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Egipto, a pesar de ser un pueblo amante de la paz, se vio sumergido por tremendos y agitados días de lucha y feroces batallas. Y, sin embargo, en muchas ocasiones los soldados armados eran sustituidos por otro tipo de armas que dieron sus buenos frutos, las palabras. Egipto era un territorio muy codiciado gracias a su mayor fuente de ingresos, el Nilo. Desde los tiempos remotos, las Dos Tierras mantenían disputas con otras naciones para poder continuar con su ritmo de vida. A lo largo de su historia, unos pueblos quisieron someterlos sin éxito, y otros lo lograron hasta que caían nuevamente en poder de otros conquistadores. La existencia de aventureros que exploraban territorios inhóspitos se documentan ya desde el Imperio Antiguo. Hubo muchas naciones que alcanzaron acuerdos diplomáticos con Egipto, a fin de evitar inútiles derramamientos de sangre. Esto mejoraba las caravanas comerciales y culturales. De los países vecinos partían cohortes enteras de embajadores, llevando los tributos para el rey de Egipto. El espectáculo debía ser glorioso. Meses de viaje a través del desierto, largas filas de hombres y animales cargados con objetos y animales de todo tipo. En muchas ocasiones, en las comitivas viajaba alguna hermosa mujer, que iba a convertirse en la esposa del faraón. Algunas veces, terminaba convirtiéndose en la primera dama del reino. Su educación se formaba en el interior de la Casa Jeneret, una institución de la cual la máxima responsable era la Gran Esposa Real. Una vez habían llegado a la frontera, eran recibidos por un grupo especial y llevados a presencia de un funcionario. Este, se encargaba de conducir la comitiva ante el visir, el cual, finalmente, los llevaba ante el Faraón. Para la recepción, los embajadores se vestían con sus mejores ropas y ornamentas. El rey, en la sala de audiencias, recibía los presentes de amistad por parte del representante de cada país. Desde las llanuras de Anatolia, hasta la isla de Creta, viajaron a Egipto gran cantidad de presentes en honor al Señor de las Dos Tierras, que eran registrados y catalogados por un grupo de hábiles escribas. En las arcas reales entraba oro para los santuarios, joyas para los orfebres reales, maderas preciosas para muebles de la corte real y para las barcas sagradas de los santuarios, maderas nobles para confeccionar buques, resinas y aceites, extraños animales eran algunos de los presentes que se entregaban al rey. El país de Kush, Nubia, gozó desde tiempos inmemoriables de la protección de Egipto. Habían sido sometidos ya desde las primeras dinastías, en pro de una mejoría en ambos círculos. Por su parte, el país de Kush estaba enzarzado en continuas disputas bélicas con los distintos clanes. Las rutas comerciales eran insalvables obstáculos. Viajeros que intentaban comandar expediciones se las tenían que ingeniar para no entrar en conflicto, a pesar de llevar con sigo un pequeño ejército. Gracias a las rutas, se mejoró tanto la vida social como la vida cultural. En las distintas regiones se nombraba un virrey, encargado de hacer prevalecer el orden y la paz. Así mismo, era muy usual hallarse ante príncipes ó representantes de países amigos que se instalaban en Egipto para adquirir la educación y finura que solo existía en las Dos Tierras. Aprendían la lengua egipcia, artes diplomáticas y luego eran enviados como intérpretes a las distintas expediciones. Cuando el que acudía ante el rey era el representante de un país sometido, el trato no difería demasiado del de cualquier otro embajador. En el mundo antiguo, el secreto consistía en hacer parecer más rico a aquel que ya era el más rico. De esta forma, se mantenían las buenas relaciones y los aliados incondicionales siempre sacaban provecho de las alianzas. El Imperio Nuevo marcó un antes y un después en las campañas militares. Thutmosis III había crecido con la sombra de un país sometido y empobrecido tras el reinado de los Hicsos. Y él mismo formó y levantó el mayor imperio que jamás había visto la tierra. Gracias a él, bajo el reinado de Amenhotep III, se conocieron las mejores artes diplomáticas que jamás tuvo el país de las Dos Tierras. Y Amenhotep III convirtió a Egipto en el país más rico de todo el Antiguo Mundo. El texto conocido como "Los Mil Cantos En Honor De Amón" desvelan que: "Los Países extranjeros vienen a tí colmados de productos maravillosos, cada región está llena de tí. Las aguas traen barcos repletos de resinas para alegrar tu Santuario. La montaña te envía bloques de piedra para hacer grandes las puertas de tu morada..."
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