GRAU  El peruano del milenio

Reynaldo Moya Espinosa

Carátula

Contenido

Prólogo

Capítulo I

Capítulo II

Capítulo III

Capítulo IV

Capítulo V

Capítulo VI

Capítulo VII

Capítulo VIII

Capítulo IX

Capítulo X

Capítulo XI

Capítulo XII

Capítulo XIII

Capítulo XIV

Capítulo XV

Bibliografía

Biografía de R. Moya E.

 

CAPÍTULO X:

ANGAMOS

1.- Los últimos días en Arica

2.- Los chilenos deciden dar caza al “Huáscar”

3.- ¿Fue de Prado la iniciativa para atacar?

4.- La última noche en Arica

5.- El camino hacia la gloria

6.- Angamos según partes oficiales

7.- Angamos según los historiadores

8.- Lo que dijeron los chilenos

9.- Nuestra palabra

 

9.- Nuestra Palabra 

Y sucedió lo que tenía que suceder. Angamos y el 8 de octubre, fueron el lugar y el día. de la cita escogida por el Destino, para el encuentro de Grau y sus valientes compañeros con la Gloria. 

Al igual que los héroes y los dioses de la mitología griega o de los grandes adalides de la legendaria Troya, Grau, llegó al lugar donde  murió, por que era un imperativo que muriese, dentro de ese marco de grandiosidad y de profundo dramatismo que le habían preparado los Hados  

Desde el comienzo de la guerra, la figura de Grau, tomó caracteres de leyenda. Su nombre ligado a sus hazañas, asumió dimensiones mundiales. La inferioridad física, de poder de fuego y de corazas,  de nuestra marina de guerra, fueron suplidas por  una tremenda fuerza espiritual de Grau,  que se manifestaba en su valor sereno y reflexivo, en la resolución inquebrantable  de cumplir con el deber, a su  sentido del honor y a sus nobles sentimientos, que la guerra no logró avasallar. 

Grau fue un hombre fuera de serie. Nada lo heredó. Todo fue fruto de su autoformación y de los atributos con que Dios lo adornó. Tomó a la guerra con un sentido de lucha franca, civilizada y humana, por eso se le llamó «El Caballero de los Mares», como lo reconoce y lo llamó, la viuda de Prat cuando le escribió, diciendo: “Es altamente consolador en medio de las calamidades  que origina la guerra, presenciar, el grandioso despliegue de sentimientos magnánimos  y luchas inmortales que hacen revivir  en esta América las escenas  y los hombres de la epopeya antigua.”...”con la hidalguía del caballero antiguo”  

En una guerra, en la que se desataron toda clase de odios, de furia y de brutalidad; Grau puso siempre una nota de humanidad y de nobleza, que por desgracia no sirvió de lección al enemigo. 

Al despuntar el alba del 8 de octubre, en un recóndito lugar del Pacífico Sur y cuando las brumas empezaban a despejarse;  el Hombre y el Destino tuvieron un encuentro con la Eternidad. Allí, como otro Gólgota,  el espíritu del marino deja este mundo terrenal y físico, para ingresar a la morada de los Inmortales. 

Tras su muerte, el Huáscar se convirtió en un despojo de hombres y de fierros retorcidos, pero esos hombres mutilados, desangrados y agónicos, siguieron fieles al mandato de su Jefe, de no rendir al «Huáscar» y cuando ya todo estaba perdido, no titubearon  en ordenar el hundimiento del barco, con todo su cargamento humano, para  en la sima de los mares, unirse con Grau. 

El cuerpo de Grau voló en mil pedazos, por que el cielo y el mar, sus compañeros de siempre, con los que se identificó desde niño; celosos, no quisieron compartirlo.

Todos los peruanos, de todos los niveles y condición, fueron conscientes, de que con la muerte de Grau, el Perú había perdido la guerra y que el territorio nacional muy pronto sería invadido. La gran tragedia nacional iba a comenzar, sembrando de destrucción, caos, desolación, muerte y luto a toda nuestra patria. 

Hay épocas en que parece que todas las fuerzas aciagas del destino, se conjugaran, para abatirse sobre los pueblos. Son esa clase de golpes terribles y fieros, de que nos habla Vallejo ¡hay golpes en la vida....yo no se!  Momentos tremendos en la historia de las naciones, en que se beben como cien Cristos de Agonía, las últimas gotas del cáliz de amargura. Pero también algunas veces, esas fuerzas inescrutables que rigen la vida de los hombres y de los pueblos, se arrepienten de golpear tanto y tanto, y a modo de consuelo, buscan reconfortar al caído poniendo en el escenario de la tragedia a hombres excepcionales. A predestinados que fulguran, como estrellas  que iluminan todo el firmamento. Son hombres símbolos, que tienen la virtud de hacer olvidar  nuestros padecimientos, y hacen revivir en lo más recóndito de nuestro ser, nuevas esperanzas, produciendo un renacer de fuerzas, donde antes todo parecía perdido. 

El Perú, durante la guerra con Chile, vivió una de las etapas más trágicas y dolorosas de su historia y tuvo en Grau, al hombre mítico y predestinado. La Guerra fue una etapa de episodios desgarradores, de sacrificios personales sublimes de un pueblo que luchó desesperadamente, casi sin esperanzas y sólo por el sentido del honor y de la dignidad; pero debemos de hacer un mea culpa y reconocer que  todo fue fruto de la imprevisión, de la ceguera de los hombres públicos y también del pueblo, a todo lo cual se sumó la improvisación y la incompetencia, ambición de no pocos que antepusieron sus apetitos personales y sus ansias de poder a los sagrados intereses de la Patria  

Fueron horas negras que nunca faltan en la vida de los pueblos. Horas de luto, duelo y tragedia, en donde se ponen de manifiesto  las grandes fuerzas morales. Momentos cruciales, en que frente al anonadamiento de la derrota y cuando la victoria se muestra esquiva, nos vemos recompensados con la gloria. Son las noches de la Historia, que exige el tributo de sangre joven y noble, tragando en sus abismales entrañas, todo lo buen que puede tener un pueblo, todas sus esperanzas, todas sus ilusiones, dejándonos heridas tremendas que no se curan ni con el correr de los siglos. 

Selección negativa y maldita la guerra, que fertiliza los campos con sangre generosa y viste de luto a madres, esposas y niños, convirtiendo en una fría losa y en una cruz, todo lo que antes fue nuestro pequeño y a la par inmenso mundo familiar. Selección maldita la guerra, que exige que primero llegue el caos, para que luego se produzca  el renacer de una nueva aurora, sobre un panorama de desolación y muerte. Y así llegamos a 1879. Recuerdo siempre doloroso para nosotros, herida aún sangrante, caos, destrucción, muerte y luto. Todo fue un cortejo negativo y nefasto. Hubo imprevisión, irresponsabilidad y hasta banalidad y frente a la  agresión criminal y al despojo territorial, el mundo fue sólo un testigo mudo e indiferente, que no movió un solo dedo para impedir tan incivilizada conducta del agresor. Todo eso fue 1879. 

La historia es el relato de la verdad. No nos hacemos más grandes por ocultar  nuestros episodios oscuros, para que afrentosamente nos puedan ser revelados por extraños. Por eso las cosas hay que decirlas como fueron y no como hubiéramos querido que fueran. Pero frente a todo lo negativo que en esa guerra hubo tanto de nuestra parte como de la parte contraria, hay que hacer una valoración de todo lo positivo, que también es historia, como el valor y sacrificio sin límites de los peruanos y su lucha sin esperanza. Hay que resaltar los grandes recursos morales que demostró tener nuestro pueblo y su fantástico poder de asimilación a la desgracia. Pueblos así no pueden desaparecer. Nunca fue más grande nuestra Patria, que cuando más abatida estaba. Nunca más libre, que cuando el enemigo hollaba su suelo, por que como dijera Nietzche, al hombre libre se le conoce, al pie de las gradas del tirano. 

Es pues libre, no el pueblo que plácidamente disfruta de las comodidades de un estatus mantenido sin méritos y obtenido sin lucha y sacrificio; sino el pueblo  que con el opresor  encima, se siente libre, y lucha y muere por su libertad, por que la libertad es más preciada, cuanto más difícil es ganarla. 

Es justo que como peruanos, nos sintamos orgullosos de tener la misma Patria de Grau, pero su vida y su sacrificio debe iluminar nuestras vidas, para tratar de imitarlo y que nos pueda servir un poco de lección. No buscar pretextos para rehuir el cumplimiento de nuestros deberes. No justificar lo poco o lo malo que podamos ser, echando la culpa a otros. Hacer que nuestras reservas morales positivas, se sobrepongan a todo lo negativo y ancestralmente primitivo que podamos tener. Sólo así mereceríamos llamarnos paisanos de Grau.