Núm 29, II Época  - Diciembre 2000 - Edita FE -  La Falange  


Ya es hora

Julio Ruiz de Alda

Navidad... y tú ¿qué celebras?
Santiago Casero

Arriba España
Cristina de Asturias

Puerto Rico
Redacción

Cartas a Napoleón       elite
Emilio L. Sánchez
 

Mujeres
Redacción
      

Una mirada de Quebec a España
Otazú

Dignidad
Miguel Ángel Loma

César Vidal
José Mª Gª de Tuñón

Editorial FE

Atentado en Cantabria
Néstor Pérez

La deuda exterior
David Ferrer

Irreverencia danesa
José M. Cansino

Carta abierta a Rouco Varela, presidente de la Conferencia Episcopal

de Jesús López Martín, jefe nacional de FE de las JONS

Monseñor: Nuestra querida España, considerada hasta hace muy poco como una nación católica, entrará en el tercer milenio de Cristo culminando un alarmante proceso de relativización del valor de la vida humana, y de manipulación y artificialización de la reproducción, al margen de los principios cristianos. Remate (y desgraciadamente, nunca mejor dicho) de ambos procesos viene a ser ahora la denominada “píldora postcoital o del día después”, que está recibiendo ya los primeros parabienes que allanarán el camino de su libre dispensa entre nuestra juventud, como si se tratase de un nuevo anticonceptivo más y no de un nuevo instrumento abortivo que al igual que cualquier otro de los métodos de muerte voluntariamente infligida al ser humano en formación, está en abierta oposición al mandato del “No matarás”, impreso en la conciencia y naturaleza de toda persona. Como está sucediendo en nuestra vecina Francia, la “píldora del día después” acabará circulando entre las alumnas de Secundaria, a espaldas de sus padres. Esta nueva posibilidad de aborto hará realidad el refrán: “Ojos que no ven...”, y su facilidad de acceso relajará ese mínimo de prevención ante el embarazo, implicando además otras consecuencias muy graves. La legalización y aceptación social de esta píldora constituirá un paso de gigante para la entronización definitiva de la “cultura de la muerte”, así como un nuevo atentado al derecho a la vida, que supondrá la culminación del choque frontal con los valores cristianos, tradicionales en nuestra cultura, y la multiplicación de la terrible cifra de los 50.000 abortos legales anuales que se están ejecutando en nuestro país, un país que padece la natalidad más baja del mundo. No es aventurado concluir que además, este desequilibrio demográfico será causa de profundos problemas, aunque lo más grave y terrible siga siendo el hecho de que un aborto es la eliminación voluntaria de una vida humana: de un niño que nunca llegará a nacer “gracias” a unos políticos, unos sanitarios y una madre (ésta, presionada por el ambiente, es a veces la menos culpable), desnaturalizados por la cultura de un egoísmo criminalmente individualista.

Monseñor, en todo mal moral hay un responsable, y por tanto, también podría haber un remedio; en la actual legislación abortiva, en la dispensa de la RU-486, y ahora, en la previsible legalización y distribución de la píldora del día después, encontramos como principales responsables a los legisladores y gobernantes de nuestra patria. Con mayoría sobrada en las cámaras, el Partido Popular y el Gobierno de don José María Aznar, disponen del poder suficiente para modificar la actual legislación sin intentar eludir sus graves responsabilidades morales en esta trascendental materia. Paradójicamente, dicho Partido es el que se ve favorecido mayoritariamente con el llamado “voto católico”, porque en más de una ocasión la orientación preelectoral episcopal ha sido expresamente vinculada a esta principal cuestión del aborto.
Monseñor, ¿no cree que ya ha llegado la hora de las palabras claras y de acabar con silencios y sobreentendidos?, ¿no es éste un asunto suficientemente grave sobre el que la jerarquía eclesiástica debiera pronunciarse con la debida nitidez para que los fieles más sencillos percibamos una orientación crítica, pero también activa, contra el consentimiento político e ideológico de este mal? Los responsables de esta grave conducta, por acción, omisión o consentimiento cobarde, deben ser castigados electoralmente, porque como profesionales de la política esto es lo único que parecen temer. Mientras que minorías sociales, mucho menos significativas que la cristiana en nuestra sociedad, han hecho valer sus intereses mediante la presión en la orientación de sus votos, el voto católico es el único que sigue resultando “gratuito”. 

Monseñor, ¿no es hora ya de que la recomendación general sobre el voto, que en diversas ocasiones ha hecho el episcopado con consideraciones tan amplias y abstractas que en más de una ocasión muy poco orientaban al elector, se conviertan en una clara recomendación que niegue el voto del católico a los partidos cómplices de la actual legislación abortista? ¿No es hora ya de recomendar el voto católico a las listas y candidatos que se comprometan expresamente a defender el derecho a la vida, o, en caso de que no existieran, recomendando la abstención activa como una responsable respuesta de protesta? ¿No es hora ya de que la cobardía política y moral pague su precio? ¿No es hora ya de que el voto católico, más que estar orientado “en contra de”, lo sea “a favor de”: a favor de la vida y de los que abiertamente se comprometan a defenderla? 
¿No es hora ya de combatir valientemente la cultura de la muerte?