GRAU  El peruano del milenio

Reynaldo Moya Espinosa

Carátula

Contenido

Prólogo

Capítulo I

Capítulo II

Capítulo III

Capítulo IV

Capítulo V

Capítulo VI

Capítulo VII

Capítulo VIII

Capítulo IX

Capítulo X

Capítulo XI

Capítulo XII

Capítulo XIII

Capítulo XIV

Capítulo XV

Bibliografía

Biografía de R. Moya E.

 

CAPÍTULO X:

ANGAMOS

1.- Los últimos días en Arica

2.- Los chilenos deciden dar caza al “Huáscar”

3.- ¿Fue de Prado la iniciativa para atacar?

4.- La última noche en Arica

5.- El camino hacia la gloria

6.- Angamos según partes oficiales

7.- Angamos según los historiadores

8.- Lo que dijeron los chilenos

9.- Nuestra palabra

 

8.- Lo que dijeron los chilenos

El comandante general de la escuadra de Chile, Almirante Galvarino Riveros envió en el mismo día  a las 11 de la mañana, un corto informe sobre el combate de Angamos, apenas terminó el combate. Decía: 

“A las 9 a.m. se trabó un combate entre el «Cochrane» y el «Huáscar». A las 10 entró al combate el «Blanco». A las 10 y 50 el «Huáscar» hecho pedazos se rindió. El comandante Grau muerto; igual 2ª y 3ª comandante. La tripulación del blindado peruano resistió tenaz y heroicamente. Por el estado en que ha quedo el buque, creo que no podrá servir. En el «Blanco» y en el «Cochrane», ninguna desgracia. 

La “O’Higgins” desde el principio del combate persiguió a la «Unión» a toda máquina. El «Loa» siguió a la “O’Higgins” en esa caza. Ordené después del combate que el «Cochrane» marchara en la misma persecución. El combate tuvo lugar un poco al norte de la bahía Mejillones. 

El «Huáscar» y la «Unión», estaban a las 3 a.m. en la boca del puerto de Antofagasta. El «Blanco»  los sorprendió y huyeron al norte. El «Cochrane», la O’Higgins y el «Loa», cruzaban frente a Mejillones. En la huida los buques enemigos se encontraron cortados. 

La «Unión» pudo escapar merced a su rápido andar. El «Huáscar» tuvo que presentar combate. Espero que la O’Higgins y el «Loa», hayan dado alcance a la «Unión» y no dudo que la habrán vencido. 

Oficiales y tripulación de estos buques se han mostrado valientes y serenos. Voy a Mejillones a enterrar muertos del «Huáscar» y dejar allí los prisioneros. Felicito a Vuestra Excelencia por esta victoria.-. G. Rivero.”

Con relación al informe telegráfico de Rivero, hay que decir, que el «Huáscar» no se rindió sino que fue tomado por asalto. Mientras sus oficiales y sus tripulantes tuvieron un hálito de fuerza, lucharon. 

El «Huáscar» fue reparado en Valparaíso y después se sumó a la escuadra chilena, pero le faltaba el alma que era Grau, por eso ya no volvió a protagonizar las hazañas heroicas y legendarias de antes. 

 

Versión de “El Mercurio” de Valparaíso 

El corresponsal de guerra de “El Mercurio” de Valparaíso, que estuvo a bordo de uno de los barcos de guerra y por lo tanto presenció el combate, redactó el 12 de octubre una información minuciosa y bastante larga del combate que el diario chileno publicó el 18 del mismo mes. Decía el corresponsal: 

A las 10 de la noche del 7, salían con rumbo al Sur, el «Blanco», la «Covadonga» y el «Matías Causiño” en cumplimiento de órdenes anteriores y a las 5 de la mañana del día 8, se ponían en movimiento  el «Loa», el «Cochrane» y la O’Higgins para cruzar hasta 20 millas al O. de Mejillones. 

A las 6.10 de la mañana de ese mismo día, el «Loa» que se había destacado un poco más al Sur del «Cochrane» y de la O’Higgins, avistaba dos humos al sur. Aunque podía suponerse que eran los de nuestros barcos, el Comandante Molinas hizo señales al «Cochrane» anunciando la noticia y avanzó a reconocerlos.

Poco después avistó otros tres humos más al sur de los dos primeros y calculando que estos últimos buques eran peruanos perseguidos por los nuestros, corrió inmediatamente a reunirse con su división, anunciando con dos cañonazos la noticia.

El «Cochrane», la O’Higgins y el «Loa», se pusieron entonces en marcha hacia el oeste y a las siete de la mañana se reconocía a los buques peruanos «Unión» y el “Huáscar» perseguidos por el «»Blanco Encalada”, la «Covadonga» y el «Matías Causiño”. 

Inmediatamente se tocó zafarrancho de combate en el «Cochrane», la O’Higgins y el «Loa» y se colocaron en actitud de cortar el paso a los buques enemigos, navegando el «Loa» hacia el suroeste, algo destacado de los otros dos y el «Cochrane» y la O’Higgins al oeste. Este buque iba a la retaguardia del primero. El «Blanco Encalada» mientras tanto maniobraba hábilmente a fin de obligar a los buques peruanos a ceñirse a la costa para allí fuesen estrechados por el «Cochrane». El «Huáscar» había sido avistado, por la nave capitana a las 3.55 de la mañana a la altura de Antofagasta. En esos momentos pasaba por punta Tetas y era esperado por la «Unión» como a diez o quince millas de la costa. 

Los dos buques enemigos principiaron a navegar juntos para el Norte, mientras el «Blanco Encalada» haciéndose al Oeste los impulsaba hacia el punto en que calculaba debían encontrarse  los buques chilenos, el «Matías Causiño” que al principio de la caza había recibido órdenes de regresar a Antofagasta, quiso también, sin embargo, tomar parte en la función y haciéndose el desentendido continuó navegando hacia el norte a estribor del «Blanco Encalada». La “Covadonga” cerraba el ala por el lado opuesto y echaba al viento su velamen, para aprovechar la brisita de la mañana y poder de ese modo sostener la marcha. 

El Huáscar al ser avistado por el «Blanco Encalada», venía de regreso de una infructuosa entrada a Antofagasta, a donde había llegado a las diez de la noche del siete. Entró sin ser notado por los botes de ronda, ni por los buques anclados en la bahía, salió de nuevo a las 3 de la mañana con toda tranquilidad para reunirse con su compañera de expedición 

Cuando el «Blanco Encalada» avistó al «Huáscar», en vez de ponerse inmediatamente en su persecución hacia el oeste, que era dirección en que viajaban los buques peruanos, continuó navegando sin desviarse de su rumbo, hasta que poco a poco logró arrojarlos o arrearlos directamente al norte. Solo entonces se principió a forzar sus máquinas y a tomar las primeras disposiciones, haciendo que la tripulación se pusiera en son de combate.

El «Huáscar» por su parte, navegaba con mucho descuido, al avistarse  el “Blanco”, no se preocupó mucho con la noticia, ni siquiera mandó apurar la máquina, Temían que el estado de suciedad de sus fondos, impidiera dar al «Huáscar» una marcha tan veloz como en otras ocasiones, el monitor con sus fondos limpios hubiera podido dar una milla más de andar. 

Tampoco hizo Grau tocar zafarrancho de combate hasta no avistar al «Cochrane» y reconocerlo. Al principio creyó que aquellos humos que se divisaban al Norte, serían de algunos transportes chilenos. 

La «Unión» por su parte, más segura aún que el «Huáscar» de no ser alcanzada por los buques chilenos, se entretuvo durante las primeras horas de caza en describir grandes círculos, pareciendo querer distraer la atención del “Blanco” en perseguirla, mientras el «Huáscar» se echaba sobre la desamparada y débil «Covadonga» o al menos apresaba al «Matías Causiño», que tantas veces se le había ido de las manos. 

Pero al reconocer al «Cochrane» y ver que le  cortaba el camino en compañía de la O’Higgins  y del «Loa», el Comandante Grau conoció que se hallaba perdido. García y García (el comandante de la «Unión»), debe haber estado de muerte y pasión, porque ya no siguió haciendo diversiones con su buque, sino que puso proa al sur, queriendo escapar por entre el «Blanco Encalada» y el «Loa». 

La «Covadonga» que a pesar de haber largado  todas sus velas se iba quedando más y más atrás, gobernó entonces para colocarse a babor del “Blanco”. El «Loa» por su parte viró hacia el blindado, estrechando la distancia que lo separaba de éste y la «Unión», no se atrevió entonces a poner en práctica su tentativa, sino que se dirigió aceleradamente hacia el norte. 

Eran las 3 y 45 de la mañana. Los buques peruanos habían caído, pues, en hábil ratonera y a donde quiera que se dirigiesen  se encontraban cortados por los nuestros, que iban estrechando cada vez más sus distancias. 

Al Noroeste, les cortaban el paso el «Cochrane» y la “O’Higgins” que hacían rumbo directo  hacia la costa, mientras el «Loa» los cerraba por el Oeste. La «Covadonga», el «Blanco Encalada» y el «Matías», desplegados por el sur, impedían toda esperanza de salvación por esa parte y a los enemigos sólo les quedaba abierto el lado norte, apegándose a la costa.

Pero no había momento que perder pues el «Cochrane» estrechaba cada vez más su distancia  por ese lado. Así debió de comprenderlo el comandante Grau, porque sin duda  con la intención de que el «Cochrane» despejara ese camino por seguirlo, puso su proa al sur, como si intentara forzar la línea por el mismo punto que lo había hecho la «Unión», mientras este buque continuaba navegando al norte. 

El “Blanco”, el «Loa» y la «Covadonga» efectuaron la misma maniobra que anteriormente y el «Cochrane», también,  dejando que sòlo la O’Higgins se ocupara de La «Unión», torció su rumbo más al sur siguiendo paso a paso los movimientos del monitor enemigo. 

Este conoció que toda tentativa por ese lado era inútil y a las 9 y 15 de la mañana, se volvió aceleradamente al norte y se puso al habla con la «Unión».Poco después este buque continuaba su viaje al norte a revienta caldera, mientras que el «Huáscar» virando a estribor, se dirigía al sur al encuentro del «Cochrane». Fue aquel un hermoso movimiento, que manifestaba la decisión y el arrojo del comandante Grau. A las 9 y 20 de la mañana disparó el «Huáscar» con dos o tres segundos de intervalo  y a unos 2.800 o 3.000 metros de distancia, sus dos cañones de 300 contra el «Cochrane». En seguida viró hacia el norte y emprendió como antes una desesperada fuga. Los ingenieros del monitor peruano aseguran que en esos momentos elevaron tanto la presión que pusieron los calderos en eminente peligro. La máquina dio más revoluciones que en la prueba, pero a pesar de eso, el «Cochrane» ganaba siempre terreno, haciendo prodigios de celeridad. 

El blindado chileno colocado entonces al sur del «Huáscar» y directamente por su popa, avanzaba más y más sin hacer ningún disparo, aunque estaba ya a unos mil metros de distancia del enemigo. El «Huáscar», cinco minutos más tarde, viró un poco al Oeste para dar campo de tiro a sus cañones y lanzó otras dos balas de 300 a su perseguidor. Los proyectiles peruanos habían pasado por alto lo mismo que los anteriores

El «Cochrane» avanzaba siempre sin disparar estrechando cada vez más la distancia que lo separaba del enemigo. Aquella majestuosa mole que avanzaba inflexible en medio de aterrador silencio, infundía pavor aun a los simples espectadores de aquella inolvidable escena.  Al fin, a las 9.27 de la mañana, encontrándose a unos 500 metros del enemigo,  disparó el «Cochrane» sus dos cañones de proa. Una de las balas pasó por alto, yendo a rebotar a gran distancia del monitor y la otra le dio en el castillo de proa. 

Por el alcance de los cañones pudo verse que ya el «Huáscar» era buque perdido y que no podría escapar en ninguna dirección, antes de ser destrozado por los cañones del «Cochrane». A las 9 y 30 habiéndose estrechado aun más la distancia, disparó el «Cochrane» un nuevo cañonazo. El proyectil dio de lleno en la proa del enemigo, entrando por el lado de cubierta y al estallar levantó una humareda de color gris o ferruginoso, como el del moho, que abarcó toda estas parte del «Huáscar». 

A las 9 y 32 disparó nuevamente el «Huáscar» sus dos cañones de  300 y se notó que una de las balas había levantado un enorme penacho de agua, junto al costado de estribor de nuestro blindado.. Efectivamente dio en el centro de la parte superior del reductor, removiendo toda esa plancha del blindaje y dejando en ella estampada su forma y sus cascos al estallar. Por fortuna no perforó la plancha, ni causó ninguna desgracia personal. Esta avería fue inmediatamente vengada. 

No bien habían transcurrido dos o tres segundos, lanzó el «Cochrane» dos afortunados tiros a su enemigo y sus terribles efectos fueron visibles, para todos los que absortos y anhelantes contemplaban aquel imponente espectáculo. Uno de ellos dando de lleno en el torreón, lo perforó de parte a parte, destrozó la guardera y rompió el muñón del cañón de la derecha, e hizo explosión allí, matando diez artilleros. 

De los doce hombres que había en el torreón, sólo quedó uno sin heridas graves.  Otro  de los cabos de cañón, salió gravemente herido y no pudo continuar prestando sus servicios. El cañón de la derecha quedó entonces inutilizado para seguir funcionando. 

Los efectos del otro proyectil fueron todavía más terribles. Dando de lleno al lado de estribor de la torre de combate del comandante, hizo en ella un gran agujero y fue a azotar contra la pared del lado opuesto. Allí hizo explosión, derribándola por completo sobre la cubierta y barriendo con cuanto encontró dentro de la torre. 

Al comandante Grau que estaba en esos momentos dentro, lo destrozó instantáneamente. Todo lo que quedó de él fue el pié derecho y una parte de la pierna, algunos dientes incrustados en el maderamen interior y menudos trozos confundidos con los hacinados restos de la torre. Los cascos de la granada hirieron también a uno de los ayudantes del comandante, encargado de transmitir las órdenes al timón. 

Después de este tiro, a las 9 y 35  el «Huáscar» disparó con su cañón de popa y habiendo acudido nueva gente a la torre, hizo otro disparo con el cañón de 300 que había quedado servible. Las punterías sin embargo pasaban por alto, a pesar de la proximidad de los combatientes. 

A las 9 y 36 hizo el «Cochrane» dos nuevos disparos al «Huáscar», que le penetraron por la popa, causando grandes destrozos al interior del buque. Uno de ellos después de atravesar la cámara de oficiales, sembrándola de escombros y de cadáveres al hacer explosión en ellas, cortó los guardines del timón, dejando al buque sin gobierno. La otra, penetrando  por la misma parte a poca distancia de la anterior, voló la cabeza del segundo comandante del buque, Capitán de Corbeta don Elías Aguirre, que había tomado el mando al morir  el comandante Grau y que acababa de ser trasladado a la cámara gravemente herido en el brazo y la pierna derecha por los proyectiles de las ametralladoras del «Cochrane». 

El blindado chileno al mismo tiempo estrechaba a cada momento la distancia que lo separaba del enemigo y a los 300 metros había roto nutrido fuego con su ametralladora de proa, últimamente colocada. Al mismo tiempo los tiradores de las cofas, no cesaban un momento de  sus disparos y la cubierta del buque peruano era cruzada en todas direcciones por las balas de rifle, que causaron numerosas bajas en la guarnición del «Huáscar». 

Alrededor del buque peruano se veía el mar salpicado de penachos levantados por las balas de las ametralladoras y fueron tan certeros los disparos de esta terrible arma que la cubierta del «Huáscar», poco después de principiado el combate, quedó despejada de enemigos. Los que no cayeron muertos o gravemente heridos fueron a refugiarse en el torreón. 

A las 10 de la mañana eran cada vez más lentos e inseguros los disparos del Huáscar, como si reinara a bordo el desorden y la confusión. Había tomado el mando del buque el tercer jefe,  oficial del detal don Diego Ferré que pocos minutos más tarde caía muerto por los cascos de una granada chilena.( Esto es un error, Ferré murió junto a Grau) 

Otra bala del «Cochrane», cortó de nuevo los aparejos que se habían colocado a toda prisa para manejar el timón y otra vez quedó el «Huáscar» sin jefe y sin gobierno. En estos momentos estaba el «Cochrane» a unas 50 yardas por la popa del «Huáscar» y cansado ya de aquella resistencia, se fue sobre el enemigo resuelto a atacarlo con el espolón. Entonces lo creyeron irremediablemente perdido, porque el «Huáscar» falto de gobierno, no había podido aun reponer los destrozados aparejos del timón. Pero esta misma circunstancia los salvó providencialmente, porque teniendo el buque la tendencia a caer sobre su costado de estribor, viró en ese sentido y escapó así de la embestida del adversario, que le pasó a sólo  cuatro metros de distancia por la popa. Pero por otro lado se encontró el «Huáscar» en la más critica situación. El «Blanco Encalada» que a toda fuerza de máquina había ido avanzando hacia el norte con un andar que  llegó en ocasiones  hasta diez millas y media, a pesar del mal estado de sus calderas, se encontraba a unos 3.000 metros del «Huáscar» durante los últimos momentos del combate, sin que todavía hubiese tenido la oportunidad de disparar sus cañones. Pero entonces al verlo cerca  por la proa, avanzó aun durante algunos segundos y le lanzó su primer disparo con uno de los cañones de proa. El proyectil pasó por alto, yendo a rebotar a gran distancia y en ese instante el «Huáscar» puso proa hacia el norte, para escapar de aquel nuevo y poderoso enemigo. El «Cochrane» mientras tanto que había seguido los movimientos, se encontraba con la proa al oeste y un poco a estribor del «Blanco Encalada». 

Dos nuevos disparos hizo casi instantáneamente la nave capitana chilena y el último con tan feliz éxito, que dio de lleno en el costado del «Huáscar», levantado al estallar la misma polvareda ferruginosa que notamos después del tercer disparo del «Cochrane». El proyectil había penetrado  en la sección dela máquina y después destruyó los camarotes de los ingenieros situados a babor, e hizo explosión al chocar interiormente con el costado opuesto. La máquina quedó sembrada de toda clase de despojos, pero felizmente sin recibir lesión alguna. Eran las 10.15 de la mañana.  

El «Cochrane» había recuperado su anterior posición por la popa del «Huáscar» y dos minutos más tarde a las 10.17 de la mañana nuevamente avanzaba sobre el enemigo, quizá para embestirlo con su espolón. Esta situación era de lo más comprometida y entonces vimos distintamente desde el «Loa» que el «Huáscar» arriaba bandera.Semejante maniobra fue efecto de los proyectiles chilenos al cortar la driza. Sin embargo, el «Huáscar» continuaba su desesperada fuga hacia el norte y poco después izaba en el mismo sitio que la anterior  una nueva bandera.. En ese momento había una confusión espantosa a bordo del monitor enemigo. 

Apenas tuvo al tope por segunda vez su pabellón, le lanzó el «Cochrane» una granizada de balazos. Uno de los proyectiles penetró por la popa, cortó de nuevo los aparejos del timón, dejando otra vez al barco sin gobierno y matando a los timoneles. El «Huáscar» viró a estribor, como lo había hecho anteriormente y fue recibido al instante por el cañoneo del «Blanco Encalada» que parecía estar acechando la ocasión de dar otros golpes al enemigo. 

El «Huáscar», rehuyendo el encuentro con este formidable adversario, puso inmediatamente proa al sur en dirección a la bahía de Mejillones, lanzándose con toda fuerza sobre el indefenso «Matías Causiño” que en esos momentos pasaba frente a la bahía con dirección al norte, siguiendo a poca distancia las huellas del «Blanco Encalada». 

Al ver el «Blanco Encalada» el peligro del «»Matías» Causiño”, viró rápidamente al sur para interponerse entre el monitor peruano y el transporte chileno, al mismo tiempo que éste torcía presuroso rumbo al Este, con dirección a la bahía y emprendía la fuga a toda fuerza de sus máquinas. 

La maniobra del «Blanco Encalada», aunque embarazó los movimientos del «Cochrane», que se vio obligado a virar en redondo, quedando a 1.200 metros del «Huáscar»; evitó que el «Matías» fuera víctima del enemigo. 

El «Huáscar» al notar la presencia del «Blanco Encalada», varió su rumbo más al Oeste, alejándose del «Matías»; y el «Blanco Encalada», al mismo tiempo que le dirigía nutridos y certeros disparos, le dio una arremetida con el espolón. Con su buen gobierno, evitó el buque enemigo el choque del «Blanco Encalada» que pasó casi rozándole la popa. Eran en esos momentos eran las 10.30 de la mañana  y el combate duraba ya una larga hora. 

Al virar el «Huáscar» hacia el Norte se encontró frente al «Cochrane», intentando los defensores del Huáscar un último y extremo recurso, enderezaron la proa en dirección a él, y embistieron a toda fuerza de su máquina. 

Los dos buques estaban a una distancia de 300 metros y al notar el comandante La Torre la maniobra del enemigo, le puso también la proa y avanzó a su encuentro. Durante algunos minutos pudimos contemplar embargados  aquella grandiosa escena en que las naves luchadoras semejando en esos momentos  dos toros bravíos y furiosos, se acercaban por momentos más y más, dispuestas a darse la última arremetida que habría sido muerte segura para ambas. Pero a pocos metros del punto de reunión, flaqueó el arrebato del «Huáscar» y torciendo a estribor, pasó rozando con el «Cochrane», costado con costado. En esos momentos  el enemigo disparó  este  buque dos cañonazos, casi  a  boca  de  jarro, aunque con  tan mal tino  que  pasaron  por  alto, a pesar del enorme blanco de nuestro blindado y fueron a rebotar a gran distancia.  

Desde este momento, las 10. 35 de la mañana el combate no fue ya más que una especie de lenta agonía del maltratado «Huáscar» que sólo por instinto parecía huir de nuestros buques, sin siquiera tratar de oponer resistencia. A esta hora tenía su proa al sur y huía en esa dirección, pero acosado de cerca por los dos blindados, que lo cañoneaban sin cesar, y haciendo fuego  muy de tarde en tarde y sin fijeza, pronto se vio acorralado por ellos y obligado a detenerse. 

Entonces, en medio del torbellino de humo de los cañonazos, vimos por un instante que el Huáscar se dirigía hacia el Oeste y poco después a las 10.40 de la mañana huía a toda prisa hacia el norte. Parecía estar sin gobierno y describía un gran círculo sobre su costado de estribor. A las 10.53 se ponía al alcance de los cañones de la «Covadonga» que no desperdició la ocasión de largarle un tiro y dos minutos más tarde a las 10.55  cayó prisionero. 

Inmediatamente, habiendo detenido su marcha, se arriaron los botes del «Cochrane» y del «Blanco Encalada» para ir a tomar posesión del buque. 

Los Oficiales del Cochrane fueron recibidos por el teniente 1ª Señor Gárezon que tenía en esos momentos el mando del «Huáscar» e inmediatamente acudieron a custodiar la máquina y la Santa Bárbara haciéndose notar el señor Warner por la actividad y oportunidad de las medidas que adoptó. Pocos minutos después abordaba también al «Huáscar» un bote del «Blanco Encalada». Llevaban 15 marineros y 15 soldados de la guarnición del «Blanco Encalada» y una bomba para apagar los incendios que pudiera haber en el buque, la que prestó excelentes servicios. 

Al abordar el «Huáscar»  el primer bote chileno, estaban todos los oficiales peruanos sobre cubierta, pero ninguno de ellos entregó su espada, porque momentos antes las habían arrojado al agua, Algunos de ellos entre los cuales se cuenta el oficial de la guarnición, gritaban “Los peruanos no se rinden”. El capitán Peña iba animado de la intención de dejarlos en posesión de sus espadas, pues bien lo merecía aquella porfiada resistencia, les dijo en tono seco: Tienen Uds. cinco minutos para embarcarse en el bote. Todos se apresuraron a cumplir aquella orden, aunque un oficialito llegó al «Blanco Encalada» echándola de loco y gritando ¡El Perú no se rinde¡ 

Los ingenieros peruanos habían recibido orden de echar a pique al buque dejando las válvulas abiertas, y cuando el Teniente  Simpson llegó allí ya estaban anegando la máquina. 

Era verdaderamente aterrador el espectáculo que presentaba el buque. La cubierta y sobre todo a popa y proa, no era más que un montón informe de despojos, trozos de madera, v cascos de granadas pedazos de hierros de las falcas u obra muerta del buque, gorras y vestidos de marineros, cabos rotos, astillas de mil formas y tamaños y todo surcado por regueros de sangre, que en algunas partes formaban verdaderos charcos. En el interior eran aun más terribles los destrozos. La cámara de los oficiales situada a popa del buque y donde se había instalado el hospital de sangre, no era más que un hacinamiento de cadáveres, de menudas astillas, de medicamentos, de vasijas, de miembros humanos y de toda clase de restos, como que aquella fue la parte más expuesta a los tiros de los blindados chilenos. 

En el departamento de la máquina, no eran menos desoladores los desastres; los estrechos pasajes que comunicaban ese departamento con  los otros de proa, estaban de todo punto impracticables, (sic), porque desde el piso al techo se hallaba repleto de escombros. 

Por todo el interior del «Huáscar» no se podía dar un paso sin tropezar con algún resto humano y materialmente se chapoteaba en la sangre. 

La estrechez del buque, unida a la buena puntería de nuestros artilleros y el excesivo número de tripulantes que tenía a bordo, 204, explica el gran número de muertos que tuvo en el combate. El número de estos no ha sido aún averiguado con fijeza. Esta enorme mortandad y aquellos terribles destrozos, fueron sin duda alguna, causa de las escenas de desorden que tuvieron lugar a bordo del «Huáscar» durante el combate. 

Aunque los oficiales del buque se han concentrado para afirmar lo relativo a la cortadura de la driza la primera vez que el «Huáscar» arrió su bandera, la verdad es que algunos tripulantes aseguran que partió de un oficial la orden de arriarla, en circunstancias en que, muertos los tres jefes, se encontraba el Huáscar sin comandante. Agregan que al ver esto el Teniente 1ª Señor Gárezon, que es uno de los prisioneros y él que tenía el mando al tiempo de rendirse, reunió a sus compañeros, y recordándoles el ejemplo del Comandante Grau y sus últimas palabras que fueron para recomendarles que no se rindieran, logró hacer cambiar de opinión a los que no querían continuar resistiendo, y mandó de  inmediato de nuevo a izar la bandera. 

 

Las principales averías del «Huáscar» son las siguientes: 

En el Castillo.- Dos balazos que destruyeron los pescantes de las anclas, las bitas del bauprés y destrozaron toda la parte superior. 

En la torre. Uno que después de romper las planchas de blindaje dio en el muñón de la derecha del cañón del mismo lado, destrozó la guardera y mató diez hombres. Otro que también perforó la torre, rompiéndole los baos y desquiciando tres planchas de blindaje. Otra granada barrió por completo con los nuevos sirvientes de los cañones. Otra penetró 1 ¾ de pulgadas y desquició una plancha y un gran número de rasmilladuras causadas por los cascos. 

Costado de babor.- Frente a la torre una granada en el canto del blindaje, que hizo explosión allí, matando varios hombres en la cubierta. 

Torre de combate del comandante.- Dos cañonazos que la destrozaron por completo. 

Chimenea. Dos agujeros de bala de cañón e innumerables de ametralladora y rifle.

Cabestrante.- El que sirve para levantar anclas, desapareció por completo. 

Falcas.- Destruidas y retorcidas en gran parte.

Pañoles de timoneles de popa.- Desaparecieron por completo.

Botes.- No quedó ninguno. Los pescantes de un bote, cortados 

A popa.- Cuatro balazos  destruyeron otras tantas veces los guardianes del timón. Estos mismos destrozaron por completo  las cámaras del comandante y oficiales. Seis baos de la cámara del comandante, rotos. 

Costado de estribor.- Uno que penetró en el departamento de la máquina, sin causar daños en ella, pero destrozaron los camarotes de los ingenieros. 

En la cubierta.- Uno frente a la chimenea, a estribor, no penetró. Otro a babor, a proa de la torre, que hizo grandes estragos en el interior del buque. Otro a proa del palo mayor, que no penetró. 

Como se ve, fueron terribles los efectos causados por los proyectiles de nuestros blindados., y algunos prisioneros dicen que estaban muy lejos de  figurarse tamaños destrozos. La granada Palliser que fue la que exclusivamente usaron nuestros buques, ha confirmado con ésto su terrible reputación 

Los tiros más notables por el efecto producido fueron: uno que cortó a cincel en la caña un cañón de a 12 libras Armstrong del lado de babor, el primero que dio en el reducto del comandante y que perforándolo  por babor en todo su espesor de tres pulgadas de blindaje, cinco de masera y un forro  interior en forma de almohada para amortiguar el ruido de los disparos, tuvo todavía fuerza suficiente para arrancar por completo, el lienzo de pared del lado opuesto y echarla sobre cubierta a algunos  metros de distancia, y por fin, uno de los dos que perforaron la torre de los cañones, el que tuvo aun poder para romper las guarderas del cañón y  para haber ido a estallar en el lado opuesto de la torre. 

El «Blanco Encalada»  disparó durante el combate 28 tiros, todos con sus cañones de grueso calibre y empleando granadas Palliser de acero enfriado. 

El «Huáscar» alcanzó a hacer de 40 a 45 disparos con sus cañones de 300 y unos cinco o seis con los de cubierta, fuera de los tiros de ametralladora y de rifle cuyo número no se ha podido calcular. 

El «Cochrane» tiró 45 cañonazos con sus piezas de grueso calibre, 12 con los de 20, 16 disparos con los de 7 libras y unos mil disparos de rifle. 

Uno de los primeros cuidados de los oficiales que abordaron al «Huáscar», fue el recoger y reunir  los restos mutilados del valiente y caballeresco comandante Grau.

Todo lo que pudo encontrarse después de muchas pesquisas, fue el pie derecho con una parte de la pierna, algunos dientes y una parte del cráneo, todo lo cual fue cuidadosamente embalsamado por el doctor del «Blanco Encalada» y después encerrado en una lona, para ser enviado a su desventurada viuda. (Nota: esto no se cumplió) 

Cuando se tomó posesión del «Huáscar», uno de los primeros cuidados de los captores fue apagar los incendios que los disparos de los blindados habían causado en distintas partes y en cuya  operación prestó inapreciables servicios la bomba llevada en el  bote  del «Blanco Encalada». 

La torre de combate del comandante, era una enorme hoguera que amenazaba comunicar el incendio al interior de la nave. La paja del colchón interior se había incendiado con la explosión de los proyectiles y comunicado el fuego al maderamen del blindaje y a los trozos de madera esparcidos por la cubierta. Fue necesario, pues, atacar con vigor al nuevo enemigo, tanto en esta faena como en las que demandaron otros cuatro incendios en distintas partes del casco y que amenazaban tomar cuerpo. El comandante Peña y su gente hicieron prodigios de actividad y acierto. 

Al fin, al cabo de dos horas de trabajo rudo, quedó el «Huáscar» libre de toda amenaza y se pudo dedicar la atención a otras faenas. 

Las averías que sufrió el «Cochrane», que fue el que sostuvo  lo más recio y la mayor parte  del combate, estuvieron muy lejos de estar, ni relativamente a la altura de las que sufrió el «Huáscar». 

Una de las balas del monitor dio a popa de la batería, en el blindaje y rebotó sin hacer daño. Otra se llevó el pescante de la gata de babor. Una tercera penetró por la aleta de estribor, después de rebotar en el blindaje del reducto de babor, en su trayecto destruyó el cubichete de la cámara de oficiales, la botica, la camiseta del cubichete de la máquina, las mamparas y parte de la cantina del comandante y la puerta de la cámara  de guardias marinas, sin embargo, no hizo explosión y como una curiosidad se guarda “vivita” en el «Cochrane». 

Otra que produjo en el buque un daño más serio que las anteriores, fue la que dio en el costado de estribor, en el centro de la plancha superior del reducto. Dejó su forma estampada en ella y removió toda la plancha. 

Otra bala dio más arriba del blindaje, a proa a estribor, se llevó la cocina, rompió un estallador y cayó después sobre cubierta, donde hirió a algunos hombres. 

Un sexto proyectil dio en la jarcia mayor, cortando un obenque y un cabo de maniobras; un séptimo proyectil dio en la jarcia de mesana a babor, cortando parte de la maniobra  

Los tiros  de ametralladora y rifle, perforaron algunos botes y el tubo de escape. La chimenea tiene 22 agujeros del rifle

El «Blanco Encalada» no recibió el más leve rasguño, durante todo el combate.  

Volvamos ahora a la «Unión» que dejamos abandonada por el «Cochrane» al principio del combate y perseguida únicamente  por la “O’Higgins”. 

A las 9.50 de la mañana, en circunstancias de que el «Cochrane» estaba empeñado en lo más recio del combate con el «Huáscar», y cuando el «Blanco Encalada»,  no se hallaba en posesión ni aun de tomar parte en esta refriega; la «Unión» se encontraba a una diez millas de los blindados y a unos 6.000 metros de la “O’Higgins””. En ese momento la corbeta chilena, al mismo tiempo que continuaba en su persecución hacia el norte, disparaba un cañonazo de desafío a su enemigo, pero éste siguió hacia el norte, 

El «Loa» que se encontraba entonces a unas diez millas de la O’Higgins” hacia el sur, calculando que ya era inútil su presencia en el lugar del combate, puso también proa al norte siguiendo la estela de la «O’Higgins» y comenzó a forzar la máquina con la intención de alcanzar a la «Unión» y obligarla aceptar combate con la nave chilena. García y García (comandante de la «Unión»),corría y corría a más y mejor, fingiendo no haber oído el cañonazo, a pesar de que los blindados ya se habían perdido de vista y que, aun cuando se hubiesen destacado inmediatamente en su búsqueda, no podían llegar hasta ella, sino después de tres o cuatro horas de su caza, tiempo demasiado para definir la contienda con la «O’Higgins». A las 2.y 22 de la tarde estaba el «Loa» a unos 4.000  metros de distancia por la popa de la «Unión», mientras la «O’Higgins», se había quedado unas diez o doce millas atrás. Entonces el «Loa» para obligar a la «Unión» a que le presentara combate, hizo un disparo con el cañón de proa, cuyo proyectil cayó a poca distancia del costado de estribor de la corbeta enemiga. Al ver este desafío, el buque peruano pareció sacar fuerza de flaqueza y continuó con más desesperación su fuga. En ese momento el «Loa» viraba hacia babor para hacer fuego con su cañón de 150 libras, pero notando el comandante Molinas (del «Loa») que para disparar con este cañón se veía obligado a perder mucho camino, continuó haciendo fuego con el cañón de proa. A las 2,30 y 2.40 disparó el «Loa» dos nuevos tiros. A esa hora el comandante Montt de la «O’Higgins», temeroso por la suerte del «Loa» al ver el arrojo del comandante Molinas, hacía a este buque señales con bandera y con espejos, a causa de la gran distancia para que no comprometiera más su buque y detuviese su marcha, En efecto, el buque pequeño (La «Unión») habría podido torcer rápidamente hacia el sur, hacer frente al «Loa» con sus catorce cañones y echarlo a pique o inutilizarlo en media hora de combate, quedándole aun tiempo suficiente para escapar de la «O’Higgins». Pero el «Loa» continuó avanzando siempre y a las 3.17 disparaba contra la «Unión» un nuevo cañonazo. La «O’Higgins» se había quedado tan atrás, que temeroso el «Loa» de perderla de vista, al caer la tarde se decidió a esperarla, convencido de que la «Unión» no haría frente. Los buques chilenos habían llegado a la altura de Huanillos y a las siete de la noche, torcían su rumbo al sur, mientras la «Unión» se perdía de vista por el norte. 

Cuentan los prisioneros algunos rasgos del comandante Grau, que hacen aún más lamentable su muerte y más simpática para nosotros su memoria. Durante el combate de Antofagasta, a cada instante recomendaba a sus artilleros que no hicieran daño a la población y que se limitasen a disparar únicamente sobre los buques y los fuertes.

Fueron terribles los efectos de las ametralladoras chilenas. Con los 450 disparos que con esta arma hizo el «Cochrane», barrió por completo la cubierta del «Huáscar», siendo tan terribles sus efectos, que todos los tiradores de la cofa de este buque y los hombres que estaban a cargo de la ametralladora peruana, fueron muertos por nuestros proyectiles. 

Ha terminado de esta manera gloriosa para Chile el primer combate entre blindados y artillería moderna, que registra los anales de la historia contemporánea.  

No hay duda que esta prueba es decisiva respecto del empleo de los proyectiles de cabeza acerada (Palliser), para romper planchas de blindaje, y una nueva recomendación a favor del cañón Armstrong que fue exclusivamente empleado por los combatientes. Esta clase de artillería ha confirmado todas las cualidades que se le atribuían, como precisión, largo alcance y fuerza de penetración del proyectil  y sus terribles efectos podrán pronto apreciarse en Valparaíso por los especialistas, al ver los flancos del «Huáscar» y sobre todo su torreón perforados como a barreno. Esta prueba ha dado también muy felices resultados para los buques de batería circular, como la de nuestros blindados, pues el «Cochrane» no se vio obligado un momento a desviarse del camino del «Huáscar», para perseguirlo, al mismo tiempo que le hacía continuado fuego con sus cañones de proa, mientras este buque (el «Huáscar») se veía en la precisión de presentar su costado para hacer fuego, y perdía por lo tanto mucho camino. Además, examinando la colocación de los cañones de la torre, se ve que sus artilleros (del «Huáscar» ) necesitaban ser sólo una especie de máquina para apuntarlos, porque difícilmente podían mirar el objetivo, de manera que se apunta como por carambola. Pero debemos agregar que el aparato que mueve la torre, ha demostrado increíble estabilidad, pues a pesar de los terribles estragos que sufrió y de haberse desquiciado varias planchas, ésta gira aún con entera facilidad y se halla en situación de sostener un combate. Sin embargo, las ventajas quedan siempre para nuestros blindados, cuyos cañones pueden apuntar mejor (y mejor apuntaron en efecto) y disparar sin pérdida de tiempo en cuanto están cargadas las piezas, cosa que en el «Huáscar» no es posible hacer, porque hay que estar moviendo a cada rato la torre. 

 

Lo que dice el historiador chileno Inostroza 

El historiador chileno Jorge Inostroza, da a conocer como el omandante Grau, dio las órdenes precisas cuando se vio encerrado entre los seis buques chilenos y no podía dirigirse a mar adentro para escapar por tener sólo 15 toneladas de carbón. Luego dice Inostroza: “ Cuando los barcos  estuvieron a una distancia de 2.900 metros, el jefe del «Huáscar» dio a los artilleros la orden de alistarse, mandando que los cañones de la torre apuntasen a las baterías de proa para eliminar a sus sirvientes y desmontar las piezas. La batería Nª 3 de popa, debía apuntar bajo la línea de flotación. Después de un momento de pausa y aprovechando una calma de las olas dio la voz de fuego. Los dos grandes cañones de la torre blindada dispararon al unísono, la pequeña pieza de popa lo hizo un segundo después. Los proyectiles de 300 libras rasparon  la chimenea del blindado chileno y fueron a caer por la aleta de estribor a un costado de la estela”. 

Bajar las alzas¡  ordenó el almirante, inmutable y los sirvientes ingleses se aprestaron para una segunda andanada. ¡Atención......fuego¡ gritó Grau y las gruesas balas describieron su mortífera parábola. Uno de los proyectiles dio en el pescante del ancla del «Cochrane» y los otros levantaron turbiones de espuma en el mar.  

¡Prepararse para una tercera andanada¡ volvió a gritar el almirante, viendo correr sobre la cubierta enemiga a los sirvientes de los cañones; y dando tiempo apenas para cargar los cañones, de la torre blindada, ordenó la descarga. Esta vez el efecto fue visible. Una gran nube de vapor escapó por un costado del «Cochrane» y el blindado se bandeó notoriamente. El teniente Ferré saltó alborozadamente, ¡Bravo, le dimos, exclamó y los artilleros se felicitaron a gritos, Le hemos destrozado la máquina, comentó satisfecho el almirante Grau y acto seguido dio orden de poner proa directamente al norte, confiando en que el blindado chileno ya no podría perseguirlos. Quizá logremos salir, después de todo, agregó ¡A toda máquina al norte¡ 

Pero el comandante Latorre no estaba dispuesto a dejarlo escapar tan fácilmente. En medio del desconcierto que provocó el impacto del monitor, mantuvo la serenidad para  ordenar que se aprestaran todos los cañones de la banda de estribor, en tanto que el segundo comandante Miguel Gaona, medía la magnitud de los daños. 

-Un proyectil, parece que dio en la máquina y otro rebotó en el blindaje de una batería provocando la trepidación del barco, le había dicho antes de descender a la setina. 

Sin preocuparse más de la máquina y absorto  por completo en el temor de que el «Huáscar» se le arrancara, el comandante Latorre acudió junto al teniente Juan Simpson que dirigía una de las baterías de proa. Creyendo que nos han inutilizado, dijo apresuradamente, van a intentar, salir hacia el norte. ¡Obsérvelos, hay que detenerlos a cañonazos, antes que aumenten la distancia. Disparen contra sus puntos vitales: timón, torre de guerra, puente de mando......Hay que detenerlo... ¿Me comprenden artilleros?. Todos los sirvientes de las piezas de proa aprobaron  decididos y se inclinaron sobre los tubos de sus cañones. La orden del teniente Simpson fue precisa: Apuntar sobre la torre de combate, ¡Atención...fuego¡. Cuatro cañones dispararon uno detrás de otro atronando el espacio. Durante unos segundos se sintió silbar los proyectiles en el aire y enseguida, una apagada  explosión brotada en el «Huáscar», respondió como un eco. Uno de los gruesos proyectiles había dado de lleno en la torre de combate provocando la explosión de una de las balas que tenía en sus brazos un artillero. Los doce hombres que dirigían la torre de combate, volaron hechos polvo. 

El comandante Latorre, ordenó una segunda descarga. Apuntar sobre el timón y piezas de gobernalle, advirtió antes de dar la voz de fuego. En ese instante el segundo comandante Gaona volvía a subir a cubierta y lo interrumpía para decirle; Me comuniqué con las máquinas comandante Latorre, no hay daños. El escape de vapor se debió a la brusca  inclinación que sufrió el barco al recibir la descarga. ¡Magnifico¡ Aplaudió Latorre  

- Timonel  once, hacia el Este. ¡Vamos tras la estela del monitor! Y enseguida ordenó ¡Fuego¡ Un feroz chivateo de alegría  corrió por el «Cochrane» al observarse los efectos de la descarga. El monitor cogido por la popa, comenzó a girar visiblemente sin control. ¡Se fregó el «Huáscar»¡ comentó Latorre con una sonrisa crispada. Le dimos en el timón ¡Artilleros, rápido, volver a cargar las piezas¡ 

A bordo del monitor, comenzaba a reinar la inquietud. Uno de los proyectiles había cortado el guardín del timón y la nave estaba sin gobierno. Que los ingenieros lo reparen en el acto- dispuso el comandante Grau sin perder la calma, para no asustar más a su ayudante, que lo observaba desencajado.! Aún nos distancian mil setecientos metros! Rápido, rápido teniente ¿Qué hace Ud. que no se mueve? El teniente (Ferré) lo contempló atónito, paralizado.- Perdóneme Señor- tartajeó por fin- que serenidad la suya. ¡Nos están despedazando y Ud. sigue imperturbable¡ -¡Basta de tonterías ayudante¡ exclamó  el señor Grau sin exaltarse- Corra a ordenar la reparación del timón. 

Pero en cuanto el teniente hubo desaparecido hacia popa, el almirante se asomó  fuera de su torre de mando y llamó al segundo comandante, haciéndole señas de subir al puente. - Escúcheme bien capitán Aguirre- le dijo cuando estuvo a su lado-   Los artilleros del «Cochrane» están demostrando una puntería terrible. Creo que nos pueden causar daños irreparables. Aún más, creo difícil que podamos salir de esta situación. Pero, óigame bien Ud. que es el que debe de tomar el mando en caso de que yo sea eliminado: este barco no coronará su carrera de triunfos con una rendición ¿Me ha comprendido?. Mientras yo o Ud. capitaneemos el «Huáscar», no habrá rendición. 

El capitán Elías Aguirre afirmó con una inclinación de cabeza, gravemente.

¡Bien, que los artilleros sigan disparando de preferencia contra las baterías enemigas ¡

-Usted ordena señor.

Pronto el «Huáscar»  estaba envuelto en un conjunto horripilante de estampidos. Los gruesos cañones de su torre blindada y de sus baterías de popa respondían incansablemente el fuego enemigo, mientras los ingenieros luchaban por romper la cadena del timón.

El teniente Ferré regresó después de promover el arreglo del timón, y miraba a su comandante desde abajo. El almirante estaba parado sobre un enrejado de hierro y a través de los barrotes se veían las suelas de sus botines. -Ya está reparado el guardín del timón, le comunicó el teniente con voz trémula ¿Volvemos apegarnos a la costa?. - No ayudante, le respondió la voz lejana del jefe, impregnada ahora de una profunda melancolía y de un fuerte fatalismo.- seguimos a toda máquina hacia el norte. Allá está nuestra patria. Allá nos esperan. 

En aquellos instantes, los tres cañones de estribor del «Cochrane», se enfocaban siniestramente sobre un mismo punto: la torre de mando del «Huáscar». Como adivinándolo, el almirante Grau se inclinó de pronto hacia la reja sobre la cual asentaba sus pies y llamó al teniente Ferré con tono paternal: - Ayudante, ¿está Ud. allí? - Sí, señor almirante, le respondió el muchacho emocionado  -Empínese  en la punta de los pies y deme su mano Diego. El jefe del «Huáscar» se agachaba para meter su mano entre los barrotes y estrechar la de su ayudante, que estiraba la suya hacia lo alto, cuando sobrevino el terrible impacto de los tres proyectiles del «Cochrane». Uno entró de lleno en la torre de mando y con espantoso ruido de fierros destrozados y de esquirlas que chocaban contra la cubierta y contra los mástiles, salió por la otra banda del barco. El almirante Grau alcanzado por la mitad del cuerpo, reventó pulverizado. El teniente Ferré sacudido por la terrible conmoción que provocó el estallido del proyectil, quedó muerto instantáneamente en su sitio. Un impresionante alarido, en el que se mezclaban las voces de los heridos, conmovió al barco. El capitán Elías Aguirre trepó a la carrera a la torre de mando y se quedó alelado. Dentro de ella no quedaba ni rastros del almirante, sólo una enorme mancha de sangre. Pero de pronto desde cubierta se alzó un grito desgarrador. El teniente Palacios se inclinaba espantado sobre un cuerpo caído hacia el lado de estribor. Era un pie, sólo un pie calzado con un botín negro. Y en aquel momento, el capitán Aguirre, hacía otro descubrimiento pavoroso. ¡Miren! ¡Miren¡ exclamaba estremecido indicando con una mano, un trozo del tabique que estaba detrás de la torre de mando. Frente a sus dedos se extendía una gran mancha de sangre y en medio de ella, rodeados por trozos de masa encefálica, estaban clavados los dientes del almirante Grau. Así, en el puente de mando del Huáscar, en donde se le vio siempre, solitario y victorioso, verdadero señor del mar, había caído para siempre el almirante Miguel Grau, fiel al cumplimiento del deber hacia su patria. El mar recibió en su seno los restos de su cuerpo pulverizado, como si el destino hubiera querido guardarlo entre las olas. 

La suerte del «Huáscar» parecía sellada. Y quizás en aquella hora 8.10 de la mañana, era el resultado de la guerra total el que se estaba decidiendo. El monitor que se había burlado de toda la escuadra chilena, había quedado ya sin alma, sin cerebro director. 

Rápidas como el viento corrían las naves entonces frente a punta Angamos, extremo de la bahía de Mejillones. Muy lejos se veía perderse a la corbeta «Unión», la consorte infiel que abandonaba a su compañero de campañas, en el momento de peligro. La perseguían el «Loa» y la «O’Higgins», mientras tras del «Huáscar» se ensañaban, robándole la distancia, cable a cable, el «Cochrane» y el «Blanco Encalada». 

Sobre la cubierta del primero de los blindados se procedía como en un día de maniobras. La voz del comandante Latorre sonaba tan clara y potente, que hasta el capitán Elías Aguirre, nuevo comandante del «Huáscar» podía oírla, cuando ordenaba: - Artilleros, sobre las baterías y sobre la rueda de gobierno, ¡apunten.....fuego! 

Los seis cañones de 250 libras del «Cochrane», se descargaban en sucesivas andanadas y barrían la cubierta enemiga. El capitán Elías Aguirre fue tronchado en dos por uno de esos proyectiles y quedó convertido en una masa sangrienta  junto a la torre de combate. Por sucesión de antigüedad tomó el mando el capitán Melitón Carvajal, quien comenzó a dirigir la defensa desde cubierta, junto a la entrada de la cámara de oficiales. - Llame a mi lado al teniente Pedro Gárezon- ordenó al ayudante teniente Enrique Palacios, al asumir el mando. Y éste corrió hacia popa en donde estaba el oficial solicitado, que dirigía los tiros de una pieza pequeña de la aleta de babor.  - ¡El capitán Carvajal te llama!, le gritó Palacios sobreponiendo su voz al estruendo de las detonaciones.- Ha muerto el capitán Aguirre y él ha tomado el mando. Si cae también, a ti te corresponderá seguir defendiendo al «Huáscar».- ¿Seguir defendiendo?- protestó alteradísimo el teniente Gárezon-

-¿Acaso no se dan cuenta Uds. de que es imposible esta defensa?- Los artilleros del «Cochrane» están tirando al blanco con nosotros. Destrozaron la torre de mando, la torre de combate, la rueda de gobierno, el telégrafo para dar ordenes a las máquinas, los guardines del timón.....- ¡Calma Gárezon ¡le espetó el ayudante sacudiéndolo de un  brazo, pero su compañero estaba muy excitado.- ¡Calma, calma¡ seguía vociferando - ¿Porque no abrir las válvulas de una vez  y hundirnos todos honrosamente, con nuestro buque? dijo Gárezon.. - Si la tripulación estuviera siquiera formada únicamente por peruanos, podríamos pensar en terminar todos heroicamente, pero gran parte de los artilleros son ingleses, son mercenarios. ¿ Obsérvalos como se cuchichean en su enrevesada lengua!.- Les adivino el pensamiento. A ellos no les importa la honra del Perú. Cumplen con su deber de guiar el barco y disparar los cañones, pero no cometamos la estupidez de pedirles que rindan la vida en defensa de nuestra bandera. 

Con estruendo ensordecedor, una granada le cortó la palabra. Los gruesos proyectiles cayeron de lleno en la obra  muerta del monitor y barrieron los compartimentos de cubierta. Una bala arrancó de cuajo los mamparos de la cámara de oficiales, justamente en el sitio en que estaba el capitán Carvajal. Los dos oficiales se volvieron al mismo tiempo y miraron hacia allí. Luego corrieron alocadamente sobre cubierta. El capitán Carvajal cayó luego, manando sangre por una ancha herida en el costado. Palacios y Gárezon se arrodillaron a su lado. -Fue una de las esquirlas de la granada; murmuró el herido, ahogándose de dolor y haciendo un último esfuerzo, alzó los ojos hacia el teniente Gárezon, diciéndole: tome Ud. el mando teniente. No rinda el barco...no lo rinda. El ayudante Palacios se volvió hacia su compañero y le clavó una mirada dura, mientras sentenciaba: El Huáscar tiene una trayectoria gloriosa que no admite la rendición ¿No es verdad Gárezon? El aludido se irguió pálido como el marfil y asintió mordiéndose los labios pero con gesto decidido - Descanse tranquilo capitán Carvajal. ¡Marineros, conduzcan al comandante al entrepuente! Dos hombres se acercaron presurosamente al herido y tomándolo de brazos y piernas se lo llevaron al interior del barco. 

El teniente Pedro Gárezon, siguió dirigiendo la defensa del monitor, con un estoicismo impresionante. Había logrado la más difícil victoria: la de vencer su propio instinto de conservación. Moviéndose de un extremo al otro del barco, alentaba a los artilleros a contestar el fuego. Pero, mientras mayores daños causaban los disparos chilenos, más  inminente era la deserción de los tripulantes ingleses. 

Para colmo de males, repentinamente, el barco, como si se rebelara contra sus conductores, se cargó de golpe sobre estribor y se cruzó sobre el rumbo que traía el «Cochrane». -Por la Virgen ya pasa otra vez, exclamó espantado el teniente Gárezon. Es el espolón que quedó torcido desde que hundimos a “La Esmeralda”, Cada vez que fallan los aparatos de gobierno, el barco se inclina hacia ese lado; y acercándose al oído del teniente Palacios, le recomendó en secreto: Permanece aquí vigilando a los ingleses, mientras yo corro a la rueda de respeto. Cruzando la cubierta a saltos, Gárezon se acercó a la rueda del timón que reemplazaba a la que destrozaron los disparos que dieron muerte al almirante Grau 

Entre tanto, el comandante Latorre, al ver que el Huáscar se cruzaba frente a su proa, frunció el seño extrañado, primero, pero reaccionó en el acto  y dio orden de acelerar aún más la marcha para coger al monitor por el medio del flanco y espolonearlo. El blindado levantando una masa de espuma, cargó vertiginosamente sobre el adversario. Pero el teniente Gárezon, empleando todas sus fuerzas en ayudar al timonel, conseguía enderezar su nave, justamente en el momento en que el acorazado enemigo les daba alcance, Logró evitar el espolonazo, pero no así la descarga  a toca  penoles de  los cañones y  los fusileros del «Cochrane». La mortandad en  el  «Huáscar», fue pavorosa. Los cuerpos volaron  por los aires despedazados  o rodaron sobre cubierta, aventados por la conmoción de la atmósfera. 

Entonces fue que los ingleses se sublevaron. Uno gritó abandonando la pieza que servía ¡Nos van a matar a todos¡ ¡Nosotros siendo ingleses no tenemos porque dejarnos matar¡ Ello bastó para que la totalidad de los artilleros prorrumpieran en protestas y se agruparon en el centro del barco, dejando los cañones El teniente Palacios sacó su revolver decidido a dominarlos, pero en aquel momento otros cañonazos disparados por la banda contraria, sacudieron al buque de proa a popa.

 Un artillero aterrado mostró  hacia popa por babor. Allí estaba el blindado «Blanco Encalada» que venía a sumarse al combate..- ¡Rendirse, rendirse¡ gritaban los ingleses y varios corrieron hacia el palo de mesana, en cuyo tope ondeaba la bandera del Perú. -¡Nadie se rinde en este barco!, vociferó furioso el ayudante Palacios, corriendo tras ellos revólver en mano. Determinado a impedirles tomar las drizas. Pero no alcanzó a cumplir su propósito. Una descarga de fusilería proveniente del «Cochrane», lo alcanzó en la mitad de la carrera y lo arrojó de bruces, haciéndolo rodar sobre su cabeza. Los ingleses cogieron las drizas que sustentaban la bandera  y comenzaron a desatar los nudos, mientras el oficial caído balbuceaba desde el suelo ¡Nadie arríe nuestra bandera! ¡Déjenla allí, a lo alto¡. Como un pájaro fulminado en mitad del vuelo, la bandera bicolor del Perú, cayó en pliegues desordenados sobre la toldilla de popa. 

 A bordo del Cochrane, el comandante Latorre dio un salto de contento al ver caer la bandera enemiga y alzando los brazos gritó a sus hombres: ¡Se han rendido¡ .....!Se han rendido! ¡Cesar el fuego!. Un vocerío delirante acogió sus palabras y al mismo tiempo los gruesos cañones dejaron de tronar. Durante unos instantes sólo se oyó el grito de las tripulaciones de los dos blindados chilenos que asomaban a la borda para contemplar al monitor vencido. 

 Pero súbitamente una figura tambaleante se alzó sobre la cubierta del «Huáscar» y marchó dificultosamente hacia el palo de mesana. Era el teniente Palacios que haciendo un esfuerzo sobrehumano (tenía 18 heridas y una en la mandíbula inferior), vencía su debilidad y acudía a izar nuevamente la bandera de su barco. Cuando la vio flameando de nuevo y hubo anudado la driza, se abrazó al palo de mesana y resbaló por él hasta el suelo, vomitando sangre. Desde la toldilla del «Cochrane», el comandante Latorre, observó la escena con el ceño fruncido. Luego se sumió la gorra hasta las cejas y con un ademán brusco ordenó al teniente Simpson, roncamente y con cierta tristeza: dispare todas las baterías contra el casco del monitor «Huáscar», merece hundirse honrosamente con la bandera al tope.

El «Blanco Encalada» había también abierto sus fuegos y las balas se cruzaban destructoramente  sobre la nave fugitiva. El desenlace no podía demorar. Los dos blindados daban alcance  visiblemente a su perseguida y disparaban sobre seguro. Pero una vez más el monitor realizó la extraña maniobra que había desconcertado a Latorre momentos antes, se cargaba a estribor y se cruzó ante la proa del «Cochrane». ¡Caramba! exclamó el comandante chileno asombrado.- Segunda vez que lo hacen y no lo entiendo.- Al espolón mi comandante, gritó el segundo Gaona. !Cierto capitán¡ aprobó Latorre y voceó: ¡Adelante, la máquina¡ ¡A todo vapor!. El «Cochrane» se lanzó recto como una saeta hacia el monitor, pero cuando estaba apenas a doscientos metros, inexplicablemente el «Blanco Encalada» que corría a parejas, desvió el rumbo y se venía encima de su compañero de persecución. ¡Cuidado mi comandante Latorre¡ alcanzó a gritar uno de los vigías.- El “Blanco” se nos viene encima. 

-¡Timonel, cierra a estribor! vociferó urgido el comandante Latorre y se aferró al pasamano de la toldilla, con los ojos fijos en el “Blanco”, que caía escorado sobre el «Cochrane». Afortunadamente, este blindado obedeció al instante  al timón y se hizo a un lado esquivando el choque con el “Blanco” 

Latorre se asomó furioso a la borda del «Cochrane» cuando los dos blindados pasaron muy próximos y gritó frenético algo que el ruido del mar cubrió. Luego volvió a su puesto murmurando entre dientes. -  

Ya hablaré con el comodoro Riveros, cuando el combate termine. 

Pasado aquel peligro, aunque los dos blindados perdieron terreno al esquivarse, se reanudaron los fuegos con mayor intensidad que antes. Abrumado por aquel doble cañoneo, el «Huáscar» llegaba al término de su carrera. Eran las 10.55 de la mañana y su situación  ya no podía ser más insostenible. Su casco estaba perforado en seis partes, la chimenea parecía una criba, sobre cubierta  rodaban sacudidos por el balanceo sesenta y nueve cadáveres.  

El teniente Palacios caído junto al palo de mesana había recibido diecinueve heridas. La desmoralización introducida por los tripulantes extranjeros llegó a su culminación a esa hora. Saltando sorpresivamente sobre las drizas de la bandera, varios de los ingleses se apresuraron a arriarla y rindieron el barco. Nadie pudo oponerse. El teniente Palacios que tenía alma de héroe, estaba caído y apenas logró gritar hacia la sala de máquinas su última orden: ¡Abrir las válvulas......!Abrir las válvulas y hundir la nave¡ 

Retorciéndose de dolor y encharcado en su propia sangre, seguía repitiendo con los ojos llenos de lágrimas de desesperación e impotencia: ¡Abrir las válvulas....morir con honra¡. Minutos más tarde el monitor «Huáscar», terminaba su fulgurante carrera de señor del mar. Arriada la bandera, abandonadas las armas, alineados los ciento cuarenta y cuatro  sobrevivientes sobre cubierta, el barco fue abordado por una lancha mandada por el teniente  1ª Juan Simpson, acompañado de ingenieros, médico y guarnición armada. 

El teniente Enrique Palacios tenía un fiel asistente de nacionalidad ecuatoriana, llamado Félix Torres, que en ningún momento se apartó de su lado y lo asistió estando gravemente herido. Lo seguiría hasta sus últimos momentos. 

Mientras los tripulantes ingleses rodeaban a Simpson implorándole que no los degollaran, pues habían oído decir que los chilenos asesinaban a sus prisioneros, el teniente Palacios volvió hacer un último esfuerzo por honrar la memoria  del almirante Grau, hundiendo el barco. Arrastrándose por una escotilla bajó a la Santa Bárbara y aplicó una mecha encendida. Cuando los ingenieros chilenos bajaron a cerrar las válvulas que estaban inundando la cala, lo encontraron tumbado en un pasillo y un hombre lo llevó a cubierta, dejándolo sentado con el dorso apoyado en un tabique. Al verlo desangrarse el teniente Simpson preguntó a uno de los artilleros ingleses: ¿Quién es ese oficial herido?. - Es el teniente Palacios, señor, respondió el mercenario, él mismo que ordenó abrir las válvulas y hundir el barco. -Y el mismo que ha puesto una mecha en la Santa Bárbara, agregó el aludido, irguiendo la cabeza en un penoso esfuerzo. - ¡Vamos a volar por los aires¡  exclamaron los artilleros aterrados, - ¡A los botes, a los botes¡ Pero el teniente Simpson hizo una seña a sus hombres y los fusiles chilenos, rodearon a los que intentaban huir. 

¡Quietos todos¡ gritó Simpson ¡Nadie baja a los botes¡ Y permaneció con las piernas abiertas, tenso, esperando la explosión. El teniente Palacios la esperaba también con los puños crispados, los ojos cerrados y la nuca apretada contra el tabique que le servía de respaldo. Y pasaron diez segundos.....veinte....treinta...esperaron todos en el más impresionante silencio y la explosión no se produjo. El teniente Palacios dobló la cabeza sobre el pecho y comenzó a llorar, comprendiendo que habìa fracasado en su último intento de hundir al «Huáscar». -Se apagó la mecha, murmuró desesperado, ¡ Mala suerte....mala suerte¡ ¡Perdón señor almirante Grau¡ 

El teniente Simpson se acercó a él y le dijo caballerosamente -Parece Ud. malherido, teniente. Voy hacerlo transbordar a mi barco para que lo atiendan allí. Segundos más tarde, dos marineros lo recogieron  en una camilla y lo embarcaron en la lancha de ordenanza del «Cochrane». 

En el mismo momento llegaba a  la cubierta del monitor, el comandante del “Blanco Encalada”, capitán de corbeta Guillermo Peña, quien venía a tomar posesión del barco en nombre del comodoro Riveros. Enterado de la muerte del almirante Grau, por  el  teniente Gárezon, le pidió lo llevara hasta el sitio donde el  bravo marino sucumbiera. Llegado al sitio manchado por la sangre  del jefe de la escuadra peruana, se volvió hacia su corneta de ordenes y le ordenó: ¡Atención, firmes¡ ¡Presenten, armas¡. Mientas los marinos chilenos, respetuosamente rígidos, rendían honores al héroe caído y la corneta tocaba el son de funerala, el comandante Peña, se descubrió y dispuso: los restos del señor almirante Grau, serán llevados en el que fue su barco, hasta Mejillones con el respeto que se mereció por sus virtudes de marino, de patriota y de caballeroso guerrero. 

 

Información Complementaria del Combate de Angamos 

A las 9,30  balas enemigas rompen la driza y cae el pabellón, siendo izado por el artillero Julio Pablo, que fue herido. A las 9.50 a.m. murió Grau; y Ferré estando gravemente herido, preguntó por Grau, e inmediatamente murió. En carta que un sobreviviente del Huáscar envió a sus padres aseguraba que una primera bomba había arrancado una pierna a Grau y que moribundo dijo: No rendirse. Fue llevado al entrepuente y allí otra bomba lo pulverizó. Años más a tarde Elías Bonnemaison otro sobreviviente del «Huáscar» dijo lo mismo  

Habría que suponer entonces, que estando Grau en la torre de mando, un proyectil le arrancó una pierna, sin matarlo y en el mismo lugar ordenó no rendirse. Sería entonces cuando un segundo proyectil, lo destrozó y unos pocos restos suyos quedaron desparramados en la cabina de mando. 

El médico Santiago Távara, resultó con una pierna rota y el rostro acribillado, pese a lo cual insistió en seguir atendiendo a los heridos. Quedó cojo de por vida. El 2do. comandante Elías Aguirre ordenó espolonear al «Cochrane» y casi lo logra. Eran las 10.15 cuando el pabellón cae por 2da vez y el artillero francés Francois Mazé sube a izarlo, fue herido y cayó al mar, siendo rescatado. Aún estaba en el mando Aguirre. Los Tenientes Santillana y Enrique Palacios son heridos y llevados al entrepuente. Palacios tenía la mandíbula inferior destrozada, y la sostuvo con un pañuelo y alfileres siendo ayudado por su fiel servidor Medina. El Mayor José Ugarteche Jefe de la Columna Constitución, de guarnición en el «Huáscar» fue herido y reemplazado por el paiteño capitán Manuel Arellano al que a las 10.30 se le acabaron las balas A esa hora habían caído sobre el «Huáscar» 30 granadas Palliser, además 16 de segmento y 12 shrapnell que habían descuajado 20 planchas de blindaje. Los chilenos habían intentado espolonear al «Huáscar» 7 veces. A las 10.45  el teniente Melitón Rodríguez, 3er. Jefe del barco, reunió a la gente y les comunicó que se habían acabado las municiones y se iba a hundir al «Huáscar». Aun mal herido, Santillana toma un pabellón, lo envuelve en una bala de cañón y lo arroja al mar. A las 10.55 paran las máquinas para hundir el barco y los chilenos aprovechan para abordarlo minutos después de la 11. La cubierta del «Huáscar» sobresalía muy poco de la línea de flotación, por eso el abordaje fue fácil. Entonces Gárezon, hace constar al teniente chileno Policarpo Toro, que el pabellón está sobre cubierta por haberse roto la driza que lo sostenía. Después Gárezon pide permiso al Tnte. 1ª Goñi, de Chile para buscar los restos de Grau, los que luego los envuelve en una bandera peruana y los entrega al chileno. 

Hay que recalcar, que el «Huáscar» no se rindió, pues tras de caer la bandera por tercera vez por haberse roto la driza, el monitor siguió combatiendo. Hay una versión poco conocida, dada por un periodista inglés que desde un barco de guerra de su nación presenció el combate muy de cerca y asegura, que los chilenos hicieron un primer intento de abordaje, pero fueron rechazados por la tripulación del monitor con hachas y revólveres y fue necesario un segundo intento, para tener éxito, lo que se vio favorecido por que la cubierta del «Huáscar» estaba muy poco por encima del nivel de las aguas.