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Revista Mensual. Año 3  num. 26. Julio de 2006. Ciudad de México
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La Gradiva en Coyoacán
Política Editorial
Editorial
Una vez que por diversos motivos decidí no asistir a la reunión de quienes iban a recibir las buenas “vibras” en la pirámide de Cuicuilco, el 21 de marzo pasado aterricé, en el nunca bien ponderado centro de Coyoacán, como siempre atestado de gente de la más gran variedad de edades, colores, sabores y estados de ánimo. Después de tomar un exquisito café express y de disfrutar una rica charla, me detuve en el portal de la colonial casa de Cortés para observar a una joven ataviada con una indumentaria que bien podría ser la de una doncella medieval o la de una deidad china o hindú. Los ropajes estaban perfectamente patinados con colores verdosos y amarillos, semejantes a las de las esculturas de bronce de aquellos países, con centenares de años de antigüedad. No puede evitar el recuerdo de la historia de Siddharta o de la imagen algún viejo monasterio chino perdido en la montaña.
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FOTO. Sergio Zavala
Ella permanecía de pie en pose, con la serenidad de las esculturas a que se refería el poeta Rainer María Rilke; con la paz de quien está frente a lo eterno, con la sensualidad de una venus vestida. A decir verdad me recordó sobre todo a aquél bajo relieve que formaba parte de la colección de objetos de Sigmund Freud: La Gradiva; La mujer que avanza. En aquella obra percibió Freud, después de mucha observación, que la figura evidenciaba un problema en una pierna de la mujer que sirvió de modelo (¡sólo él pudo percibirlo!), sin embargo, la joven que podemos admirar en Coyoacán no presenta ningún problema de esa naturaleza en su esbelto cuerpo y sí nos entrega la magia de aquella figura.  A un lado de ella estaba un pequeño cesto donde los paseantes que lo desearan podían poner su cooperación; cada vez que alguien ponía una moneda, la joven se movía y adoptaba una nueva pose, lo cual generaba una fascinación que mantenía a un buen número de personas observándola, quizá admirando su indumentaria o esperando que a través de aquella ancestral figura algo se les revelara. Me impresionó la gran pulcritud artística de esta joven para disfrazarse y su profesionalismo para representar a esta escultura viviente. ¡Cuánto talento! Y qué pocos espacios para dar cobijo y proyecto a jóvenes como ella que, afortunadamente, el público coyoacanense reconoce y apoya. Por eso, a pesar de los meses transcurridos, comparto con ustedes esta agradable visión. Ojalá el Gobierno del Distrito Federal además de hacer mega eventos en el Centro de la Ciudad y en vez de reducir el presupuesto en cultura, diera respaldo y proyección a los jóvenes artistas que se encuentran ignorados en los diversos rumbos de nuestra ciudad. ¿Qué tal un concurso de estatuas vivientes de la Ciudad de México? ¿o acaso un concurso de mimos jóvenes? Seguro que algo bueno habría para estos jóvenes. Recordad al gran Marcel Marceu.
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