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El poste, uno de los personajes más trascendentes del Distrito Federal



Guillermo Samperio se detuvo a reflexionar en la complejidad de la vida de los postes, esos elementos imprescindibles en el paisaje urbano.
Yo no podía imaginar que alguien pudiera ser capaz de hablar tanto y tan bien acerca de los postes. Es por esto que decidí incluir este relato en mi selección.





    "Pariente lejano de la antigua señal de caminos y nieto del farol, el poste es uno de los personajes más trascendentes del Distrito Federal. Sería injusto hablar de la ciudad desentendiéndose del poste, ese elemento fálico y obsceno sembrado por calles y avenidas. En los viajes en tren es la memoria de lo que abandonamos y el aviso de lo que nos espera, y aunque sentimos que los dejamos solos en el campo, más bien se acompañan entre sí y nos guían hasta los andenes. En pocas palabras, en la vegetación sabemos del sueño de concreto y chapopote debido a los postes, quienes no sólo se transmiten mensajes y energía eléctrica, sino que ellos mismos son mensaje y luz, de ahí su lejano parentesco con la señal de encrucijadas. Sin ellos, la humanidad se hubiera extraviado más de una vez y sus habitaciones seguirían alumbradas por llamas débiles o luces tóxicas. Son un ejército multitudinario.
    El poste es noble compañero, servicial, serio, además de otras peculiaridades que se describirán más adelante. Su filiación política es ambigua: colabora con todos los partidos. Es condescendiente con el graffiti y el anuncio de la iniciativa privada. Si pudiera hablar, contaría las historias que los grupos de amigos se aplican en las altas horas de la noche, denunciaría los crímenes que se han cometido a sus pies, o triste nos describiría la figura brumosa de los hombres desesperados que atraviesan sin rumbo definido la oscuridad pues perdieron a su mujer en una reyerta de celos y contracelos. Ah, si el poste pudiera escribir, hablaría emocionado de las mujeres de vestir provocativo que van y vuelven al mismo poste siempre con distinto hombre y sabríamos lo que platican entre ellas, lo que las hace felices o las intranquiliza. En este sentido, el poste es un espigado lince, atento y agudo ante lo que transcurre a su alrededor, pero recatado.
    No, el poste no hablará porque su naturaleza es la del silencio, un testigo sin posibilidades de declarar, centinela a veces desesperado ante la violación y la muerte. Conocedor profundo de los sentimientos humanos, deja a otros la tarea de imaginar sus historias. Esta especie de desentendimiento lo pone en la delicada situación de cómplice, persona temerosa y prudente, pero a final de cuentas protege también a la que ofrece triángulos imprecisos, al traficante de ilusiones, a los amantes insurrectos, al embozado con la capa del futuro utópico.
    En fin, como alto y delgadísimo zorro, está con el bien y está con el mal; su alma de madera, de concreto, o de fierro, puede explicarse por la sabia ambigüedad del que conserva su sitio entre la gente aun permitiéndose complicidades y traiciones inocentes. Este mustio zorro ha sabido callar, don que muchos habladores reducen al silencio. Uno entiende perfectamente que en un poste se puede tener confianza, lo que no sucede con ciertos mudos, y lo mismo escucha al desarrapado, que al vestido a la moda. Quizá alguien llegue a suponerlo petulante, pero si esto fuera verdad, lo sería con todos y cada uno y, en tal situación, se trataría de un petulante zorro melancólico.
    No cabe duda: su espíritu es complejo, tanto como la misma ciudad a la que pertenece. Y si no, pensemos en los movimientos telúricos y en los accidentes que lo perjudican y a veces lo tumban. Un poste caído es un auto aplastado, ruptura de comunicaciones, amplia oscuridad, alarma en la colonia. Sólo en esos momentos de desgracia para los postes la gente se percata de la importancia de un poste, el cual seguramente irá a dar al cementerio terrestre de los objetos inútiles, cachivacheros, sin que antes nadie se hubiera detenido a reflexionar en su complejidad y en lo necesario que es para que todo marche sobre ruedas. En este sentido, la gente prefiere tener nueve sillas, veinticuatro cucharas, o siete lápices, que un buen poste, elecciones que al poste mismo le han de parecer absurdas, en especial pensando en que él ha servido gentilmente durante años en una calle y sus habitantes nunca se dieron cuenta de que había estado ahí tanto tiempo. Pero si algún prudente lo descubre, dice: "¿A quién se le habrá ocurrido poner ese maldito poste justo frente a mi casa?" Habría que preguntarle ¿dónde querría que pusieran el estorboso poste? ¿Frente a la siguiente casa o a la anterior? Y ¿qué dirán al respecto las otras personas? Seguramente votarían porque el poste estuviera en la calle siguiente o en la anterior, absurdo que implicaría no sólo cólera en los habitantes de las otras calles, sino también reunir en la misma banqueta centenares de postes como si fuera una calle muy arbolada, lo cual resultaría catastrófico y ridículo. Pero a sabiendas de que es ignorado, vituperado, desairado, orinado, atropellado, el poste prefiere guardar silencio y seguir siendo el lince callejero, parte fundamental del paisaje urbano.
    Entre estas y otras peripecias, fáciles de imaginar, transcurre la quieta vida de los postes. Ya sabemos de sus cualidades de zorro, lince, de miedoso y recatado, de su nobleza y compañerismo, de su complicado espíritu. Pero si calla y otorga ¿qué pensamientos pasarán a la altura donde los cables se estacionan y los pájaros se detienen campantes y apacibles?
    Los de fierro y concreto seguramente añoran su antigua y turbia vida, cuando eran sólo la posibilidad-poste, la posibilidad-columna, la posibilidad-puente, entre otras. En cambio, el poste de madera añora sus raíces y sus ramas, sus flores y sus frutos, sin olvidar la cercanía de otros postes de los cuales también colgaban los verdes llorones, los verdes hirsutos, o los verdes simétricos, a cuyos pies se desparramaba la hojarasca fértil y la tierra húmeda. Quizá en esta añoranza radique la tristeza de los postes, su fatalidad, su mansedumbre, su seriedad; quizá debido a esto sean tan silenciosos, pues de una vez y para siempre perdieron las voces que en ellos habitaban y las cuales iban de un poste a otro lanzando mensajes de colores y amor propicio, de lugares lejanos y postes distintos. Quizá también por todo ello los postes se aliaron con lo abominable y presencian asesinatos sin inmutarse, se volvieron compañeros de prostitutas y alcohólicos. Sobrellevan a los perros callejeros y los adolescentes criminales, acompañan en las esquinas a los tragafuegos y a los vendedores de chucherías y de hipócritas ramos de rosas menudas. Sin este funesto destino, desde luego, otro pájaro les cantaría; pero es archisabido que en el tráfago de la vida hay sucesos que nos llegan como un corte de sierra sorpresivo.
    Sin embargo, sobre este aspecto terrible que los posee, existen los sueños reconfortantes, los sueños de abolengo y dignidad. Cuando el Distrito Federal se va sumiendo en sus meriendas y en el descanso, y la oscuridad se va haciendo densa y las calles se meten en los ruidos escasos, los postes se remiten a viejos siglos, se miran muy altos y escuchan el rechinar de las cuerdas que hacen nudo y vueltas a su alrededor y observan a sus costados las telas que reposan, preparadas a extenderse en cualquier momento. Los postes que llegaron tiempo atrás cruzando aguas ajenas de un mar estrecho y encallaron en las playas creando un panorama de centenares de postes que aguardaban sudorosos y macizos. Alarmados, una noche vieron cómo el fuego lamía los pies de uno de ellos y creyeron que la misma suerte los alcanzaría. Pero el fuego sólamente subió a esa nave y ahí murió. Luego, otra noche, cuando la tranquilidad era alumbrada por numerosas hogueras, fueron testigos silenciosos de la construcción de un gran caballo fabricado con parientes de ellos. Cuando fue terminado, vieron cómo el caballo de madera se perdía en la oscuridad. Tiempo después, bajo un sol esplendoroso y las velas extendidas, algunos regresaron hacia su lugar de origen navegando las mismas aguas ajenas, rodeados de festejos y llanto, mientras otros se perdieron en los anchos mares de una nueva leyenda"
Guillermo Samperio
Gente de ciudad
Fondo de Cultura Económica
México 1986