9.- Nuestra Palabra
Y sucedió lo que
tenía que suceder. Angamos y el 8 de octubre, fueron el
lugar y el día. de la cita escogida por el Destino, para
el encuentro de Grau y sus valientes compañeros con la
Gloria.
Al igual que los
héroes y los dioses de la mitología griega o de los
grandes adalides de la legendaria Troya, Grau, llegó al
lugar donde murió, por que era un imperativo que
muriese, dentro de ese marco de grandiosidad y de
profundo dramatismo que le habían preparado los Hados
Desde el comienzo de
la guerra, la figura de Grau, tomó caracteres de
leyenda. Su nombre ligado a sus hazañas, asumió
dimensiones mundiales. La inferioridad física, de poder
de fuego y de corazas, de nuestra marina de guerra,
fueron suplidas por una tremenda fuerza espiritual de
Grau, que se manifestaba en su valor sereno y
reflexivo, en la resolución inquebrantable de cumplir
con el deber, a su sentido del honor y a sus nobles
sentimientos, que la guerra no logró avasallar.
Grau fue un hombre
fuera de serie. Nada lo heredó. Todo fue fruto de su
autoformación y de los atributos con que Dios lo adornó.
Tomó a la guerra con un sentido de lucha franca,
civilizada y humana, por eso se le llamó «El Caballero
de los Mares», como lo reconoce y lo llamó, la viuda de
Prat cuando le escribió, diciendo: “Es altamente
consolador en medio de las calamidades que origina la
guerra, presenciar, el grandioso despliegue de
sentimientos magnánimos y luchas inmortales que hacen
revivir en esta América las escenas y los hombres de
la epopeya antigua.”...”con la hidalguía del caballero
antiguo”
En una guerra, en la
que se desataron toda clase de odios, de furia y de
brutalidad; Grau puso siempre una nota de humanidad y de
nobleza, que por desgracia no sirvió de lección al
enemigo.
Al
despuntar el alba del 8 de octubre, en un recóndito
lugar del Pacífico Sur y cuando las brumas empezaban a
despejarse; el Hombre y el Destino tuvieron un
encuentro
con la Eternidad. Allí, como otro
Gólgota, el espíritu del marino deja este mundo
terrenal y físico, para ingresar a la morada de los
Inmortales.
Tras su muerte, el
Huáscar se convirtió en un despojo de hombres y de
fierros retorcidos, pero esos hombres
mutilados, desangrados y agónicos, siguieron fieles al
mandato de su Jefe, de no rendir al «Huáscar» y cuando
ya todo estaba perdido, no titubearon en ordenar el
hundimiento del barco, con todo su cargamento humano,
para en la sima de los mares, unirse con Grau.
El cuerpo de Grau
voló en mil pedazos, por que el cielo y el mar, sus
compañeros de siempre, con los que se identificó desde
niño; celosos, no quisieron compartirlo.
Todos los peruanos,
de todos los niveles y condición, fueron conscientes, de
que con la muerte de Grau, el Perú había perdido la
guerra y que el territorio nacional muy pronto sería
invadido. La gran tragedia nacional iba a comenzar,
sembrando de destrucción, caos, desolación, muerte y
luto a toda nuestra patria.
Hay épocas en que
parece que todas las fuerzas aciagas del destino, se
conjugaran, para abatirse sobre los pueblos. Son esa
clase de golpes terribles y fieros, de que nos habla
Vallejo ¡hay golpes en la vida....yo no se! Momentos
tremendos en la historia de las naciones, en que se
beben como cien Cristos de Agonía, las últimas gotas del
cáliz de amargura. Pero también algunas veces, esas
fuerzas inescrutables que rigen la vida de los hombres y
de los pueblos, se arrepienten de golpear tanto y tanto,
y a modo de consuelo, buscan reconfortar al caído
poniendo en el escenario de la tragedia a hombres
excepcionales. A predestinados que fulguran, como
estrellas que iluminan todo el firmamento. Son hombres
símbolos, que tienen la virtud de hacer olvidar
nuestros padecimientos, y hacen revivir en lo más
recóndito de nuestro ser, nuevas esperanzas, produciendo
un renacer de fuerzas, donde antes todo parecía
perdido.
El Perú, durante la
guerra con Chile, vivió una de las etapas más trágicas y
dolorosas de su historia y tuvo en Grau, al hombre
mítico y predestinado. La Guerra fue una etapa de
episodios desgarradores, de sacrificios personales
sublimes de un pueblo que luchó desesperadamente, casi
sin esperanzas y sólo por el sentido del honor y de la
dignidad; pero debemos de hacer un mea culpa y reconocer
que todo fue fruto de la imprevisión, de la ceguera de
los hombres públicos y también del pueblo, a todo lo
cual se sumó la improvisación y la incompetencia,
ambición de no pocos que antepusieron sus apetitos
personales y sus ansias de poder a los sagrados
intereses de la Patria
Fueron horas negras
que nunca faltan en la vida de los pueblos. Horas de
luto, duelo y tragedia, en donde se ponen de manifiesto
las grandes fuerzas morales. Momentos cruciales, en que
frente al anonadamiento de la derrota y cuando la
victoria se muestra esquiva, nos vemos recompensados con
la gloria. Son las noches de la Historia, que exige el
tributo de sangre joven y noble, tragando en sus
abismales entrañas, todo lo buen que puede tener un
pueblo, todas sus esperanzas, todas sus ilusiones,
dejándonos heridas tremendas que no se curan ni con el
correr de los siglos.
Selección negativa y maldita la guerra, que fertiliza
los campos con sangre generosa y viste de luto a madres,
esposas y niños, convirtiendo en una fría losa y en una
cruz, todo lo que antes fue nuestro pequeño y a la par
inmenso mundo familiar. Selección maldita la guerra, que
exige que primero llegue el caos, para que luego se
produzca el renacer de una nueva aurora, sobre un
panorama de desolación y muerte. Y así llegamos a 1879.
Recuerdo siempre doloroso para nosotros,
herida aún
sangrante, caos, destrucción, muerte y luto. Todo fue un
cortejo negativo y nefasto. Hubo imprevisión,
irresponsabilidad y hasta banalidad y frente a la
agresión criminal y al despojo territorial, el mundo fue
sólo un testigo mudo e indiferente, que no movió un solo
dedo para impedir tan incivilizada conducta del agresor.
Todo eso fue 1879.
La historia es el
relato de la verdad. No nos hacemos más grandes por
ocultar nuestros episodios oscuros, para que
afrentosamente nos puedan ser revelados por extraños.
Por eso las cosas hay que decirlas como fueron y no como
hubiéramos querido que fueran. Pero frente a todo lo
negativo que en esa guerra hubo tanto de nuestra parte
como de la parte contraria, hay que hacer una valoración
de todo lo positivo, que también es historia, como el
valor y sacrificio sin límites de los peruanos y su
lucha sin esperanza. Hay que resaltar los grandes
recursos morales que demostró tener nuestro pueblo y su
fantástico poder de asimilación a la desgracia. Pueblos
así no pueden desaparecer. Nunca fue más grande nuestra
Patria, que cuando más abatida estaba. Nunca más libre,
que cuando el enemigo hollaba su suelo, por que como
dijera Nietzche, al hombre libre se le conoce, al pie de
las gradas del tirano.
Es pues libre, no el
pueblo que plácidamente disfruta de las comodidades de
un estatus mantenido sin méritos y obtenido sin lucha y
sacrificio; sino el pueblo que con el opresor encima,
se siente libre, y lucha y muere por su libertad, por
que la libertad es más preciada, cuanto más difícil es
ganarla.
Es justo que como
peruanos, nos sintamos orgullosos de tener la misma
Patria de Grau, pero su vida y su sacrificio debe
iluminar nuestras vidas, para tratar de imitarlo y que
nos pueda servir un poco de lección. No buscar pretextos
para rehuir el cumplimiento de nuestros deberes. No
justificar lo poco o lo malo que podamos ser, echando la
culpa a otros. Hacer que nuestras reservas morales
positivas, se sobrepongan a todo lo negativo y
ancestralmente primitivo que podamos tener. Sólo así
mereceríamos llamarnos paisanos de Grau.