Nueva
York, 6 de julio de 1885
Sr.
Enrique Trujillo
Director de El Avisador Cubano
Mi distinguido amigo:
Me
preguntan algunos cubanos qué me parece El
Avisador, y me parece tan bien que tomo ocasión de la pregunta para
decírselo a Ud. en público, e irle con mi humilde pláceme premiando sus
noblezas. Tan bien me parece, que no hallo persona honrada y previsora que
no me lo alabe, y cuyas celebraciones yo no esfuerce. Tan bien, que no
hubiera sido posible empezar más a punto, ni con más serenidad y tacto,
la tarea generosa y prudente que requiere ahora la patria de sus amigos
verdaderos. Sólo son amigos de la patria los que saben deponer ante ella
sus iras y sus tentaciones: sólo sirve a la patria el que la obedece. El
nombre de la patria es cosa que se roba y se usa en ocasiones para acusar
a los que más la aman. El Avisador
Cubano, menguado de tamaño como es, precave tanto, lleva tanta
hondura y propaga con tanta cordialidad, que por ese camino se irá a la
victoria, o se templarán los males que pudieran venir de ella, o quedará
preparada la campaña nueva, si se proyectase ahora una mezquina, y
fracasara. Unos ven para ahora, y son los más, y cuya vista alcanza
menos. Otros ven para ahora y para luego, que es como se debe ver en las
cosas de los pueblos, para quienes lo presente no es más que la manera de
ir al porvenir. Estos que ven para hoy y para mañana, estos que ven lo
que está debajo y oyen lo que no se dice; estos que no tienen en su
sangre generosa espacio para el odio, y si abaten en guerra a un
adversario, se apean de su montura, con riesgo de la vida, a restañar la
sangre a que han abierto paso; estos que no guerrean para desolar, sino
para fundar; para encender, sino para redimir; para excluir, sino para
incluir; para aterrar, sino para juntar; estos son los únicos que merecen
aspirar al triunfo en un pueblo cansado de odio.
Yo
no diré aquí,-porque de una carta sobre mi parecer acerca del El
Avisador no he de tomar pie para enderezar errores ni castigar
atrevimientos,-todo aquello que firmemente pienso, y mantengo sin ira, en
la actual crisis gravísima de mi patria. Lo he de decir muy pronto;
porque fuera de la verdad no hay salvación, y yo no puedo decir ni hacer
cosa que no sea para beneficio de mi patria. Ella es la razón de mi vida.
Si pienso, es para defenderla. Si soporto en silencio aparente una ofensa,
es porque así la sirvo. Todo lo haré, todo lo noble haré sobre la
tierra, para crear en mi país un pueblo de hombres, por salvar a mis
compatriotas del peligro de no serlo. Y, no quisiera para ellos guerras
fanáticas ni libertades nominales. Yo no quisiera que se asentasen sobre
rencores. Yo veo los caminos por que viene nuestro pueblo, y
quisiera salirle al paso, para acortarle la jornada, y no ir contra ellos.
Si vamos por donde quiere ir nuestro pueblo, vencemos; si no, no.
Otros
sabrán otra cosa: yo sé que para atraerse a un pueblo, se ha de hacer lo
que le inspire confianza, y no se ha de hacer lo que teme. Cuando se sabe
lo que un pueblo teme, y se quiere ganar su voluntad sin engaño y con
grandeza, incurrir en los actos temidos es confirmar su miedo.
No
quería hoy sino alabar a Ud., como de público es alabado, por la elevación
de ánimo, la paz del espíritu y la abundancia de corazón con que
defiende Ud. las soluciones patrias.
Atento
a las voces del país, entiende Ud. que la guerra no es más que la
expresión de la revolución, y que sin que esta hubiese ya madurado no
sería posible, y no puede ir, por tanto, contra el espíritu de ella,
porque no tendría entonces su apoyo, o lo tendría de mala voluntad, lo
que la expondría a vencer mal, o a ser vencida. Hemos de pelear, si de
pelear se ha, de manera que al desceñirnos las armas, surja un pueblo. Si
no, no merecemos el honor de llevar las armas en pro de nuestra patria, ni
tenemos el derecho de ir a conmoverla. En Cuba, de la experiencia y de la
pobreza ha nacido un espíritu de paz que promete acortar la guerra y
acelerar la victoria, si una y otra son dirigidas con atención a las
necesidades del país y a los derechos fundamentales humanos; no por el
capricho celoso y enteco. Quien no tenga en el alma grandezas reales;
quien no esté dispuesto de antemano a postergar al bien de su país toda
idea de fama o gloria propias; quien no tenga el corazón y la mente tan
firmes como la mano, esta para guerrear, aquella para precaver, aquel para
perdonar a los que yerran; quien confunda con la gran política necesaria
para la fundación de un pueblo, una política de tienda de campaña o de
antesala, ese no entra en la medida de los salvadores.
Por
eso piensa de Ud. tan bien la gente sensata, que ve la guerra inevitable,
por lo que quiere que se la prepare de modo que sea posible, y no de modo
que se enajene voluntades, agravie y espante; la gente sensata, que no
quiere estorbos en la hora del combate pero pide juicio en la manera de
disponerlo, porque se va a arrogar la representación del país, y si
muere por ir mal dirigido, por dejar en duda a los que ha debido
convencer, por mirar de lado a los que ha debido llevar en su corazón,
por no reunir en una gran esperanza común todos los elementos visibles e
invisibles dispuestos a ella, con el combate que muere, el país se muere.
¡Y, cuánto tenemos que pensar, y que defender antes de permitir, por
tenacidad o estrechez de miras, que en nuestras propias manos, y por
nuestra propia culpa, se nos muera el país!
Estas
penas me aflijen, y me tienen sin reposo; ¿por qué costará tanto
trabajo sobre la tierra el desinterés? ¿por qué lapidarán los hombres
a los que defienden con más brío su decoro? ¿por qué hemos de mirar
como enemigo al que sólo se aparta de nosotros para nuestro propio bien?
Pues ¿qué persona, qué pasión, qué ambición, qué fama personal,
pueden en un hombre honrado más que el febril deseo, encendido
perennemente como el sol, de servir bien a su patria?
A
Ud. amigo mío, que no se exaspera con las injusticias, ni se aturde con
los golpes, ni ve nada en Cuba que esté por encima del decoro personal de
cada cubano, ni cree que con medios pequeños se pueda ir a cosas grandes,
ni que excluyendo se funde, ni que envolviéndose en niebla se inspire fe,
ni olvida la manera de sembrar, a Ud. son debidas desde ahora las gracias
de la patria.
Y
las de su servidor
José
Martí
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