Manuel García-C. Gómez, C U Q U I S Biografía lírica de un can
XVI—SEGUNDO ATROPELLO
Y así llegó el segundo atropello. Y fue tu mismo amo, Cuquis, quien te
atropelló. Quién lo diría. Pero tuviste tú la culpa, perruco; la
tuviste tú mismo. Verás. Eres muy listo e inteligente, pero a veces
obrabas por inercia y sin razonar, como muchos hombres que así obran
también. Por el ruido del motor del coche conocías
cuando el amo se acercaba; no necesitabas ver el coche. Y rápido saltabas
la tapia y salías alocado a la carretera. Paraba yo el coche y
allí estabas tú, como dándome el parabién por la llegada ¡Qué
contento te ponías! En cuanto abría la portezuela te encaramabas a mis
rodillas para recibir las caricias de mis manos, que
premiaban tus afectuosos saludos. Y así cada día.
Pero aquella vez, sábado por más señas, venía el sacerdote con prisa
para la catequesis de los niños.
Tú no sabias esto, Cuquis. Saliste a la carretera y te colocaste ante el
coche para ir a la puerta, como siempre que paraba. Quise evitarte y torcí
el rumbo; tú cogiste miedo, al ver que te venía encima el coche y
tiraste para atrás. Por eso te atropellé perruco. Si tú no reculas y
sigues hacia adelante, no te hubiera cogido ¡Cómo me dolió, Cuquis, cómo me dolió a mí el atropello!
Marchaste aullando de pena y dolor. No entraste ni en casa. Saliste por la
«mies», huyendo acobardado como si fueras tú el culpable. No lo eras,
no; fue la mala suerte. Aquel día estuve muy atareado y me fue imposible
salir a buscarte. Mandé a tus amigos, mis monaguillos. Pero tú los huías,
temeroso de algún castigo ¿Por qué, Cuquis? ¡Cuánto sufrí todo el día
sin verte ni saber de ti!
Cuando, ya anochecido, volví a casa, saliste tú, cojeando, a mi
encuentro como siempre ¡Qué agridulce alegría sentí al volverte a ver,
Cuquis! Y qué pena por el atropello. Te dejaste acariciar, mimosillo ¡Qué gusto te daba! Menos mal que fue poco el daño. Solamente tenías
dolorida una pata delantera; precisamente la pata que te rompió aquel señor
tan bruto con su coche. A los dos días ya no cojeabas. Aquella noche te
eché de comer mejor; te dejé la mitad de mi cena, perrín; pues nada habías
comido, mi pobre Cuquis. 17 Camino de la iglesia. |
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