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Núm 29, II Época - Diciembre 2000 - Edita FE-JONS - La Falange |
La ortografía de la vida |
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Vidal Atentado
en Cantabria |
Exceptuando esas erratas que se cuelan de matute, lo habitual en un texto impreso es que no contenga faltas de ortografía, porque antes de que llegue hasta nosotros ha existido la revisión de un corrector. Cosa diferente sucede cuando leemos textos que no han pasado por esa previa labor quirúrgica, como ocurre por ejemplo en los correos cruzados a través de Internet, donde bien por la urgente necesidad de enviar el mensaje, bien porque se trate de correos procedentes de quienes no acostumbran a escribir, es frecuente que nos topemos con textos que albergan errores ortográficos. En estos casos no es difícil hallar mensajes trufados de faltas o con una misma falta tan repetida por su empecinado autor, que llega un momento en que el término incorrecto se nos adhiere de forma inconsciente, y acaba generándonos una duda de tal calibre que al final necesitamos recurrir al diccionario. Algunas veces esto ocurre incluso con palabras o expresiones de aparente sencillez ortográfica y que habíamos utilizado perfectamente hasta entonces, tanto es así, que después de consultado el diccionario nos avergüenza reconocer la humillante y pasajera confusión. Si quien se enfrenta a textos con incorrecciones es alguien que está aprendiendo a escribir, y ni sabe detectar el error ni dispone de ayuda que le oriente y corrija, la consecuencia puede ser de mayor alcance: corre el grave riesgo de asimilar el término erróneo incorporándolo como perfecto y correcto a su vocabulario. Algo muy parecido a lo anterior sucede con las erratas en las conductas humanas o lo que podríamos llamar "la ortografía de la vida"; es decir, que a fuerza de que nos presenten como normales conductas que padecen graves y manifiestas faltas de ortografía se nos van calando y colando comportamientos erróneos. Si tales conductas son observadas por personas que se encuentran en períodos vitales tan delicados como la infancia y la adolescencia, se produce además el grave riesgo de que estos frágiles observadores acaben viéndolas, absorbiéndolas y asimilándolas como correctas y normales, esto es, como adecuadas a la norma. Si además añadimos que vivimos tiempos de fobia por todo lo que signifique adecuación a unas pautas de comportamiento, y donde el ejercicio de corregir se ha asimilado a un execrable acto de represión autoritaria que impide el vuelo de nuestra libre formación y expresión, obtendremos unos efectos más perniciosos aún, porque lo peor no es equivocarnos, sino desconocer dónde radica el error y qué es lo correcto, cosas ambas que nos conducen a la positiva posibilidad de rectificar. Lo anterior es aplicable en diferentes ámbitos, pero quizás adquiere una mayor actualidad y claridad de comprensión en el plano afectivo y sexual. Cuando el amor se identifica únicamente con la atracción sexual, lo normal es que el matrimonio acabe convirtiéndose en una institución de usar y tirar; un bien de consumo que viene con fecha de caducidad impresa en el velo de la novia o en la pajarita del novio, aunque más normal aún es que directamente se eluda en cuanto evoca una alianza con vocación de permanencia; obviamente, resulta más cómodo buscar compromisos temporales con menor rigor. Al entender el amor como un sentimiento integrado básicamente por la atracción y el deseo sexual, la pareja sólo durará mientras la satisfacción sexual supere las incomodidades que conlleva toda convivencia íntima y prolongada. Con estos mismos planteamientos es también normal que el interés de los hijos pase a un segundo plano, y graves dificultades de la vida, la aparición consentida de un tercero o incluso cualquier pequeño seísmo de naturaleza doméstica, acaben produciendo la quiebra matrimonial y el abandono del proyecto inicial que llevó a los cónyuges a sentirse y ser una sola carne. En el actual protagonismo estelar del sexo desplazando y suplantando al amor, bordeamos lo irracional; incluso admitimos como homologables, alteraciones de conducta tan antiguas como Sodoma, y que han sido rechazadas en todo tiempo y lugar como idóneas para constituir una familia. En este plano, peligrosamente inclinado, una variada gama de patologías se nos acaban presentando también como los frutos normales de una relación "libre y desinhibida". Si nos dedicáramos durante un tiempo a la lectura de textos donde las comas estuvieran colocadas al azar, las equis y las haches se alojasen donde buenamente entendiesen, las bes y las uves jugasen a un frívolo travestismo y los acentos coronasen vocales elegidas a su antojo, es de prever que salvo algunos ingenios selectos, la mayoría acabaríamos con tal confusión sobre las reglas de ortografía que necesitaríamos un buen repaso de las normas más elementales antes de poder escribir algo que contuviese alguna posibilidad de hacernos comprender. En "la ortografía de la vida", al toparnos frecuentemente con la exposición de reiteradas conductas erróneas, que tantos medios de comunicación insisten en proclamar y vendernos como normales, finalmente hasta lo más sencillo se convierte en algo ininteligible, y nos acaba resultando un oscuro jeroglífico el sentido del amor y del sexo, el sentido del matrimonio y de la familia, el sentido de la vida, y sobre todo, el sentido del dolor y el definitivo sentido de la muerte. M. A. Loma |