En los amaneceres temblorosos

Sólo el amor
mi presa.
Sola, tú, mi batalla.
Bajo la luz vencida
de la tarde,
en los amaneceres temblorosos
-dispuestos a luchar
o exhaustos combatientes-
desde tu mar al mío
el delirio de sueños
que se escapan,
que, piedra a piedra,
unánimes clamores de la sangre,
se anudan y son uno:
dique invencible,
única, nueva, frágil
criatura
de tu cuerpo y mi cuerpo.
Tú, poseída por la luz,
derramada ternura entre las dunas,
tierra mía.
Aquí dejo mis huellas.
Desnuda, te contemplo.
Y a tus playas me acojo.
Sobre éstas húmedas arenas,
desterrados de rosas y falsos
paraísos,
de todas las dulces trampas
de la infancia,
pongo mi sed.
Edifico esperanzas.
Otro fervor levanto:
el que fluye de ti me fluye
y a ti vuelve,
el que de mí te llega
y en mí eriges.
La férvida pasión que nos renace
cuando solos, ardidos,
con las armas desnudas
de esta lucha
sin tregua,
nos amamos.





Gozar tu cuerpo

Cuando murmuras con nervioso acento
tu cuerpo hermoso que a mi cuerpo toca
y recojo en los besos de tu boca
las abrasadas ondas de tu aliento.
Cuanto más que ceñir, romper intento
una frase de amor que amor provoca
y a mí te estrechas delirante y loca,
todo mi ser estremecido siento.
Ni gloria, ni poder, ni oro, ni fama,
quiero entonces, mujer. Tú eres mi vida,
ésta y la otra si hay otra; y sólo ansío
gozar tu cuerpo, que a gozar me llama,
¡ver tu carne a mi carne confundida
y oír tu beso respondiendo al mío!...

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