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Martí, el escritor
El
Presidio Político en Cuba
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Dolor infinito debía ser el único nombre de estas páginas. Dolor infinito,
porque el dolor del presidio es el más rudo, el más devastador de los dolores,
el que mata la inteligencia, y seca el alma, y deja en ella huellas que no se
borrarán jamás. Nace con un pedazo de hierro; arrastra consigo este mundo
misterioso que agita cada corazón; crece nutrido de todas las penas sombrías,
y rueda, al fin, aumentado con todas las lágrimas abrasadoras.
Dante no estuvo en presidio.
Si hubiera sentido desplomarse sobre su cerebro las bóvedas oscuras de
aquel tormento de la vida, hubiera desistido de pintar su Infierno.
Las hubiera copiado, y lo hubiera pintado mejor.
Si existiera el Dios providente, y lo hubiera visto, con la una mano se
habría cubierto el rostro, y con la otra habría hecho rodar al abismo aquella
negación de Dios.
Dios existe, sin embargo, en la idea del bien, que vela el nacimiento
de cada ser, y deja en el alma que se encarna en él una lágrima pura. El bien
es Dios. La lágrima es la fuente de sentimiento eterno.
Dios existe, y yo vengo en su nombre a romper en las almas españolas
el vaso frío que encierra en ellas la lágrima. Dios existe, y si me hacéis
alejar de aquí sin arrancar de vosotros la cobarde, la malaventurada
indiferencia, dejadme que os desprecie, ya que yo no puedo odiar a nadie;
dejadme que os compadezca en nombre de mi Dios.
Ni os odiaré, ni os maldeciré.
Si yo odiara a alguien, me odiaría por ello a mi mismo.
Si mi Dios maldijera, yo negaría por ello a mi Dios.
II
¿Qué es aquello?
Nada.
Ser apaleado, ser pisoteado, ser arrastrado, ser abofeteado en la
misma calle, junto a la misma casa, en la misma ventana donde un mes antes recibíamos
la bendición de nuestra madre, ¿qué es?
Nada.
Pasar allí con el agua a la cintura, con el pico en la mano, con el
grillo en los pies, las horas que días atrás pasábamos en el seno del hogar,
porque el sol molestaba nuestras pupilas, y el calor alteraba nuestra salud, ¿qué
es?
Nada.
Volver ciego, cojo, magullado, herido, al son del palo y la blasfemia,
del golpe y del escarnio, por las calles aquellas que meses antes me habían
visto pasar sereno, tranquilo, con la hermana de mi amor en los brazos y la paz
de la ventura en el corazón, ¿qué es esto?
Nada también.
¡Horrorosa, terrible, desgarradora Nada!
Y vosotros los españoles la hicisteis.
Y vosotros la sancionasteis.
Y vosotros la aplaudisteis.
¡Oh, y qué espantoso debe ser el remordimiento de una nada criminal!
Los ojos atónitos lo ven; la razón escandalizada se espanta; pero la
compasión se resiste a creer lo que habéis hecho, lo que hacéis aún.
O sois bárbaros, o no sabéis lo que hacéis.
Dejadme, dejadme pensar que no lo sabéis aún.
Dejadme, dejadme pensar que en esta tierra hay honra todavía, y que aún
puede volver por ella esta España de acá tan injusta, tan indiferente, tan
semejante ya a la España repelente y desbordada de más de allá del mar.
Volved, volved por vuestra honra: arrancad los grillos a los ancianos,
a los idiotas, a los niños: arrancad el palo al miserable apaleador: arrancad
vuestra vergüenza al que se embriaga insensato en brazos de la venganza y se
olvida de Dios y de vosotros: borrad, arrancad todo esto, y haréis olvidar
algunos de sus días más amargos al que ni al golpe del látigo, ni a la voz
del insulto, ni al rumor de sus cadenas, ha aprendido aún a odiar.
III
Unos hombres envueltos en túnicas negras llegaron por la noche y se
reunieron en una esmeralda inmensa que flotaba en el mar.
¡Oro! ¡Oro! ¡Oro! dijeron a un tiempo, y arrojaron las túnicas, y
se reconocieron y se estrecharon las manos huesosas y movieron saludándose las
cadavéricas cabezas.
- Oíd - dijo uno -. La desesperación arrannca allá bajo las cañas de
las 'haciendas; los huesos cubren la tierra en tanta cantidad, que no dan paso a
la yerba naciente; los rayos del sol de las batallas brillan tanto, que a su luz
se confunden la tez blanca y la negra; yo he visto desde lejos a la Ruina que
adelanta terrible hacia nosotros; los demonios de la ira tienen asida nuestra
caja, y yo lucho, y vosotros lucháis, y la caja se mueve, y nuestros brazos se
cansan, y nuestras fuerzas se extinguen, y la caja se irá, Allá lejos, muy
lejos, hay brazos nuevos, hay fuerzas nuevas; allá hay la cuerda de la honra
que suele vibrar; allá hay el nombre de la patria desmembrada que suele
estremecer.- Si vamos allá y la cuerda vibra y el nombre estremece, la caja se
queda; de los blancos desesperados haremos siervos; sus cuerpos muertos serán
abono de la tierra; sus cuerpos vivos la cavarán y la surcarán, y el África nos
dará riquezas, y el oro llenará nuestras arcas. Allá hay brazos nuevos,-
allá hay fuerzas nuevas; vamos, vamos allá. - Vamos, vamos, dijeron con
cavernosa voz los hombres, y aquel cantó, y los demás cantaron con él.
"El pueblo es ignorante, y está dormido.
"El que llega primero, a su puerta, canta hermosos versos y lo
enardece.
"Y el pueblo enardecido clama.
"Cantemos, pues.
"Nuestros brazos se cansan, nuestras fuerzas se extinguen.- Allá hay
brazos nuevos, allá hay fuerzas nuevas. Vamos, vamos allá".
Y los hombres confundieron sus cuerpos, se transformaron en vapor de
sangre, cruzaron el espacio, se vistieron de honra, y llegaron al oído del
pueblo que dormía, y cantaron.
Y la fibra noble del alma de los pueblos se contrajo enérgica, y a los
acordes de la lira que bamboleaba entre la roja nube, el pueblo clamó y exhaló
en la embriaguez de su clamor el grito de anatema.
El pueblo clamó inconsciente, y hasta los hombres que sueñan con la
federación universal, con el átomo libre dentro de la molécula libre, con el
respeto a la independencia ajena como base de la fuerza y la independencia
propias, anatematizaron la petición de los derechos que ellos piden,
sancionaron la opresión de la independencia que ellos predican, y santificaron
como representante de la paz y la moral, la guerra de exterminio y el olvido del
corazón.
Se olvidaron de sí mismos, y olvidaron que, como el remordimiento es
inexorable, la expiación de los pueblos es también una verdad.
Pidieron ayer, piden hoy, la libertad más amplia para ellos, y hoy mismo
aplauden la guerra incondicional para sofocar la petición de libertad de los
demás.
Hicieron mal.
España no puede ser libre mientras tenga en la frente manchas de sangre.
Se ha vestido allá de harapos, y los harapos se han mezclado con su
carne, y consume los días extendiendo las manos para cubrirse con ellos.
Desnudadla, en nombre del honor.
Desnudadla en nombre de la compasión y la justicia.
Arrancadla sus jirones, aunque la hagáis daño, si no queréis que la
miseria de los vestidos llegue al corazón, y los gusanos se lo roan. v la
muerte de la deshonra os venga detrás.
Un nombre sonoro, enérgico, vibró en vuestros oídos y grabó en
vuestros cerebros: ¡'Integridad nacional! Y las bóvedas de la sala del pueblo
resonaron unánimes: ¡Integridad! ¡Integridad ! Hicisteis mal.
Cuando el conocimiento perfecto no divide las tesis, cuando la razón no
separa, cuando el juicio no obra detenido y maduro, hacéis mal en ceder a un
entusiasmo pasajero.
Cuando no os son conocidos los sacrificios de un pueblo; cuando no sabéis
que las doncellas bayamesas aplicaron la primera tea a la casa que guardó el
cuerpo helado de sus padres, en que sonrió su infancia, en que se engalanó su
juventud, en que se reprodujo su hermosa naturaleza; cuando ignoráis que un país
educado en el placer y en la postración trueca de súbito los perfumes de la
molicie por la miasma fétida del campamento, y los goces suavísimos de la
familia par los azares de la guerra, y el calor del hogar por el frío del
bosque y el cieno del pantano, y la vida cómoda y segura por la vida nómada y
perseguida, y hambrienta, y llagada, y enferma, y desnuda; cuando todo esto
ignoráis, hacéis mal en negárselo todo, hacéis mal en no hacerle justicia,
hacéis mal en condenar tan absolutamente a un pueblo que quiere ser libre,
desde lo alto de una nación que, en la inconsciencia de sí misma, halla aún
noble decir que también quiere serlo.
Olvidáis que tuvo la garganta opresa y el pecho sujeto por manos de
hierro; olvidáis que la garganta se enronqueció de pedir, y el pecho se cansó
de gemir oprimido; olvidáis su sumisión, olvidáis su paciencia, olvidáis sus
tentativas de sumisión nueva, ahogadas por el conde de Valmaseda en la sangre
del parlamentario Augusto Arango.
Y cuando todo lo olvidáis, hacéis mal en divinizar las garras opresoras,
hacéis mal en lanzar anatemas sobre aquello de que, o nada queréis saber, o
nada en realidad sabéis.
Porque era preciso que nada supieseis para hacer lo que habéis hecho. Si
supierais algo, y lo hubierais hecho, lo vería y lo palparía, y diría que era
imposible que lo veía y lo palpaba.
Un nombre sonoro, enérgico, vibró en vuestros oídos y grabó en
vuestros cerebros: ¡Integridad nacional! Y las bóvedas de la sala del pueblo
resonaron unánimes: ¡Integridad! ¡Integridadl
¡Oh! No es tan bello ni tan heroico vuestro sueño, porque sin duda soñáis.
Mirad, mirad hacia este cuadro que os voy a pintar, y si no tembláis de espanto
ante el mal que habéis hecho, y no maldecís horrorizados esta faz de la
integridad nacional que os presento, yo apartaré con vergüenza los ojos de
esta España que no tiene corazón.
Yo no os pido que os apartéis de la senda de la patria, que seríais
infames si os apartarais.
Yo no os pido que firméis la independencia de un país que necesitáis
conservar y que os hiere perder, que sería torpe si os lo pidiera.
Yo no os pido para mi patria concesiones que no podéis darla, porque, o
no las tenéis, o si las tenéis os espantan, que sería necedad pedíroslas.
Pero yo os pido en nombre de ese honor de la Patria que invocáis, que
reparéis algunos de vuestros más lamentables errores, que en ello habría
honra legítima y verdadera; yo os pido que seáis humanos, que seáis justos,
que no seáis criminales sancionando un crimen constante, perpetuo, ebrio,
acostumbrado a una cantidad de sangre diaria que no le basta ya.
Si no sabéis en su horrorosa anatomía aquella negación de todo
pensamiento justo y todo noble sentimiento; si no veis las nubes rojas que se
ciernen pesadamente sobre la tierra de Cuba, como avergonzándose de subir al
espacio, porque presumen que allí está Dios; si no las veis mezcladas con los
vapores del vértigo de un pueblo ávido de metal, que al tocar la ansiada mina
que en sueños llenó de miel su vida, ve que se le escapa, y corre tras ella
desalentado, loco, erizados los cabellos y extraviados los ojos, ¿por qué firmáis
con vuestro asentimiento el exterminio de la raza que más os ha sufrido, que más
se os ha humillado, que más os ha esperado, que más sumisa ha sido hasta que
la desesperación o la desconfianza en las promesas ha hecho que sacuda la
cerviz? ¿Por qué sois tan injustos y tan crueles?
Yo no os pido ya razón imparcial para deliberar.
Yo os pido latidos de dolor para los que lloran, latidos de compasión
para los que sufren por lo que quizás habéis sufrido vosotros ayer, por lo que
quizás, si no sois aún los escogidos del Evangelio, habréis de sufrir mañana.
No en nombre de esa integridad de tierra que no cabe en un cerebro bien
organizado; no en nombre de esa visión que se ha trocado en gigante; en nombre
de la integridad de la honra verdadera, la integridad de los lazos de protección
y de amor que nunca debisteis romper; en nombre del bien, supremo Dios; en
nombre de la justicia, suprema verdad, yo os exijo compasión para los que
sufren en presidio, alivio para su suerte inmerecida, escarnecida,
ensangrentada, vilipendiada.
Si la aliviáis, sois justos.
Si no la aliviáis, sois infames
Si la aliviáis, os respeto.
Si no la aliviáis, compadezco vuestro oprobio y vuestra desgarradora miseria.
IV
Vosotros, los que no habéis tenido un pensamiento de justicia en vuestro
cerebro, ni una palabra de verdad en vuestra boca para la raza más
dolorosamente sacrificada, más cruelmente triturada de la tierra.
Vosotros, los. que habéis inmolado en el altar de las palabras seductoras
los unos, y las habéis escuchado con placer los otros, los principios del bien
más sencillos, las nociones del sentimiento más comunes, gemid por vuestra
honra, llorad ante el sacrificio, cubrios de polvo la frente, y partid con la
rodilla desnuda a recoger los pedazos de vuestra fama, que ruedan esparcidos por
el suelo.
¿Qué venís haciendo tantos años hace?
¿Qué habéis hecho?
Un tiempo hubo en, que la luz del sol no se ocultaba para vuestras
tierras. Y hoy apenas si un rayo las alumbra lejos de aquí, como si el mismo
sol se avergonzara de alumbrar posesiones que son vuestras.
México, Perú, Chile, Venezuela, Bolivia, Nueva Granada, las Antillas,
todas vinieron vestidas de gala, y besaron vuestros pies, y alfombraron de oro
el ancho surco que en el Atlántico dejaban vuestras naves. De todas quebrasteis
la libertad; todas se unieron para colocar una esfera más, un mundo más en
vuestra monárquica corona.
España recordaba a Roma.
César había vuelto al mundo y se había repartido a pedazos en vuestros
hombres, con su sed de gloria y sus delirios de ambición.
Los siglos pasaron.
Las naciones subyugadas habían trazado a través del Atlántico del Norte
camino de oro para vuestros bajeles. Y vuestros capitanes trazaron a través del
Atlántico del Sur camino de sangre coagulada, en cuyos charcos pantanosos
flotaban cabezas negras como el ébano, y se elevaban brazos amenazadores como
el trueno que preludia la tormenta.
Y la tormenta estalló al fin; y así como lentamente fue preparada, así
furiosa e inexorablemente se desencadenó sobre vosotros.
Venezuela, Bolivia, Nueva Granada, México, Perú, Chile, mordieron
vuestra mano, que sujetaba crispada las riendas de su libertad, y abrieron en
ella hondas heridas; y débiles, y cansados y maltratados vuestros bríos, un ¡ay!
se exhala de vuestros labios, un golpe tras otro resonaron lúgubremente en el
tajo, y la cabeza de la dominación española rodó por el Continente americano,
y atravesó sus llanuras, y holló sus montes, y cruzó sus ríos, y cayó al
fin en el fondo de un abismo para no volverse a alzar en él jamás.
Las Antillas, las Antillas solas, Cuba sobre todo, se arrastraron a
vuestros pies, y posaron sus labios en vuestras llagas, y lamieron vuestras
manos, y cariñosas y solícitas fabricaron una cabeza nueva para vuestros
maltratados hombros.
Y mientras ella reponía cuidadosa vuestras fuerzas, vosotros cruzabais
vuestro brazo debajo de su brazo, y la llegabais al corazón., y se lo
desgarrabais, y rompíais en él las arterias de la moral y de la ciencia.
Y cuando ella os pidió en premio a sus fatigas una mísera limosna,
alargasteis la mano, y le enseñasteis la masa informe de su triturado corazón,
y os reísteis, y se la arrojasteis a la cara.
Ella se tocó en el pecho, y encontró otro corazón nuevo que latía
vigorosamente, y, roja de vergüenza, acalló sus latidos, y bajó la cabeza, y
esperó.
Pero esta vez esperó en guardia, y la garra traidora sólo pudo hacer
sangre en la férrea muñeca de la mano que cubría el corazón.
Y cuando volvió a extender las manos en demanda de limosna nueva,
alargasteis otra vez la masa de carne y sangre, otra vez reísteis, otra vez se
la lanzasteis a la cara. Y ella sintió que ]a sangre subía a su garganta, y la
ahogaba, y subía a su cerebro, y necesitaba brotar, y se concentraba en su
pecho que hallaba robusto, y bullía en todo su cuerpo al calor de la burla y
del ultraje. Y brotó al fin. Brotó, porque vosotros mismos la impelisteis a
que brotara, porque vuestra crueldad hizo necesario el rompimiento de sus venas,
porque muchas veces la habíais despedazado el corazón, y no quería que se lo
despedazarais una vez más.
Y si esto habéis querido, ¿qué os extraña?
Y si os parece cuestión de honra seguir escribiendo con páginas
semejantes vuestra historia colonial, ¿por qué no dulcificáis siquiera con la
justicia vuestro esfuerzo supremo para fijar eternamente en Cuba el jirón de
vuestro manto conquistador?
Y si esto sabéis y conocéis, porque no podéis menos de conocerlo y de
saberlo, y si esto comprendéis, ¿por qué en la comprensión no empezáis
siquiera a practicar esos preceptos ineludibles de honra cuya elusión os hace
sufrir tanto?
Cuando todo se olvida, cuando todo se pierde, cuando en el mar confuso de
las miserias humanas el Dios del Tiempo revuelve algunas veces las olas y halla
las vergüenzas de una nación, no encuentra nunca en ellas la compasión ni el
sentimiento.
La honra puede ser mancillada.
La justicia puede ser vendida.
Todo puede ser desgarrado.
Pero la noción del bien flota sobre todo, y no naufraga jamás.
Salvadla en vuestra tierra, si no queréis que en la historia de este
mundo la primera que naufrague sea la vuestra.
Salvadla, ya que aún podría ser nación aquella, en que perdidos todos
los sentimientos, quedase al fin el sentimiento del dolor y el de la propia
dignidad.
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