New York, 9 de octubre, 1885
Sres. F. Domínguez y J. A.
Lucena
Philadelphia
Mi
distinguido compatriota:
Acabo
de recibir, con entrañable reconocimiento, y como el premio más dulce,
la invitación que a nombre de la lealísima emigración de Philadelphia
se sirven Uds. hacerme, para que comparta con ella en su propia casa la
honra de llevar flores tristes y lanzas enlutadas a los pies de nuestros héroes
y de nuestros muertos, mañana 10 de Octubre.-Me estimo más a mí mismo
por haber merecido de Uds. esta invitación: y si de algo puede servir un
alma consagrada sencillamente al deber,-a los hombres admirables que
recuerda el 10 de Octubre y a la emigración de Philadelfia que sabe
honrarlos se la mando entera.
Pero, por desdicha, mi mismo amor a mi patria y a su independencia me impiden
acudir esta vez a conmemorar con Uds., como acá en mi propio altar
interior, conmemoro, fervientemente, los esfuerzos de los que han perecido
por asegurarla, y escribieron una epopeya, en tiempo en que ya no parece
el mundo capaz de escribirlas, ni de entenderlas. Cada cubano que muere es
un canto más;- y cada cubano que vive debe ser un templo donde honrarlo:
así mi corazón, lleno de estas memorias de manera que fuera de ellas no
vive, y muere de ellas.
Ni un solo instante me arrepiento de haber estado con los vencidos desde la
terminación de nuestra guerra, y de seguir entre ellos, porque con ellos
ha estado hasta ahora no sólo el sentimiento que anima a las grandes
empresas, sino la razón que justifica los sacrificios que se hacen para
lograrlas.-Cuanto puedo dar he dado, y he de dar, obrando activamente, ya
en lo visible, ya con mi mismo silencio, para obtener en mi país la
cesación de un gobierno que lo maltrata y desafía, y sustituirle otro
que asegure el decoro y la hacienda de sus hijos,-el decoro sobre todo,
que vale más que la hacienda.-Cuanto puedo hacer he hecho por salvar a mi
país de una situación ahogada y odiosa, sin llevarle con este pretexto a
otra que pudiera ser aún más temible; por inspirar en nuestros elementos
revolucionarios, ya que la Isla parece necesitar una revolución, un espíritu
de grandeza y de concordia que atrajese las simpatías y afirmase la fe de
nuestra patria, que allegase sinceramente a los tibios y a los
adversarios, que hiciese posible una victoria grande e inmediata, a poco
costo de sangre de amigos y enemigos, no para abrir en Cuba una era de
parcialidades y de enconos, sino para levantarla a donde ella puede subir,
si sus malos defensores no la echan abajo,-a la altura de pueblo
verdaderamente libre y dueño de sí mismo, no a la condición infeliz de
tierra invadida por fuerzas ciegas o rencorosas.-Cuanto puedo hacer he
hecho,-y hoy la emigración de Philadelfia llamándome a su lado me lo
premia, por preparar la guerra inevitable de manera que el país pudiese
tener fe en ella y la victoria asegurase a sus hijos su independencia de
extraños y propios.
Tal vez, a pesar de mi repugnancia a ocupar a los demás con mis opiniones y
actos personales, habrá llegado a Philadelphia el rumor de que de un año a
acá viene siendo muy grandes mis temores de que los
trabajos emprendidos por llevar a nuestra patria una nueva guerra,
precisamente en los momentos en que Cuba parecía más necesitada de ella
y más dispuesta a recibirla, han sido enteramente distintos de los que a
mi juicio son indispensables para que la Isla acepte con confianza y siga
con júbilo la revolución que hubiese de salvarla. Sentí, sin
exageraciones mujeriles, que comencé a morir el día en que este miedo
entró en mi alma.-Y como creo, por lo que hace a mí, que la tiranía es
una misma en sus varias formas, aun cuando se vista en alguna de ellas de
nombres hermosos y de hechos grandes; como creo que la manera menos eficaz
de servir a la independencia de la patria es preparar la guerra necesaria
para conseguirla, de manera que alarme al país en vez de asegurarle su
entusiasta confianza, resolví-desde el primer instante en que creí
desatendidos estos que yo estimo graves deberes-no ponerme en el camino de
los que piensan de manera distinta de la mía, puesto que nadie debe
impedir que se haga lo que no tiene medios de hacer,-ni ayudar las labores
que a mi juicio han comprometido la suerte de la revolución, y con ella
la de la patria, en los instantes mismos en que, acorralados de nuevo sus
hijos y exhaustas sus esperanzas y sus arcas, parecía fácil llevar a la
Isla una guerra magnánima, corta y digna de ensangrentar a un pueblo, por
los beneficios de libertad y bienestar que había de recoger de ella.
¿Qué había de hacer en este conflicto un hombre honrado, y amigo de su patria?
¡Ah! lo que hago ahora:-decirlo en secreto, cuando me he visto forzado a
decirlo, de modo que mi resistencia pasiva aproveche como yo creo que
aprovecha, a la causa de la independencia de mi país;- no decirlo jamás
en alta voz, para que ni los adversarios se aperciban,-porque es mejor
dejarse morir de las heridas que permitir que las vea el enemigo,-ni se me
pueda culpar de haber entibiado, en una hora que pudo ser, y acaso sea,
decisiva, el entusiasmo, tan necesario en las épocas críticas como la
razón.
Un año entero he vivido en este tristísimo silencio. Crear una rebelión de
palabras en momentos en que todo silencio sería poco para la acción, y
toda acción es poca, ni me hubiera parecido digno de mí, ni mi pueblo
sensato me lo hubiera soportado. Ya yo me preparaba a emprender camino ¡quién
sabe a qué y hasta dónde! en servicio activo de esta empresa; y cuando
creí que el patriotismo me vedaba emprenderlo ¡qué tristeza, qué
tristeza mortal, de la que nunca podré ya reponerme! ¿Cómo serviré yo
mejor a mi tierra?, me pregunté: Yo jamás me pregunto otra cosa: Y me
respondí de esta manera:-“Ahoga todos tus ímpetus: sacrifica las
esperanzas de toda tu vida: hazte a un lado en esta hora posible del
triunfo, antes de autorizar lo que crees funesto: mantente atado, en esta
hora de obrar, antes de obrar mal, antes de servir mal a tu tierra so
pretexto de servirla bien.”-Y sin oponerme a los planes de nadie, ni
levantar yo planes por mí mismo, me he quedado en el silencio,
significando con él que no se debe poner mano sobre la paz y la vida de
un pueblo sino con un espíritu de generosidad casi divina, en que los que
se sacrifiquen por él garanticen de antemano con actos y palabras el explícito
intento de poner la tierra que se liberta en manos de sus hijos, en vez de
poner, como harían los malvados, sus propias manos en ella, so capa de
triunfadores.-La independencia de un pueblo consiste en el respeto que los
poderes públicos demuestren a cada uno de sus hijos.-En la hora de la
victoria sólo fructifican las semillas que se siembran en la hora de la
guerra.-Un pueblo, antes de ser llamado a guerra, tiene que saber tras de
que va, y adónde va, y qué le ha de venir después.-Tan ultrajados hemos
vivido los cubanos que en mí es locura el deseo, y roca la determinación,
de ver guiadas las cosas de mi tierra de manera que se respete como a persona
sagrada la persona de cada cubano, y se reconozca que en las cosas del país no
hay más voluntad que la que exprese el país, ni ha de pensarse en más interés que
en el suyo.
Convencido yo de la necesidad de que en una guerra que va a mover tantas pasiones
como llevada por caminos que no sean ésos moverá una guerra en Cuba, es
indispensable a la salud de la patria que alguien represente, sin vacilación
y sin cobardía, los principios esenciales, de tendencia y de método, que
he creído yo ver en peligro,-y puesto por el curso de las cosas en ocasión
de ayudar con gloria a olvidarlos, o de representarlos en la oscuridad y
el olvido, decidí representarlos.-Organizada en tanto la emigración,
esta emigración que impone respeto y amor por sus virtudes, en acuerdo
con las labores activas de las cuales había creído yo deber apartarme,
para servir a mi patria mejor, resulta hoy, con un dolor penetrante para mí,
que no puedo tomar parte en la conmemoración de este día que ningún
cubano debe traer nunca a la memoria sin ponerse en pie y descubrirse la
cabeza, porque-reunidas en una la conmemoración del 10 de Octubre y el
acto político que en estas circunstancias va envuelto en ella, parecería
hoy y parecería mañana que yo había aprobado, con mi presencia en él, aquello
mismo que por la salud
de mi patria condeno.-O si tomase parte en él, tendría que explicar esta
posición personal mía, lo que sería indigno de la majestad del acto: ¿qué
pareceres de hombre vivo significan nada ¡ay! al lado de tanta ruina que
cae, de tanta sangre que humea, de tanto héroe que está en pie después
de muerto?
Me afligiré, pues, acá a mis solas. Se me irá el alma a donde están Uds.
y la palabra encendida. Tiemblo de pensar en lo que sufrimos; como tiemblo
de pensar en que por error de conducta o falta de grandeza pudiéramos
perder la oportunidad de redimirnos.-Pero mi patria que manda vigilar por
ella, y sacrificarle mi deseo, puesto que así la sirvo,-aunque diciéndole
mi dolor a los que la quieren y se acuerdan de mí, para que no piensen
mal del que sólo vive para ella y para ellos.
Es mi deseo dejar escrita esta carta; pero no es mi deseo, antes sería para
mí ocasión de dolor, y pecado, que se lea en la reunión de mañana. ¡No,
por Dios! La razón es fría, y las cosas de la tierra no deben ir a
perturbar en su día de fiesta a los que están por sobre ella. Nada más
que palmas y corazones encendidos haya para los héroes en nuestro 10 de
Octubre. Excusen Uds. mi ausencia, si alguien se fija en ella, con las
frases prudentes que esta carta les inspire, pero de manera ¡oh sí! que
no parezca, por este sacrificio que hago, mermado el amor a la patria que
me lo aconseja.
Y si después creen útil leerla, o pedirme más explicaciones de ella, léanla,
si les parece bien, y ordénenme, que yo soy el esclavo de mis
compatriotas; pero que no sea la voz de mi juicio la que vaya, en estas
horas de templo, a entibiar las esperanzas patrióticas de aquellos que
tienen en mí, reconocido o desconocido, el servidor más apasionado que
pueden tener entre los hombres.-
De toda mi alma, si es digna de ello, hago una corona, y la pongo, por la
mano de los emigrados de Philadelphia, en el altar de las mártires del 10
de Octubre.-
Queda sirviéndoles, mis distinguidos compatriotas,
José Martí |