GRAU  El peruano del milenio

Reynaldo Moya Espinosa

Carátula

Grau pionero

Contenido

Prólogo

Capítulo I

Capítulo II

Capítulo III

Capítulo IV

Capítulo V

Capítulo VI

Capítulo VII

Capítulo VIII

Capítulo IX

Capítulo X

Capítulo XI

Capítulo XII

Capítulo XIII

Capítulo XIV

Capítulo XV

Bibliografía

Biografía de R. Moya E.

 

CAPÍTULO III:

GRAU, EL MARINO

9.- Montero y Grau otra vez se sublevan 

Estas dos adquisiciones dieron al Perú gran poder naval, por lo cual el Presidente Prado en un exceso de entusiasmo proyectó seguir la guerra contra España  en su colonia de las Filipinas, a la cual se pensó darle libertad. Para llevar a cabo este plan, el Presidente Prado contrató al comodoro norteamericano John Tucker que había servido en la marina de los estados del sur durante la Guerra de la Secesión de EE.UU. Era indudablemente un marino honesto y competente, pero su designación contrarió profundamente a los comandantes peruanos que se sentían lesionados con la presencia de un extranjero al frente de la escuadra peruana. El más quejoso era Lizardo Montero que fue reemplazado por Tucker en el mando de la escuadra, porque Prado consideraba al marino piurano demasiado impetuoso. La protesta encontró eco en los comandantes Aurelio García y García, Manuel Ferreyros y lógicamente en Grau, que una vez más respaldaba al gran amigo. Los cuatro marinos renunciaron a sus cargos como protesta.  Ante la actitud de la escuadra peruana surta en Valparaíso, el presidente Prado envió a Chile al ministro de Hacienda don Manuel Pardo  ante el cual se presentaron los 4 marinos que manifestaron que cumplirían con lo que se les ordenaba, pero que renunciaban del servicio porque no estaban dispuestos a servir bajo el mando de un jefe extranjero. Pardo respetó su decisión y les facilitó el retorno al Callao en el transporte «Chalaco»      

Capitán de navío, Lizardo Montero

 Cuando desembarcaron en el Callao, una multitud los aclamó sobre todo a Montero. Luego fueron confinados en la isla de San Lorenzo con otros 20 oficiales  y se les abrió juicio por insubordinación que duró casi medio año, tiempo en que permanecieron confinados. 

Los confinados mataban las horas practicando pesca con cordeles y realizando entre ellos diversas compe- tencias. En cierta oportunidad Grau y Montero se retaron a un duelo de natación. Frente a la isla estaba un bote anclado y se trataba de llegar hacia él a nado y retornar. El primero en llegar a la embarcación fue Grau y desde allí estimulaba a su compañero que ya daba muestras de cansancio luego de reponerse en el bote, los dos amigos emprendieron el retorno en forma pausada. Grau había ganado el concurso de natación.  

Como Montero se había quedado con la espina, retó a  Grau a un duelo de esgrima. Grau aceptó, sabiendo de antemano que lo único que buscaba su amigo era desquitarse de su derrota. Efectuado el duelo con florete, pudo Montero darle media docena de cintarazos sin que Grau atinase una.

El tribunal que los juzgó, fue presidido por el anciano mariscal Antonio Gutiérrez de la Fuente y lo integraron el ex presidente y general Rufino Echenique y los generales Fermín del Castillo, Pedro Cisneros, Luis de la Puerta y Nicolás Freyre. El tercero en ser llamado, según orden jerárquico fue Grau que tuvo como defensor al orador y poeta Luciano Benjamín Cisneros. 

Cisneros al defender a Grau, entre otras cosas expresó con énfasis: !Que no se diga que los nuevos héroes se han visto abandonados como los antiguos¡ !Que no se llame ingrata a la generación actual¡ !Todo corazón americano, así como debe profunda veneración y eterna gratitud a los fundadores de la Independencia, debe igualmente no menos sincero respeto y no menos gratitud a los que sostienen esa independencia¡!Se necesita un corazón peruano para defender al Perú¡ !Los marinos no han cometido la más ligera falta. Si alguna hay, será efecto del más noble patriotismo, pero las exageraciones del patriotismo se disimulan, no se penan. !No hay delito señores¡ !Lue- go no hay delincuentes, sólo hay mártires de la convicción y del deber que vienen a reclamar con perfecto derecho de ser solemnemente absueltos¡ El 11 de febrero de 1867 se dio la sentencia: absueltos. 

El tribunal fue absolviendo uno a uno a los acusados, pero Grau no retornó al servicio sino que el 30 de marzo solicita licencia y por segunda vez se aleja del servicio en la armada.  En el cautiverio, la amistad entre Grau, Montero, García y Ferreyros, se afianzó y formaron ese grupo amigo que la historia lo llamó los Cuatro Ases.