C O N T E N I D O

 

Convocatoria
El mítico llamado a concurso, de muy singular repercusión

El cuento
La obrita apócrifa que originó todo

Participantes
Conozca vida, obra y milagros de los audaces concursantes

Concursos
Por ahora, un poco del polvo levantado
Primero
Segundo
Segundo (B)
Tercero
Tercero (B)
Cuarto
Cuarto (B)
Cuarto (C)
Quinto
Quinto (B)
Quinto (C)
Correo

Cuarto concurso, continuación

LA EXPULSION                                                                                     

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Bueno voy a contar el desagradable episodio de mi expulsión como presentador del concurso debido a un entredicho de descomunales proporciones que tuve con el buffetero don Carlitos, mas conocido en el barrio de caballito, como el "ogro de colpayo". Es bien conocida por sus amigos y sufrida familia la manía que tiene de dar ordenes de neto estilo castrense inspiradas en la figura de su héroe máximo don Pepe Stalin. Para ello escribió un practico manual de ordenes y ejercicios militares de uso domestico embellecido por sentidas marchas e himnos de su autoría y que se usa de la siguiente manera — ¡Margarita!
— ¡Sí, mi papa!
— ¡Los dientes se cepillan de izquierda a derecha, como dice el manual!
— ¡A la orden mi papa!.
Una vez que encontró a su esposa Lea comiendo esa delicia de la comida judía que fue hecha en homenaje a un famoso filósofo alemán los "Nietzches" le ordenó
—  ¡Lea!
— ¡Sí, mi marido!— respondió al instante poniéndose de pie y desparramando los "Nietzches" por el suelo
— ¡No se come con la boca abierta!
— ¡A la orden mi marido!— dijo mientras trataba de reponerse.
La noche del 3eer. concurso llegué temprano para prepararme como es mi costumbre y, como tenia un poco de hambre le digo
— ¡Carlitos! ¿Me haces un especial de crudo y salame?
— ¡Acá no se hacen sanguches Oriental!
Hum ya empezamos mal, sin embargo insistí
— ¡Pero ché, que te cuesta! Es fácil: cortas una feta de jamón y una de salame, las pones sobre la revista que usas para preparar las picadas; si se lee sin dificultad las pones dentro de un pan y si se ve borroso las cortás al medio y haces dos sanguches es fácil
— ¡Le dije que acá no se hacen sanguches Oriental ¡termínela!
Al rato viendo a dos personas sentadas juntas dice ofuscado
¡Amanda! ¿Qué hacen esas dos personas sentadas juntas?
¡Qué sé yo papá! Serán amigos
¡No se puede!  ¿no ves que molesta?
¿A quien?
A los músicos
Pero si están ensayando
¡No importa, molestan ¡Oriental!
¿Qué pasa don Carlitos?
En el próximo concurso no me invite mas a nadie, el público molesta a los artistas y este es un templo del arte!
¡Pero por que no te vas un poco a regularizar tus funciones intestinales, hijo de una gran mujer que comercia con su cuerpo dije con mi natural distinción y sin apartarme de los cánones clásicos. Menos mal que no me escuchó, porque estaba loco. En eso llega alegremente el mini cantor politónico Carlitos Díaz diciendo
¡Hoy mato! Ensayé toda la semana
¡Usted no canta! dice don Carlitos
¿Por qué?
— Por no haberse anotado a tiempo, píqueselas!.

 Yo le hice un gesto como que estaba loco, y aprovechando un descuido del buffetero, lo invité a ensayar con el maestro Etchegoyen. Don Vladimir Stafforinski, el censor, que se paseaba por el salón ayudado por un par de muletas, en un gesto de bajeza moral y adulonería, propio de cosaco culateador, corrió a advertirle a Don Carlitos en estos términos
¡Carlitos, Carlitos! ¡este chico no puede cantar y está ensayando! Ponga un poco de orden dijo con una voz más propia de una princesa rusa que de un valeroso cosaco. Don Carlitos, al escuchar la palabra "orden" salió disparado de la cocina, tomó al mini cantor de los brazos, y dijo al maestro Etchegoyen que estaba totalmente distraído haciendo una escala
¿Me da una mano, Vasco?
El que sin saber bien que hacía, tomó al frustrado cantor por los pies dirigiéndose ambos hacia la escalera donde Don Carlitos lo arrojó sin mayores contemplaciones diciendo
¡le dije que se las pique, insecto!
Y la verdad sea dicha, uno lo veía al oscuro Díaz todo despatarrado quejándose en el fondo de la escalera y daban ganas de hecharle un poco de Raid. Superado el instante de humor negro y dando paso a la indignación, le dije aireado
¡Ah, no! Si el insecto no canta, yo, la primera figura de este espectáculo, tampoco, porque el hecho de que sea un repugnante insecto no quiere decir nada ¿acaso no canta la cigarra y el grillo, eh?
¡Pero qué va a ser usted primera figura, Oriental, usted es un payaso y se las pica!
No tuve más remedio que irme. Pero a la media cuadra se me ocurrió una idea genial y rumbié para lo del hermano gemelo de Carlitos. Son como dos gotas de agua; iguales, bueno, iguales como dos gotas de agua, iguales, porque una gota de agua de mar no es igual a una gota de agua servida del inmundo arroyo donde lavaba la ropa mi esposa Rosita Duval cuando la conocí. El hermano gemelo de Don Carlitos, al que, para evitar confusiones le pusieron de nombre Carlitos, porque su padre, un sesudo ingeniero, sostenía que si a uno le ponía Carlitos y al otro Roberto, si lo llamaba a  Carlitos Roberto se iba a poner celoso, o viceversa, de esta manera cuando llamaba a Carlitos, venían los dos y santo remedio. Le conté el motivo de mi preocupación y me contestó
— No te preocupes Oriental, ya tengo la solución con una sonrisa diabólica, porque Carlitos a diferencia de su hermano Carlitos, es un ser completamente corrupto, amigo del latrocinio y el soborno y enemigo acérrimo del trabajo.
Vos le pones estas gotitas en el agua del mate y duerme como un pajarito unas doce horas, se despierta mañana  como a las nueve y el concurso lo hacemos nosotros. ¿Decime, ché, y cuánto hacen de caja?— p reguntó interesado.
Bueno señores, quería advertirles que todo salió perfecto. Carlitos duerme el sueño de los justos y el que atiende el bar es Carlitos, y ahora que no escucha, tengan cuidado porque lo vi escribiendo con birome en las etiquetas de vino la palabra "francés" así que presumo que las quiere cobrar 2oo mangos. Ya ven, nadie es perfecto

YIYA, SEMBLANZA DE UN PIANISTA

Este personaje tímido miope de mirada huidiza y una sensibilidad a flor de piel ya conocido por todos ustedes el excepcional flautista Gabriel Trucco "Yiya" para los amigos mostró desde su niñez notables cualidades para la música que sus padres Raúl y Rosita trataban de incentivar. Llegada la fecha de su cumpleaños, don Raúl le preguntó a su esposa "Yiya" Gabriel para sus amigos me pidió que le regale un instrumento musical ¿qué le compro? Rosita con ese sentido práctico del que hacen gala las mujeres en los momentos más críticos le respondió con los ojos llenos de amor maternal ¡comprale algo barato, a ver si no te aprende el idiota! Fue así que consiguió de segunda mano un extraño instrumento llamado "sinfoneta" por el vendedor, que constaba de un cañito por el que se soplaba y un pequeño teclado el que apenas accionado producía un sonido espantoso y estridente. Un forastero que pasaba por Victoria, ciudad natal del músico, dijo haber escuchado algo parecido en un ritual de sacrificio humano, el que dicho sea de paso no pudo realizarse por que la víctima se suicidó apenas escuchó la música. Este detalle no desanimó a Gabriel, "Yiya" para los amigos, y siguió tocando sin descanso a pesar de haberse aislado socialmente porque los niños de su edad al verlo llegar empuñando la sinfoneta huían despavoridos.
La soledad agudizó su introversión. En los atardeceres daba largos paseos a la orilla del río observando pájaros e insectos e intentando un mudo y absurdo diálogo con algún perdido cardumen de sábalos entre los que se mezclaba de tanto en tanto un misterioso y amarronado pez que acompañaba al resto siempre a punto de zozobrar. "Yiya", Gabriel para los amigos, se dirigió presuroso al museo de ciencias naturales de Victoria, un ranchito pintado de verde, y encaró visiblemente agitado a su director
¡Don Juan, Don Juan, descubrí una especie nueva de pez, navega entre los sábalos! Yo no pido nada, Don Juan, solamente que el descubrimiento lleve mi nombre: Yiyus gabrielis truccus
¿Ah, sí? ¿y como es el pez?— dijo Don Juan
Y es marroncito, cilíndrico y no parece tener cabeza ni cola
Vaya, vaya Yiya ¿no ve que es un sorete?

 Su pueblo natal Victoria se destaca del entorno y, por que no decirlo del resto de la provincia, por la peculiar característica de su arquitectura ¡puro rancho! Don Raúl Trucco, su padre, abogado y juez, era alentado por sus amigos a seguir una carrera política. Un buen político, decían, debe ser una persona seria, persuasiva, culta.
¿Por qué no te escribís un libro, Raúl?
Fue así que comenzó un exhaustivo trabajo de relevamiento histórico de la región, el que en su momento, fue auspiciado por el gobierno de la provincia... a los fines de hacerlo desaparecer apenas impreso. El trabajo se intituló Allá por el quinto cuartel, entre el humo y la ceniza intuyo, que alguna negra cursienta se a aliviado entre los yuyos trabajo que fue calificado por los críticos de dudoso buen gusto. Con el correr de los años, en una de esas simpáticas construcciones de Victoria "un miserable ranchito semiderruído" Gabriel, "Yiya" para los amigos, ya convertido en un consumado pianista autodidacta, instaló una peña de tango, que amenizaba con su piano y la incursión de una obesa cantante dotada de un bello par de senos que alentaban las fantasías de más de un rezagado lactante de cuarenta y pico. "Yiya", Gabriel para sus amigos, tocaba encendidos temas para sus amigos, la gorda cantaba agitando las tetas pletóricas de promesas lácteas y el público atestaba las mesas (2) del ranchito con piso de tierra. Al poco tiempo de haberse instalado en la peña, y ya gozando de una modesta fama, Gabriel, "Yiya" para los amigos, advirtió asombrado que un voluminoso vientre iba deformando el cuerpo de la cantante y cayó en una profunda desazón. No volvió a tocar ni a abrir la peña. Un amigo se atrevió a decirle
¡Ché, Yiya no te pongas así! La gorda ya es grande y tiene que satisfacer sus necesidades la pobre. Alguien le tenía que llenar la cocina de humo
¡Pero si a mí no me importa que se la hayan culeado, viejo! ¡lo que me indina es que se hayan higienizado con el tapete del piano!
La vergüenza llevó a "Yiya", Gabriel para sus amigos, a Buenos Aires, donde luego de cambiar de identidad se dedicó al estudio ordenado de la flauta traversa logrando por el mérito de su técnica y la belleza del sonido ir olvidando los incidentes pasados en la lejana Victoria

CONCURSO DE TRUCO

Entre las muchas novedades, está la de campeonato nacional de truco, una de cuyas reuniones se realizó el sábado pasado por la tarde luego de las clases de baile en donde se desarrollaron una serie de incidentes dignos de mención. La convocatoria estuvo a cargo del vicepresidente ya que el presi fue expulsado por pollerudo al haber faltado a sus obligaciones por hacerle las compras a su mujer. El vice don Rodolfo Eliggi es conocido por el mote de León, motivado por la desagradable costumbre de bostezar con la boca abierta como su homónimo de la Metro, con la intención de mostrar la enorme cantidad de pernos, coronas y prótesis dentales, todas en oro legítimo de 22 kts que son motivo de su orgullo y son a su modesto entender, una clara muestra de su posición social y poderío económico. Cuando fue indagado por la Comisión Directiva por si ya tenía el número de concursantes para enviarles la correspondiente notificación respondió
— ¡Mirá che! Después de mucho pensar me doy cuenta de que por muchas razones no es fácil encontrar alguien que esté a mi altura para ser mi contrincante, no sólo como jugador sino también la posición social viste
— Bueno ¿y ya pensaste en alguien?
— Mirá che, el único que se me ocurre porque anduve investigando es el Torito Stafforini que se gastó 7 lucas en arreglarse el comedor
— ¿7 lucas?
—  Si querido: puro implante. No corras mucho la bola porque me parece que me cagó. Es que esta tecnología te vuelve loco. Hay que estar de última moda con los dientes de oro y mañana no existís fuiste. ¿No saben a quién se los puedo vender?
— ¿Qué León, los dientes?
Es increíble hasta que punto esta manía del embellecimiento artificial puede alterar la vida de una persona y parece ser que no hay quien se salve. Torito Stafforini persona de mi amistad, profesor de música aparentemente serio alejado de las fruslerías propias de la farándula, vivía una vida plácida de placeres menores; reuniones con amigos, alguna guitarreada, discusiones en el mostrador del bar con el gallego Tino, siempre con su sonrisa alegre de muchacho argentino  Por donde se los busque sus orígenes se pierden en los tiempos remotos de los Incas, sus ancestros por línea de sangre materna en fin, ¡un muchacho común!. Hasta que se le ocurrió lo de los implantes dentales. Revisó folletos, asistió a conferencias, conversó con usuarios y ahorró hasta el último centavo de su salario de profesor con el propósito de colocárselos, y lo consiguió. Un día lo vimos llegar al bar tímidamente esperando la reacción de la barra ante el cambio. Todo fue bien hasta que sonrió. La pícara sonrisa de muchacho de esquina mano larga con las mujeres afectuoso con los amigos, habría dado paso a la extraña y aburrida expresión que adoptan los castores del noroeste de los EEUU... después de jubilarse.
Fue así que León y Torito se dieron cita para enfrentarse al truco. Torito en compañía de su distinguida esposa Mimí Stafforini de Prina y León acompañado de una falsa rubia todavía en buen estado como diría Tito del Río, de nombre Mariana, habitué del bar y a la que todos le chupamos las medias por las gestiones que nos hace ante un ente estatal.
Apenas empezó el partido comenzaron las dificultades.

Torito,.hombre de buena fe y confiado al extremo como buen inca, dejó en manos de su odontólogo el Dr. Castro el número de implantes a realizar, el que le sugirió:
— Aproveche ahora señor Stafforini que son un regalo. Póngase todos los que pueda porque aumentan— haciendo referencia a los tiempos remotos de la inflación. Al ver que no oponía resistencia y movido por su afán de lucro desmedido le llenó la boca y el paladar de implantes. Cuando le preguntó
— ¿y, señor Torito, cómo se siente?
— Fien, dijo Torito, ¡fon fenómenof! Afarro un fueso de fasado y lo fago fierda!— se expresó alegremente sin advertir todavía que su vocabulario abundaba en "efes" por el aire que perdía debido a la enorme cantidad de dientes supernumerarios que le impedían cerrar la boca:
— Me fiento muyf rarof!— decía.
Ya en la primer mano Torito gritó vehementemente
— ¡Fruco!
— ¿Cómo?— dijo León
— ¡Fruco viejo Fruco!
— Haceme el favor Mimí, cantá vos porque a este no le entiendo una mierda
Mimí con su inveterada costumbre de beber entre comidas estaba completamente borracha, cantó distraída
— ¡Órdago!
— ¡Fero Fifí! Estamos fugando al fruco— bramaba Forito.
— Bueno viejo, pónganse de acuerdo— dijo León comenzando a ofuscarse.
— Gegege te fuiste al faso, Feón— dijo Torito.
León, hombre de pocas pulgas "se baña con jabón sarnol", golpeó furiosamente la mesa y dijo mientras agarraba a Torito por el cuello
— ¡Ma si..., ya me tienen podrido! A vos que no se te entiende un pomo y encima la borracha que juega a otra cosa— y lo arrojó por la escalera.
Al ir cayendo, Torito, fruto seguramente de la costumbre de ser arrojado, fue adoptando la forma de una perfecta esfera que rebotaba en los escalones. Su esposa, la señora Mimí Stafforini de Prina, previsora como buena borracha, sacó de la cartera una cómoda bolsa de residuos tamaño consorcio, en la que introdujo a su marido, y luego de despedirse cariñosamente de familiares y amigos lo llevó rodando hasta el automóvil donde lo introdujo, para partir velozmente hacia el residencial barrio de Constitución. El amable público habrá advertido que se ha tornado un hábito la desagradable costumbre de arrojar socios por la escalera con su consiguiente carga de traumatismos y accidentes de gravedad. Propongo dos soluciones a la Comisión Directiva: o bien se muda la sede social a la planta baja o se instala en esta una salita de primeros auxilios, aprovechando la moda pues puede convertirse en un excelente negocio, para el cual me ofrezco generosamente en mi calidad de enfermera diplomada. Por último y para cerrar el tema del campeonato de truco, el sábado tuvimos la visita de una tal Martita, muchacha alegre y bien dispuesta, que ni bien llegó dijo:
— A mí me encanta la joda, yo me prendo en cualquier cosa— lo que despertó las miradas suspicases de un grupito de socios vitalicios que están más para la cataplasma y la enema que para pretender señoritas en edad de merecer.
Martita: la barra completamente agradecida

El debut de Gladys al Sur en Mambo y Teto

Como habíamos anunciado en el tercer concurso, nos salió competencia. Una empresa americana de megaespectáculos instaló a escasa media cuadra de Tango y Truco un local que -dijeron- estaba dotado de la más moderna tecnología. La única que tuvo acceso a la obra fue nuestra enviada en calidad de espía Gladys al Sur, la que al enterarse de las dimensiones del proyecto y haciéndose eco de las innumerables promesas que le hizo su presidente Mister Jhon Fitzgerald Huarita, un negrito petizón y regordete que la va de anglosajón, no dudó un instante en traicionarnos.
— ¿Y qué querés viejo?— dijo en su afán de disculparse— yo ya estoy grande, me queda poco tiempo de carrera y quiero aprovecharlo, porque la verdad sea dicha, a este concurso de Tango y Truco lo veo muy trucho, con ese Oriental hablando incoherencias y el maestro Etchegoyen que parece Chirolita, siempre impasible, no le veo futuro. En cambio, en Mambo y Teto, es completamente diferente. Ahí sí que son profesionales, así que muchachos good-bye y que les aproveche— y se retiró sin darnos tiempo de dedicarle una elegía a sus ancestros, sobre todo a los más íntimos, madre y hermana, con la sobriedad y distinción que utilizamos en estos casos.
El sábado pasado fue el debut, lo único que estaba terminado de la obra era el inmenso cartel que rezaba en letras multicolores
Mambo y Teto, gran concurso de cantores. El resto era un galpón polvoriento lleno de cajones de soda que pretendían ser lujosas butacas. Gladys creyendo ser la primera figura de una revista abundaba en exigencias caprichosas
.— Yo quiero bajar de una escalera alumbrada por una luz cenital, que destaque mi vestido y el tocado de plumas de avestruz, que quiero me cubra toda la espalda y caiga como lluvia sobre mi cabeza, mientras la orquesta desgrana los compases de la introducción

Lejos estaba Gladys de sospechar la verdad cuando ilusionada se mandó a confeccionar por su modista el minúsculo vestido de fiesta para la actuación.
— Más chiquito nena, más chiquito te digo, hay que mostrar para que el público se entusiasme.
Tanto insistió que al vestido se le pudo coser una sola lentejuela, que afortunadamente gracias a la sensatez de la modista estaba justamente.... donde era necesario. Belisario, un uruguayito vecino, al que Mister Jhon Fitgerald Huarita había contratado de sereno, buen amigo de Tango y Truco fue el que finalmente nos contó el desenlace del concurso. Mientras Gladys estaba en los camarines improvisados con dos alambres y una sábana, arreglándose para el espectáculo, el falso gringo desesperado por la falta total de público, trataba de improvisar algo parecido a lo pedido por Gladys al Sur. Había conseguido una escalera que olvidó uno de los pintores y se encontraba desarmando un plumero, tratando de confeccionar el tocado, cuando lo vió llegar a Belisario con la linterna de 6 elementos que jamás abandona y que según él usa "para caza mayor", entonces le dijo
— Ya está, me salvaste Belisario, ya solucionamos lo de la luz cenital
Cuando Gladys ingresó a lo que se suponía era el escenario, enseguecida por la  linterna de Belisario, poco a poco comenzó a ver la escalera de pintor, el desplumado tocado, la débil música que producía una diminuta radio Spica y la ausencia total de público en un rapto de histeria, y sin pronunciar el menor sonido, se arrancó la solitaria lentejuela y la arrojó al espacio, desapareciendo junto con ella, siguiendo las huellas de tantas costureritas, empleadas de comercio, y participantes de concurso de cantores que luego de dar un mal paso y tomarle el gusto, empezaron a correr tras de un destino incierto

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