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En los amaneceres temblorosos
Sólo el amor mi presa. Sola, tú, mi batalla. Bajo la luz vencida de la tarde, en los amaneceres temblorosos -dispuestos a luchar o exhaustos combatientes- desde tu mar al mío el delirio de sueños que se escapan, que, piedra a piedra, unánimes clamores de la sangre, se anudan y son uno: dique invencible, única, nueva, frágil criatura de tu cuerpo y mi cuerpo. Tú, poseída por la luz, derramada ternura entre las dunas, tierra mía. Aquí dejo mis huellas. Desnuda, te contemplo. Y a tus playas me acojo. Sobre éstas húmedas arenas, desterrados de rosas y falsos paraísos, de todas las dulces trampas de la infancia, pongo mi sed. Edifico esperanzas. Otro fervor levanto: el que fluye de ti me fluye y a ti vuelve, el que de mí te llega y en mí eriges. La férvida pasión que nos renace cuando solos, ardidos, con las armas desnudas de esta lucha sin tregua, nos amamos.
Gozar tu cuerpo
Cuando murmuras con nervioso acento tu cuerpo hermoso que a mi cuerpo toca y recojo en los besos de tu boca las abrasadas ondas de tu aliento. Cuanto más que ceñir, romper intento una frase de amor que amor provoca y a mí te estrechas delirante y loca, todo mi ser estremecido siento. Ni gloria, ni poder, ni oro, ni fama, quiero entonces, mujer. Tú eres mi vida, ésta y la otra si hay otra; y sólo ansío gozar tu cuerpo, que a gozar me llama, ¡ver tu carne a mi carne confundida y oír tu beso respondiendo al mío!...
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