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EL CONCURSO Lo que provocó la idea y forma del concurso de cantores aficionados en la prestigiosa institución sin fines (aparentes) de lucro "Tango y Truco"
del porteño barrio de Caballito, fue un recuerdo ya desdibujado por el tiempo. Prácticamente en el final de nuestra infancia, un sábado a la tardecita nos dirigimos con el gallego Tino (actual
secretario de la entidad), a un baldío sito en la calle Rivadavia y Boyacá, en el tradicional barrio de Flores, donde se había instalado un precario parque de diversiones, el célebre "Flores Park" cuya
mayor atracción era un concurso de cantores aficionados que había despertado el interés de las barriadas cercanas. Acudían cantidades de cantores noveles, entre los que me encontraba yo, recién
estrenados los largos. Cuestión que me vi, acompañado del gallego, engrosando una larga fila de concursantes que esperaban ser inscriptos. Los había de los tipos más diversos y coloridos.
Se destacaba por su pintoresquismo un personaje llamado "Galleta", integrante de la hinchada de Ferro, infaltable en cada acontecimiento público: bailes, carreras de sortija frente a la comisaría
los días patrios. kermesses, etcétera. Lo llevaba la barra en su condición de semiidiota, como en este caso particular en que lo convencieron de su talento de cantor y pinta de galán, atributos que lo convertirían en
seguro ganador del concurso. Efectivamente ganó, gracias al sistema inusual de selección hecha por el público mediante la cantidad de votos que se obtenían con la entrada y el gasto que uno hacía en cada juego, donde se
asignaba un número de votos proporcional al consumo. Pero el personaje que me dejó un recuerdo imborrable fue un hombre bajito, regordete, que tenía en su rostro y manos horribles quemaduras que sólo
dejaban una pequeña cantidad de piel sin deformar, con un curioso mechón de pelo semejante a una isla peinada a la gomina, un ojo sano y la boca intacta, que por un instante esbozó una sonrisa gélida. A
pesar de su aspecto espantoso irradiaba una sensación de paz y seguridad en un principio oculta. Lo extraño es que los niños no le temían, sino que se le acercaban lo suficiente como para ser tímidamente acariciados,
aunque lo realmente inolvidable fue el momento en que le tocó cantar. Unos torpes guitarristas, que respondían a los tristes seudónimos de el Toro y el Perro, atacaban aburridos el
diapasón con instintos criminales, secundados por un flautista miope y escuálido, conocido como El Entrerri-ano, intentaban una improvisación poco feliz, cuando se
abrieron los pliegues del telón. Poco a poco el escenario fue pariendo la imagen desventurada del cantor. Indiferente al atroz acompañamiento comenzó a cantar con varonil dulzura un tema de Gardel y Lépera,
como únicamente lo podría haber hecho EL... Pero no, era imposible. El público premió el milagro con un silencio aterrador. La canción parecía haber durado una décima de segundo. Al
terminar saludó seriamente, nos miró con su único ojo, y su mirada infinita se transformó en una sonrisa de su boca intacta. Una sonrisa que únicamente El... Pero no, no podía ser...
El telón se lo tragó con un movimiento suave y ondulante. Yo quedé paralizado y sólo pude salir de mi asombro ayudado por los tirones de manga que me daba el gallego Tino mientras me decía:
- ¡Che, mirá que minas ! ! ¿Qué te pasa, estás dormido?. -¿Pero cómo dormido, Gallego? ¿No lo escuchaste al cantor?. Al quemado que estaba en la fila
- No te digo viejo que vos siempre fuiste medio raro... ¿de qué cantor me hablás, si falta media hora para el concurso?.
Quito Sala |
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