Núm 26, II Época - Septiembre 2000 - Edita FE-JONS - Director: Gustavo Morales |
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Terror
y democracia Una de las ideas más fuertes que el Sistema ha logrado imponer en España es la idea que Democracia y Terrorismo son dos hechos, antagónicos e irreconciliables. En los últimos años, los medios de difusión y los portavoces políticos han ido, incluso, más lejos en esa línea: han impuesto la idea que todo lo que se encuentre contra el Terrorismo sólo puede ser, necesariamente, democrático, y todo aquello que se oponga a la Democracia es barbarie y terrorismo. Pero es la primera oposición, aceptada ya por casi todos, la que debemos negar en cualquier circunstancia o lugar. Para los partidos políticos y para los portavoces (sean públicos o privados) del discurso democrático dominante, lo que realmente cuenta es ver si un hecho, el que sea, daña o no al sistema. Lo que les importa a los políticos y portavoces de la Democracia es sostener o conseguir imponer su sistema. El terror, el asesinato, el secuestro, la extorsión, la tortura... son factores subordinados en función de lo que conviene a la Democracia y, según convenga a ésta, los atentados se condenarán o no. Cualquier crimen cometido: ¿es para lograr establecer la Democracia o para defenderla? En caso afirmativo se disculpa, se justifica, se silencia o, simplemente, se olvida y deja sin castigo. Ejemplo claro lo tuvimos con el B.O.E. de 1977: todos los responsables de cualquier crimen cuya motivación había sido “el establecimiento de un régimen de libertades en España” cometido entre el 15 de diciembre de 1976 y el 15 de junio de 1977, fueron absueltos por ley de amnistía. Porque lo que contaba, recordémoslo, no era la naturaleza propia de los crímenes y el daño real causado a las personas: todo esto eran pecados menores que podían ser admitidos por el sistema. Esto no quiere decir que los representantes de la Democracia, la Paz y la Libertad se olviden o conculquen los famosos derechos humanos que tanto proclaman defender. No: los derechos humanos siempre han sido defendidos por las fuerzas democráticas. Lo que pasa es que estas instancias (sean oficiales o no gubernamentales) han logrado imponer la idea que señalábamos al comienzo: la idea que todo lo que queda fuera de la Democracia es terrorismo, sinrazón y barbarie. Puesto que la humanidad es una condición vital definida por su naturaleza racional (como han acabado afirmando más de un apologista y político demócrata) y sólo los demócratas demuestran tener esa capacidad racional, consecuentemente la humanidad es una condición que sólo cabe reconocer en la Democracia. Pero la mayoría de los demócratas han preferido no apelar a la razón, sino al corazón, y repetir lo que todos los medios de difusión insisten continuamente: que la gente de paz y de buena voluntad, los que demuestran tener sentimientos humanos, son los demócratas. Con ello, todos los que no comparten su Fe en la Democracia han sido estigmatizados, y negada su capacidad de tener tanta o mejor voluntad que ellos, tantos o mejores sentimientos que los demócratas, amantes de la ‘Paz’, la ‘Libertad’, la ‘Tolerancia’ y los ‘Derechos Humanos’. Así, como los derechos humanos sólo pueden corresponder a los que han revelado su naturaleza racional, es decir, a los humanos, o, por lo menos, sólo los merecen aquellos con creencias y sentimientos humanos, todas las grandes matanzas y destrucciones cometidas por las democracias contra gente que vivía fuera o luchaba contra la Democracia no han sido atentados contra los derechos humanos ni, mucho menos, crímenes contra la Humanidad. Así, los políticos, los líderes de opinión o los historiadores han podido aprobar tranquilamente el exterminio de los nativos de Tasmania o de tantas naciones amerindias durante la colonización de las tierras salvajes en el Siglo XIX en nombre del avance de la civilización, el progreso y la apertura de “espacios” de libertad, o el holocausto de los alemanes de Dresde o los japoneses de Hiroshima o Nagasaki en la II Guerra Mundial exigido para traer la paz y la Democracia, o el enterramiento en vivo de centenares de iraquíes en la II Guerra del Golfo esgrimiendo el derecho internacional y el bienestar y ahorro del “Mundo libre”, o la eliminación sistemática de opositores -y sus familiares- argelinos y egipcios practicada en esos países en nombre de la seguridad y la estabilidad del mismo “mundo libre”. Toda esa gente vivían, o viven, fuera de la Fe democrática. Todos ellos no dejaban de ser o no son más que “salvajes”, “nazis”, “fanáticos”, “integristas”... Y todo ha valido, vale y seguirá valiendo en las cacerías de los buenos demócratas contra las bestias antidemocráticas hasta que se integren en el Sistema. Lo que los representantes de la Democracia esperan de un criminal no es que pague o responda por su crimen. Ni siquiera que se arrepienta. Lo que exigen, sobre todo, es que termine por incorporarse a su sistema. Es decir: que se convierta a la Fe democrática y participe en sus festejos. Lo que Cristina Almeida exigía de los supuestos asesinos de sus compañeros del despacho laboral de la Calle Atocha, no era que se arrepintieran por haberles asesinado, sino que renegaran de “sus ideas de extrema derecha”. Así medía su rehabilitación social no por su disposición mental, o moral, hacia la comisión del crimen en sí, sino por el crimen mental de no ser o no querer ser demócratas: si renuncias al crimen de no pensar democráticamente, todos tus otros crímenes, no importa lo crueles, sanguinarios y torvos que hayan sido, serán relegados, disculpados u olvidados, pues serán considerados fallos veniales, secundarios, puesto que habrás logrado renunciar al crimen capital en una Democracia: no ser demócrata como ellos. Ésta es la cuestión fundamental, como lo demuestra el caso de Esteban Ibarra, que ha pasado de terrorista del FRAP a dirigente de un patético circo denominado “Movimiento contra la intolerancia”, cuya función social es señalar que actos de violencia son intolerantes, y cuales no, como ejemplo, valga la ausencia de actos de su movimiento en contra de los atacantes de las sedes andaluzas de FE-JONS. Pepe López |