Cada persona divorciada siente que el divorcio ha sido el último recurso, utilizado sólo cuando se han agotado todas las posibilidades de felicidad en la pareja. Debemos estar preparados para aceptar que el divorcio es un modo viable de terminar con la insatisfacción en el matrimonio.  
Dado que hoy el divorcio es una parte intrínseca de la vida matrimonial, debemos dejar de calificarlo con juicios negativos y explorar de qué manera podemos mejorar la calidad de vida de las familias, luego de la separación.   
El divorcio como posible etapa del ciclo vital de la familia no es, en sí mismo, constituyente de patología en la infancia.  
Es la pelea permanente que se observa en el divorcio destructivo lo que daña inexorablemente a los hijos. 
 
Las diferencias entre ambos tipos de divorcio son:

En el divorcio como etapa del ciclo vital encontramos: peleas y desacuerdos entre los  ex-cónyuges sólo en una primera fase, pero se mantiene el cuidado y la preservación de los hijos. Existe también dolor frente a las pérdidas que produce la separación, pero se sabe y se reconocen las responsabilidades entre las partes.
A pesar de que el vínculo conyugal queda disuelto, las funciones parentales  se mantienen en armonía. 
En cambio, en el divorcio destructivo nos encontramos con: litigios permanentes, gran competencia por ganar y denigrar a la otra parte, se buscan culpables y cómplices (en vez de reconocer las mutuas responsabilidades), descuidando y desprotejiendo  a los hijos. 
Los efectos negativos sobre los mismos pueden minimizarse si se les asegura que su vida familiar no depende de los matrimonios de sus padres. Una persona se divorcia de su pareja pero sigue teniendo obligaciones como padre o madre con respecto a sus hijos.