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Desde sus inicios, Egipto se movió en torno a una figura central, el Faraón. El rey es la encarnación de las potencias creadoras del Universo, es la Esencia de la divinidad.
Ya en el inicio de los reinados, la imagen del rey estuvo identificada con el dios halcón Horus. Los primeros gobernantes inscribieron sus títulos en el interior de un serej. Sobre este sello, un halcón protegía el nombre real. La esencia divina en la tierra desaparecía con la muerte del rey, pues su alma ascendía hasta los cielos y se unía con la materia primigenia que había formado el cosmos y la vida. El nuevo soberano recogía como herencia los cetros del poder y con ellos la esencia divina. El linaje de la sangre se extendió durante generaciones. Una vez que el rey coronado no disponía de ese vínculo que solo la sangre otorga, necesitaba utilizar una fórmula para que ante su pueblo su esencia fuese la requerida. Para ello, se llegaron a utilizar varios medios. Uno de los métodos nos viene legado por los antiguos historiadores griegos. Ellos decían que "de manera contraria a la costumbre, han establecido una ley que permite a los hombres casarse con su hermana, pues Isis así lo había hecho..." En estas líneas, hallamos algunos puntos no correctos. En el Antiguo Egipto era normal que un hombre llamase a su mujer como "mi hermana", y al revés. El faraón, era por su esencia, un "hermano", y su esposa era, por su condición una "hermana". La mayor parte de estos matrimonios reales que se han señalado, han resultado ser matrimonio entre hermanastros ó bien si lo hacían con sus propios hermanos no fue sino como un simbolismo ritual, como es el caso de Ramsés II con sus hijas. Al respecto de los hijos reales, muchas veces se olvida de que este era un título consagrado en los tiempos gloriosos. Grandes reyes como el propio Ramsés, Amen-HotepIII ó Thutmosis IV contrajeron matrimonio con mujeres que no estaban ligadas en absoluto a la realeza. Entonces, entraba en vigor otra fórmula muy utilizada en el Antiguo Egipto.
El rey Amen-HotepIII utilizó una fórmula que ya antes habían usado otros reyes. Los tres primeros reyes de la V Dinastía, Userkaf, Sahure y Neferirkare necesitaron que el propio dios en persona fecundase a la esposa del rey, que no pertenecía a la realeza, para dar legitimidad a los hijos que habían tenido. En estos ejemplos, hallamos nuevamente grandes y sospechosas similitudes entre los textos egipcios y los textos cristianos, pues en todos y cada uno de los nacimientos divinos, se aparece un dios menor, una especie de ángel, para dar la noticia de su fecundación a la asombrada esposa. El faraón Mentuhotep I, tras los altercados producidos durante el I Período Intermedio, se proclamó Hijo de Dios y se proclamó faraón de las Dos Tierras. En otras ocasiones, como hizo la regente Hatshepsut, no solo realizó la increíble hazaña del nacimiento divino, sino que los sacerdotes fueron una ayuda inestimable para consolidar su reinado como Faraón. Entrar a valorar si Thutmosis III estuvo recluido por la mujer faraón, parece algo estúpido, puesto que no hay pruebas concluyentes de semejante cosa, así como sí hay pruebas de que Hatshepsut enseñó a su sobrino el oficio de rey, así como lo atestiguan cantidad de escenas. La acción de Thutmosis de borrar de un sin fin de lugares el nombre de Hatshepsut, ocurrió casi veinte años después de su subida al trono, y las razones son totalmente desconocidas. En ningún texto se recoge que Thutmosis ordenase la tallada de cartuchos de Hatshepsut porque había cometido algún crimen de lesa majestad ó nada similar.
Sin embargo, Ramsés II fue algo más lejos. Ramsés procedía de una familia de militares del Delta del Nilo. Su abuelo, Ramsés I había sido elegido por Horemheb para sucederlo en el trono. Ramsés II no solo decidió hacer propaganda de su esencia divina, sino que la llevó a la realidad a través de la construcción. Sus huellas se extienden por todo Egipto, Siria, Palestina ó Nubia . Las historias que recogen las hazañas de Ramsés llegan hasta el país de los Dos Ríos, el actual Irak, donde el Señor de las Dos Tierras fue protagonista de uno de los episodios más sorprendentes y desconocidos de su reinado. En otras ocasiones, los propios egipcios se encargaban de divinizar a sus reyes, familiares ó personajes cuyo nombre había traspasado las fronteras del tiempo. Uno de los casos fue el de Imhotep, no solo por sus logros arquitectónicos, sino por su capacidad como astrólogo, médico y visir del rey Djeser Neterijet. Pero no solo los estudios a los textos más sagrados convertían al hombre en divinizado, como ocurrió con Jaemwaset, el hijo de Ramsés II, sino que como ocurrió con la reina Tetisheri, el valor que la mujer tuvo en sus días la convirtió en un personaje divino tras su muerte. Teti "La Pequeña" era la madre de Iah-Hotep y abuela de Ahmosis, el fundador de la XVIII Dinastía. Fue honrada y recordada como una divinidad. De ello se encargó la gran esposa real de Ahmosis, Ahmés-Nefertari. El faraón construyó para su abuela una capilla en Abydos, y Ahmés-Nefertari se ocupó de reverdecer su mesa de ofrendas cada día; y de esta forma la reina difunta tendría siempre alimentos frescos para la alimentación de su Ka. La reina no solo mantuvo su culto, sino que la elevó al rango de divina, a consecuencia de ser el pilar que originó una nueva dinastía de reyes egipcios. Era el respeto por los antepasados, motivo insalvable e incondicional en el Antiguo Egipto. Y cuando Thutmosis I alcanzó el trono, fallece la gran reina Ahmés-Nefertari. Después de que su momia fuese depositada en su sarcófago, se convirtió en la patrona de las necrópolis tebanas, prolongando durante generaciones su carácter divino. Fueron Ahmés-Nefertari y su hijo Amen-HotepI los que forjaron el sueño del Valle de los Reyes, sueño que Thutmosis I llevó a la realidad, pero la cofradía de los obreros de Deir el-Medineh convirtieron a madre e hijo en divinidades protectoras, dándoles así un inmenso reconocimiento a la esencia divina que se ocultaba tras su persona .
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