Manuel García-C. Gómez,            C U Q U I S    Biografía lírica de un can

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No olvides mi historia y si pasas por San Cristobal de Valdeiguña (Cantabria) no dejes de visitarme.XIV.—SUBIDA AL MORAL

      El más largo paseo que dimos, Cuquis, fue la excursión que juntos hicimos a los montes de El Moral.  Llevábamos de compañera la mansa borriquilla de la abuelita Agustina. En aquellos montes está ubicada la ermita en la que los habitantes de los pueblos de Riovaldiguña veneramos la imagen de la Virgen Santísima, bajo la misma denominación: El Moral. Buen día de sol y de luz ¿Lo recuerdas, perruco?

      La borriquilla iba cargada con velas y demás enseres precisos para celebrar, pocos días después, la fiesta de la Virgen ¿Cómo se encuentra allí aquella imagen? Dejando aparte piadosas leyendas, carentes, sin duda, de realidad histórica, podemos lanzar una hipótesis, que tal vez algún día pueda ser probada históricamente. Ya sé que a ti, Cuquis, estas historias te tienen sin cuidado. Pero vas a permitirme que te las exponga. Atiende.

      Es muy posible, y aún probable, que en tiempos viejos hubiera un monasterio donde hoy se encuentra el templo parroquial de Santa María de Riovaldiguña. Este monasterio dependería de algún otro de tierras castellanas, de mucha más importancia. Aquí tendrían unos pocos monjes y bastantes legos o conversos, que cuidarían numerosos rebaños y cabañas, propiedad del monasterio principal.

       Estos ganados estarían la mayor parte del año pastando libres por los montes; al cuidado, claro es, de los legos y conversos del convento de Santa María. Tendrían una cabaña donde recogerse; y una capilla donde cumplir con los rezos que en el monasterio tenían los monjes.

      La ermita y la imagen de la Virgen del Moral podían ser, si no las mismas que vieron aquellos legos,  sí las que sustituyeron a las primitivas. Pero a ti y a mí,  Cuquis ¿Qué nos va en que sea o no verdad la hipótesis? Allá los historiadores ¿Verdad?

      Tú y yo subimos al Moral ¡Qué majestuoso e imponente se divisaba el panorama! Se palpaba al Creador, se le sentía como algo tangible, ¿verdad? Aparecía la criatura, pequeña, muy pequeña, como minúsculo granito a arena. Todo eran cimas, a cual más altas; cubiertas de verdores espesos con matices de distintos colores, según la distinta especie de los árboles que las cubren.

      Tú no hacías caso de nada de aquello. Te llamaban más la atención los negros corvatos, que picoteaban voraces el estiércol en jugosas brañas, y, sobre  todo, los ternerillos tudancos, medio salvajes, que encontrábamos en la subida. Tú los ladrabas, corrías tras ellos, que huían ágiles y asustados, saltando por encima de los brezos y argomales. Berreaban ellos medrosos, y las madres se revolvían airadas contra ti, Cuquis, defendiendo a sus crías. Temías sus cuernos  retorcidos y afilados; y así desistías del ataque volviendo al camino. 

¡Cuánto nos cansamos, perruco! Eran muchos kilómetros de mala pista para subirlos andando un día de sol como aquel. Y tú y yo no estábamos acostumbrados ni a tan malos caminos, ni a tan largo viaje. No nos paramos ni a comer la vianda que para los dos había preparado la abuelita Florentina. Tu bebías agua en los claros arroyos para refrescar tus resecas fauces. Cinco horas empleamos en llegar a la ermita. Apenas llegados, te tumbaste en el campo, jadeante, para descansar. Sacabas la lengua larga y enroscada, siempre en movimiento al compás de tu acelerada respiración.

    Dejadas allí las cosas que llevábamos, descansamos un poco, charlando con los eventuales ermitaños. Nos convidaron con la frescura apetecida de un vaso de agua ¡Cuánto agradecimos esta atención!

    Inmediatamente emprendimos el regreso pues no había tiempo que perder. Aunque bajamos por el mismo camino, tardamos menos, pero nos cansamos más. Estábamos rendidos por el cansancio de la subida. Ya no corrías tras los becerrillos, perruco; ni marchabas delante por la orilla de las pista. Ni a tu amo le  parecía tan majestuoso el paisaje. Cosas del cansancio, perrín. Te subí varias veces a la borriquilla; no quisiste parar encima de la albarda. Te tirabas al suelo; y andando cansino, bajabas detrás, paso a paso, con tus zarpas ya despellejadas.

    ¡Qué  cansados volvimos a casa! Anduvimos casi cuarenta kilómetros, en nueve horas, un día de sol y luz, por mala carretera, si carretera puede llamarse a una pista pedregosa y áspera, en pronunciadas pendientes y pindios repechos. Nunca olvidaremos tal día.

     Apenas llegaste, bebiste de una vez el agua del cuenco de barro, que tenías en casa a la entrada del garaje; y te tumbaste a descansar. Aquella noche no  saliste a rondar por las callejas del barrio, ni a ladrar  a la luna, como tantas veces saliste.

Un atropello15 Primer Atropello.

 

Te llamabas Cuquis1
Viniste a mi casa2
Te hiciste mozo3
Tu hermana Linda4
Amigo de todos5
Las niñas6
Mariposas, Gorriones y lagartijas7
La perrita Tula8
El gato atigrado9
El perrazo Turco10
La primera salida11
A los Llares12
Un castigo 13
Un atropello15
Segundo atropello16
Camino de la iglesia17
Las tristezas del cura18
Te pusiste enfermo19
Te llegó la muerte20
La tumba21
Apéndice I.- Lápida y Flores  1
Apendice II.- La gatita Belinda  2
Apéndice III.- Tu hermano Cuquis II  3
Apéndice IV.- En Parla  4
Apéndice V.- Despedida  5