GRAU  El peruano del milenio

Reynaldo Moya Espinosa

Carátula

Grau pionero

Contenido

Prólogo

Capítulo I

Capítulo II

Capítulo III

Capítulo IV

Capítulo V

Capítulo VI

Capítulo VII

Capítulo VIII

Capítulo IX

Capítulo X

Capítulo XI

Capítulo XII

Capítulo XIII

Capítulo XIV

Capítulo XV

Bibliografía

Biografía de R. Moya E.

 

CAPÍTULO III:

GRAU, EL MARINO

1.- Otra vez en el mar 

Transcurrieron varios meses de 1844 en que el niño Miguel Grau, los pasó entre Paita y Piura. El capitán Herrera seguía concurriendo a la casa de don Juan Manuel en el puerto. Fue así como se enteró que proyectaba hacer otro viaje. Nuevamente los ruegos de Miguel vencieron las dudas del padre y las del capitán Herrera, pero esta vez no iría como una pasajero, ni disfrutaría de las comodidades que le son propias, sino como un aprendiz de trabajador del mar, es decir como un simple grumete. Pero no cabía la menor duda, su destino era el mar. 

Es el mismo Grau el que da a conocer su segundo viaje, cuando en 1854 al ingresar a la Marina de Guerra del Perú, hace una relación de sus experiencias marinas y tal como relató su primer embarque, ahora en forma también excesivamente breve y concisa dice:  

2.- "En Paita tomé plaza en la goleta «Florita», su capitán don Manuel F. Herrera y fui a los puertos del Callao, Buenaventura, Panamá y volví a Paita".

Grau se volvió a embarcar en marzo de 1844. La goleta solo tenía 45 toneladas y la  tripulaban  únicamente 6 hombres. Es decir un barquito muy pequeño.

Sólo tenía  diez años y sus ojos infantiles se volvieron a embriagar de horizontes infinitos, de mar y de cielo. Estos elementos fueron como su alma, en donde algunas veces se desataba la tempestad, mientras que en otros momentos, la paz, el silencio y la tranquilidad lo dominaban  todo. Fue en la dura lucha del marino en que templó y forjó su carácter. Ese diamante en bruto se fue puliendo en la  tarea diaria y en un eterno vagabundeo que lo empujó por todos los mares del  orbe y lo llevó a los  más lejanos puertos, conociendo a gentes extrañas, de otras razas, lenguas, religiones, costumbres y cultura. Fue también en ese permanente deambular que se hizo  más  intenso su amor a la Patria siempre lejana, pero también siempre presente en su corazón. El barco entonces fue su hogar y fue su escuela y los marinos su familia. Al templar su alma, serenó su carácter. En las noches quietas, con la vista fija en el firmamento tachonado de estrellas y rodeado de una sinfonía de silencios, se encontró a sí mismo y también encontró a Dios. Por eso  se hizo  más  profunda su fe en Dios. Fue así como ese niño triste se convirtió en un místico. Todo lo noble, todo lo bueno y todo lo alto se conjugaron en Grau. La generosidad y la honradez se convirtieron en norma de conducta. La ley del mar, nunca escrita pero permanentemente aceptada y observada, es muy severa y demanda del marino, nobleza y altura de sentimientos, pero pocas veces esas cualidades se han dado en tan alto grado como en Grau. Por eso Grau fue símbolo de esa caballeresca ley del mar. Su formación espartana, hizo de él, todo un hombre cuando aún era sólo un niño. 

 De esa forma empieza a conocer el mundo, y en mejor forma la vida del mar. Seguía siendo un niño pues sólo tenía 10 años pero con la disciplina del barco empezó a fortalecer su carácter y a dominar las emociones y  temores, cuando la naturaleza desataba su furia. La goleta era un barco pequeño, rápido con dos palos  con el  que capitán Herrera llevaba el correo de acuerdo a un contrato con el gobierno peruano. Hemos señalado que este viaje se realizó en 1844, pero eso sólo es un cálculo, pues Grau no da la fecha, posiblemente fue en marzo.