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Don Sala, un gaucho de ley Un pintoresco personaje amigo de Tango y Truco, pero que infelizmente
no nos visita, debido a la distancia en que vive y a la que le cuesta salir el santuario de la tradición que es su campito de Mercedes, provincia de Bs.As. donde pasa sus días entregado a la cría de caballos
criollos y feroces mastines, jauría que lidera un negro y temible perrazo de nombre Oso que le regaló un gaucho vecino, un tal Baskerville, criollo de ley. Días pasados recibimos una invitación del amigazo
al que nos referimos que es nada menos que el gaucho Sala, piamontés de origen y reservorio viviente de nuestra cultura nacional y campera. Platero, domador, soguero y asador, se destaca en todos los
oficios de campo. La invitación decía así: A los amigos de TyT, lugar argentino 100%, convido a la fiesta criolla a realizarse en los pagos de Mercedes donde se llevará a cabo una singular muestra de
destreza ecuestre y habilidades en el arte de la platería y soguería de campaña, realizadas por mi persona "prometo grandes sorpresas" así mismo la comida con que agasajaré a los convidados será de neto
corte tradicional argentino, cuya receta se pierde en las más remotas costumbres gastronómicas prehispánicas; ¡La cazuela de mariscos! Así fue que partieron en representación de TyT dos personajes
distinguidos de la barra con sendos objetivos culturales: Torito y Don Vladimir. El profesor Torito Stafforini, maestro en la ejecución de instrumentos de cuerda latinoamericana, quien ofreció dar una
clínica, como se dice ahora, (¿vieron que los músicos dan clínicas los médicos talleres y los mecánicos simposios?) en un intento por confundir todo. Bueno, ofreció dar una clínica o lo que sea sobre el uso
de la mano derecha en el charango, cuatro venezolano, bandola, mandolín, etc, más un pequeño anexo sobre placeres solitarios. Don Vladimir Staforinsky, cosaco de ley y valiente culateador, tocará un tema
terriblemente polémico; disertará sobre "los orígenes de la carrera de sortija halla en la lejana Siberia". Nosotros pensamos que a Don Sala esto no le iba a gustar nada, y tratamos que Don
Vladimir cambiara de tema, no fuera cosa que el gaucho en un ataque de furia le cortara un churrasco con su facón del sitio que Don Vladimir usa generalmente para sentarse, pero el cosaco se negó
rotundamente diciendo — ¡qué sabe ese gaucho de folletín! Gauchos
somos nosotros, los cosacos—
y partió alegremente hacia los pagos de Mercedes. |
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Vladimir, Torito y Don Sala — ¡Ave María purísima!—
dice Torito al llegar a la tranquera del Refucilo, el campito de Don Sala. — ¡Sin pecado concebida!—
contesta Don Vladimir. —
¿Pero dónde se creen que están, en una Iglesia?—
La voz de Don Sala aparece detrás de un bosquecito de talas junto con la figura del gaucho, figura imponente; camisa blanca impecable, corralera negra bordada, botones de plata y oro, anchas bombachas negras sostenidas a duras penas por un tirador de carpincho con culero, cubierto de patacones de plata, primorosa rastra de 6 ramales, con centro de cardos y olivos, botas de carpincho, pesadas espuelas nazarenas e impresionante facón a la cintura, de donde cuelga, casualmente, un rebenque de argolla típico de la provincia de Bs.As. , pañuelo al cuello y sombrero negro, inclinado sobre los ojos, ocultando en parte la astuta mirada.
—
¡Cómo se ve que son de la capital! Ave María purísima, pero hágame el favor, Torito. Y usted Don Vladimir todavía corea sin pecado concebida, al final tiene razón el Oriental, usted es un cosaco
medio dudoso. Don Vladimir lo miró resentido pero sin hablar, estaba visiblemente impresionado por la estampa de Don Sala, cubierto de platería de la cabeza a los pies, que relucía sobre el fondo negro
de su atuendo. El, en cambio, estaba pobremente vestido; camisa y pantalón Ombú, con sus buenos años encima, un cinturoncito descascarado con hebilla cromada medio viejona, zapatillas de frisa y cubriéndole
la cabeza un apolillado gorro de Davi Croket, con la cola de piel cubierta de garrapatas. Torito tenía otro look; finito como un cigarrillo vestía jeans de Yves Saint Laurant, comprado de oferta dos talles
más chicos, lo que acentuaba su figura de lombriz. —
Dígame, Stafforini— dijo Don Sala en tono socarrón—
hace tiempo que quiero hacerle una pregunta, pero como es de tono íntimo y yo soy una persona a la antigua, respetuoso y reservado, no me he atrevido a hacérsela. — ¡faltaba más, Don Sala!—
dijo obsequioso el maestro Stafforini— pregunte nomás. —
Bueno, ahí va: usted vio que la gente de campo es muy observadora, prácticamente no se pierde detalles de nada. Esto se debe a que el paisaje pampeano ofrece poco para ver, así que cualquier detalle que pudiera pasar desapercibido por un hombre de ciudad, para nosotros es todo un mundo, por eso es que hace un tiempo me vengo formulando la siguiente cuesitón ¿cómo es que usted con ese cuerpo esmirriado, escaso de carnes, prácticamente en los huesos, livianito como en alma en pena, le digan...... Torito. Sepa disculpar mi atrevimiento, Don Stafforini. ¿Será que ha sido víctima de alguna traición femenina, y a causa de ello le endilgaron el apodo?
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Don Sala y su fiel mensual Robert Luego de hacer un kilómetro por el polvoriento camino
real, se empezaba a divisar el casco del campito de Don Sala; primero el molino, la casa principal, el amplio galpón, y al fondo la casa del mensual. Sí, porque Don Sala dice que vive solo, pero lo cierto es
que su soledad es compartida por un mensual nacido y criado en Mercedes, rústico hombre de campo, tambero y alambrador, que lleva por nombre, como no podía ser menos el más popular de los nombres de campo:
"Robert". Malicioso, mal entretenido, holgazán, amigo de lo ajeno, malhumorado, escondedor y comedido, Robert no pierde la oportunidad de agradar a su patrón, con muestras de milenaria sabiduría
campera, improvisada en el mismo instante en que la necesita. —
¡Vio Don Sala esta leña que apagadora es! ¡es el "palo de agua"! ¡no se puede encender!. — ¡Pero qué palo de agua ni ocho cuartos, no ve que es una rama de paraíso, verde y encima mojada, idiota! — Muchas gracias Don Sala, hace un tiempo que no me dice idiota, uno extraña, vio. Una de esas
tardecitas diáfanas, sentados a la fresca Don Sala y Robert disfrutaban de uno de los bienes más preciados del campo; el silencio. Don Sala miraba la tropilla de caballos criollos, habían gateados, lobunos,
moros, dijo entusiasmado — ¡Qué lindo sería tener tropilla de un solo
pelo, Robert! Robert, que tenía aquella tranquilidad pasmosa casi diría monacal, que sólo ostentan los pocos privilegiados a quien la naturaleza, en un acto de singular grandeza, ha privado totalmente de
inteligencia, parecía no escuchar. Estaba ensimismado.... en sí mismo. — ¡Qué pasa, Robert, duerme! —
¡no patrón, lo escuchaba! —
Bueno, entonces dele ración a los caballos que yo me voy a acostar temprano. Mañana voy a la feria de Carmen, cuando vuelva espero no encontrarme con ninguna sorpresa. — Vaya tranquilo, patrón. Cansado por la jornada Don Sala volvía al tranco de la feria de
Carmen de Areco. Divisó el molino, luego las casas, a lo lejos en el fondo del potrero, los caballos. Robert no se veía. Don Sala llegó al corral, desensilló, largó al overo al campo y llamó — ¡Robert! Nadie contestó. Chifló para llamar a la tropilla que enfiló para el corral en
busca de su ración. A medida que se acercaban, Don Sala vio que tenían un color uniforme, ya no eran gateados, lobunos y moros. Una risita a sus espaldas lo sacó de su estupor, era Robert. — ¿Y, le gustan patrón? ¡se los depilé, patrón! |
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La carrera de sortija Don Vladimir, que había estado juntando bronca, estaba que se
salía de la vaina, por comenzar con su tema polémico sobre los orígenes siberianos de la carrera de sortija. — Dígame, Don Sala, ¿usted corre carreras de sortija? —
Pero si..., amigazo. Bueno, corría, ahora estoy un poco pesado y mi flete, el moro, cuando le acorto los estribos para correr, se echa al suelo y se pone a llorar, así que tuve que dejar, ¿vio?. Don
Vladimir, que nunca había visto a un caballo llorar, no quedó muy convencido. — Bueno, entonces sabrá los remotos orígenes cosacos que tiene el juego, aunque en Siberia, hace tiempo está prohibido. Don Sala, tradicionalista hasta la médula,
palideció. — ¿Ah, si, y cómo era? —
Tengo que reconocer que era una costumbre algo bárbara, que pasaré a relatar: Uno tiene que conseguir una campesina desnuda, si no tiene, puede ir a la feria del pueblo y pedir: ¿Me da una campesina
desnuda? No tengo, me queda una sola y está vestida. Bueno, demela igual, que cuando llegue a casa la pelo. Uno llegaba a la casa, pelaba pacientemente a la campesina, hasta que quedaba bien
desnuda, se buscaba un roble macizo, sí, porque los huecos son poco confiables, y eligiendo una rama apropiada, se colgaba la campesina por el cabello, a una altura prudente, quedando esta en posición tal,
que diese la espalda al jinete, todo en el más absoluto silencio, con el propósito de no distraer en lo más mínimo a la campesina y evitar cualquier movimiento que pusiese en peligro el desarrollo de la
suerte. El jinete se preparaba de la siguiente manera; ya fuese diestro o siniestro, recortaba prolijamente la uña del dedo índice de la mano elegida, saltaba a caballo emprendiendo un veloz galope, llevando
el brazo extendido, el dedo en ristre apuntaba minuciosamente a un oculto rincón de la anatomía de la campesina, que ajena a todo aquello, repasaba mentalmente felices momentos de su infancia. Un feroz
alarido, mezcla de placer y dolor emitido por la campesina, coronaba el éxito de la suerte. El jinete era premiado por su destreza, la campesina saludaba al público gentilmente, con una escasa y dolorosa
genuflexión y, cuando era invitada a retirarse en ancas por el jinete, casi siempre se negaba, argumentando que prefería caminar. |
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