo, que incansable corro demente
          tras una sombra, tras la hija ardiente
          de una ilusión!

           

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              XVI

          Si al mecer las azules campanillas
          de tu balcón
          crees que suspirando pasa el viento
          murmurador,
          sabe que, oculto entre las verdes hojas,
          suspiro yo.

          Si al resonar confuso a tus espaldas
          vago rumor,
          crees que por tu nombre te ha llamado
          lejana voz,
          sabe que, entre las sombras que te cercan,
          te llamo yo.

          Si te turba medroso en la alta noche
          tu corazón
          al sentir en tus labios un aliento
          abrasador,
          sabe que, aunque invisible, al lado tuyo
          respiro yo.


                        XVII

          Hoy la tierra y los cielos me sonríen;
          hoy llega al fondo de mi alma el sol;
          hoy la he visto..., la he visto y me ha mirado...
          ¡Hoy creo en Dios!


                        XVIII

          Fatigada del baile,
          encendido el color, breve el aliento,
          apoyada en mi brazo,
          del salón se detuvo en un extremo.
          Entre la leve gasa
          que levantaba el palpitante seno,
          una flor se mecía
          en compasado y dulce movimiento.
          Como en cuna de nácar
          que empuja el mar y que acaricia el céfiro,
          tal vez allí dormía
          al soplo de sus labios entreabiertos.
          ¡Oh, quién así -pensaba-
          dejar pudiera deslizarse al tiempo!
          ¡Oh, si las flores duermen,
          qué dulcísimo sueno!

           

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              XIX

          Cuando sobre el pecho inclinas
          la melancólica frente,
          una azucena tronchada
          me pareces.
          Porque al darte la pureza,
          de que es símbolo celeste,
          como a ella te hizo Dios
          de oro y nieve.


                          XX

          Sabe, si alguna vez tus labios rojos
          quema invisible atmósfera abrasada,
          que el alma que hablar puede con los ojos
          también puede besar con la mirada.


                         XXI

          «¿Qué es poesía?», dices mientras clavas
          en mi pupila tu pupila azul.
          «¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?
          Poesía... eres tú.»


                        XXII

          ¿Cómo vive esa rosa que has prendido
          junto a tu corazón?
          Nunca hasta ahora contemplé en la tierra
          sobre el volcán la flor.


                         XXIII

          Por una mirada un mundo;
          por una sonrisa, un cielo,
          por un beso..., ¡yo no sé
          qué te diera por un beso!


                         XXIV

          Dos rojas lenguas de fuego
          que a un mismo tronco enlazadas,
          se aproximan, y al besarse
          forman una sola llama;
          dos notas que del laúd
          a un tiempo la mano arranca,
          y en el espacio se encuentran
          y armoniosas se abrazan;
          dos olas que vienen juntas
          a morir sobre una playa,
          y que al romper se coronan
          con un penacho de plata;
          dos jirones de vapor
          que del lago se levantan,
          y al juntarse allí en el cielo
          forman una nube blanca;
          dos ideas que al par brotan,
          dos besos que a un tiempo estallan,
          dos ecos que se confunden...,
          eso son nuestras dos almas.

           

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              XXV

          Cuando en la noche te envuelven
          las alas de tul del sueño,
          y tus tendidas pestañas
          semejan arcos de ébano,
          por escuchar los latidos
          de tu corazón inquieto
          y reclinar tu dormida
          cabeza sobre mi pecho,
          diera, alma mía,
          cuanto poseo:
          ¡La luz, el aire
          y el pensamiento!
          Cuando se clavan tus ojos
          en un invisible objeto,
          y tus labios ilumina
          de una sonrisa el reflejo,
          por leer sobre tu frente
          el callado pensamiento
          que pasa como la nube
          del mar sobre el ancho espejo,
          diera, alma mía,
          cuanto deseo:
          ¡La fama, el oro,
          la gloria, el genio!
          Cuando enmudece tu lengua,
          y se apresura tu aliento,
          y tus mejillas se encienden,
          y entornas tus ojos negros,
          por ver entre tus pestañas
          brillar con húmedo fuego
          la ardiente chispa que brota
          del volcán de los deseos,
          diera, alma mía,
          por cuanto espero,
          ¡la fe, el espíritu,
          la Tierra, el Cielo!



                         XXVI

          Voy contra mi interés al confesarlo;
          no obstante, amada mía,
          pienso, cual tú, que una oda sólo es buena
          de un billete del Banco al dorso escrita.
          No faltará algún necio que al oírlo
          se haga cruces y diga:
          «Mujer, al fin, del siglo diecinueve,
          material y prosaica...»   ¡Bobería!
          ¡Voces que hacen correr cuatro poetas
          que en invierno se embozan con la lira!
          ¡Ladridos de los perros a la Luna!
          Tú sabes y yo sé que en esta vida,
          con genio, es muy contado quien la
          escribe:
          y con oro, cualquiera
          hace poesía.

           

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              XXVII

          Despierta, tiemblo al mirarte;
          dormida, me atrevo a verte,
          por eso, alma de mi alma,
          yo velo mientras tú duermes.
          Despierta ríes, y al reír, tus labios
          inquietos me parecen
          relámpagos de grana que serpean
          sobre un cielo de nieve.
          Dormida, los extremos de tu boca
          pliega sonrisa leve,
          süave como el rastro luminoso
          que deja un sol que muere...
          ¡Duerme!
          Despierta miras, y al mirar, tus ojos
          húmedos resplandecen
          como la onda azul, en cuya cresta
          chispeando el sol hiere,
          Al través de tus párpados, dormida,
          tranquilo fulgor viertes,
          cual derrama de luz templado rayo
          lámpara transparente...
          ¡ Duerme!
          Despierta hablas, y al hablar, vibrantes
          tus palabras parecen
          lluvia de perlas que en dorada copa
          se derrama a torrentes.
          Dormida, en el murmullo de tu aliento
          acompasado y tenue
          escucho yo un poema que mi alma
          enamorada entiende...
          ¡ Duerme!
          Sobre el corazón la mano
          he puesto porque no suene
          su latido, y de la noche
          turbe la calma solemne.
          De tu balcón las persianas
          cerré ya, porque no entre
          el resplandor enojoso
          de la aurora, y te despierte...
          ¡ Duerme!



                         XXVIII

          Cuando entre la sombra oscura
          perdida una voz murmura
          turbando su triste calma,
          si en el fondo de mí alma
          la oigo dulce resonar,
          dime: ¿es que el viento en sus giros
          se queja, o que tus suspiros
          me hablan de amor al pasar?

          Cuando el sol en mi ventana
          rojo brilla a la mañana,
          y mi amor tu sombra evoca,
          si en mi boca de otra boca
          sentir creo la impresión,
          dime: ¿es que ciego deliro
          o que un beso en un suspiro
          me envía tu corazón?

          Si en el luminoso día
          y en la alta noche sombría,
          si en todo cuanto rodea
          al alma que te desea
          te creo sentir y ver,
          dime: ¿es que toco y respiro
          soñando, o que en un suspiro
          me das tu aliento a beber?



                         XXIX

                                           La bocca mi baccio tutto tremante.


          Sobre la falda tenía
          el libro abierto;
          en mi mejilla tocaban
          sus rizos negros;
          no veíamos las letras
          ninguno, creo;
          mas guardábamos entrambos
          hondo silencio.
          ¿Cuánto duró? Ni aun entonces
          pude saberlo;
          sólo sé que no se oía
          más que el aliento,
          que apresurado escapaba
          del labio seco.
          Sólo sé que nos volvimos
          los dos a un tiempo,
          y nuestros ojos se hallaron;
          y sonó un beso.

          . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
          . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

          Creación de Dante era el libro,
          era su
          Infierno.
          Cuando a él bajamos los ojos,
          yo dije trémulo:
          «¿Comprendes ya que un poema
          cabe en un verso?»
          Y ella respondió encendida:
          «¡Ya lo comprendo!»



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