1.- Otra vez en el mar
Transcurrieron varios meses de
1844 en que el niño Miguel Grau, los pasó entre Paita y Piura.
El capitán Herrera seguía concurriendo a la casa de don Juan
Manuel en el puerto. Fue así como se enteró que proyectaba hacer
otro viaje. Nuevamente los ruegos de Miguel vencieron las dudas
del padre y las del capitán Herrera, pero esta vez no iría como
una pasajero, ni disfrutaría de las comodidades que le son
propias, sino como un aprendiz de trabajador del mar, es decir
como un simple grumete. Pero no cabía la menor duda, su destino
era el mar.
Es el mismo Grau el que da a
conocer su segundo viaje, cuando en 1854 al ingresar a la Marina
de Guerra del Perú, hace una relación de sus experiencias
marinas y tal como relató su primer embarque, ahora en forma
también excesivamente breve y concisa dice:
2.- "En
Paita tomé plaza en la goleta «Florita», su capitán don Manuel
F. Herrera y fui a los puertos del Callao, Buenaventura, Panamá
y volví a Paita".
Grau se volvió a embarcar en
marzo de 1844. La goleta solo tenía 45 toneladas y la
tripulaban únicamente 6 hombres. Es decir un barquito muy
pequeño.
Sólo tenía diez años y sus ojos
infantiles se volvieron a embriagar de horizontes infinitos, de
mar y de cielo. Estos elementos fueron como su alma, en donde
algunas veces se desataba la tempestad, mientras que en otros
momentos, la paz, el silencio y la tranquilidad lo dominaban
todo. Fue en la dura lucha del marino en que templó y forjó su
carácter. Ese diamante en bruto se fue puliendo en la tarea
diaria y en un eterno vagabundeo que lo empujó por todos los
mares del orbe y lo llevó a los más lejanos puertos,
conociendo a gentes extrañas, de otras razas, lenguas,
religiones, costumbres y cultura. Fue también en ese permanente
deambular que se hizo más intenso su amor a la Patria siempre
lejana, pero también siempre presente en su corazón. El barco
entonces fue su hogar y fue su escuela y los marinos su familia.
Al templar su alma, serenó su carácter. En las noches quietas,
con la vista fija en el firmamento tachonado de estrellas y
rodeado de una sinfonía de silencios, se encontró a sí mismo y
también encontró a Dios. Por eso se hizo más profunda su fe
en Dios. Fue así como ese niño triste se convirtió en un
místico. Todo lo noble, todo lo bueno y todo lo alto se
conjugaron en Grau. La generosidad y la honradez se convirtieron
en norma de conducta. La ley del mar, nunca escrita pero
permanentemente aceptada y observada, es muy severa y demanda
del marino, nobleza y altura de sentimientos, pero pocas veces
esas cualidades se han dado en tan alto grado como en Grau. Por
eso Grau fue símbolo de esa caballeresca ley del mar. Su
formación espartana, hizo de él, todo un hombre cuando aún era
sólo un niño.
De esa forma empieza a conocer
el mundo, y en mejor forma la vida del mar. Seguía siendo un
niño pues sólo tenía 10 años pero con la disciplina del barco
empezó a fortalecer su carácter y a dominar las emociones y
temores, cuando la naturaleza desataba su furia. La goleta era
un barco pequeño, rápido con dos palos con el que capitán
Herrera llevaba el correo de acuerdo a un contrato con el
gobierno peruano. Hemos señalado que este viaje se realizó en
1844, pero eso sólo es un cálculo, pues Grau no da la fecha,
posiblemente fue en marzo.