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Tradición

Xochimilco
A la orilla del agua

La Ciudad de México tiene una deuda pendiente con Xochimilco, le tiene qué regresar el agua de la que se apropió hace más de cien años, de lo contrario, las chinampas y los canales de Xochimilco y su región lacustre desaparecerán en un plazo no mayor de 50 años, aseguró el Cronista de la delegación Cuauhtémoc durante la presentación del libro del cual tomamos su título para cabecear el texto.

Jorge Legorreta

Xochimilco ha sido por sus lagos, chinampas y canales, una de las ventanas de la Ciudad de México ante el mundo; un referente obligado de su identidad urbana para todos los que llegan o todos los que aquí vivimos. Por Xochimilco y sus pueblos ubicados a la orilla del agua -Santa Cruz Acalpixca, San Gregorio Atlapulco, San Luis Tlaxialtemalco, Tlahuac y Mixquic- se han dado cita innumerables acontecimientos y personajes, testigos todos de su riqueza lacustre que sigue asombrando aún, al paso de los siglos.

Por aquí pasaron las canoas reales de los más famosos emperadores mexicas rumbo a Xico, en ese entonces, una isla en medio del Lago de Chalco; por aquí pasaron los primeros días de noviembre de 1919 las tropas de Cortés, cuyas cartas al Rey Carlos V, relatando los esplendorosos lagos, entusiasmaron las visitas de casi todos los virreyes de la Nueva España; por aquí anduvieron, carpeta en mano, los más famosos viajeros europeos del siglo XIX, Alexander Humboldt, la marquesa Calderón de la Barca, Francisco Carreri, Roberts Poinsett y Paula Kollonitz, entre otros; por aquí pasaron, 328 años después de Cortés, las tropas de ejercito norteamericano al mando de Winfield Scott, rumbo a Tlalpan, para escenificar en la Hacienda de Padierna la primera batalla en la Ciudad de México; por aquí anduvo Juárez paseando a sus hijas en trajinera, Comonfort, Maximiliano con Carlota y hasta Manuel Payno, quien relata en su novela Los Bandidos de Río Frío los viajes en canoa desde San Lázaro hasta Chalco pasando por Xochimilco. Aquí, en el pueblo de San Gregorio, según nos cuenta don Martín Luis Guzmán, se conocieron Villa y Zapata, un cuatro de diciembre de 1914, dos días antes de la entrada de sus ejércitos a la ciudad; por aquí estuvo Charles Lindbergh en noviembre de 1927, quien meses antes había volado sin escalas de Nueva York a París; por aquí también ha transitado Goytia con sus pintura, el cine de María Candelaria y la arquitectura de Candela; por aquí también llegaron a fines del siglo veinte los urbanismos de la globalidad con sus planes de rescate y las democracias políticas que, bajo los amparos de la calificación internacional de la UNESCO, han incursionado en Xochimilco con el propósito de preservar su patrimonio histórico.

La historia por supuesto, también ha estado presente en Xochimilco. Este libro (A la orilla del agua), espléndido por su contenido y sus ilustraciones, forma parte de ella. Se trata, como lo escribe su coordinadora María Eugenia Terrones López, de su etapa contemporánea, un recuento histórico del siglo veinte centrado alrededor del agua, la urbanización, el medio ambiente y su administración política. La etapa de estudio corresponde en realidad a la segunda de un largo proceso que se inicia durante la primera década del siglo veinte, con las obras de captación del agua, principalmente subterránea, conducidas por un acueducto a la Ciudad de México. Pero hay un puente histórico hacia atrás. Años antes habían desaparecido los lagos de Xochimilco y Chalco, propósito imperial presente durante todo el Virreinato y conseguido, por fin, durante las últimas décadas del siglo XIX con las obras del Gran Canal del Desagüe -hermano gemelo del acueducto de Xochimilco- aprobado por Maximiliano en 1866 e inaugurado por Porfirio Díaz el 17 de marzo de 1900; fue esta una primera etapa colonial gobernada con una profunda incomprensión y hasta nos atreveríamos a decir, con desprecio para entender el agua y su cultura.

Producto de esa incomprensión la Ciudad de México, pero particularmente Xochimilco y su región lacustre, han sufrido uno de los procesos de transformación más radicales en la historia de la urbanización mundial. Hasta hace menos de 500 años, había aquí alrededor de dónde ahora nos encontramos, dos enormes lagos de 350 kilómetros cuadrados y, a sus orillas, 180 kilómetros cuadrados de chinampas y 750 kilómetros de canales y apantles; hoy sólo quedan 25 kilómetros cuadrados de chinampas y 170 kilómetros de canales, un patrimonio lacustre, repito, único en el mundo. Por tanto, la tercera parte de este histórico proceso de transformación está por comenzar; se inicia cuando están presentes aún, problemas fundamentales que de no resolverse, conducirán sin duda alguna a la desaparición de estos últimos vestigios lacustres de la cuenca de México.

Visiones del pasado que permiten delinear el futuro, son precisamente las que conforman el trabajo colectivo de estas historiadoras e historiadores. Las acuciosas indagaciones de María Eugenia Terrones, Héctor Hernández, Ernesto Aréchiga, Mario Barbosa, Patricia Romero, Elike Duffing y Miriam Rodríguez, en archivos, textos, revistas, periódicos, fotografías y testimonios de pobladores, cronistas, cuentistas o simples narradores de la memoria, nos permiten saber hoy con mayor precisión qué pasó en Xochimilco durante el siglo veinte. Destaco tres aspectos derivados de la lectura del texto:

El primero es la construcción del ya citado acueducto porfirista, factor que marcó, como ahí se afirma, la profunda transformación de Xochimilco; tal acueducto, aún en funcionamiento, representó en la historia del abastecimiento del agua para la ciudad un acto más de centralismo político y la apropiación de los recursos naturales de la zona lacustre; le seguirían, después, durante la segunda mitad del siglo veinte, las cuencas de Lerma y Cutzamala, territorios agrícolas de los indígenas mazahuas, hoy en pie de lucha con un recién creado ejército de mujeres zapatistas, y el proyecto para traer el agua del río Temascaltepec, afortunadamente suspendido por las protestas de los pobladores de la región.

La historia de las negociaciones y las resistencias de las comunidades agrarias, a la postre vencidas por gobiernos representantes del interés publico, de la ciudad por supuesto, resulta indispensable para conocer o, por lo menos, prever cómo serán resueltos los futuros conflictos en las cuencas de Tecolutla, Libres Oriental y Amacuzac; hacia allá se encaminan ahora los nuevos abastecimientos de agua para una ciudad de 40 millones de habitantes.

El segundo aspecto es un acontecimiento político derivado del famoso acueducto, mencionado en el texto y recientemente estudiado por el destacado historiador, Ariel Rodríguez Kuri. Se trata de la violenta confrontación política, con el saldo trágico de decenas de muertos y heridos en pleno zócalo capitalino, escenificada en noviembre de 1922, a unos cuantos días de las elecciones municipales, entre las fuerzas políticas del gobierno federal contra las del gobierno municipal de la Ciudad de México. Permítanme contarles la historia que algo tiene que ver con el presente. En la confrontación aparecen, por un lado, el Partido Laborista Mexicano y la CROM de Luis N. Morones, ambos afines al gobierno federal, cuyo presidente era Álvaro Obregón y su secretario de Gobernación, Plutarco Elías Calles; y por el otro, el Partido Liberal Constitucionalista, el más fuerte opositor que encabezaba en esos momentos las preferencias electorales. El pretexto: la rotura o atentado sufrido en las bombas de la Colonia Condesa, a donde concluía dicho acueducto y que dejó sin agua por varios días a la tercera parte de la ciudad. El conflicto tuvo dos consecuencias: por una parte, el descenso político de este último partido al que pertenecía Miguel Alonso Romero, presidente municipal de la Ciudad de México; por otra, la desaparición, años después, en 1928, del régimen municipal en el Distrito Federal. Como se sabe, la iniciativa de su desaparición fue presentada al Congreso por Obregón antes de ser asesinado y luego aceptada por Calles como presidente de la Republica. Las similitudes con la realidad política actual no son meras coincidencias.

El tercer aspecto es un plan desarrollado entre 1989 a 1994, denominado de Rescate Ecológico, también mencionado en el texto por varios de sus autores, pero insuficientemente estudiado como parte de la historia de las resistencias sociales que caracterizan esta región lacustre de la ciudad. ¿Qué pretendía tal proyecto emanado de las primeras visiones de la globalidad? Veamos: edificar un gran lago artificial para fines turísticos y deportivos de 360 hectáreas, diez veces más la superficie del lago de Chapultepec; y a su alrededor, la recreación de una zona de chinampas con clubes recreativos y deportivos, zonas culturales y áreas comerciales concesionadas; y en ambos lados del Periférico, la edificación de edificios elevados, similares a los existentes en los actuales tramos de San Jerónimo a Perisur; además, la edificación, también, al lado del Periférico, de dos grandes lagunas de regulación (Ciénega Grande y Ciénega Chica). Este plan fue simplemente modificado por el gobierno, principalmente en sus propósitos rentables, debido al surgimiento de una oposición conformada por una comunidad agrícola con memoria histórica y fuertes tradiciones por la defensa de la tierra; una resistencia social que debe ser estudiada por los historiadores como testimonio de la participación comunitaria en el proyecto de rescate de Xochimilco más importante del siglo veinte. Si me permiten la sugerencia, se debería hacer un segundo libro que recogiera la experiencia de los movimientos de resistencia más importantes de la región, como los escenificados por la edificación del acueducto, la invasión de terrenos agrícolas en 1964, las protestas por la desviación del agua negra del Río Churubusco y la expropiación de los ejidos de Xochimilco y San Gregorio en l989.

Esta resistencia agraria de fines del siglo XX hizo un aporte significativo: impidió en ese entonces la urbanización de la zona chinampera y ejidal aledaña a Xochimilco y San Gregorio, aunque el plan modificado no resolvió los problemas de fondo; se prefirió la edificación de obras nuevas visibles, como un pequeño lago artificial con un parque ecológico, un mercado de plantas y una zona deportiva y, por tanto, se desatendieron los cinco problemas fundamentales de Xochimilco, algunos mencionados en el recuento histórico por los autores del libro: los hundimientos diferenciales debido a la excesiva extracción del agua; la urbanización de la zona chinampera; la consecuente contaminación de los canales provocada por las descargas residuales; la escasez de esclusas y taponamientos para mantener adecuados niveles de agua en los canales y, por ultimo, el reducido caudal de agua tratada de nivel terciario de las plantas de Cerro de la Estrella y San Luis Tlaxialtemalco. "Sin mas y mejor agua -han argumentado por años los chinamperos y campesinos- no habrá un verdadero rescate ecológico". Es cierto, hay una deuda pendiente de la ciudad con Xochimilco. Desde hace 100 años, la ciudad se apropió de su agua, es hora entonces que la ciudad se la devuelva.

De no atender estos problemas, las chinampas y los canales de Xochimilco y su región lacustre desaparecerán en un plazo no mayor de 50 años. Y para que ello no suceda -porque de eso se trata, por eso estamos aquí-, el libro nos brinda valiosos aportes para entender los complejos procesos políticos, ambientales y culturales que hicieron posible la situación actual de Xochimilco y su región lacustre; aportes que permiten elaborar una visión distinta para el desarrollo futuro de la zona. Sin embargo, no queda mucho tiempo para impedir que este patrimonio se pierda. La historia sobre los procesos de urbanización contenida en el texto y que da cuenta de una vasta participación de actores legales e ilegales, cuyos intereses legítimos o no, siguen actuando al margen del control público, obliga a resolver lo más urgente: suspender drásticamente la urbanización en la chinampa, introducir sistemas domésticos de tratamiento en las descargas residuales y aumentar el volumen de agua en los canales. Cómo traducir estas urgentes acciones en políticas públicas y en compromisos institucionales, esta será tarea de otros ámbitos y no precisamente de la historia y los historiadores que hoy, con su libro, nos permiten ampliar nuestro conocimiento sobre algo tan valioso en el mundo que se llama Xochimilco.

Como uno màs de muchos lectores que tendrá el libro, les felicito y les agradezco su esfuerzo por escribirlo; y al Instituto Mora y a la delegación Xochimilco, su apoyo para editarlo. El libro será, sin duda, una significativa contribución para seguir fortaleciendo la cultura del agua en Xochimilco, la que aún persiste a pesar del paso de siglos, en la identidad, en la memoria y en el quehacer cotidiano de sus habitantes.

Colonia Roma, 25 de febrero de 2005.

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