6.- El último cumpleaños
El sábado 27 de julio Grau
cumplía 45 años que los pasó en Arica donde acababa de
llegar después de la captura del “Rímac”.
En ese día también despedían
al capitán de fragata paiteño Ezequiel Otoya, que durante
muchos años había acompañado a Grau y era el segundo Jefe
del «Huáscar». Se le tenía listo un ascenso, pues se le
enviaba como comandante de otro barco y tendría que
informar sobre el ensayo de un submarino que el Ingeniero
Federico Blume había inventado en Paita. Eso evitó que
estuviera presente en Angamos el 8 de octubre y se hubiera
convertido en otro héroe más. En su lugar y a pedido de Grau
fue nombrado el chiclayano capitán de corbeta Elías
Aguirre, el mismo que siendo comandante del transporte
“Chanchamayo” hacía tres años, zozobró frente a Sechura,
por lo cual fue sometido a un juicio naval, en cuyo tribunal
estuvo Grau. A Elías Aguirre le estaba también reservada la
gloria.
Una gran cantidad de marinos
y autoridades de Arica lo fueron a visitar a bordo a Grau.
Este posteriormente invitó a un pequeño grupo a una
comida, en el «Huáscar». En el grupo estaban los
representantes del Presidente Prado, su amigo el
contralmirante Montero y también estuvo el periodista y
corresponsal de “La Opinión Nacional”, Julio Octavio Reyes
que desde hacía tiempo estaba destacado en el «Huáscar». El
acto fue animado por un grupo musical de 8 marineros.
El escritor Abelardo
Gamarra, escribía años más tarde que el primer coctail se
sirvió en cubierta y el brindis fue hecho por Montero, que
recordó la vieja amistad que lo unía a Grau y las jornadas
revolucionarias que habían hecho juntos. Luego a las cinco y
media pasaron al comedor y la mesa era alegre, bulliciosa,
sin etiquetas ni formalidades. Eso se contagió hasta a los
marineros que hacían el servicio, aunque respetuosos y
exactos. En medio de toda esa alegría a veces a Grau se le
veía preocupado. Cuando el grupo reía por las bromas que se
hacían, se oyó afuera un penetrante alarido. Grau dejó la
servilleta y se levantó apresuradamente y subió por la
escalera del salón y encuentra a un grupo de marineros
agolpados en un lado de la cubierta, los que informan a Grau
de lo ocurrido. Minutos después se reincorpora al grupo y
busca de tranquilizarlos diciéndoles, que se trataba de un
viejo lobo marino que había tropezado con el casco del buque
y aullando se había retirado, lo cual para los marinos era
como signo de desgracia. Para los contertulios que no eran
marinos, la noticia no tenía interés alguno, pero en los
marinos, se notó mucha preocupación. Un civil, exclama ¡ qué
niñería¡, pero el teniente Diego Ferré en voz muy baja dice:
tengo la plena seguridad que el comandante lleva ya una como
una lágrima caída en el corazón. En efecto, desde ese
momento Grau se tornó silencioso y como recogido en sí
mismo. Se hubiera dicho que elevaba mentalmente alguna
plegaria a la dulce memoria de sus padres, una invocación
misteriosa al honor de su patria y un postrer juramento a su
bandera. Sigue contando Abelardo Gamarra “El Tunante”, que
la comida concluyó sin animación, los amigos se retiraron,
cada cual fue a sus puestos y a las seis de la tarde con
las primeras sombras de la noche, el “Huáscar levó anclas,
se estremeció orgulloso, palpitó sobre la superficie de las
aguas con aquel aliento poderoso, hendió el mar con su
quilla y dejando una blanca estela como la cauda de una
cometa, se perdió entre las sombras para no volver más,
llevando en sus entrañas, todos el corazón del Perú. Eso fue
lo que dijo el periodista, pero Grau volvería una vez más a
Arica.