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TEORIA GENERAL DE PSICOLOGIA


LIBRO:
LAS LEYES DEL PSIQUISMO

Alberto E. Fresina


CAPITULO 8
-(páginas 129 a 150 del libro de 426)


Indice del capítulo:

LAS TENDENCIAS SUPERIORES
1. Lo innato y lo adquirido
2. Los mecanismos de valores
3. Estructura de las bipulsiones básicas
4. Particularidades del nivel de las bipulsiones




CAPITULO 8


LAS TENDENCIAS SUPERIORES


1. Lo innato y lo adquirido

Cuando se discute si determinadas funciones o rasgos psíquicos son innatos o adquiridos, suelen mezclarse dos problemas distintos. Por un lado está aquello psíquico que es común a todos los hombres normales de toda época y cultura. Lo otro es lo diferente, lo que no es igual en todos los hombres normales. Esta es una distinción que es indispensable establecer antes de abordar el problema.

Al hablar de lo psicológico común en todos los hombres normales, se trata, por ejemplo, del hecho de tener lenguaje, valores, opiniones, compromisos, ideales, determinado sistema de impulsos, etc. Aquí no hace falta mucha precisión en el concepto de normalidad. Para lo que estamos tratando, es suficiente concebir como hombres psíquicamente normales a la mayoría de los seres humanos de todas las épocas y culturas. Bajo esta noción de hombres normales, encontramos que esas funciones como la moral, el lenguaje, etc., son comunes a todos ellos. Para que dichas funciones se desarrollen como tales, hace falta un medio social que lo posibilite. Sin embargo, los genes “suponen” o “descuentan” que habrá con seguridad un medio social. Más allá del tipo de medio social, sólo hace falta que haya un medio socio-cultural cualquiera, con los mínimos elementos que lo definen, y ello es suficiente para que esas facultades se desarrollen.

Aunque tales funciones psicológicas comunes tengan un necesario desarrollo en todas las épocas y culturas, sería inadecuado calificarlas de innatas. La activa influencia del medio socio-cultural es algo que no puede faltar como “material” para que se desarrollen. No es suficiente que el organismo humano se alimente y desarrolle el cuerpo para que surjan normalmente aquellas facultades. Por tanto, no llamaremos innato a lo que es común a todos los hombres normales, sino mecanismos, rasgos o funciones, de necesario desarrollo; es decir, se trata de una “mezcla” de lo universalmente innato y lo de regular adquisición en la vida social.

En cuanto a los fenómenos psíquicos que difieren entre los hombres normales, como por ejemplo los distintos gustos, valores, intereses, ideas, así como el grado y la forma diferenciales del desarrollo de las distintas funciones y cualidades de la personalidad, aquí es donde se plantea la verdadera discusión sobre si tales diferencias son innatas o adquiridas. Pero es claro que esas diferencias, en términos generales, son adquiridas, y dependen de las diversas circunstancias históricas, sociales, culturales, ambientales, junto a la totalidad de circunstancias casuales, entre las que se destaca el conjunto de relaciones sociales exclusivas que afectan de un modo particular a cada individuo durante su vida.

Cuando un niño, por ejemplo, por razones de pura casualidad, obtiene más éxitos que fracasos en sus tareas iniciales de interacción con la realidad, o simplemente recibe más aprobación que desaprobación por sus actos e iniciativas, eso puede favorecer el desarrollo de cierta autoconfianza y perseverancia para emprender y concluir con éxito nuevas tareas y desafíos. Mientras que si por la sola influencia del azar, o por determinadas circunstancias, otro niño con idénticas capacidades potenciales obtiene más fracasos que éxitos, o más desaprobación y rechazo social que aprobación por lo que hace, eso puede llevar a que pierda confianza en sí mismo y a que desarrolle una tendencia a abandonar prematuramente todo lo que emprenda.

Si esto lo aplicamos a las tareas que suponen el empleo del intelecto, tendremos que la propia ley del efecto (repetición de lo asociado al placer y supresión de lo relacionado al displacer) promoverá, en el primer caso, una mayor y más frecuente actividad de los reflejos y circuitos cerebrales que hacen al pensamiento, por el simple hecho de que llevaron al efecto de placer, y mientras más resultados anímicos positivos se logren, mayor será la repetición de las vías nerviosas y reflejos que sostienen los razonamientos y las habilidades mentales. Ello se traduce a un mayor interés y perseverancia al respecto como rasgo de la personalidad, lo que hará potenciar aún más el desarrollo de tales habilidades. Mientras tanto, la misma ley del efecto, en el segundo caso, promoverá la inhibición y el bloqueo de las vías cerebrales correspondientes, por el solo hecho de que llevaron con más frecuencia al displacer del fracaso y/o del rechazo social. Tal situación, repetida miles de veces, por sí misma puede provocar una separación creciente y cada vez más amplia en uno y otro sentido. Así, lo que sería inicialmente un ínfimo y fortuito desequilibrio a favor del éxito o del fracaso, puede terminar en una amplia y notoria diferencia en el grado de desarrollo de ciertas capacidades. Tal influencia básica de la ley del efecto, en su interacción con las condiciones y circunstancias externas que rodean al sujeto durante su desarrollo, sería aplicable en general a las distintas orientaciones y grados de desarrollo de cualquier cualidad de la personalidad.

Las apresuradas conclusiones de quienes proclaman la existencia de diferencias innatas de inteligencia, por ejemplo, más allá de servirles para autoconvencerse de la “superioridad innata” de su propia inteligencia, en los hechos no hacen más que cumplir la función de satisfacer los requerimientos de la ideología dominante, de dejar claramente establecido que hay una clase social superior con el “derecho natural” a someter y explotar a los inferiores, y que por lo tanto no tiene sentido “molestarse” en tratar de crear condiciones de igualdad económica y social.

Pero si hubiera realmente alguna ventaja del potencial genético sobre el particular, lo que no hay razones para creer, debería buscarse, al contrario de lo que se supone, en las tribus que aún viven en condiciones primitivas, que son las únicas que podrían haber seguido evolucionando genéticamente en los últimos miles de años, a través del proceso de selección natural, único medio por el que resulta posible.

Fuera de las eventuales anomalías genéticas, no hay diferencias innatas de importancia. No es lo mismo la anormalidad para "abajo" que para "arriba". El único argumento para creer en eso es la comodidad de la simetría. Los productos fabricados en serie ocasionalmente salen fallados, pero el resto solamente sale bien, o normal, y nunca "superior" por pura magia. Una obra de arquitectura se puede deteriorar de mil formas distintas arrojándole explosivos al azar, pero no se puede "perfeccionar" lanzando de esa forma los ladrillos. El mejoramiento innato de las complejísimas funciones cerebrales sólo es posible a través de la paulatina acumulación de pequeños cambios genéticos, y en el marco del continuo accionar la selección natural.

Si bien existen, claro está, los cambios genéticos en relación a las funciones psicológicas, y fueron en definitiva una premisa de la evolución del hombre, considerando los miembros actuales de la especie, se trata de algo insignificante en comparación con el amplio campo de influencia del factor adquirido. Por eso, podemos tomar lo innato, a los fines prácticos del estudio de la psicología general, como un factor constante.

Los fenómenos psíquicos variables constituyen las formas diferentes en que pueden desarrollarse y funcionar los mecanismos psicológicos comunes o de necesario desarrollo. La explicación de esos fenómenos diferenciales requiere un estudio centrado en las leyes del nivel social, así como en la historia personal de cada sujeto en definitiva.

Lo que hemos visto hasta ahora sobre el psiquismo, así como lo que trataremos en adelante, está referido a los mecanismos esenciales del funcionamiento psíquico, a aquello que es común a todos los hombres normales, es decir a lo de necesario desarrollo. El interés, aquí, en lo que respecta a este trabajo, está centrado en lo que sería el equivalente a la anatomía y fisiología generales, pero en relación al psiquismo humano.


2. Los mecanismos de valores

Habíamos visto que la actividad de la ley general se manifiesta en los distintos niveles de la organización psíquica. El primero es el nivel reflejo, que es el más básico y esencial. Los reflejos forman el material para todo lo demás. El segundo nivel es el de los impulsos, los cuales surgen de la organización y regularidad de la actividad de los reflejos. Si bien los impulsos y sus leyes explican muchos fenómenos psicológicos, hay otros elementos de la motivación que aunque lleven acumulada la presencia de los impulsos, estos últimos se organizan y combinan en una forma tan compleja, que no podremos avanzar en la explicación de las motivaciones humanas sin pasar al nuevo y superior nivel cualitativo de la estructura motivacional: el nivel de los valores.

Un ejemplo ya anticipado de ello es la función moral, es decir, la doble tendencia a afirmar lo bueno y negar lo malo de la propia conducta. Esas nociones (lo bueno y lo malo, o lo que está bien y mal) son los valores absolutos del mecanismo; constituyen los elementos esenciales de la moral y son comunes en toda época y cultura. Lo que puede variar de una cultura a otra, o entre sujetos de una misma cultura, es aquello concreto que se considera bueno o malo. Pero lo que es común en todas partes, y de lo que estamos hablando, es la mecánica básica de la moral, consistente en la doble tendencia a hacer lo bueno y evitar lo malo. Tal mecanismo, más allá de los valores relativos o de las variables conductas que puedan considerarse buenas o malas, funciona por igual en toda cultura. Esta relación es válida para todos los mecanismos de valores. Por ejemplo, lo que se considera bello en una cultura puede ser feo o repulsivo en otra. Sin embargo, en ambas culturas existe la misma función esencial que es el mecanismo estético de afirmar lo bello y negar lo feo.


Bipulsión moral

Los mecanismos de valores consisten en dos pulsiones o tendencias claramente distinguibles. Una se orienta a lograr el valor positivo y la otra se ocupa de evitar o suprimir el valor negativo (o disvalor). El nombre con el que identificaremos a estas dobles tendencias será: bipulsiones. Así, la doble tendencia a hacer lo bueno y evitar lo malo es la bipulsión moral.

Los valores absolutos son los que definen la bipulsión, son los núcleos organizadores del nivel de las bipulsiones; en torno a ellos se ordena el funcionamiento de los impulsos que las forman.

Los impulsos que se organizan alrededor de aquellos valores absolutos, para permitir el movimiento de la bipulsión moral, son los siguientes:

Los dos “cabecera” son el de aprobación (y su parte de autoaprobación), que empuja a hacer lo bueno, y el de conservación que evita lo malo.

El imp. de alivio también participa, ya que el dolor moral del que se procura salir es algo que impulsa a hacer lo bueno, o a abandonar una conducta, actitud o postura concebida como mala o incorrecta.

El de gozo puede fijar el deseo en lograr un destacado desempeño personal. Aquí une sus fuerzas al de aprobación, al desear el intenso placer del orgullo y el reconocimiento por la positiva actuación (lo bueno).

El imp. mediador, al ser el “comodín” de la motivación, también está presente buscando metas-medio y metas-fin que se fijan los otros impulsos. En este caso, si lo que está bien es concluir con eficiencia una tarea, el impulso estará presente en cada paso parcial de la conducta orientada a ese acto bueno final.

Otro impulso interesado en hacer lo bueno puede ser el de recuperación. Supongamos que lo que se ha perdido, y que se quiere recuperar, es el estado de normal aceptación social. Aquí no hablamos del acto de aprobación social, sino de una condición normal estable, que es la “estima básica” o aceptación como miembro del grupo. Tal aceptación es una condición afectivamente neutra, que al estar presente no produce placer ni displacer; pero cuando falta, surge la nec. de su recuperación. Para restablecer tal aceptación básica el sujeto debe hacer lo bueno y no repetir sus actos negativos.

Un último interesado en hacer lo bueno y evitar lo malo es con frecuencia el imp. sexual. Dado que una condición para la mayor aceptación personal es el buen desempeño social en general, y puesto que esa mayor aceptación personal, cuando proviene de sujetos del sexo opuesto, muchas veces significa también una mayor aceptación sexual, dicho impulso contribuye a que el sujeto se interese en realizar actos destacados o positivos y en evitar los actos malos o que sean despreciables para quien los valora. Aquí el acto bueno es una meta-medio del imp. sexual.*


* La realización de conductas buenas o positivas, como factor para la mayor aceptación sexual, significa un aprovechamiento natural de la energía motivacional del impulso sexual, para que sume sus fuerzas al interés por la continua realización de acciones favorables a la sobrevivencia de la tribu. Entre las conductas positivas o buenas figuran especialmente los actos destacados durante el trabajo social de la tribu. Así, la selección natural, que como sabemos fue permitiendo la sobrevivencia a los organismos sociales que tenían la mayor eficiencia en el trabajo, escogió aquellos en los que incluso la fuerza motivacional del propio imp. sexual empujaba también eventualmente hacia el mejor rendimiento.

Tenemos, así, siete impulsos que forman la doble tendencia a afirmar lo bueno y negar lo malo de la propia conducta. Tales impulsos, junto a las nociones o conceptos organizadores de lo bueno y lo malo, forman la estructura de la bipulsión moral. De los siete, los fundamentales son los dos cabecera: de aprobación y de conservación. En cambio los otros son menos importantes y generalmente rotativos o inestables en su presencia estructural de la bipulsión.

La doble tendencia a hacer lo bueno y negar lo malo no escapa a la ley general; es sólo una nueva forma de manifestarse ésta. Es importante tener siempre presente la ley general, puesto que se extiende a toda la subjetividad formando el firme armazón de su estructura. Para entender los motivos de la intencionalidad, debemos “colocar” primero el esqueleto de la ley general, para ir ubicando sólo lo que va ligado a él, hasta reconstruir el psiquismo. Tal fue el orden que siguió la naturaleza cuando construyó la estructura motivacional humana.

Serían seis las bipulsiones básicas, que luego se dividen y combinan, formando otras nuevas.


Bipulsión estética

Los valores absolutos son: lo bello y lo feo. El placer-displacer estéticos son aquellos en los que el sujeto tiene una actitud pasiva o contemplativa de los estímulos. Es la captación a través de los sentidos o de la imaginación, de estímulos placenteros o displacenteros que son sintetizados o reunidos por las nociones de bello o feo.

En cuanto al placer o displacer estéticos ocurridos en el plano de la imaginación o representación mental, se incluye toda fantasía, “sueños”, recuerdos. Inclusive la representación mental del objeto de satisfacción de un impulso, o de cualquier situación placentera, es en nuestro encuadre un placer estético. También sería estético el placer por revivir o recrear en la mente una situación placentera concreta vivida anteriormente.

En resumen, entendemos por placer o displacer estéticos a los que son producidos por la sola contemplación o percepción pasiva de los estímulos, y donde la afirmación del estímulo placentero (lo bello) y la negación del displacentero (lo feo) son fines en sí mismos.

La bipulsión estética es la doble tendencia a afirmar lo bello y negar lo feo. Esos valores absolutos reúnen a los placeres de orientación de los impulsos, así como a los leves placeres y displaceres de orientación general que no rodean a los núcleos de los impulsos, sino que sólo anticipan situaciones útiles a la vida o perjudiciales en general, y que aparecen bajo aquellas nociones de bello o feo.

La función de la bipulsión es la de orientar al organismo a su acercamiento a situaciones adaptativas o útiles y alejarse de lo perjudicial.

Los placeres y displaceres de orientación constituyen un gran sistema de vías secundarias de entrada al placer y displacer. Aunque son abundantes en su número, rara vez son más que leves reacciones de agrado o desagrado. Todo ese sistema de vías accesorias de entrada al placer y displacer está a cargo fundamentalmente de los cuatro impulsos que representan directamente a la ley general. Los impulsos de gozo y de continuación se ocupan de afirmar los placeres de orientación, y los de alivio y de conservación tienen a cargo la negación de los displaceres de orientación. A estos cuatro se agregan los impulsos correspondientes a los placeres de orientación que rodean a los núcleos de satisfacción. Esto es, la presencia ocasional, en la bipulsión, de los impulsos que sostienen los placeres relacionados al núcleo de satisfacción, los que ocurren no sólo a nivel concreto o sensorial, sino también en el orden de las imágenes mentales y fantasías, y que aparecen como el valor positivo de la bipulsión estética (lo bello).

Además de los impulsos que se ocupan de los placeres y displaceres de orientación, la bipulsión estética se forma también con otros impulsos. Uno es el de curiosidad, que está presente en el interés y la admiración por la contemplación de la belleza. Otro es el de recuperación, el cual sustenta el placer contemplativo o estético por la recuperación de un estímulo que “faltaba” en el campo perceptual. También tiene su papel en los recuerdos. Otro impulso importante es el de variación. Lo nuevo y variado suele aparecer como bello.

Con respecto a las reacciones de placer estético producidas por la música, la danza, la poesía, etc., se trataría en principio de placeres de orientación general. Pero fundamentalmente estarían basadas en el movimiento de la imaginación y el fluir de las representaciones mentales que esos hechos estimulan (placeres de orientación de los impulsos, y satisfacción concreta de los impulsos de curiosidad, de variación, y otros, que actúan naturalmente en el plano simbólico y que forman parte de la bipulsión estética).

Aquellos hechos artísticos tienen una utilidad para la vida que sólo se comprende cuando se los enfoca desde la sobrevivencia del conjunto. Toda actividad de entretenimiento o de esparcimiento que constituya un elemento de reunión, será siempre favorable a la sobrevivencia del organismo social. Una tribu cuyos individuos vivan separados uno del otro, y sólo se reúnan ante la aparición de una situación apremiante, estará en peores condiciones para sobrevivir que otra cuyos miembros se hallen más tiempo reunidos compartiendo sus experiencias. Tales elementos de reunión, que cubren los momentos de ocio, hacen que el grupo se halle unido y preparado para responder eficazmente ante cualquier situación imprevista. Por otro lado, favorecen la continua comunicación y el funcionamiento integrado de la tribu. Esos elementos de reunión permiten la más estrecha unidad espiritual y el mayor conocimiento mutuo, así como la “sincronización” del estado de ánimo de los individuos. En realidad serían muchas las ventajas de una tribu cuyos miembros mantuvieran una sólida unión física y espiritual, en relación a otra que careciera de ello. Por eso, todo elemento que favorezca la unidad física y espiritual es algo automáticamente útil a la sobrevivencia. Ello permite el funcionamiento de la tribu como un auténtico organismo social, integrado y coherente. Un organismo social así, será rescatado con seguridad por la selección natural. Por tanto, el placer estético por las actividades artísticas cumpliría principalmente esa función.

En el tratamiento de las bipulsiones, será necesario tener presente en todo momento que su utilidad adaptativa se deriva de la función que cumplían para la sobrevivencia del organismo social entero. En el nivel de los impulsos, muchos de éstos eran explicables, en su función adaptativa, desde su utilidad para la sobrevivencia del individuo aislado. Ahora en cambio es a la inversa. Las bipulsiones son producto de la selección natural de tribus. Su utilidad para la sobrevivencia sólo se explica en la visión de conjunto.

El período de la evolución humana en el que se desarrollaron las bipulsiones comprendería una etapa de unos dos o tres millones de años, desde cierto grupo o manada de simios antropomorfos hasta la “última mutación genética” a partir de la cual apareció el hombre (homo sapiens sapiens) y la sociedad auténticamente humana. Esto último, según datos antropológicos, habría ocurrido hace alrededor de cincuenta mil años.* Aunque es imposible determinar ese punto exacto, al menos es algo que podemos hacer en nuestra representación. Por ello, nos trasladaremos en el tiempo y tomaremos aquella tribu humana primigenia, encerrándola en un círculo imaginario. A dicha tribu, de la que todos provenimos por ser la que se impuso finalmente sobre el resto de sus similares, generalizando su tipo, le llamaremos: organismo social primario. Todo lo que tratemos en relación a las tendencias esenciales y necesarias de la motivación humana tendrá la base de la función que cumplía cada una de ellas en el organismo social primario.


* Lambert David. El hombre prehistórico. Editorial EDAF. Madrid 1988

Volviendo a la bipulsión estética, otra función que tiene, y quizás la más importante, es la de complementar a la bipulsión moral. Anteriormente vimos el acto bueno o malo desde el punto de vista del autor de la conducta. Ahora miraremos la conducta buena o mala desde la óptica de los miembros del grupo que son observadores de la conducta ajena.

Los observadores experimentan un placer estético, contemplativo, al percibir una acción positiva de un compañero. Por el contrario, sienten un displacer estético al contemplar la conducta mala. Por lo tanto, para el observador, la conducta buena ajena es bella y la mala es fea, desagradable a la percepción. El placer estético ante la conducta buena ajena es seguido por el imp. fraterno, que mueve al observador a gratificar al autor de la conducta con una aprobación o felicitación. Por su lado, la conducta mala de un sujeto produce en el observador eventual un displacer estético. Esto moviliza al imp. de agresión, por lo que se provocará un “mal” (displacer) al autor, por medio de un gesto desaprobatorio o de rechazo.

Si bien la bipulsión estética alcanza una infinidad de estímulos (incondicionados y condicionados) que caen bajo su orden: bello-feo, una parte importante de ese espectro está dada en el agrado o desagrado que producen las conductas ajenas.

Esa parte de la bipulsión estética que comprende las reacciones anímicas ante las conductas buenas o malas ajenas, más las respuestas externas de aprobar o desaprobar al autor, son una parte importante de los “materiales” que forman la siguiente bipulsión.


Bipulsión ética

La ética, como sabemos, es la disciplina que trata sobre la moral. Por ello, la bipulsión ética será para nosotros la del observador circunstancial de la conducta moral de otro; mientras que la bipulsión moral es la del autor de la conducta. Es decir, un mismo individuo tiene las dos bipulsiones. En una circunstancia estará movido por su bipulsión moral, cuando trata de hacer algo bueno. Pero en otro caso será observador de la conducta ajena, funcionando su bipulsión ética.

La bipulsión ética se forma, en principio, con el placer-displacer estéticos ante la conducta ajena, más los impulsos fraterno y de agresión, que se acoplan aprobando o desaprobando al autor respectivamente. Por lo tanto, esta bipulsión tiene dos fases. La primera es la reacción interna de placer o displacer estéticos por la conducta del otro; y la segunda, la respuesta externa de aprobación o desaprobación hacia el autor de la conducta, incluyéndose el eventual premio o castigo materiales, como respuestas extremas de los impulsos fraterno y de agresión respectivamente.

En esa segunda fase es frecuente la presencia del imp. de comunicación, cuando se siente la nec. de expresar al otro la propia disconformidad que su accionar produjo (reproche, crítica), lo que va junto a la desaprobación. También, el imp. de comunicación está presente en la nec. de expresar al autor de la conducta el agrado sentido por lo que hizo, lo que va junto al acto de aprobación.

Los valores absolutos de la bipulsión son: conducta buena ajena - conducta mala ajena. Tales valores éticos absolutos son buscados y evitados respectivamente por el sujeto, por medio del “aliento”, las recomendaciones, amenazas, etc. Inclusive, las respuestas de aprobación o desaprobación de la segunda fase pueden llevar respectivamente el propósito de alentar al destinatario a “seguir así”, o de influirlo para que no repita la conducta.

La primera fase ética no sólo incluye el placer o displacer estéticos por el comportamiento del otro, sino que el beneficio o perjuicio materiales (y/o morales) que la conducta de un sujeto tiene para el observador, o para el grupo observador, producen un placer o displacer concretos en éstos. La percepción del perjuicio personal o grupal que implica lo que otro hizo provoca displacer en el perjudicado. Luego, la segunda fase ética será la respuesta de desaprobación condenatoria hacia el autor. Por el contrario, cuando la acción de un miembro del grupo lleva a un beneficio para los observadores, éstos sentirán un placer por lo que el sujeto hizo, lo que hará que la segunda fase sea un afectuoso reconocimiento hacia el autor.

En general, el beneficio o perjuicio materiales que el accionar de un sujeto tiene para el grupo o tribu es lo que convierte a una conducta en buena o mala. Es decir, gracias a la asociación de la conducta con el beneficio o perjuicio materiales concretos, luego por sí misma producirá placer o displacer estéticos en el observador. El mecanismo sería el siguiente. Si alguien realiza una conducta cualquiera, y la misma lleva a un beneficio material para la tribu, tal hecho provocará un placer o alegría en el grupo. Luego, la nueva realización de esa conducta será por sí misma del agrado del observador, aunque eventualmente no lleve al beneficio directo; pero está asociada al beneficio y por ello se la ve bien. Al contrario, si el accionar de un individuo tiene el efecto de perjudicar los intereses materiales o concretos de la tribu, tal comportamiento y todos sus similares provocarán luego un desagrado a la vista de los observadores. Este displacer, condicionado a ese género de conductas perjudiciales, se volverá autónomo en su capacidad de producir displacer contemplativo o estético en el observador.

Indudablemente, es algo adaptativo o útil a la sobrevivencia grupal el hecho de que las conductas asociadas en origen al beneficio o perjuicio materiales para la tribu adquieran autonomía en su capacidad de producir placer o displacer estéticos o contemplativos en el observador. De ese modo, cada uno de los sujetos tiene grabado un condicionamiento estable y de relativa autonomía, que hace que se produzca espontáneamente el placer o displacer por ver la conducta positiva o negativa de otro. A su vez, la bipulsión moral del autor de la conducta, al buscar el placer de la aprobación y evitar el displacer de la desaprobación, se ajustará a aquella delimitación ética social de lo que está bien o mal hacer. Todo ello hace que las acciones de cada uno tiendan objetivamente a ser reguladas y orientadas alrededor de lo beneficioso para la tribu, a la vez que se evita realizar conductas relacionadas al perjuicio material del conjunto.

Los intereses materiales dominantes, en este caso los de la tribu en su conjunto, son los determinantes fundamentales de lo bueno y lo malo. Tales valores (clasificación de las conductas en buenas y malas) se elevan en el ambiente con una autonomía relativa, pero están al servicio de los intereses materiales de la tribu. Estos últimos van regulando la dirección de los valores, los que se mantienen o modifican según favorezcan o perjudiquen los intereses grupales.

Como lo bueno y lo malo son lo relacionado a lo útil y a lo perjudicial a la vida de la tribu respectivamente, es sumamente importante que cada sujeto sienta placer por hacer lo bueno y displacer por realizar actos negativos (bipulsión moral). También es imprescindible, para que esto funcione, la presencia activa de la bipulsión ética en todos, de modo que se produzca la aprobación o desaprobación hacia el autor. Era también necesario que lo bueno y malo adquirieran autonomía en su capacidad de producir placer-displacer estéticos en el observador, para hacer más dinámica la respuesta hacia las conductas. Por eso se vuelve autónomo el condicionamiento de placer o displacer contemplativos o estéticos ante cada tipo de actos. Ello debía ocurrir aunque no se mantenga muy clara la relación de tales comportamientos con el beneficio o perjuicio materiales del grupo. Basta con el placer o displacer estéticos ante las conductas, puesto que de todos modos los intereses materiales del conjunto van controlando que los valores-conductas no se desvíen de su correspondencia con el beneficio común.

La moral y la ética forman un natural sistema regulador, que favorece las conductas positivas (actos buenos o aprobables) durante el trabajo social, así como en el resto de actividades, y organiza las normas de conducta de la relación social, que circundan y apoyan el rendimiento grupal.

Con respecto a la autoaprobación y autodesaprobación, consisten en la actividad combinada de las bipulsiones ética y moral sobre la conducta propia. El sujeto es al mismo tiempo autor y observador de la conducta. Aquí es automático el placer de la autoaprobación o el displacer de la autodesaprobación, luego de la acción buena o mala propias. Ese placer o displacer es ético-moral al mismo tiempo. La parte ética es la del “yo observador”, es la parte que aprueba o desaprueba; y la parte moral, o sea la del “yo autor”, es la receptora de la aprobación o desaprobación, provenientes de ese mecanismo ético automático. Pero ambos sucesos son prácticamente simultáneos y forman el único sentimiento de autoaprobación o autodesaprobación.

El mecanismo de autoaprobación-autodesaprobación no será muy atendido en adelante. Para simplificar la tarea lo dejaremos relativamente de lado. Esto por el hecho de que se encuentra siempre presente dentro del movimiento de la bipulsión moral. O sea, dicha bipulsión mueve al sujeto a buscar el placer de la aprobación social por hacer lo bueno y a evitar el displacer de la desaprobación social por lo malo. A ello siempre se suma el interés por el placer de la autoaprobación ante lo bueno y por evitar el displacer de la autodesaprobación por lo malo. Así, dado que la autoaprobación y la autodesaprobación van siempre incluidas en el movimiento de la bipulsión moral, no hace falta recordar a cada momento la presencia agregada de la autorrespuesta hacia la propia conducta moral. Cuando hay comunidad de valores, o consenso en los criterios al respecto, como sería el caso en el organismo social primario, todo lo que se hace para la autoaprobación y evitar la autodesaprobación es prácticamente lo mismo que se hace para la aprobación y evitar la desaprobación sociales. Por eso, se trata de una extensión hasta la conducta solitaria del mismo interés por lo bueno y negar lo malo de la propia conducta; es sólo un refuerzo de la bipulsión moral.

Por otra parte, cuando decimos autoaprobación o autodesaprobación, no significa que el sujeto “decida” otorgarse un premio o un castigo, como producto de una elaboración reflexiva. Si bien esto puede suceder a veces, de lo que se trata es de una reacción anímica espontánea, refleja o automática ante lo bueno o malo propios. Cuando el sujeto concibe como bueno lo suyo, surge un placer instantáneo y sin cuestionamiento alguno (orgullo, honor). Lo mismo con respecto al displacer ante lo malo (culpa, vergüenza, etc.). Esto es a lo que llamamos autoaprobación o autodesaprobación. Se trata de reacciones automáticas ante lo bueno o malo propios; son los primeros efectos “mecánicos” de la aparición de tales valores. Luego, la aprobación o desaprobación sociales desencadenarán reacciones anímicas similares, aunque generalmente en forma más intensa y con connotaciones o matices afectivos de mayor significación para el sujeto.


Bipulsión intelectual

Los valores absolutos son: entender - no entender, o dominio cognoscitivo - falta del mismo, conocimiento-desconocimiento. Los impulsos cabecera que la forman son los de curiosidad y de conservación. El de conservación está presente en todas las bipulsiones. Es el encargado de evitar el valor negativo productor de displacer. La presencia generalizada del imp. de conservación es una regularidad del nivel de las bipulsiones; se encuentra siempre formando una de las cabeceras: la evitación del valor negativo. En cambio el impulso cabecera que tiende a lograr el valor positivo va cambiando según la bipulsión.

El displacer provocado por la presencia del valor negativo de la bipulsión intelectual es la confusión, desorientación, sensación de desgobierno mental de la situación, dudas, pérdida del dominio cognoscitivo, lagunas mentales, caos en las ideas. Todo ello, al ser displacentero, es evitado por el imp. de conservación. Por su parte, el de curiosidad trata de conocer, dominar o entender los hechos, logrando el placer intelectual.

La bipulsión moral puede unirse a la intelectual, buscando la aprobación por medio del conocimiento y evitando la desaprobación por la propia ignorancia; es decir, está bien conocer o entender y mal no entender o ignorar. Pero por ahora sólo analizaremos cada bipulsión en forma aislada. Más adelante veremos las relaciones y combinaciones entre ellas. De tal forma, la bipulsión intelectual es sólo lo que vemos funcionar en un niño, por ejemplo, cuando sin interés moral alguno pregunta algo que no entiende.

Otros impulsos que intervienen en la bipulsión intelectual son: el de alivio, que trata de poner fin al displacer del desconcierto y la confusión; el de recuperación, que procura restablecer el habitual dominio cognoscitivo de la situación cuando se ha perdido; el de gozo puede buscar el asombro de cierto conocimiento; el mediador, que no haría falta nombrarlo, ya que es un apoyo de todas las metas, por lo que se sobreentiende que está junto a la actividad de cada impulso y bipulsión.


Bipulsión espiritual

Sabemos que el concepto: espiritual, además de ser muy impreciso, tiene connotaciones que, en general, son contrarias a la concepción materialista que caracteriza a la ciencia. Pero a cambio de rechazar o negar el concepto en sí, le daremos “ubicación” y un sentido claro en la realidad del psiquismo.

El placer espiritual, para nuestro encuadre, será el placer del impulso fraterno. Por consiguiente, el valor positivo de la bipulsión es la percepción de un hecho beneficioso para el O.M.I.F. (objeto del mecanismo de identificación fraternal). Así, los hechos favorables al O.M.I.F. producen el placer espiritual. El displacer espiritual tiene lugar cuando se da un hecho perjudicial para el O.M.I.F. Aquí no se trata de la sola nec. del imp. fraterno, sino sobre todo del temor a que suceda algo negativo al objeto de la identificación. Un hecho que implique algo malo para el O.M.I.F. provoca un dolor espiritual. Por eso, el imp. de conservación responde con temor ante la amenaza de dolor espiritual por cualquier infortunio que pueda suceder al ente amado. Esto empujará la conducta de evitación, que hará todo lo posible para impedir el hecho perjuidicial para el O.M.I.F.

Entonces, los impulsos cabecera de la bipulsión espiritual son: el fraterno y, nuevamente, el de conservación. Los valores absolutos son: lo bueno o positivo para el O.M.I.F. - lo malo o negativo para el O.M.I.F. Tales hechos producen placer o displacer espirituales respectivamente. Por tanto, la conducta del sujeto es movida por la bipulsión en procura de aquello que sea beneficioso para el O.M.I.F. y/o evitativo de hechos perjudiciales para él. Ese O.M.I.F., en estado natural, es fundamentalmente la tribu y cada uno de sus miembros. La bipulsión espiritual continuamente motiva a evitar que ocurran hechos negativos para la tribu y a lograr aquello que signifique un bien para ella.

Los conceptos o nociones de lo bueno y malo, o bien y mal, tienen dos sentidos fundamentales. Uno es el moral, donde expresan lo meritorio o aprobable y lo demeritorio o desaprobable respectivamente. El otro es al que se refiere el actual planteo, y significan respectivamente lo beneficioso o favorable y lo perjudicial o desfavorable en general.

Además de los impulsos cabecera, se agregan otros que fortalecen la doble tendencia al beneficio para la tribu y a evitar su perjuicio. Uno es el de alivio. El sufrimiento espiritual por una penosa situación de un familiar, por ejemplo, hace que el imp. de alivio motive a lograr el bienestar de aquél. Unicamente ese hecho aliviará el sufrimiento espiritual propio.

Existe también el gozo espiritual, que consiste en el profundo placer del imp. fraterno por algo especialmente bueno para el O.M.I.F. Por ende, el imp. de gozo fija su deseo en el logro de ese estado de máximo placer espiritual, y para ello mueve la conducta a crear situaciones favorables para el O.M.I.F. (condiciones de felicidad para la tribu, etc.).

El imp. de recuperación, por su parte, se halla presente cuando se trata de restablecer, por ejemplo, la salud de un compañero, o la seguridad de la tribu, etc., cuando ello se ha perdido.

También se incluye en la bipulsión espiritual el imp. de agresión. Este motiva a combatir contra todo aquello que sea una amenaza para el bienestar de la tribu; es decir, lo negativo para lo que atenta contra el bienestar de la tribu es en sí mismo un hecho bueno para ella. Esa agresión es movida por la bipulsión espiritual. Es el mismo amor a la tribu el que sustenta el odio ocasional hacia lo que atente contra su bienestar. Por lo tanto, la bipulsión espiritual no sólo funciona sobre la base del M.I.F., sino que en algunas ocasiones el M. A. F. (mecanismo de anti-identificación fraternal) se encuentra cubriendo las “espaldas”, reforzando la tendencia al beneficio de la tribu.

La bipulsión espiritual muchas veces va incluida como componente anímico de la primera fase de la bipulsión ética. Cuando la conducta ajena implica un beneficio para el O.M.I.F. del observador, este último siente un placer espiritual por esa causa, movilizándose la respuesta aprobatoria o de gratificación hacia el autor; y cuando determinado acto ajeno perjudica al O.M.I.F. de dicho observador, se genera en éste un displacer espiritual ante esa conducta, lo que hace activar la respuesta desaprobatoria de rechazo o condena.


Bipulsión anticipatoria

Los valores centrales son: éxito y fracaso.

Habíamos visto que el logro de la meta (medio o fin) que se fija algún impulso provoca la “alegría del logro” como placer o satisfacción del imp. mediador. También observábamos que al fallar en el logro de la meta se produce el displacer de la frustración. Tal displacer es evitado por el imp. de conservación. Por eso, habíamos deducido que no sólo el imp. mediador es un refuerzo para las metas de los otros impulsos, sino que el de conservación, al estar siempre presente tratando de evitar la frustración, se convierte también en un apoyo general para el logro de las metas de los otros impulsos. En esta función, el imp. de conservación tiende a la “negación de la negación” del logro de la meta. Es decir, la frustración implica la negación del logro. Por eso, el imp. de conservación, al que en este caso sólo le interesa evitar la frustración, busca el logro, pero no por el logro en sí como el mediador, sino como negación del dolor de la frustración.

Además del éxito-fracaso, hay otros motivos de alegría o disgusto anticipatorios, que serían valores accesorios o secundarios de la bipulsión, ejemplo: el anuncio de algo bueno o malo que sucederá genera una reacción de alegría o disgusto anticipatorios respectivamente. También el acierto-error son valores secundarios de la bipulsión, y se refieren generalmente a los pasos parciales de lo que terminará en éxito o fracaso finales.

Las reacciones anímicas anticipatorias se pueden dividir en cuatro tipos básicos, que se ajustan a los cuatro posibles resultados o efectos esenciales de la lucha entre la ley general y las fuerzas contrarias. Tales resultados, como recordaremos, eran: afirmación del placer; negación de éste; afirmación del displacer; negación del mismo. De los cuatro tipos de reacciones anticipatorias, dos son placenteras y dos displacenteras. Las dos placenteras son las que anuncian los resultados favorables a la ley general: 1- alegría por el anuncio de un hecho futuro placentero. 2- alegría por el anuncio de la negación o ausencia futura de algo displacentero que no ocurrirá como era de esperar o como se temía. Luego, las dos clases de reacciones anticipatorias displacenteras son las que vaticinan los resultados desfavorables para la ley general: 1- disgusto por el anuncio de algo displacentero próximo a suceder. 2- malestar por el anuncio de la negación o ausencia futura de un hecho placentero que no tendrá lugar como se esperaba.

El éxito y fracaso, a los que consideramos como los valores centrales de la bipulsión, se ordenan fundamentalmente alrededor de los hechos futuros placenteros que se esperan con el logro de la meta. La alegría del éxito es la reacción anímica que se anticipa a los hechos placenteros implicados en ese logro; y la amargura del fracaso es el sentimiento que responde al anuncio de la negación o ausencia futura de tales hechos placenteros.

Los impulsos cabecera de la bipulsión anticipatoria son: el mediador, que busca la alegría del éxito en el logro de la meta, y el de conservación, que se encarga de evitar el displacer del fracaso en la conducta orientada a dicho logro.

El éxito-fracaso son siempre vacíos en sí mismos. Jamás pueden buscarse o evitarse independientemente de aquello a lo que apoyan. Siempre dependen del fin que se busca a través de la meta. Tal contenido es lo que da sentido al éxito y fracaso. Por ello sería absurdo decir, por ejemplo, que hay una “tendencia al éxito”, sin explicar a qué se hace referencia. Lo que se busca son “cosas” en las que se quiere tener éxito. La bipulsión anticipatoria es un refuerzo general, pero sin la menor autonomía motivacional.

Además de los impulsos cabecera (mediador y de conservación), hay otros que forman parte de la bipulsión. El de agresión está presente cuando la conducta tendiente al logro de la meta encuentra un obstáculo que se le opone. Así, la nec. agresiva o rabia hacia el obstáculo frustrante refuerza el poder de la conducta tendiente al logro. El imp. de gozo fija también su deseo en el éxito. Lo que aquí más interesa a dicho impulso es el gozo del júbilo (alegría intensa). Todos esos impulsos se satisfacen en forma simultánea en el júbilo del éxito. Por un lado, está la alegría propia del imp. mediador. Por otro, la tranquilidad súbita del imp. de conservación, que percibe la negación del riesgo del dolor de la frustración. Luego, el placer del imp. de agresión también es conjunto al éxito, por cuanto el logro de la meta implica haber vencido al obstáculo, significa haber destruido su poder frustrante, lo que es captado por el impulso, cuya satisfacción se funde en el único placer del júbilo. Otros impulsos que pueden interesarse en el éxito son los de descanso y de variación. Cuando éstos “perciben” que no podrán satisfacer el cansancio y el hartazgo respectivamente, hasta que no se logre la meta, sus tendencias dirigidas ayudan a los otros a buscar el éxito de “una vez”.


3. Estructura de las bipulsiones básicas

Haciendo un recuento, tenemos las siguientes bipulsiones básicas :

 





El trazo grueso significa que el elemento desde el cual surge la flecha es un componente fundamental de la bipulsión señalada. El trazo fino quiere decir que es un componente no fundamental, y del que no depende mayormente la bipulsión para no obstante funcionar con normalidad.

En el esquema de la bipulsión ética, encontramos que la reacción anímica de agrado o desagrado por la conducta ajena buena o mala (primera fase ética) puede formarse: 1- por los valores absolutos de la bipulsión estética. Es decir, la conducta buena es bella para el observador y la mala es fea o desagradable a la percepción. 2- por la reacción anímica en el observador a causa del beneficio o perjuicio (especialmente materiales) que para él tiene la conducta ajena. 3- por los valores absolutos de la bipulsión espiritual. O sea, la conducta buena del otro implica un hecho favorable al O.M.I.F., y la conducta mala ajena perjudica al O.M.I.F. del observador.

Así, el placer o displacer éticos, a causa de la conducta buena o mala de otro sujeto, pueden ser de cualquiera de los tres tipos:

1- Es estético cuando la conducta ajena es simplemente del agrado o desagrado contemplativos de quien la observa. Según ello se aprobará o desaprobará al autor.
2- Cuando el accionar de un sujeto tiene un beneficio o perjuicio directos en la persona del observador, éste sentirá el placer o displacer concretos por esa causa, aprobando o desaprobando al autor.
3- Si la conducta ajena favorece o perjudica al O.M.I.F. del observador, surgirá en este último un placer o displacer espirituales a causa de ello. En otras palabras, si alguien hace algo que favorece, por ejemplo, a nuestros seres queridos, sentiremos un placer espiritual por ocurrir algo bueno al O.M.I.F. Pero si cierto accionar de un sujeto perjudica a aquéllos, el displacer por la conducta mala ajena será espiritual. Tales reacciones movilizarán la segunda fase ética, aprobando o desaprobando respectivamente al autor de esos hechos.

Es frecuente que el placer o displacer éticos ante la conducta ajena se formen de las tres cosas juntas. En la tribu esto debía suceder con regularidad. El agrado por una conducta buena de un sujeto, ejemplo: tener una fructífera labor personal durante el trabajo común, es espiritual porque implica un beneficio para la tribu. También, es una alegría que anticipa un beneficio personal y material para el observador individual, por estar éste incluido en el beneficio para el grupo. Por último, es un placer estético, al apreciarse una conducta ya condicionada al agrado contemplativo, por estar asociada al beneficio común, o bien por tratarse de un acto de especial destreza o habilidad, lo cual genera siempre un placer estético en el observador.

Con respecto al esquema presentado, encontramos una relación de componentes-compuesto entre los elementos desde los cuales surgen las flechas y la bipulsión superior y organizada que se forma. Ello nos muestra que las bipulsiones siguen siendo los impulsos que las forman. Pero la organización y combinación de la actividad de los impulsos hacen surgir algo cualitativamente nuevo, con autonomía de leyes y funcionamiento. Los valores absolutos y la propia mecánica de su movimiento global organizan y regulan la actividad de los impulsos que integran la bipulsión. La analogía más simple al respecto estaría dada en la relación existente entre los órganos que forman un aparato y el aparato íntegro surgido. Por ejemplo, la actividad del aparato digestivo no es otra cosa que la actividad del estómago, el páncreas, los intestinos, etc. Sin embargo, la organización global de la actividad de esos órganos da como producto el funcionamiento de un aparato único y coherente. Lo mismo con respecto a las bipulsiones. La actividad de la bipulsión moral, por ejemplo, consiste en la actividad del imp. de aprobación, de conservación, de recuperación, etc. Pero la organización de la actividad de tales impulsos da como producto el funcionamiento integral de la bipulsión, con sus propias leyes o regularidades, correspondientes a la configuración global de su movimiento.

Por otra parte, observábamos que la bipulsión estética y la espiritual forman parte de la bipulsión ética. Lo que debemos tener presente, aquí, es lo acumulativo de la esencia estética o espiritual de lo que además es ético. Así, un placer estético o espiritual producido por la percepción de una conducta buena ajena es, además de estético o espiritual, un placer ético. El hecho de ser ético ese placer, no significa que deje de ser estético o espiritual en su esencia. Se trata de la forma ética del placer o displacer estéticos o espirituales. El placer o displacer estéticos o espirituales son además éticos, cuando su aparición coincide con una conducta ajena que ingresa en la noción o captación subjetiva de acción buena o mala.


4. Particularidades del nivel de las bipulsiones

Las bipulsiones que hemos tratado son las básicas o esenciales. Las otras que se forman luego, y que veremos en el capítulo siguiente, llevan acumulada la presencia de ellas.

Veamos algunas regularidades del funcionamiento de las bipulsiones. Una constante que encontramos en todas es la presencia, en una de las cabeceras, del imp. de conservación (temor - T.D. - tranquilidad). Dicho impulso se halla siempre evitando el valor negativo, que es el que lleva al displacer. También el imp. de gozo (deseo - T.D. - hecho placentero) puede considerarse regular, ya que va junto al impulso cabecera que busca el placer del valor positivo.

Otra regularidad del nivel de las bipulsiones es la presencia de los valores contrarios, que constituyen los nuevos núcleos organizadores del nivel. En el nivel anterior los núcleos eran: nec.- satisfacción. Ahora en cambio: valor positivo - valor negativo. No obstante, en ambos casos se trata de las formas de ocurrir el placer o displacer generales. Si enfocamos la ley general desde el nivel de los impulsos, la misma será algo así como el “impulso general”, donde el displacer es la nec. general y el placer la satisfacción general. Pero si miramos la ley general desde el nivel de las bipulsiones, se verá como la “bipulsión general”; y el displacer será el valor negativo general y el placer el valor positivo general.

En el nivel de los impulsos son inseparables la tendencia parcial a negar o poner fin a la nec. y la de buscar la satisfacción. Allí actúa una sola tendencia dirigida que lleva inseparablemente las dos cosas. En cambio en las bipulsiones puede haber una separación de sus dos pulsiones parciales. La motivación puede tener una acentuación bastante definida en la búsqueda del valor positivo o en la evitación del negativo. En muchos casos se procura sólo evitar el mal por ejemplo, acentuándose la presencia del imp. de conservación, que trata de negar el displacer moral de incurrir en una conducta mala. Sin embargo, es también frecuente el acople de ambas pulsiones, donde la misma conducta tiende simultáneamente a lograr el valor positivo y a evitar el negativo.

En este plano hay un espacio para la neutralidad entre lo positivo y lo negativo. Por ejemplo, en el caso de la bipulsión moral, hacer lo que “corresponde” o lo “esperable” sería aquella acción neutra que no está bien ni mal, sino que es algo normal. A veces se dice que una conducta está bien, cuando en realidad es sólo no mala, o neutra. La verdadera conducta buena es la que se destaca como tal. Por ello, la mayoría de las conductas son moralmente neutras. Luego, unas pocas se destacan por buenas, recibiendo la aprobación, y otras aparecen como malas, motivando la desaprobación.

Como cada bipulsión está formada por varios impulsos, es compleja la gama de reacciones de placer-displacer que van incluidas durante la actividad de una bipulsión. Pero su distribución y organización es tan precisa, que permite la coherencia del doble movimiento orientado a lograr el valor positivo y evitar el negativo. De todas esas reacciones de placer-displacer, las principales, y que son las que más nos interesan, son los núcleos contrarios de placer-displacer implicados en la aparición de los valores positivo o negativo. Esto es de lo que tratan los dos impulsos cabecera. En el ejemplo de la bipulsión moral, el imp. de aprobación procura lograr el valor positivo y el placer moral que ello supone, y el de conservación es el encargado de evitar el dolor moral que produce el valor negativo.

En este nivel pierde relevancia el mecanismo: nec.- T.D.- satisfacción, como secuencia lineal, propia del nivel de los impulsos. Si bien las necesidades superiores de las bipulsiones llevan siempre la esencia de las necs. de los impulsos, y aunque el placer de los valores positivos sólo pueda basarse en las vías de entrada al placer de los impulsos, no obstante, el movimiento de estas nuevas tendencias de la motivación pasa a responder a las propias exigencias de su mecánica. Sólo toman aquellas vías de placer o displacer como los materiales anímico-motivacionales de los que se componen. Pero el placer-displacer se presentan con el nuevo matiz del tipo de valor correspondiente: placer o displacer estético, moral, espiritual, intelectual, ético, o alegría del éxito y sentimiento de fracaso. Las vías de entrada al placer o displacer de los impulsos caen bajo este nuevo orden, que adquiere autonomía en la dinámica integral de su funcionamiento. Los impulsos, y su mecánica básica: nec.-T.D.-satisfacción, persisten sólo como los elementos componentes, es decir, del mismo modo que la actividad refleja persiste en su esencia más subyacente aún.


© Autor: Alberto E. Fresina
Título: Las Leyes del Psiquismo
Editorial Fundar
Impreso en Mendoza, Argentina

I.S.B.N. 987-97020-9-3
Registrado el derecho de autor en la Dirección Nacional del Derecho de Autor en el año 1988, y en la Cámara Argentina del Libro en 1999, año de su publicación.
Características del ejemplar: Número de páginas: 426; medidas: 15 x 21 x 2,50 cm.; peso: 550 gs.


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