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LA
POLÍTICA NECESARIA, LA NECESIDAD DE LA POLÍTICA. O POR UN PERÚ NUESTRO, DE TODOS LOS
PERUANOS, UN PERÚ MEJOR, MÁS FELIZ, CON SENTIDO Y PERSPECTIVA. UNA CONTRIBUCIÓN SOBRE
NUESTRO PUEBLO EMIGRADO Las estadísticas son frías. Pueden decirnos, por ejemplo, que "un 50% de la población peruana vive en la pobreza", sin agregar una línea de comentario. A lo mejor es innecesario. Son frías. Pero aunque frías son una fotografía parcial. Una fotografía que puede transformarse en un grito, en una acusación, en una denuncia. Es cierto que no nos dice, pero podemos deducirlo, que Juan, a dos años, se murió de diarrea, y su madre, a 30 años, se murió de pena y de privaciones. Que la casa es húmeda, que mi tía parió sin haber visto un médico, que el agua potable - que no nos regalan - seguido contiene materia fecal, que el autobús pasa cuando le da la gana, que la vida de los más transcurre cotidianamente entre una pena y otra, se desarrolla entre "las penas y las vaquitas que se van por la misma senda, (pero) las penas son de nosotros, las vaquitas son ajenas" como escribió el gran folklorista argentino Atahualpa Yupanqui, y que "aunque todos le decían que lo amaban tanto, el cadáver seguía muriendo", como gritó hace tantos años atrás nuestro César Vallejo desde una de las páginas de su poesía inolvidable. Es cierto, el cadáver, o sea el peruano medio, sigue muriendo. Aunque tantos, sobre todo cuando hay elecciones, declaran amarlo entrañablemente, sacrificarse por él, soñar con él, sufrir por él. El peruano se muere de miseria, de pena, de abandono, de mala política, de enfermedades banales que en otros lugares del mundo son sólo un recuerdo lejano, de reformas anunciadas y nunca realizadas, de cansancio, de suciedad, de polución, de reformistas que reforman antes que nada la capacidad del propio bolsillo, de cólera, de violencia, de vergüenza ajena (entre presidentes que renuncian al cargo desde otro continente, entre gallos y medianoche, escritores que sólo para ganar audiencia se cambian la nacionalidad y narcotraficantes colombianos que cuentan cómo influyeron directamente en nuestras decisiones cívicas). "Nunca seremos felices, nunca", sentenció Simón Bolívar después del fracaso de su "sueño americano". Hablaba de las divisiones de nuestras oligarquías latinoamericanas, de su voracidad famélica por el dinero y el poder como fin en sí mismo, de su incapacidad para darse un proyecto nacional, para aceptar que vivían aquí y ahora, que eran de aquí, ahora y definitivamente. Como el indio, el negro, el zambo, el cholo o el nisei. Y la terrible predicción del caraqueño americano ha atravesado estos casi dos siglos de historia latinoamericana y peruana plagada de guerras inútiles, de violencia institucional, en un país rico lleno de gente pobre, en medio de una naturaleza espléndida que no conocemos y que no pocos tratan de destruir, a pesar de poseer una historia rica, compleja e importante que pareciera ser más apreciada por los extranjeros que por los mismos peruanos, que en Suecia da lugar a cátedras e institutos universitarios y aquí se acalla, como se ha tratado de hacer con nuestra música, nuestro arte, nuestra vivacidad y orgullo nacionales. A lo largo de estos años hemos comulgado con muchas ruedas de carretas, nos hemos creído muchos cuentos, hemos aceptado muchas situaciones de hecho. Se podría llegar a decir que si de algo se nos puede acusar es de haber dado una contribución - por cierto inconsciente - a nuestra propia infelicidad. Para ello hemos recurrido a muchos medios, el principal de los cuales ha sido ocultarnos nuestra realidad, evitar conocer nuestra propia sociedad, nuestro Perú lindo. Algunos preferían los sueños ligados a la caída de los palacios de invierno moscovitas a la cruda realidad de la plaza San Martín; para otros era una lástima no haber podido participado en una "larga marcha" de inspiración maoísta y, entre una y otra punición a los infieles que se negaban a leer los ideogramas, querían descubrir el Río Amarillo en nuestras sierras andinas, tantos soñaban que cantando "Dreaming California" a tiempo de rock y con acento gringo se terminaba derechito en el compadrazgo que simboliza el primer mundo industrializado, han habido peruanos con sueños exóticos, mafiosos, osados, significativos o insignificantes. De todo, más, en definitiva. Sólo que los sueños, sueños son y sueños se quedan. Y aunque Pedro Calderón de la Barca pensaba diversamente, yo afirmo modestamente que la vida no es un sueño. Volver al Perú. Al Perú real, el de Juancito y de María, el del ceviche y del rocoto, el del mestizaje racial y cultural, el del Señor de los Milagros y del Camino del Indio, el de la Flor de la Canela, el Puente de los Suspiros y de Villa El Salvador, el de Ayacucho y Arequipa, el del peruano del Perú y del peruano de España, de Estados Unidos o de Japón, que también existe y también tiene/debiera tener derechos, aunque pocos se lo recuerden. Porque todo intento por mejorar nuestra vida, por aceptarnos mejor, por apuntar a nuestro pedazo de cielo y afirmar nuestro derecho a la felicidad, pasa por saber quiénes somos, dónde estamos, qué queremos, en qué nos reconocemos, qué podemos hacer, cómo podemos hacerlo, con quién, aquí, hoy día, nosotros, todos. Porque sin ese esfuerzo procederemos como el médico que trata de curar el resfrío - del cual no sabe nada - transformándolo antes que nada en pulmonía - de la que sabe todo -. Porque las cosas son y las realidades no sólo pesan, sino que además son porfiadas: continúan a insinuarse detrás de la puerta, aunque uno crea haberlas matado, como habría dicho el buen Serrat. No es una tarea fácil, pero tampoco se requiere la piedra filosofal para realizarla. Basta iniciar observando, con humildad y paciencia, las cosas. Hablar con la gente, entender su orden de prioridades, sus temores y preocupaciones. Ver que no funciona y cómo podría hacerse funcionar. Analizar los medios a disposición, tratar de imaginar cómo usarlos de la mejor manera posible y cómo procurarse nuevos medios. Partir de la base de que cada persona, por el simple hecho de nacer, tiene derechos y obligaciones, que cada uno de nosotros encierra un mundo de posibilidades, que tenemos mucho que dar y tanto que aprender. Porque si no hay razas superiores, tampoco hay hombres superiores o gente que nació sabiendo, se trata de tomar creativamente la riqueza de cada uno de nosotros para transformarla en riqueza de todos, en experiencia común, en pasos adelante. Y si no es para esto, ¿para qué nos sirve la política? Pero la política no es sólo realidad, no es sólo un inventario que se parece a un programa contable. Porque además la política es sueño, ideal, representación no ilusoria del devenir, proyecto. Y la justicia de un proyecto no depende sólo del hecho que pueda transformarse inmediatamente en realidad. Depende también del hecho que anticipa los tiempos, que representa una pulsión colectiva, que vive anticipadamente en nosotros. Sin un sueño de libertad, muchos seguirían siendo esclavos, sin un sueño/proyecto de justicia no habrá nunca un Perú justo, sin buscar la felicidad no la encontraremos, sin un objetivo fuerte, grande, claro, no llegaremos a ninguna parte y continuaremos disparando al aire, a buscar falsos salvadores, a tomarnos desesperadamente del primer salvavidas que nos tiren. Hacer un Perú más justo es posible y es actual. Es una tarea nuestra, es un desafío y una promesa del hoy. A condición que nosotros queramos que lo sea. Naturalmente, ninguno de nosotros por sí solo puede diseñar una política hecha de carne y alma, de realidad y sueño, del hoy y del mañana, de pragmatismo y de esperanza,. De otra parte, si alguien se ilusiona con la idea de que puede hacerla sentado en un escritorio, negaría su esencia misma. Pero si ninguno puede diseñarla solo, todos juntos podemos construirla. Sabiendo, además, que será siempre una obra en vías de perfeccionamiento, una casa con los fierros al aire en el techo para poder ponerle otro piso cuando podamos hacerlo, sin empecinamientos ni sectarismos, sin pretender tener la verdad revelada. Ladrillo a ladrillo, paso a paso, haciendo caminos para que otros pasen y los mejoren. En esta perspectiva modesta y concreta quiero dar un aporte, un ladrillo, a la construcción de nuestra casa común, de un Perú mejor para todos los peruanos. Lo hago en un campo que considero importante y en el cual - por experiencia propia, estudio e interés personal - pienso poder dar un aporte significativo. Hablo de la necesidad urgente e insoslayable de que nuestro Perú se dote de una política de emigración. Habito en una gran provincia peruana. A nivel de habitantes es la segunda de nuestro país, porque cuenta con dos millones de habitantes: el 8% de la población peruana. A nivel de extensión es la más grande, porque va desde el Sur austral hasta el Extremo Oriente, atravesando Estados Unidos, Canadá y Europa. A nivel de comunicaciones comprende cientos de idiomas. A nivel de sueños y proyectos personales, siendo uno de los tantos que salió simplemente porque acá no podía seguir estando, soy como los otros dos millones uno que recuerda su Perú, su árbol, su calle, su lechero y su escuelita. Y aunque actualmente soy un habitante del barrio de Milán, allá por Italia, barrio que comparto entre otros con unos 30.000 conciudadanos peruanos, no me he olvidado de mi viejo barrio, acá en Lima, donde me hice de los primeros amigos, encontré a mi mujer y aprendí a cantar marinera. O sea, que yo hago parte de ese grupo de gente que crea la cuarta riqueza en orden de importancia de mi país. Porque a lo mejor alguien se ha olvidado que los 1.200 millones de dólares que constituyen las remesas de dinero que envían anualmente los dos millones de peruanos residentes en el extranjero representan la cuarta entrada de Perú, una cifra con la cual contribuimos de manera fundamental al mantenimiento económico de más del 20% de los peruanos, o sea de un peruano cada cinco. Cuarta riqueza del país. Sin chimeneas, sin crear basura, sin ocupar espacio, sin crear tensiones. Y también sin derechos, sin asistencia, sin jubilación. Con tantos que tratan de maltratarme y vejarme afuera porque soy peruano, por ende proveniente de un país violento, poco democrático y protagonista del narcotráfico. Con otros tantos que tratan de maltratarme y vejarme acá, porque en su prepotencia y soberbia son incapaces de reconocer la evidencia de un hecho: hoy Perú es un protagonista de la globalización económica y cultural. Hay peruanos en todas partes, hablan en tantos idiomas, conocen tantos oficios y tantas realidades. Perú es un país de emigrantes. Las encuestas dicen que todos sueñan con volver, a lo mejor porque nuestra imaginación nos habla de algo que si una vez existió hoy está como suspendido en el aire. Todos sabemos que es difícil hacerlo. Sabemos que podríamos darle tanto al país, afuera y acá. Que somos su mejor embajador, su mejor exportador, el más celoso defensor de sus tradiciones. Y el único que no cobra por todo ello. Sabemos que constituimos la mitad del conjunto de turistas que visita anualmente nuestro país, pero para nosotros no hay nada. El Estado fija políticas y crea entidades y elefantes blancos destinados a promover el turismo extranjero en Perú. El turismo trae divisas. Es cierto. Pero se gastaría menos y se obtendría más, incluso en divisas, si esos entes y los guías de elefantes se dirigieran mayormente a los peruanos residentes en el extranjero, si los tomaran en cuenta, si diseñaran una política que les ofrezca y les solicite algo. Lo que quiere decir que, entre otras cosas, se impone una revisión completa del fomento del turismo. No es que el Perú tenga una mala política hacia los emigrados. Es que el Perú no tiene ninguna política hacia los emigrados. Lo que quiere decir que nuestros consulados son pocos, ineficientes y, salvo honrosas excepciones, se ocupan poco o nada de la comunidad peruana. Para obtener un documento, que pagamos caro, nos hacinamos en locales estrechos, normalmente en horarios imposibles para quienes trabajan. Bastaría destinar una parte de lo que nosotros mismos pagamos para tener locales mejores; para gozar de alguna información de primera mano sobre nuestro Perú, por ejemplo a través de una mísera página actualizada que, además, podría hacer circular noticias sobre las fuentes de empleo locales y sobre todo cuanto nos sea útil para mejorar las labores que ya hacemos o para disponer de locales donde encontrarnos por el puro gusto de convivir y programar actividades comunes. Se necesita una política del Estado sobre la emigración para que podamos obtener una asistencia legal y social; para que podamos establecer una relación cultural con el país; para que nuestros emigrantes puedan ser ayudados a insertarse mejor en las sociedades que los acogen; para poner en pie programas bilaterales de trabajo con los países en los cuales vivimos; para dar lugar a un fondo autoadministrado que sirva para dar asistencia a aquellos peruanos que se encuentran en dificultad, evitando así de obligarlos muchas veces a colocarse fuera de los márgenes legales; para poder disponer de aquellas simples posibilidades de encuentro que te hagan sentir el Perú como algo de lo cual enorgullecerse y no sólo como un recuerdo que se parece a la suegra de la imaginación popular, buena de lejos, pero sólo de lejos. Se necesita una política que enfrente una situación que todos conocemos y que puede enunciarse diciendo que las encuestas de todo tipo señalan que cada dos peruanos uno desea emigrar temporalmente. Embebida desde hace tanto tiempo en sus tantas ocupaciones, es muy probable que nuestra clase dirigente no haya sabido que un padre de familia gana un sueldo básico de 100 dólares mensuales (y a lo mejor tampoco sabe que no todos los ganan). Si hicieran la cuenta, aún excluyendo todo consumo suntuario como el autobús para ir a trabajar o para ir a la escuela, el cine una vez al mes o un nicho en el cementerio, se darían cuenta de que es un sueldo que no da para vivir (ni para morir). Si leyeran las estadísticas, sabrían que, en cambio, todo peruano emigrado y responsable puede enviar a su familia al menos 500 dólares al mes. Que los envía, que no es teoría. Y aunque tampoco con estos se pueden consumir productos de lujo, representan una buena diferencia. Porque pueden querer decir que Juan no se muera de diarrea y su madre de privaciones y pena. Y es difícil imaginarse un aliciente mayor para cualquiera. Sí, lo sabemos también nosotros: sería mejor ganárselos aquí los 500 dólares, legalmente, honestamente. Nos gustaría. No es así. No lo será a mediano plazo. Y a largo plazo, nos interesa relativamente: ¡estaremos todos muertos! Si el peruano quiere emigrar, afuera hay un mundo que puede y que quiere recibirlo. Porque siempre, a propósito de pocas lecturas necesarias, sabemos que los países industrializados conocen un proceso de envejecimiento acelerado, que el bienestar de sus habitantes hace que muchos sectores sean abandonados porque nadie quiere hacer determinados trabajos, que muchas fábricas cierran porque falta mano de obra, que los hospitales no encuentran enfermeros calificados, que la asistencia a los ancianos es un problema cada vez mayor porque no hay quién los cuide. Y porque la naturaleza no acepta el vacío, donde hay una necesidad es siempre necesario dar una respuesta. Nosotros podemos darla. Y además de resolver un problema práctico y vital nuestro, podemos aprender tanto, desde nuevos oficios a nuevos idiomas, desde nuevas tecnologías a otros modos de vivir en sociedad, desde exitosos criterios de organización a nuevos métodos de convivencia social. Tantas cosas que podríamos verter después en nuestra casa común. Si hubiese una política, llegaría la hora de sacar la cabeza de la arena y pasar de la actitud típica del avestruz a la actitud lógica y digna que pueden tomar los ciudadanos de un país y de un planeta que aceptan conscientemente los desafíos que les pone el tiempo que les tocó vivir. Por estas consideraciones someramente enunciadas, me atrevo a lanzar algunas simples ideas bajo el lema "Hoy por ti, mañana por el Perú". 1. Estableciendo claramente las comunes reglas del juego con los países que hospedan nuestros conciudadanos, se conservan las amistades y la vida es mejor. En efecto, aunque el país X esté interesado en recibir un flujo de emigración calificada, normalmente no está dispuesto a aceptarlo ni como emigración permanente ni como prestaciones de trabajo "en negro". Lo que quiere decir fijar mutuas garantías. En relación al primer problema, el país en cuestión recibe a los emigrados, les da las garantías y condiciones necesarias para su inserción profesional. Perú garantiza que se tomará a su cargo la repatriación del emigrante si éste no aporta beneficios a su nuevo lugar de residencia. Todo ello podría hacerse sin acarrear gastos para Perú. Bastaría que cada emigrante esté dotado de un pasaje de ida y vuelta - como ya sucede normalmente - pero que la fecha de retorno, que hoy día normalmente se vence sin ser utilizada, por lo que representa sólo un regalo para las líneas aéreas, pueda renovarse automáticamente tras un acuerdo que el gobierno puede - si quiere - alcanzar con éstas. En relación con el segundo problema, precisamente porque se trataría de una emigración por trabajo regulada de acuerdos bilaterales, se podría pensar a una inserción de nuestra gente en procesos de formación profesional a cargo de las empresas interesadas a sus prestaciones que, en caso positivo, desemboquen en regulares contratos de trabajo y en caso negativo en la repatriación ya mencionada. 2. Cuando hay intereses comunes se pueden establecer objetivos coincidentes y complementarios. Difícil decir que el Perú no requiere inversión extranjera. Todos nuestros gobiernos y empresarios ladran a la luna para obtenerla. A veces inclusive con poca dignidad. Generalmente con pocos resultados. Sucede en cambio, que el país dispone de dos millones de
inversionistas potenciales: sus emigrados. No son, en la mayoría, grandes inversionistas,
aunque algunos pueden serlo. La propuesta es simple. Supongamos que en un Estado dotado de una política de emigración el peruano emigrado pueda gozar - simplemente a través del ejercicio de su trabajo - de las garantías que le permitan adquirir lo que desee, y antes que nada de una casa. Ahora, como toda familia peruana tiene algún emigrante, todos sabemos a ciencia cierta que la mayor aspiración de todo peruano en el extranjero es poder disponer acá de una casa, de un hogar, donde retirarse cuando podrá dejar de trabajar. Con un trabajo en el extranjero puede pagársela, supongamos en 20 años. Estamos hablando de la posibilidad de construir cientos de miles de casas mediante este mecanismo, o sea de un programa que contiene la potencialidad suficiente como para poner en pie la construcción en nuestro país, o sea de una de las actividades que genera mayor cantidad de puestos de trabajo, de una actividad que - por definición - está dotada de aquellas capacidades que permiten ayudar decididamente a la reactivación de la economía. No se requeriría mucho. Bastaría tomar una decisión al respecto y proceder a la constitución de una entidad financiera que reglamente y regularice este tipo de intercambio (lo que crearía otros puestos de trabajo calificado). ¿Le interesa a alguien la puesta en práctica de un derecho vital del pueblo de los emigrados que además implica la creación de una enorme fuente de trabajo local? El silencio no concede, es sólo falta de respuesta. La práctica peruana en esta materia lo demuestra de manera abrumadora. 3. "Dicen que la distancia es el olvido", y que en la aldea global lo que muestra la TV aparece (casi) siempre verdadero. Y que quién no aparece en el vídeo está como muerto, incluso para las inversiones. "No sabía que era un peruano, hasta que le vi borracho". Sí. Así dicen por allá en mi provincia: y no sin razón. El Perú, dicen, es un país, como se decía antes, "de narcos". Luego, conclusión matemática: el peruano es cocainómano. ¿No la habéis escuchado o leído nunca? Y si esto es un peruano, ¿por qué debería declararme tal? Si la cara no me traiciona, si no estoy dotado de tanta resignación, ¿quién me obliga a hacerlo? ¿Y por qué mostrar el pasaporte si sé ya que apenas lo vean mi madre y mi parentela saldrán mal parados de la boca de cualquier pelafustán rico o en uniforme? Dicho de otra manera: sucede que en el extranjero a veces es difícil ser peruano. Aunque no sea cierto el lugar común sobre la borrachera necesaria. El problema, visto en positivo, es que falta totalmente una política cultural del Estado. Que no hay medios de difusión cultural, ni promoción de nuestro país, ni prensa, ni programas de radio, ni programas televisivos, ni filmaciones publicitarias de carácter turístico, ni escuelas, ni enseñanza del idioma (porque aunque algunos no lo sepan, hablamos sí el castellano, pero el del Perú. "Ahorita mismo lo estamos haciendo"). Y porque si se quiere turismo, inversiones, buena prensa, además de ser serios todo esto que no hay resulta necesario e indispensable. En un Instituto Goethe cualquiera hay más material sobre Alemania que el material sobre Perú que existe en todas las embajadas peruanas puestas juntas. ¡Aunque a lo mejor sucede sólo porque, como es obvio, nosotros sabemos mejor que los alemanes cómo explotar nuestras propias riquezas! Veámoslo desde este punto de vista: se presenta en la casa de ustedes un señor que quiere venderles zapatillas "Nike". Es convincente, habla bien, el precio no está mal. Casi los convence. Hasta que se dan cuenta de que usa zapatillas "Reebok". Fin de la transmisión. Ahora, quién deja difundir una pésima imagen del propio país,
trata a sus propios ciudadanos como hijos bastardos y malqueridos por lo que ni siquiera
estos invierten en su casa, ¿cómo puede convencer a otros a que lo hagan? Y los hijos
bastardos y malqueridos, ¿por qué deberían invertir en el "Proyecto Perú"?
¿Por qué deberían verlo como el lugar de destinación de su dinero mientras están
afuera y, después, del enorme capital representado por lo que han aprendido? 4. A mí me gusta el suspiro limeño, o sea "cada loco con su tema", pero todos con el mismo estribillo. ¿Quizás porque los países ricos insisten en mantener normas y reglas de comportamiento que les favorecen, sólo a ellos? ¿Quizás por qué? ¿Y quizás por qué la reforma del sistema financiero internacional no les interesa? Podemos pasar otros siglos esperando que la predicación constante de personajes más o menos influyentes y bien intencionados y de estudios más o menos fundados mejoren nuestras condiciones. En tanto, continuaremos pagando, muriendo, emigrando, protestando. Nada nuevo bajo el sol. Pero también podemos trabajar con lo que tenemos, ponernos metas positivas aunque parciales para explotar mejor nuestras condiciones, para operar también en el vientre de la ballena. Nuestra quinta columna ya existe. Ya hemos dicho que somos dos millones, que estamos infiltrados en todos los ganglios del poder, en todas sus ruedecillas. Y podríamos agregar que no estamos solos, aunque esto alargaría demasiado el tema. Que somos doctores, comerciantes y cantantes. Amén de muchas otras cosas. En las novelas de espías se dice infiltrados dormidos. !Basta despertarlos! "América ha dado al mundo" pintó en un mural Diego Rivera en Ciudad de México. Era un mural grande porque América ha dado tanto. Por ejemplo, lo que se denomina un menú típicamente mediterráneo está hecho casi puramente de productos de origen americano, aunque nadie nos pagó el derecho de autor. ¡Es que la memoria histórica es siempre corta o muy utilitaria! En verdad, algunas tesis universitarias han hablado
recientemente, allá más que acá, de la quinua, del olluco, de la palta criolla y del
rocoto. Que también son agentes de la peruanidad. Agentes importantes. Y junto a ellos
hay otros mejores, porque más directos, más numerosos: el emigrado peruano. Pónganlo a
cantar y a jorobar, a cocinar y a contar, a soñar, a recordar y a proyectar. Sin ninguna
ayuda aumentará el turismo hacia Perú, la venta de artesanías y de productos no
tradicionales en los mercados ricos. No es teoría, sucede ya hoy día. Y gracias a ello
otros peruanos de Perú derivan/podrán derivar fuentes de trabajo calificadas y bien
pagadas. 5. Para saber y contar y contar para saber... Cuando Inglaterra se dio cuenta de que los indios producían textiles mejores y más baratos que los suyos, ordenó ampliar la Aduana. De allí en adelante, para comerciar en su propio país, los indios habrían tenido que pagar salados aranceles. Llámase competitividad. 25 años después la industria textil de Nueva Delhi había desaparecido completamente, Calcuta había dejado de ser una ciudad industrial y se encaminaba a ser una ciudad de leprosos. Les sugiero que dediquen un par de horas de su tiempo a observar lo que pasa en la aduana de nuestro aeropuerto cuando llegan los turistas peruanos. Es un espectáculo aleccionador. Antes que nada, los maltratarán verbalmente, tanto para que no pierdan la costumbre. Después les abrirán y controlarán todo con la atención que deberían dedicarles a los sospechosos de narcotráfico. Por último, les harán pagar la plancha usada como si se tratase de la última invención - aún fuera de comercio - de Bill Gates. Como el séptimo calzoncillo usado, el calcetín disparejo y la dentadura para la abuelita (¡tanto la abuelita ya está acostumbrada a comer frotando los alimentos! Es un maestro en la materia). Que la aduana y los controles sean innecesarios lo dicen las
multinacionales, el capital financiero internacional y los exportadores de capital
peruano. Normalmente esta afirmación es aceptada sin chistar, como si hablase la RCA
Victor o fuera parte de los Diez mandamientos. Y es un grave error. El capital financiero
y los movimientos de las multinacionales deberían ser sometidos a mayores controles. 6. Las cuentas claras y el chocolate espeso. O mejor dicho la creación del fondo autoadministrado en los consulados En Milán viven aproximadamente 30.000 residentes peruanos. Es un lugar muy frecuentado. Si cada uno de nosotros recurre a
sus servicios - como sucede - una media de 2 veces por año, quiere decir que por este
consulado pasa cada día una media de 200/250 peruanos que requieren un documento, un
timbre, la renovación de un documento. Quiere decir además que las entradas de ese
Consulado pueden estimarse en 50.000 dólares mensuales. Ahora, los Consulados peruanos en
ciudades que cuentan con una alta tasa de nuestros emigrados son 60. 7. "Yo tengo tantos hermanos, que no los puedo contar, y una novia muy hermosa, que se llama libertad" (A. Yupanqui) El municipio de Milán tiene a su cargo, entre muchas otras cosas, numerosas actividades sociales que realiza directamente o a través de encargos concedidos mediante licitaciones públicas. Se ocupa, por ejemplo, del transporte de los niños o de las personas con problemas, de la recolección de basuras o de su eliminación. En todas y cada una de estas tareas se cuenta con medios adecuados. Por ejemplo, a las personas que tienen necesidad de una silla de ruedas y no pueden adquirirla, se las proporciona. Como los medios deben ser adecuados a los niveles estándar del país, las sillas de ruedas, los camiones de la basura o los autobuses destinados al transporte escolar se cambian frecuentemente. Y muchas veces la eliminación del usado, frecuentemente en óptimas condiciones, representa un problema. También se hacen grandes construcciones, por ejemplo de áreas comerciales y supermercados. Y sucede que una vez terminada la obra, el material utilizado (vagones, rieles, etc.) se bota. Y ocurre que las autoridades públicas tienen una política hacia el asociacionismo voluntario que mira a resolver problemas sociales en su ambiente natural o que aspira a cooperar con comunidades y países extranjeros. Que tiene una política quiere decir que cuenta con medios financieros y materiales para realizarla. Lo mismo hacen, naturalmente en medida diversa, cada uno de los más de 7.000 municipios italianos y todas las regiones. E igualmente en muchas otras ciudades y países que constituyen metas privilegiadas de nuestra emigración. Ahora, imaginemos que sólo 50 limeños necesitados pudieran recibir sillas de ruedas perfectamente funcionales del municipio de Milán. Les cambiaría la vida, ¿o no?. Y que, en su campo respectivo, lo mismo pudieran hacer nuestros organismos de micro crédito, nuestras cooperativas rurales, los niños de una de nuestras comunidades campesinas que necesitan desesperadamente de un medio de transporte, los monumentos históricos que requieren desesperadamente de una restauración... ¿Les cambiaría la vida? E imaginemos que ello pueda suceder con tantos municipios italianos, franceses, españoles, japoneses o canadienses. ¿Mejoraría la vida de muchos compatriotas? Ahora, resulta que pensar y practicar una hipótesis de este tipo no es difícil. El instrumento legal existe. Se llama hermandad entre las ciudades peruanas de origen y las ciudades extranjeras de residencia. Una política de la emigración supondría hacer correr al unísono nuestros consulados y nuestros emigrados en esta dirección. Supondría controlar y evaluar el uso de los medios puestos a disposición por este simple y banal medio de cooperación, podría suponer una política de becas que permita que algunos de nuestros jóvenes puedan especializarse en los institutos de la ciudad hermanada, etc. No hay grandes límites a la imaginación en este campo. Los límites nacen de la repetición cotidiana y obsesiva de aquellos gestos frecuentemente vanos pero vendidos como diplomáticos, de la falta de política nacional, de la carencia de imaginación, de las pocas ganas o capacidades de trabajo. Pero no se trata de límites que nazcan de una maldición bíblica. Son, por ende, superables.
Dijimos antes que cada año (cifras de 1999) los emigrados enviamos a Perú 1.200 millones de dólares o más bajo forma de remesas destinadas fundamentalmente a las familias y comunidades de origen. ¿Por qué no valorizar este aporte monetario? Sabemos que este dinero se emplea casi completamente en bienes de consumo inmediato. Sirve para "parar la olla". Es un parche que se pone para proteger la herida, que se agota en sí mismo, sin sanar la herida misma. ¿Se podría pensar en una política que haga uso de esta masa de dinero para emplearla en inversiones productivas capaces de generar fuentes de trabajo en el país? También este tema es complejo, porque debería suponer algún tipo de actividad estatal o pública que permita acumular el dinero para estos fines, garantizando al mismo tiempo la satisfacción de las necesidades de nuestros familiares. Pero por cuanto complejo algunas ideas técnicas ya existen y se podría pensar que valga la pena hacer un trabajo de estudio al respecto, un estudio de indudable utilidad porque como por arte de magia puede transformar estas remesas en un elemento importante de nuestro desarrollo como país. Y en verdad, también en este caso se pueden analizar las experiencias que otros pueblos han ya realizado en el pasado. 9. "No, no, no te digo un adiós, estrellita del sur, porque pronto estaré, a tu lado otra vez..." Aunque partir jóvenes y volver viejos es un serio problema, por mucho que Gardel haya dicho que "20 años no es nada". ¿Cómo se llama un ingeniero francés en Perú? Ingeniero. ¿Y uno peruano en Francia? Peruano de mierda. El problema es simple: nosotros reconocemos los títulos de los demás, pero ellos no reconocen los nuestros. Se puede resolver mediante un convenio bilateral como aquellos que los países industrializados mantienen ya con decenas de otros países, incluso algunos sudamericanos, en base al cual se reconocen mutuamente la equivalencia de algunos estudios, desde la escuela primaria a la universidad. También aquí hay poco que inventar: bastaría ver que han hecho otros países y copiarlo adaptándolo. Cierto, significa moverse de la silla, estudiar, abrir una mesa de discusión con cada país donde hay peruanos, establecer criterios de reciprocidad. Insisto, no es difícil, basta quererlo y trabajar. Se le resolverían graves problemas a miles y miles de peruanos. Pero, decíamos, sucede que se parte jóvenes y se vuelve viejos. Ahora, mal que mal, en muchos países existen sistemas más o menos decentes de protección social. Quien trabaja legalmente (ver primer punto) tiene garantías si le pasa algo, quién envejece trabajando tiene derecho a una jubilación. También nosotros pagamos contribuciones para este sistema allá
donde estamos. Ayudamos así significativamente, a la pensión de un trabajador de esos
países. Es justo. También en este caso la palabra pasa a la política. Y la solución puede construirse a través de un doble instrumento. Antes que nada, si existen mecanismos para canalizar productivamente las remesas de los emigrados, una parte de éstas podría destinarse a la constitución de un fondo destinado a una jubilación para quien regresa anciano al país. Habría que estudiar los montos, las formas, la organización en grado de canalizar esta propuesta. Además, existe el canal de los acuerdos diplomáticos. Si después de 30 años de trabajo en España tengo derecho a una jubilación, no hay motivo que impida que yo pueda recibirla y gozármela en mi vieja casa del Callao o de Trujillo, donde además el coste de la vida es menor. Naturalmente, ningún país concederá por cuenta propia estos fondos, pero en el cuadro de los acuerdos bilaterales a los cuales ya hemos hecho varias referencias previamente, el problema puede ser enfrentado y resuelto positivamente. No pienso haber agotado el tema de la necesidad de una política de emigración ni mucho menos, pero me había comprometido sólo a colocar uno de los ladrillos de la casa de nuestro proyecto. Cerrando esta intervención, reitero que - también en este campo - podemos lograr tantas cosas, si queremos, si estudiamos, si golpeamos juntos, si nos proponemos objetivos claros, serios, importantes. En todo caso, me asiste la certeza que en un país de emigrantes este tema no puede continuar a ignorarse y que merece una profundización seria. Pienso además, que vale mucho más la pena ocuparse de temas serios, de problemas que acarrean consecuencias sobre millones de personas, que ocuparse de las melancolías de fulano y de los callos en el alma de perengano. Tenemos todo a nuestra disposición. Propongo que caminemos. Como siempre, algunos protestarán. Se les podría responder anticipadamente con la vieja máxima de Don Quijote: "Sancho, los perros ladran. Es señal que avanzamos". |