Núm 26, II Época  - Septiembre 2000 - Edita FE-JONS  -   

Director: Gustavo Morales


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FE 26

Impacto ambiental 

Es inmensa la población mundial en nuestros días y su crecimiento desorbitado, según las estadísticas demográficas realizadas por los países del otrora denominado primer mundo (capitalista).
Lo que no nos dicen tales estadísticas es que sus factores determinantes están fuertemente impresos de las teorías maltusianas, ya desechadas al poco tiempo de ser expuestas por su autor. ¿Cuál es el número ideal de pobladores del planeta? ¿Quién o quiénes sobran (o sobramos), y por qué?. Son teorías representativas del más puro y duro capitalismo, según las cuales, existen personas con todos los derechos (los pudientes) y otras con ninguno (los desfavorecidos). Lo peor es que esta clase de teorías, absurdas e injustas, se emplean como principal determinante de la progresiva destrucción del planeta en el que habitamos: La Tierra. Por otra parte, se dice –y es cierto- que otro importante factor de destrucción, es el considerable aumento del consumo. Y, he aquí, la propia contradicción de la vara con que Organismos Internacionales, como la ONU, por ejemplo, miden el Impacto Ambiental negativo: ¿Quién consume tanto? ¿son acaso los pobres, los parias de la tierra? No. Son, precisamente, los países de ese Primer Mundo: los capitalistas; los que no sobran en la tierra. Si el consumo aumenta, también aumenta la producción de esos productos de consumo y, con ello, se provoca el paulatino agotamiento de las fuentes de origen de tales productos. Puesto que la Tierra tiene carácter finito, la amenaza que se cierne sobre la población –toda la población- es patética. Pero, además, para cubrir la demanda exagerada del consumo, la producción realiza esfuerzos sobre cultivos, extracciones, explotaciones y fabricación, introduciendo ese elemento negativo, que es el Impacto Ambiental, que industrias de todo tipo y poco escrupulosas, causan al Medio, generándole una estenosis mortal. La preocupación por el cuidado de la Naturaleza, no tiene nada de novedoso. Ya, en el Antiguo Testamento, se citan en muy diversos pasajes, versículos referidos a estos temas: formas de cultivar, tiempos de barbecho, etc. Ya que la Tierra y todo cuanto en ella existe, es un regalo de Dios, mal hijo puede ser aquel que se encarga de dilapidar y detrozar tan preciado bien. Pero no era el pueblo judío, teocrático, el único que tenía en consideración tan elevada al Medio Natural. Los celtas, iberos, chinos, etc., también sentían esta especial veneración por el medio que les proporcionaba los elementos necesarios para vivir. La despreocupación se generalizó a partir del desarrollo de las teorías capitalistas, que consideraban –y consideran- a la Naturaleza como a una mera fuente de ingresos económicos. Eso que, genéricamente denominamos Naturaleza es un complejísimo conjunto de mecanismos, fuerzas, medios, etc. , que interaccionan y se relacionan entre sí: la afectación de uno de ellos, implica que todos los demás, en mayor o menor medida, deben reajustarse para mantener el equilibrio e, incluso, reequilibrarse, regenerarse. Los problemas empiezan a ser preocupantes, incluso de consecuencias trágicas, cuando se supera esa capacidad de autogeneración; pero no para la propia Naturaleza, sino para quienes vivimos inmersos en ella. El desarrollo de la Ciencia y la Técnica, permiten estudiar y conocer con detenimiento, todos esos mecanismos referidos y diseñar la manera de recuperar o ayudar a recuperar, la Naturaleza perturbada. Hoy en día, sabemos que es compatible la vida con esos mecanismos de destrucción. Es necesario, desde luego, cambiar los métodos de explotación, de construcción, extractivos, etc. , reduciendo al máximo los contaminantes de todo tipo y reciclarlos. Pero existe otro factor de primera magnitud, que pocas veces es tenido en cuenta: es necesario un cambio drástico de la, eufemísticamente llamada sociedad del bienestar, que no es otra cosa que capitalismo a ultranza. Hay que modificar los hábitos de consumo: consumir menos y sólo lo necesario. En realidad, el capitalismo y el Medio Ambiente son enemigos irreconciliables. Son falsas, absolutamente falsas, las campañas proteccionistas de empresas multinacionales, bancos, etc. , que, por una parte destinan unas cantidades ínfimas porcentualmente, de dinero para proteger el Medio Ambiente, mientras que, por otra, viven –y muy bien, por cierto- de la destrucción de aquello que nos ampara a todos: la Naturaleza. Y si actualmente dicen preocuparse por el deterioro del planeta no es precisamente por espíritu evangélico, sino porq1ue el Medio Ambiente y su protección son, incluso, una importante fuente de ingresos: venta de equipos, maquinaria, contratación de estudios, etc. Estudios estos, a menudo manipulados con la única pretensión de justificar decisiones destructoras tomadas de antemano. De nada sirve una buena legislación medioambiental si no se modifican los hábitos de la población, como tampoco sirve de nada si, a los verdaderos profesionales del Estudio Medioambioental, se les aparta y sectariza de los organismos de decisión, para dar paso a los crápulas que abundan, tanto en empresas, como en las diferentes Administraciones Públicas que, como el perro del hortelano, ni hacen, ni dejan hacer. 

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