7.- La muerte de don Juan
Manuel Grau
Pezet supo oportunamente del arribo de Grau con «La Unión» a
Valparaíso, y decidió impedir que se unieran a la causa rebelde.
Para lograrlo solicitó el apoyo de don Juan Manuel Grau que
vivía en Lima y del que Pezet era amigo. Envió pues al viejo y
achacoso combatiente de Junín y Ayacucho que estaba en la fase
terminal de una tuberculosis pulmonar para que en Valparaíso
tratase de convencer a su hijo, de que permaneciera fiel al
gobierno.
Pero Miguel Grau ya tenía una idea clara de la situación peruana
y había decidido el camino a tomar, y que no era otro que
rechazar con todos los medios a su disposición la agresión
española, todo eso a pesar de haber recibido de Pezet dos
ascensos consecutivos, pero el interés de la Patria estaba por
delante. Quienes lo habían informado, fue el ministro peruano en
Santiago, general Fermín del Castillo y el cónsul de
Valparaíso que no estaban de acuerdo con la política entreguista
del presidente Pezet.
Por eso, no obstante el gran afecto que sentía por su padre, y
su delicado estado de salud, no accedió a sus ruegos. El
escritor chileno Vicuña Mackena, dice: «Grau amaba intensamente
a su padre y lo probó más tarde, pero entre su patria humillada
y vendida y las canas del respeto íntimo, no vaciló, "La Unión”
izó la insignia de la guerra a España.» Grau trató de acomodar
a su padre del mejor modo posible y se aprestó a seguir el
camino que la dignidad le indicaba. El 30 de noviembre de 1865,
moría don Juan Manuel en Valparaíso a las 8.30 p.m. víctima de
su afección pulmonar, lejos de su familia y sin tener siquiera
el consuelo de tener a su lado a su hijo Miguel. Por entonces el
coronel Prado asumía el poder en el Perú.
Años más tarde, en febrero de 1877 cuando Miguel Grau ya estaba
casado, tenía hijos y era diputado por Paita, solicitó permiso
por dos meses al Congreso y viajó a Valparaíso con uno de sus
hijos para repatriar los restos de su padre.
En ese viaje Miguel Grau pasó por la amargura de perder a su
pequeño hijo Miguel Gregorio que lo había acompañado. Fue de esa
forma que el atribulado marino retornó al Callao, no con un
féretro sino con dos, sumándose su congoja a la de su esposa
doña Dolores Cabero.