LAS HUELLAS DE LA MEMORIA

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un largo hilo que nos une
1998 el dia de los vivos
2002 Lorella Giudici
2002 R. Borghi
2002 J.C.Aldama
M. Y. Andrade B.
2005 Dafne
2005 D. Airoldi
2005 Librertad
2005 N. Morosi
Merry Mac Masters
Lorella Giudici

Existe una constante en el trabajo de Antonella Prota Giurleo: la memoria. Desde cuando sigo sus evoluciones ( y de esto hace ya varios años) el elemento clave de su relato, de sus representaciones es esta relación profunda, íntima y directa con el recuerdo, con el pasado, con la historia. No la historia áulica, aquella, para entendernos, conmemorada por los libros y por los cultos, sino de los acontecimientos más simples, genuinos y sinceros de la gente común, de los pequeños-grandes gestos de la vida de todos los días. De este precioso repertorio Antonella ha reanudado los hilos, ha hallado las relaciones fundamentales, a vuelto a aferrar las hebras de perdidas (o más a menudo olvidadas) madejas de un unicum temporal, en un relato que tiene el encanto y la magia de una saga y la veracidad de una crónica. Pienso en Bucato: grandes telas (cosidas por manos amigas, por mujeres y hombres especiales, presencias importantes en el camino de su vida) sobre los cuales corren veloces y variegadas estrias de colores. En estas páginas de tejido están condensados afectos, recuerdos, pensamientos, huellas de un pasado que explota delante de nuestros ojos en un rio de emociones. Indómitas y agitadas las pinceladas se persiguen en recorridos enmarañados, en trazos interrumpidos y recogidos nuevamente, en un afanoso deseo de relatar, en una necesidad urgente de hacer partícipe a quien observa la energía emotiva acumulada en la búsqueda del prójimo. Pienso en Gomitolo: una gigantesca masa en progress, crecida en el tiempo y tejida con hilos de lana y algodón por diversas generaciones de mujeres. Aquella evolución aumenta o se decana pasando de mano en mano, de mujer a mujer, de lugar a lugar, en una cadena ininterrumpida de trenzados, de intercambios, de solidaridad. Ocurre exorcizar las distancias -físicas y mentales-, ocurre hallar el sentido de un camino común, el objetivo de atávicas leyes universales. Una frase de Adrienne Rich acompaña y completa el benéfico ritual: "Hasta que no esista un fuerte hilo ininterrumpido de amor, aprovación y ejemplo de madre a hija, de mujer a mujer, de generación en generación, la mujeres continuarán a vagar en un territorio hostil".

Y sin embargo, en los trabajos mas recientes, en los Collages por ejemplo, hay algo de diverso: una sutil e indefinida vena melancólica se ha insinuado entre aquellos jirones de papel, un ligero sentido de malestar, de ineluctabilidad, casi de pesimismo sedimenta en las encrespaduras del material. Aún cuando el revestimiento sea cromáticamente y formalmente vivaz, fuerte, y hasta ruidoso, el alma está minada por una latente desesperación interior. Descubrimos, pues, que las irregulares formas de celulosa nacen de un violencia, de impetuosos desgarros, de aflicciones imprevisibles que han mostrado los estratos más profundos y vulnerables de aquella ya milimétrica y dúctil epidermis. Además, a reforzar este dolor, variopintos hilos de lana y de algodón se retuercen, se alargan, se atrapan a las superficies y refuerzan aquellas fluctuantes escamas cartográficas en asfixiantes mordazas. La tensión linear, distribuida sobre varios planos, contrasta con la dulce geografía de las formas. Y, si en un primer momento hemos confundido aquellas cuerdas por vestidos, nos damos cuenta después que aquellos papeles pintados con pietra ollar, polvo de ladrillo, ceniza y cola, es como si necesitasen un ancla para no ir a la deriva, de lazos que les encallen con fuerza al fondo, referencias que den un sentido a su existencia, aún perdiendo la efímera libertad de movimiento.

Pero el trabajo que más impresiona, por la riqueza de símbolos y fuerza dramática, es Ciao bambine, ciao bambini. Una composición que, por ciertos toques, se acerca a algunas obras de Louise Bourgeois, a Pink Days and Blue Days (1997), por ejemplo. Sim embargo, si en la artista francesa los temas, los elementos del montaje (una especie de perchero de cuyos brazos cuelgan vestiditos rosa y camisolas de encaje colgados a gigantescos huesos que arrojan sobre la ternura del todo un asomo siniestro y narran dolores de una infanzia violada), los contenidos parten de experiencias y contenidos estrechamente autobiográficos, aquellos de Antonella nacen de reflexiones universales, contingentes a la vida de todos.

Estos cándidos vestiditos llenos de aire llevan a vidas jamás nacidas, a cuerpecitos nunca conocidos, a pequeños ángeles deseados en vano o arrebatados demasiado pronto a la vida. Como ligeros globos, estas indumentarias ondean en el aire en un poético y triste relato de deseos fracasados, de esperanzas defraudadas, de dulces sentimientos impunemente cortados. Y el espacio circunstante no es bastante grande para contener la intensidad luminosa de estos blancos, de la inagotable fuente que brota del interior. En el suelo, blancas ninfas de papel para subrayar la caducidad de la existencia, la dulzura del recuerdo, la fragancia del amor y la impotencia del ser humano.

En fondo, es bonito pensar que también Sadako Susaki, una niña japonesa que golpeada por los bombardamientos de Hiroshima había eróicamente comenzado a construir frágiles grullas de papel (la grulla, en la cultura oriental, es portadora de buena salud), sea ahora una pequeña perla de luz.. A ella está dedicada la obra Culture di pace: una cascada de grullas de origami y de páginas imprimidas escritas en diferentes lenguajes y reunidas en un universal mensaje de paz.

 

"Ogni vero ricordo è ancora un richiamo, una verità che ci lavora nelle ossa, un febbrile atto di sfida al buio di domani".

(Cada verdadero recuerdo es todavia una llamada, una verdad que nos trabaja en los huesos, un febril acto de desafio al oscuro del mañana).

Giovanni Arpino, L’ombra delle colline.