DE
CONSERVADOR A LIBERAL
El joven diputado
conservador se revela pronto como, uno de los más vivaces y
originales oradores de la Cámara de los Comunes. Churchill no fue
un orador nato: durante toda su vida, la pronunciación de la
"s" dejó siempre bastante que desear. Su formación
cultural fue también irregular. En la escuela militar no había
aprendido mucho, pero en la India había pasado por un período de
meditaciones y lecturas que le revelaron, con Gibbon y Macaulay, su
amor por la historia y una vaga curiosidad por los problemas económicos
y morales. Pero Churchill ponía en sus discursos el peso de la
tradición familiar y el tesoro de la experiencia ya realizada,
expresado en un inglés plástico y potente. No fue, sin embargo, un
diputado conservador demasiado sometido a las directivas del propio
partido. El motivo de contraste más significativo se planteó con
respecto al problema de la reforma del ejército. A raíz de las
deficiencias demostradas por el ejército inglés durante -la guerra
anglo- boer, el ministro de guerra, John Brodrick, había elaborado
una reforma que preveía la creación de seis cuerpos de ejército
según el modelo continental, tres de los cuales debían estar
listos para servir fuera de Gran Bretaña, en caso de necesidad.
Churchill se opuso resueltamente a esto. Sus biógrafos suelen dar
gran relieve a la parte introductoria del discurso pronunciado el 12
de mayo de 1901, en el cual Churchill afirmó que "levantaba de
nuevo la bandera desgarrada y abandonada en un campo
devastado", esto es, la bandera de su padre, Randolph Churchill,
quien, justamente por su oposición al aumento de los gastos
militares debió abandonar el cargo de Canciller del Tesoro en el
gabinete de Lord Salisbury. En realidad, la continuidad con la
tradición paterna no constituía más que una parte de la posición
del joven Churchill. Si Randolph Churchill se había opuesto al
aumento de los gastos militares en nombre de una mayor preocupación
por los problemas internos, Winston se opuso a ellos en nombre de la
insuficiencia que ese refuerzo del ejército inglés representaba
para las efectivas necesidades militares que se le podrían plantear
a Gran Bretaña en un nuevo conflicto. Churchill consideraba
injustificada la formación de esos tres cuerpos de ejército,
porque "uno era más que suficiente para combatir a los
salvajes y tres no bastaban para combatir a los europeos".
Churchill no
solamente tenía el presentimiento de una nueva gran guerra, sino
incluso de las nuevas y desconocidas características que ésta podría
asumir: "Antes, cuando las guerras nacían de razones
personales, de la política de un ministro o de la pasión de un
rey, cuando se combatía con pequeños ejércitos regulares de
soldados profesionales y cuando retardaban su avance las
dificultades en las comunicaciones y los suministros, y a menudo se
suspendía durante el invierno, era posible limitar las pérdidas de
combatientes. Pero actualmente, cuando grandes pueblos se arrojan
unos sobre otros, cada uno de ellos fuertemente exasperado e
inflamado, cuando los recursos de la ciencia y de la civilización
barren todo aquello que podría mitigar su furia, una guerra europea
sólo puede terminar con la ruina de los vencidos y con la
desorganización comercial y el agotamiento poco menos que fatal de
los vencedores. La democracia es más vengativa que los gabinetes.
Las guerras de los pueblos serán más terribles que la de los
reyes". Al plan para reforzar al ejército, Churchill oponía
su convicción de que el aumento demasiado rápido del armamento
terrestre sólo comprometería el prestigio del Imperio, sin
reforzar efectivamente, por lo demás, su seguridad. El prestigio de
la libertad británica podía ser restaurado por la marina y sólo
por la marina. Únicamente una marina poderosa permitiría mantener
a distancia a cualquier adversario, "y mientras tanto deberemos
fortalecernos hasta que seamos capaces, si lo consideramos
necesario, de transformar toda ciudad de Inglaterra en un arsenal y
toda la población masculina en un ejército".
Ya en este lejano
discurso de los comienzos de su carrera política sé perfilaba la
preocupación que sería constante en Churchill: el predominio del
interés por los problemas de la política externa con respecto a
las cuestiones de política interna, la salvaguardia del Imperio
inglés como criterio supremo para juzgar los problemas
internacionales, la rapidez y la decisión en la previsión de la
guerra como necesaria para la protección de este imperio y también
el realismo en la estimación de todas las consecuencias posibles de
una gran guerra europea. En el fondo, fueron también estas
preocupaciones las que inspiraron, además de su orientación política
general, sus actitudes y cambios de partido. El joven diputado tory
que había parecido tan infiel a sus colegas desde los primeros
discursos pronunciados en la Cámara de los Comunes, no tardó en
efecto, en pasar a las filas de los liberales. La ocasión la
suministró el cambio de política económica efectuado por el
partido Conservador. En 1903, el ministro de Colonias, Joseph
Chamberlain, uno de los más influyentes líderes conservadores, había
propuesto que Inglaterra abandonase la tradicional política liberal
que había adoptado Sir Robert Peel, para establecer un impuesto
sobre las mercancías importadas e introducir tarifas adoptadas
conjuntamente con los otros estados proteccionistas. Conocemos el
origen de estas propuestas de Chamberlain, que eran en el fondo la
primera toma de conciencia activa de las amenazas de decadencia que
se cernían sobre el Imperio Británico y que provenían del hecho
de que Inglaterra ya no era el único "taller del mundo".
Sin embargo, la reacción fue enorme: liberalismo y Unión Jack**
constituían desde hacía demasiado tiempo un binomio inseparable
ante los ojos de la opinión pública británica para que se pudiese
escuchar con toda tranquilidad una apostasía de los principios
liberales.
Por el hecho de
orientarse cada vez más definidamente en al dirección de las
propuestas de Chamberlain, el partido Conservador se disgregaba y
Churchill estuvo entre los que pasaron a las filas del partido
Liberal y contribuyeron al clamoroso triunfo de éste en las
elecciones de 1906. Pero el joven diputado que había pasado del
colegio electoral conservador de Oldham al liberal de Manchester había
cambiado, en la inspiración fundamental de su política, mucho
menos de lo que afirmaba públicamente. Al pasar de las filas de los
tories a la de los whigs, Churchill seguía siendo el
fiel servidor de la monarquía y continuaba considerando los
intereses del imperio como el norte de su política. No podía
decirse que Churchill estuviese menos preocupado que Chamberlain y
sus amigos por las consecuencias de la expansión industrial y
comercial alemana. Hemos visto que desde su primer discurso
parlamentario importante, en 1901, había previsto una gran guerra
europea inminente y perturbadora, y veremos también que reconocerá
en Alemania -dedicada desde hacía años a formar, según el
programa de von Tirpitz, una gran flota- a la principal rival de
Inglaterra. Pero el principio conductor del comportamiento político
de Churchill se presenta como sustancialmente diferente. Sólo un
imperio compacto, guiado por una Inglaterra que hubiera eliminado de
su seno los mayores peligros de inquietud interna, podría afrontar
la gran prueba que ineludiblemente le esperaba. Tal fue la orientación
que guió la acción de gobierno de Churchill como miembro de los
gabinetes liberales de Campbell-Bannerman y luego de Lord Asquith,
en los años que precedieron a la primera guerra mundial, en un
principio como subsecretario de Colonias y luego como ministro de
Comercio y ministro del Interior. Por esta razón, Churchill se
convirtió en el promotor de la reconciliación con los boers,
contra los cuales había combatido con tanto encarnizamiento; por
esta razón también provocó una intensa oposición en su nuevo
partido, al pregonar y hacer triunfar la causa de la autodeterminación
de esa Irlanda donde, de niño, había considerado a los
"fenianos" como los más grandes y misteriosos enemigos de
Inglaterra y del género humano. Por esa razón, él, que en el
fondo sentía tan poco interés real por los problemas económicos y
sociales, tan adverso al movimiento de los trabajadores en cualquier
aspecto y en cualquier forma, sostuvo y aprobó las numerosas
reformas sociales y políticas de las que se había hecho promotor
el gabinete encabezado por Lord Asquith. Las disensiones dentro del
Imperio, la revolución de Irlanda, las tendencias revolucionarias
que habían vuelto a fomentar en la clase obrera inglesa con una
intensidad desconocida desde la declinación del cartismo, todo esto
debía ser frenado, detenido o decapitado, si se quería que
Inglaterra pudiese presentarse, en la prueba decisiva, libre de
contradicciones internas demasiado graves. El Churchill que en 1911
es nombrado Primer Lord del Almirantazgo, no hará más que recoger
lo que él mismo y sus colegas habían sembrado en su actividad
gubernativa.
**
Palabras con que los ingleses acostumbran llamar a la bandera.
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