CONTRA
HITLER
El retorno de los
laboristas al gobierno, las repercusiones en Inglaterra de la
"gran depresión" y las modificaciones de gobierno que
ella implicó, señalaron el comienzo del largo alejamiento de
Churchill del gobierno que debía prolongarse hasta el principio de
la segunda guerra mundial. Señalaron también, en conjunto, un período
de gran aislamiento de Churchill dentro del mismo partido
conservador. Los motivos de esto se originaron en disensiones
provocadas por la política interna, imperial e internacional En política
interna, Churchill se opuso despiadadamente en 1929 al gobierno
laborista -apoyado por los liberales- y conducido nuevamente por
Ramsay MacDonald, quien bajo el acicate de las masas trabajadoras
había propuesto la abolición de las limitaciones a las actividades
sindicales impuestas después de la gran huelga general de 1926. El
tono de la oratoria parlamentaria de Churchill asumió una violencia
que superaba en muchos su habitual vivacidad y que era casi
desconocida en la Cámara de los Comunes: "Recuerdo que, cuando
era niño, me llevaron a ver el famosísimo circo Barnum, que exponía
ante el público diversas rarezas y espectáculos monstruosos. El número
que yo más deseaba ver era el del hombre sin espina dorsal, pero
mis padres pensaron que el espectáculo sería demasiado chocante e
impresionante para mi tierna edad; así, he debido esperar cincuenta
años para ver al hombre-maravilla dar el espectáculo de su arrojo
en el escaño del gobierno en la Cámara de los Comunes."
También el
problema de la administración india fue una manzana de discordia
bastante importante con la mayoría del partido Conservador. Al día
siguiente de la primera guerra mundial, Inglaterra había iniciado
una reforma que preveía la transferencia de algunos poderes del
gobierno central a los gobiernos provinciales, en los que entraron a
formar parte representantes de la población india. La aplicación
de esta reforma había sido muy insatisfactoria, y entre 1920 y 1930
el movimiento nacionalista indio asumió un carácter masivo y
reclamó la completa independencia del país.
El gobierno inglés
convocó entonces la Conferencia de la Mesa Redonda, en la cual
participaron también representantes del movimiento nacionalista
indio y de la que surgió la propuesta de transformar la India en un
dominio, con todo lo que esto implicaba en el plano legislativo y
gubernativo. Pues bien, Churchill se opuso con violencia a este
proyecto. Tachó a Gandhi de "despreciable faquir", afirmó
que no debía realizarse con él tratativa ninguna, presentó la
medida como un "odioso acto de autodegradación", señaló
la oposición entre hindúes y musulmanes, y la división de la
población india en castas, para demostrar que los indios eran
incapaces de gobernarse a sí mismos, hizo el elogio de los
"pocos miles de funcionarios británicas responsables frente al
Parlamento" que habían elevado "a 350 millones de
personas a un grado de cultura y a un nivel de paz, orden, higiene y
progreso que nunca habrían podido conseguir o mantener por sí
mismos." A la transformación de la India en dominio contrapuso
la ampliación de la participación de los indios en el gobierno de
las provincias. A este respecto, surgió muy claramente lo que no
vacilaremos en llamar el racismo de Churchill. Su elasticidad en los
problemas de la autonomía de Sudáfrica y de Irlanda había sido
bastante mayor. Pero, en estos casos, se había tratado de sancionar
el autogobierno de poblaciones "blancas", a las que se
podría atraer nuevamente al ámbito cultural de la civilización
anglosajona. Esta vez, en cambio, el problema concernía a razas
distintas de la europea. El Imperio Británico podía transformarse
gradualmente en una comunidad de pueblos anglosajones pero tal
transformación hallaba un límite insalvable en las razas no
europeas.
Estas actividades
de conservadorismo extremo asumidas por Churchill explican la fama
de predicador de desventuras, de Jeremías, de Casandra que había
adquirido en el Parlamento británico, e indican al menos, una parte
de los motivos que hicieron ineficaz su campaña contra la amenaza
de la Alemania nazi.
Nada sería más
falso que considerar a Churchill como un adversario del fascismo
desde el principio de éste. Como hemos visto, no sólo tuvo nada
que objetar contra el advenimiento, al poder del fascismo en Italia
y de los regímenes filofascistas en la Europa balcánica y
danubiana, sino que, en el fondo, halló en los regímenes
reaccionarios de este tipo la mejor garantía contra la extensión
del peligro socialista y comunista en Europa. Pero con el
nacionalsocialismo la cosa fue distinta. Probablemente (como
testimonian algunos de sus discursos de esos años), no escapó a
Churchill el carácter consecuente del nacionalsocialismo como
ideología y práctica de un movimiento tendiente a tronchar desde
sus cimientos el sistema de instituciones políticas y de valores
morales sobre el que se fundaba la grandeza misma del Imperio Británico.
Pero el motivo fundamental de su aversión por el nazismo fue otro.
Con Hitler había subido al poder, en el centro de Europa
continental, una fuerza política que amenazaba con dar un peso
creciente a las miras expansionistas del imperialismo alemán,
contra el cual Inglaterra había creado la coalición de la primera
guerra mundial. Por ello, con extremo realismo, Churchill no vaciló
un momento en cambiar la dirección de su fusil. "El Imperio
Británico -dijo en julio de 1934 al embajador soviético en
Londres, Maisky que llevaba propuestas para una política de
seguridad colectiva adoptada por la Unión Soviética después del
advenimiento de Hitler al poder- es para mí el alfa y el omega. Lo
que es bueno para el Imperio Británico es bueno también para mí...
En 1919 estaba convencido de que el peligro más grave para el
Imperio lo representaba su país, y por ende me alinié entonces
contra Rusia. Hoy estoy persuadido de que el peligro más grande
para el Imperio es Alemania, y por ende me alineo contra ella...
Observo al mismo tiempo que Hitler se está preparando, no sólo
para expandirse a nuestras expensas, sino también hacia Oriente. ¿Por
qué, pues no podremos unirnos en la lucha contra el enemigo común?
... He sido y soy un adversario del comunismo, pero por la
integridad del Imperio Británico estoy dispuesto a cooperar con el
Soviet."
En los años
fatales, durante los cuales Hitler y Mussolini fueron de agresión
en agresión, formando la cadena de acontecimientos que debía
llevar al estallido de la segunda guerra mundial, Churchill se
mantuvo rigurosamente en la actitud que le dictaban sus principios
de política imperial. Entiéndase bien que la actitud conservadora
que quería limitar estrictamente este proceso a una política entre
Estados, y que como tal, implicaba un explícito rechazo de todo
movimiento revolucionario o popular, no decayó en Churchill en esos
años de actividad libre, -separarla de su escaño de aislado
diputado conservador en la Cámara de los Comunes. Tampoco fue
casual que una de las pocas posiciones en política exterior del
gobierno de Chamberlain, que halló su plena aprobación, fuese la
aplicación reticente y sustancialmente profranquista del principio
de no intervención, durante la guerra de España. Escéptico ante
las reuniones de la Sociedad de Naciones, Churchill no era un
pacifista ni sin defensor del principio de la indivisibilidad de la
paz. Permaneció sólidamente aferrado al viejo principio del
equilibrio, pero extraía todas sus consecuencias con extremo
realismo. En los artículos periodísticos, en las entrevistas y,
sobre todo, en los discursos de la Cámara de los Comunes, no se
cansó jamás de insistir, en la amenaza del imperialismo alemán,
en las necesidades militares que este hecho imponía a Gran Bretaña
y en las consecuencias políticas, en lo referente a alianzas, que
debían extraerse de él. Churchill había comenzado muy pronto su
campaña contra el rearme alemán. "Tengo el máximo respeto y
la mayor admiración por los alemanes -decía en un discurso
parlamentario pronunciado en 1932, al volver de un viaje por
Alemania occidental y meridional, adonde se había trasladado para
reconstruir las campañas militares de su gran antepasado- y deseo
intensamente que podamos vivir en términos de confianza y
relaciones provechosas con ellos. Pero hago notar a la Cámara que a
toda concesión hecha -y se han hecho muchas, y se harán o deberán
hacerse muchas más- ha seguido inmediatamente un nuevo reclamo. El
reclamo de hoy es que Alemania pueda rearmarse. No nos ilusionemos.
No se ilusione el gobierno pensando que lo que pide Alemania es un
estado de paridad. Todas esas filas de espléndidos jóvenes
teutones que marchan por Alemania, con el deseo de sufrir por su
patria brillándoles en los ojos, no piensa en un estado jurídico
de igualdad. Buscan armas, y cuando las tengan, creedme, pedirán la
restitución de los territorios y las colonias perdidos, y cuándo
hagan su pedido, éste no dejará de sacudir, quizás hasta los
cimientos, a todas las naciones del mundo."
Después de la
subida de Hitler al poder esta campaña se intensificó. Cuando en
1935 Mussolini agrede a Etiopía, el alfa y el omega de su política
-esto es, los intereses de la política imperial- indujeron por
primera vez a Churchill a oponerse a un acto de política exterior
de la Italia fascista. Todavía calificó a Mussolini de "gran
hombre" y "gobernante sabio", pero criticó
resueltamente que las sanciones económicas fuesen aplicadas a
Italia con demasiada blandura y, sobre todo, que se hubiera
rechazado la aplicación de las sanciones militares, las únicas que
habrían permitido detener la agresión. En realidad, Churchill no
ignoraba lo que los otros conservadores no veían o no querían ver,
es decir, que la intensificación de la carrera de los armamentos,
la repetición de actos agresivos y la sistemática violación de
los tratados provocarían como consecuencia necesaria una guerra
general aún más espantosa que la anterior. Pero los conservadores
británicos, si bien no desconocían las miras agresivas de
Mussolini, y de Hitler, esperaban poder frenarlas y desviarlas más
allá de los límites y los intereses del Imperio inglés. No era
solamente el amor por la vida tranquila o el pasivo reflejo del
deseo de paz lo que impulsaba a los dirigentes conservadores del
gobierno inglés, a sostener las iniciativas de los dictadores
fascistas. En realidad, consideraban seguro que la amenaza del
imperialismo alemán se canalizaría finalmente hacia Oriente y
elegiría a la Unión Soviética como su principal objetivo. La Política
de apaciguamiento nuevos peligros con métodos probados por que
llevó a Chamberlain, junto con los dirigentes políticos franceses,
a reconocer la anexión de Austria (marzo de 1938) y a apoyar en la
conferencia de Munich (29-30 de setiembre de 1938) las pretensiones
de Hitler sobre la región de los Sudetes -colocando así las bases
para el desmembramiento definitivo del Estado checoslovaco- fue
también la "política de manos libres en el este".
Churchill se opuso decididamente a una y otra política. Son
innumerables sus escritos y discursos de esos años tendientes a
alertar a la clase dirigente británica, para que hiciera frente a
los nuevas peligros con métodos probados por una larga experiencia.
Churchill hizo una solemne y clásica reafirmación de principio de
estos métodos al hablar, a fines de marzo de 1936, después de la
remilitarización de Renania, ante los miembros conservadores de la
comisión de Asuntos Exteriores: "Durante cuatrocientos años
la política exterior de Inglaterra consistió en evitar que los Países
Bajos cayesen en su oponerse a la potencia continental más fuerte,
más agresiva y más prepotente, y en poder. Considerados a la luz
de la historia, esos cuatro siglos de conducta coherente, entre
tantos cambios de nombres y de sucesos, de circunstancias y de
condiciones, deben aparecer como uno de los más notables ejemplos
que puedan revelar los recuerdos de una raza, nación o pueblo. Además,
en todas las ocasiones, Inglaterra eligió la línea de conducta más
difícil de seguir... No me consta que se haya verificado algún
cambio que pueda refutar en lo más mínimo la validez de mis
deducciones. No conozco ningún hecho en el ámbito militar, político,
económico o científico que pueda inducirme a considerar inferiores
nuestras capacidades. No conozco razón alguna por la cual yo deba
pensar que no existe para nosotros la posibilidad de seguir el mismo
camino." Y seguir el mismo camino, que en el Pasado había
permitido a Inglaterra oponerse con éxito a Felipe II, Luis XIV,
Napoleón y Guillermo II, significaba para Churchill considerar a la
Alemania de Hitler como el peligro principal, un peligro acentuado
por el régimen nazi y por el moderno sistema de armamentos, y que
era necesario enfrentar apelando a la Sociedad de las Naciones, la
cual, uniendo a los pueblos británicos con los pueblos de otros países,
lograría realizar un control sobre el agresor potencial.
Munich selló de
hecho el fin de tal posibilidad, y Churchill lo señaló con una metáfora
cruda y efectiva en un discurso ante la Cámara de los Comunes:
"En un principio se nos prometió una libra esterlina. En el
momento de la entrega se nos pidió dos, y finalmente el dictador
consintió en aceptar una libra esterlina y 17 chelines y medio en
moneda constante y sonante, y el resto en seguridades de buena
voluntad para el futuro ... Y no crean que esto será el fin. Esto
es sólo el principio de la rendición de cuentas. Sólo es el
primer ensayo, el primer sorbo de un cáliz amargo que se nos
presentará nuevamente en los años venideros, a menos que, con un
sacudón supremo de nuestra energía moral, de nuestro vigor
guerrero, podamos resurgir y luchar otra vez por la libertad, como
en los viejos tiempos." La hora del sacudón pareció llegar
cuando Hitler, en violación de los acuerdos de Munich, ocupó Praga
y puso fin a la existencia de Checoslovaquia (15 de marzo de 1939).
Fue como si la clase dirigente y la opinión pública de Gran Bretaña
hubieran recibido un latigazo a su orgullo. Sin embargo, el sistema
de contraseguros creados a partir de ese momento por la diplomacia
inglesa, primero en las conversaciones con Polonia, luego con todos
los otros Estados amenazados por una potencial agresión alemana, no
sólo chocó con los cien vínculos económicos que por entonces unían
a Inglaterra con Alemania (en los mismos días de la ocupación de
Praga, Inglaterra suscribió un acuerdo financiero con Alemania para
resolver la escasez de divisas de ésta, que eran esenciales para la
política de rearme y de expansión de Hitler). La cuestión política
decisiva era la alianza entre Inglaterra y Francia con la Unión
Soviética como base de un alineamiento de fuerzas capaz de contener
los planes del imperialismo alemán. Churchill luchó sin tregua
para que se admitiera a la Unión Soviética en la alianza, en un
pie de igualdad, y para que se otorgaran las garantías que la misma
pedía en el curso de las negociaciones. Pero Chamberlain y sus
colaboradores eran públicamente adversos a tal alianza, o pretendían
fijar sus modos y formas de manera que, para utilizar una feliz
imagen del historiador inglés A. J. P. Taylor, pudieran regular la
ayuda rusa con una canilla que fuera posible abrir o cerrar a
voluntad. La Unión Soviética, deliberadamente excluida de Munich,
no podía extraer del pasado fe alguna en tal perspectiva, mientras
veía en su futuro concentrarse la amenaza de una guerra en dos
frentes, contra Alemania y contra Japón, ya unidos por un pacto
claramente antisoviético y anticomunista, a la par que las
potencias occidentales, en el mejor de los casos, permanecían sin
preparación o se empeñaban desganadamente en la lucha.
En medio del
naufragio de una política de seguridad colectiva, mientras en el
verano de 1939 se entrecruzaban las negociaciones entre todos los
Estados, ya flojas, o agitadas, Stalin, cuya personalidad política
no lo llevaba a dejar en manos de otros las canillas de su propia
casa, aceptó la propuesta de Hitler y suscribió el 23 de agosto de
1939 un pacto de no agresión. El 1º de septiembre de 1939 las
tropas alemanas invadieron Polonia, e Inglaterra y Francia
declararon la guerra a Alemania para mantener la fe en la palabra
empeñada, pese a que, todavía, no supieron o no quisieron
concretarla en una acción militar eficaz.
Arriba